viernes, 20 de marzo de 2015

CAPITULO 58




―Es un niño. ―Federico irrumpió a través de las puertas
del hospital. Inmediatamente fue envuelto en abrazos y felicitaciones de su familia―. Mamá, papá, Juana los quiere ver a ambos ―dijo a través de lágrimas de alegría rodando por sus mejillas. No tenían que decírselo dos veces. Fueron inmediatamente a través de las puertas y hacia donde Juana y su más reciente nieto.


Paula miró la felicidad a su alrededor con una mezcla de alegría por su recién descubierta hermana y tristeza por lo que ella quería en su vida tan desesperadamente. El pensamiento de tener otro niño, uno que fuera planeado con un esposo que la amara era algo que tenía miedo de desear.


―El resto de la familia puede ver a Juana y al bebé ahora ―una enfermera dijo desde la puerta.


―No puedo esperar por ver a mi nuevo sobrino ―respondió Marcos, al ser el primero en cruzar la puerta.


El resto de la familia entró.


―Él es tan hermoso Juana ―dijo Paula.


―Puedes tener la oportunidad de sostenerlo si su abuelo lo deja ir ―se burló ella.


―Tengo que asegurarme que el chiquillo travieso esté bien ―dijo Horacio, sin molestarse siquiera en levantar la mirada de su nieto.


―¿Cómo lo nombrarán? ―preguntó Pedro.


―Decidimos por Samuel por mi abuelo ―dijo Federico.


―Ése es un verdadero buen nombre, hijo ―dijo Horacio con algunas lágrimas en sus ojos. Luego rápidamente se alejó mientras trataba de controlar sus emociones.


―Ah papá, todo sabemos que tú eres un gran sentimental. No tienes que fingir ser un viejo duro ―dijo Pedro.


―Ahora, muchacho, no eres demasiado viejo para que te lleve fuera detrás de la leñera ―dijo Horacio, pero era obvio que no había convicción detrás de sus palabras.


―Oye ahora, no habrá peleas en mi cuarto de recuperación ―dijo Juana. Realmente estaba feliz de tener a su familia allí para compartir su alegría.


El bebé empezó a protestar, y Horacio se lo entregó a su madre con mucha renuencia.


―Juana necesita alimentarlo ahora. ¿Por qué no van todos ustedes a casa y consiguen descansar y luego vienen mañana para el regreso de Samuel? ―preguntó Federico.


Todos dijeron sus despedidas y salieron. Paula estaba llena de diferentes emociones. Estaba verdaderamente feliz por su cuñada, pero la envidiaba también. Ella quería un gran familia tan desesperadamente. Fue criada como hija única, y aunque sus padres eran fenomenales, ella estuvo muy sola a veces.


No quería que su hijo creciera sin hermanos. Tal vez a Pedro no le importaría tener otro niño. Aun si su matrimonio no era uno por amor, ellos estarían juntos por el bien de Joaquin, así que ¿por qué no tener un hermano para él?


Pedro tomó su mano mientras ellos caminaban juntos a su vehículo.


―Sí que era lindo. Deseo tanto haber estado allí para Joaquin cuando él nació ―dijo él.


Paula automáticamente se tensó, pensando que ellos iban a tener otra pelea y realmente muy cansada para ello.


―Realmente lo siento por eso. Pensé que estaba haciendo lo correcto ―dijo ella.


―Lo sé ―dijo. Ella estaba tan sorprendida, no sabía qué más decir. No sonó enojado, o incluso herido. Sólo sonó un poco desanimado―. No había llevado exactamente una vida que habría hecho creerte que estaría listo o dispuesto a sentar cabeza. Ahora entiendo que te conozco mejor. Tú
pensaste que estabas haciendo lo correcto en no contármelo. Espero que te des cuenta que yo hubiera estado allí para ti en el momento que te enteraste. No rehúso de mis responsabilidades ―finalizó.


A pesar de que Pedro estaba diciendo que él hubiera estado allí para ella, el corazón de Paula se sentía como si fuera a partirse en dos. Pensaba en ella sólo como en otra más de sus responsabilidades y no como su esposa.


Él estaba haciendo lo correcto, como le habían enseñado a hacer. Quería que él estuviera con ella porque la amaba, no porque hizo un lío y ahora tenía que pagar el precio.


―Sé que tú habrías hecho lo correcto desde el comienzo ―dijo ella en lo que esperaba fuera un tono de voz normal.


Paula retiró su mano mientras se acercaban a su vehículo. 


Ella no podía mantener el contacto más tiempo. La estaba matando lentamente. De repente, él la empujó contra el coche y la besó profundamente. Todo corazón roto se quitó cuando sus manos la acariciaron en los costados, luego extendió su mano para sostener su cabeza mientras él profundizaba el beso.


Él estaba haciendo que su interior se fundiera y estaba olvidando todo a su alrededor cuando finalmente se separó.


―Vamos de vacaciones. No tuvimos una luna de miel y yo tengo un viaje a las Islas Vírgenes esta semana. Ven conmigo. Joaquin estará bien por unos pocos días. Me apuraré para llevarte a casa, lo prometo ―terminó.


Él estaba mirando fijamente a sus ojos y ella descubrió que no podía decir no. Ni siquiera podía encontrar su voz. 


Finalmente asintió con su cabeza en un sí.


La levantó en sus brazos, dándole otro rápido beso y luego la ayudo a entrar al carro.


»Tendremos un buen tiempo. Tengo reuniones en las mañanas pero luego tendremos todo el día para jugar en el agua y bailar toda la noche ―dijo, sonando como un emocionado adolescente preparándose para el verano.


―Suena como un muy buen tiempo ―finalmente logró decir.


Paula estaba nerviosa. Nunca le habían gustado las multitudes y rezó para que su baile no fuera en medio de un club lleno de gente.


―Empaca mañana. Nos vamos en dos días. Podemos dejarle saber a Julia esta noche y tú puedes tener todo tu tiempo con Joaquin así no te sentirás culpable.


Ella miró hacia adelante en el camino. Odiaba que él la conociera tan bien. Se sentía culpable por dejar a su hijo en casa, pero al mismo tiempo si ella aún esperaba hacer de su matrimonio uno real, éste era el tiempo para hacerlo. Iban a estar en un romántico hotel totalmente solos. Tenía unos días para bajar sus defensas y ver si esto hizo la diferencia.


―Suena genial. Sé que Joaquin estará bien, pero me alegro de que vaya a tener hasta mañana ―admitió.


Viajaron en un silencio cómodo el resto del camino a casa. 


Ella estaba planeando lo que había que hacer antes de que se fueran. Había mucho que hacer.


Pedro estaba extremadamente feliz de que Paula iba a ir con él. Quería estar con ella. Se sentía mejor cuando ella estaba cerca. No quería admitir ni siquiera a sí mismo lo mucho que le importaba ella, pero era imposible alejar todos sus sentimientos. Se dijo que simplemente lo trataría un día a la vez.



*****


―Tenemos que irnos, Paula ―dijo Pedro por décima vez.


―Lo sé, lo sé, solo que es muy difícil ―dijo Paula mientras besaba a Joaquin durante la centésima vez―. Te amo dulzura. Mamá estará en casa en unos días. Julia cuidará muy bien de ti, lo prometo ―dijo.


Se dirigieron a la limosina y Paula sonrió mientras entraba. 


Él tenía champagne frío, un florero con dos docenas de rosas, chocolates y un paquete envuelto.


―¿Qué es esto? ―preguntó.


―No te di una luna de miel, así que aunque se trata de un viaje de negocios, tengo la intención de hacer en mínimo negocios y darte una romántica luna de miel el resto del tiempo. Quería empezar las cosas bien ―dijo con un leve encogimiento de hombros.


Paula se sofocó ante su consideración que no puedo hablar por unos momentos.


―Gracias ―finalmente logró salir.


―Toma, abre tu regalo ―dijo, con una chispa en sus ojos.


Tomó el paquete de él lentamente desenvolviendo el regalo. 


Cuando abrió la caja de la joyería, no podía apartar los ojos del exquisito collar de rubíes.


―Es hermoso.


―Voltéate y lo pondré en ti. Pensé que iba a hacer juego con tu vestido favorito y sabía que lo tenía que conseguir para ti ―dijo mientras lo juntaba.


Sus dedos bajaron por su cuello cuando terminó de enganchar el collar y ella se estremeció en necesidad.


Él lentamente le dio la vuelta y la besó con ternura, ella sintió como su cuerpo se iba a derretir. Le encantaba la pasión interminable que tenían, pero esta ternura que él mostraba iba a ser seguramente su ruina completa.


―Te ves hermosa ―le susurró, mientras él arrastraba sus labios por el costado de su cuello. Su cuerpo se estremeció de nuevo y ella le alcanzó, necesitando sus labios sobre los de ella.


Paula no se había dado cuenta de cuánto tiempo pasó hasta cuando la voz que venía del intercomunicador:
―Estaremos llegando al aeropuerto en cinco minutos.


Saltó como si hubiera sido sorprendida besuqueándose con su novio detrás de las gradas, entonces se echó a reír. No había nada malo con besar a tu marido en la parte trasera de una limusina.


―Me alegro que hayas decidido venir al viaje ―dijo Pedro mientras le ayudaba a salir del carro.


―Yo también ―respondió, realmente sintiéndolo.


―Prometo no trabajar mucho ―agregó.


―Te mantendré con esa promesa.


Abordaron el jet de la compañía, que era lujoso, incluso de lo que ella estaba acostumbrada. Se sentó y la alegre azafata les sirvió las bebidas y les dejó saber que la cena estaría servida cuando ellos estuvieran en el aire.


Paula esperaba en unos días realmente conocer el hombre con quien se había casado.


Después que comieron, su cansancio finalmente tomo el control y ella durmió el resto del vuelo.


―Despierta, llegamos. ―La voz de Pedro la agitó de su sueño.


―¿En serio? ―logró balbucear.


―Dormiste todo el viaje ―dijo con una pequeña risa―. Me alegro porque ahora vas a tener un montón de energía para nuestra noche de fiesta.


Salieron del jet y ella respiró en la belleza de la isla. Era muy cálido, con una agradable brisa soplando suavemente. Se subieron al coche que los esperaba.


―Tengo que encargarme inmediatamente de algunos negocios. ¿Por qué no te instalas en la habitación y luego te relajas en la playa por un rato? Prepárate a las seis de esta noche para cenar y bailar. Usa un vestido ―agregó.


―Suena genial. No he estado en la playa en una eternidad. Seattle exactamente no descansa el clima ―dijo ella con una sonrisa.


Pedro la dejó en el hotel, donde ella rápidamente se cambió de ropa y se dirigió a la semiprivada playa. Había varias personas del hotel, pero la mayoría eran parejas y todo el mundo parecía estar disfrutando la belleza que los rodeaba.


Ella se lanzó al cálido océano y nadó hasta que estaba cansada, luego encontró un salón recubierto y sacó su libro favorito de romance. Estaba leyendo sobre el héroe y la heroína y pensando que su vida era mucho mejor, cuando se sumió en otra siesta


Cuando Paula se despertó, miró rápidamente a su reloj y dio un pequeño chillido cuando se dio cuenta que eran las cuatro y media.


Velozmente recogió sus cosas y se dirigió de regreso a la habitación para estar lista para su cita.


Había un mensaje esperándola, diciéndole que se encontrara con Pedro en el bar, ya que él se estaba saliendo un poco tarde. Se lanzó a la ducha y se tomó su tiempo en estar lista, asegurándose que lucía perfecta.


Había comprado un vestido que normalmente nunca lo usaría, pero quiso dar rienda suelta a las vacaciones. Con un escote muy bajo que nunca había usado antes. La parte posterior del vestido bajaba a la parte baja de la espalda y el dobladillo alcanzaba la mitad del muslo. Abrazaba sus caderas estrechamente y luego la falda se acampanaba en un estilo coqueto.


Incluso había comprado nueva ropa interior para el traje y estaba usando sexy bragas y un liguero. Quería incitar pasión en su esposo y con el traje que estaba usando, esperaba que él tuviera una noche inquietante.


Mientras Paula miraba su imagen al espejo de cuerpo completo.


Estaba un poco impactada por su propia audacia. Se volvió a mirar desde todos los ángulos y sonrió a sí misma. Casi no reconocía la mujer que le devolvía la mirada. Desde que se convirtió en madre, había tomado muy poco tiempo para ella misma. Vestía sudaderas demasiado a menudo y casi nunca se aplicaba maquillaje. Parecía no importarle a Pedro, pero a ella le gustaba sentirse como una mujer y se comprometió a tomar más tiempo para mimarse a sí misma a partir de entonces.


Paula hizo su camino al vestíbulo del hotel y dio un paso al bar.


Encontró a Pedro inmediatamente. Estaba tan guapo que le quitó el aliento.


Cuando se volvió a ella, su mirada la recorrió y luego la exploró de nuevo, ella sonrió de triunfo.


Pedro casi se levantó de su asiento cuando vio a su esposa. 


Ella siempre era hermosa, pero nunca la había visto en nada igual como el vestido que estaba usando. Pudo sentir instantáneamente la reacción que su cuerpo estaba teniendo, haciendo sus pantalones demasiados apretados. 


Se levantó y caminó hacia ella, casi como si estuviera en un trance.


―Eres la mujer más deslumbrante que he conocido ―le dijo a ella, antes de empujarla a sus brazos y tomar sus labios con los de él.


―Gracias, tú mismo luces muy apuesto ―dijo.


―Voy a tener que pelear contra todos los hombres de este lugar ―dijo él mientras miraba ligeramente a un tipo que estaba prácticamente babeando por ella.


Envolvió su brazo posesivamente alrededor de ella y la llevó al exterior del restaurante. Tuvieron una cena maravillosa. Llena de risas y excelente comida. Pronto empezó a llamar a un taxi y la llevó a una parte diferente de la ciudad.


Se detuvieron en un lugar que ella estaba sorprendida de que él lo conociera. Pudo oír la música desde la calle y el barrio no parecía el más seguro.


―¿Estás seguro que este es un lugar seguro? ―preguntó.


Pedro echó su cabeza hacia atrás y rió.


―No te preocupes mi amor, te protegeré de cualquier peligro ―dijo mientras la encaminaba hacia la puerta abierta.


Paula se quedó sin aliento ante sus palabras. ¿Sabía lo mucho que quería su amor? Todos los pensamientos huyeron cuando entraron por la puerta.


El bar estaba débilmente iluminado, por lo que era difícil ver algo. Una canción erótica sonaba fuerte y la gente se mezclaba a lo largo de todo el bar. La mayoría de las parejas más bien parecían como si estuvieran a punto de caer al suelo y tener relaciones sexuales, más que como si estuvieran bailando.


Sus ojos se posaron en la pareja frente a ellos. Su estómago se tensó y se dijo que debía mirar hacia otro lado. El momento parecía tan íntimo entre las dos personas, que se sentía como un Peeping Tom3.


La cabeza de la mujer estaba echada hacia atrás y sus labios estaban abiertos, en lo que Paula estaba segura que era un gemido. El hombre la había apegado a él, con las manos subiendo rápidamente por su espalda y muslos, mientras su boca se movía sobre su cuello y senos. Paula finalmente logró darse la vuelta y se sintió como si estuviera corriendo del bar.


—Vamos a bailar —le susurró Pedro al oído. Su voz sonó profunda y ronca, lo que hizo que su estómago se apretara aún más. Ella asintió con la cabeza, sabiendo que era imposible decir alguna excusa para escapar de ese momento.


Pedro la tomó en sus brazos, recordándole su primer baile juntos. Había estado tan coqueto y arrogante.


Al bailar en sus brazos en ese momento ella no podía entender por qué había sentido siempre la necesidad de luchar contra él de cualquier modo.


—Te quiero tanto. Te ves increíble en este vestido. Podría llevarte aquí —le susurró. Un escalofrío pasó por todo el camino de su espalda y ella podía sentir el calor, donde ella quería tanto su toque.


Las palabras aún no podían escapar de la garganta apretada de Paula. Pedro la besó con pasión y calor, haciéndole olvidar el ambiente que los rodeaba. Sus labios se movieron de sus labios a su cuello y por el escote de su vestido.


Sus manos acariciaron por arriba y abajo de su espalda, consiguiendo bajar cada vez más con cada paso que él daba. Ellos apenas se movían con la música. Él lentamente comenzó a caminar llevándola hacia atrás hasta que ella sintió la dureza de una pared en la espalda.


Ahora sus manos estaban recorriendo el costado de su cuerpo, tocando los lados de sus pechos doloridos y su estómago sensible. Él comenzó a bajar por sus caderas hasta que finalmente encontró la parte inferior de su vestido. 


Recorrió por debajo del dobladillo y ahuecó su trasero
desnudo. Ella dejó escapar un gemido de placer cuando él le acarició la piel.


La atrajo bruscamente en medio de su excitación evidente, y sus labios una vez más se unieron a los suyos. Era pura seducción y a ella no le importaba que estuvieran en medio de un bar. Estaba lista para que la tomara.


Ella levantó sus manos hacia arriba, para empezar a desabrocharle la camisa, cuando él de pronto se detuvo y se echó hacia atrás.


—Tenemos que salir de aquí ahora —dijo con los dientes apretados.


Sin decir más, él la agarró de la mano y la condujo desde el bar. La llevó rápidamente por la acera y llamó a un taxi.


Paula estaba empezando a pensar que había hecho algo mal, porque él estaba sentado a unos metros de ella en el taxi y sin pronunciar una palabra. Llegaron al hotel y él la ayudó a salir. Luego la alejó del edificio y se dirigieron a la playa y tomaron un camino apartado.


Ella estaba preparando el coraje suficiente para preguntarle qué le pasaba cuando él tiró de ella en sus brazos y la besó de nuevo con toda la fuerza que le había mostrado en el bar. 


Ella se olvidó de sus preocupaciones mientras sus brazos se acercaban a su cuello y le daban acceso completo.


Pedro arrojó su chaqueta al suelo, y la bajó suavemente sobre montículo cubierto de hierba en medio de un camino abandonado. La luna plateada emitía un resplandor suave, proporcionando solo la luz suficiente para apenas verlo, dejando todo a su alrededor en las sombras. Él la despojó de su vestido en un solo movimiento, dejándola expuesta y vulnerable.


Estaba impresionado por la vista que tenía de ella, vestida sólo con un pedazo de encaje negro apenas escondiéndose de él, la liga y los tacones rojos. Ella estaba bañada por la luz de la luna, dándole un aspecto surrealista.


Él no quería nada más que enterrarse profundamente dentro de ella, pero no era un amante egoísta y se aseguraría de su placer antes del suyo.


Él rápidamente se despojó de su ropa y después se unió a sus cuerpos en un contacto íntimo. Él tomó sus labios de nuevo, haciéndola gritar de placer mientras sus manos exploraban cada centímetro de su piel. Sus labios acariciaron su cuello y la parte superior de sus pechos.


Ella apenas podía respirar, la presión era tan grande. Quería gritarle su amor, pero se contuvo, a duras penas. Cuando sus labios finalmente encontraron su máximo dentro de su boca y él chupaba su pezón dolorido, su espalda arqueada sobre toda la tierra. Cuando él mordisqueó suavemente la piel sensible que casi se deshizo.


—Por favor —rogó. Ella no sabía si lo estaba pidiendo para continuar o unírseles.


Besó a fondo su estómago liso, apretándolo aún más. Su lengua se sumergió en su ombligo y ella gimió ante las intensas sensaciones que le estaba provocando.


Finalmente se trasladó a besar y acariciar sus muslos, haciendo que se abrieran a su disposición. Cuando su boca por fin tocó el calor ardiente de su sexo, ella pensó que iba a explotar.


Su cuerpo no se quedaría quieto. Él profundizó el beso íntimo, y ella pudo sentir a su cuerpo pidiendo liberación. 


Cuando él metió los dedos dentro de ella, ella no pudo contenerse por más tiempo. Gritó y finalmente se dejó ir, oleadas de placer inundándola.


Él lentamente besó su camino de regreso a su cuerpo, empezando a revolver su calor una vez más. No entendía cómo él podía hacer que ella lo quisiera tanto. Él acababa de complacerla más allá de lo que cualquier persona debería recibir y ella golosamente quería más.


Acercó sus labios a los de ella y de nuevo el sabor de su pasión por la lengua completamente trajo el fuego a su cuerpo.


—Por favor —rogó de nuevo. Lo quería muy dentro en ella.


—Por favor, ¿qué? —preguntó, sabiendo la respuesta.


—Por favor, ámame —jadeó. En silencio añadió con amor tanto emocional como físicamente.


Él no dijo nada más, simplemente se deslizó dentro de su sexo en un empuje seguro. Echó la cabeza hacia atrás y gimió en voz alta. Él no se movió, como si estuviera tratando de calmarse. Ella movió sus caderas, necesitando que él se moviera dentro de ella.


Ese pequeño movimiento fue suficiente. Él agarró su trasero y empujó con fuerza dentro y fuera de ella. Sus labios se unieron de nuevo a los de ella y él la amó con una pasión que debió haberse establecido en la hierba a su alrededor en el fuego.


Ella sintió el calor acumulándose dentro de ella otra vez, incluso más fuerte que antes, y de repente su cuerpo se sacudió con un placer tan intenso que bordeaba con el dolor. 


Su calor cerniéndose alrededor de él lo envió por encima del borde y con una estocada final dentro de ella, la soltó y gritó en su propio placer.


Su cuerpo estaba cubierto por una fina capa de sudor que brillaba en la luz de la luna. Se derrumbó encima de ella, pero rápidamente cambió de posición, dejándola encima de él. Ellos estaban unidos aún, lo cual se sentía bien.


Él estaba acariciando su espalda desnuda, y ella estaba tan contenta y con la guardia baja que finalmente susurró las palabras que había querido decir durante tanto tiempo.


—Te amo, Pedro.


Ella lo sintió endurecerse, lo que le dijo más que las palabras que nunca podría tener. No quería su amor. Quería la pasión e incluso quería compañía, pero él no quería amor.


Ella estaba a punto de llorar mientras apartaba su cuerpo y comenzaba a vestirse.


—Será mejor que salgamos de aquí antes de que algún turista incauto pase —dijo él en un tono casi frío.


El corazón de Paula estaba rompiéndose en mil pedazos. Lo que había comenzado como un día perfecto, estaba terminando con devastación. El dolor no se parecía a nada de lo que hubiera experimentado antes. Ella lo amaba tanto. 


¿Por qué no podía sentir lo mismo por ella? Creyó sentir el amor cuando él la sostuvo en sus brazos. Parecía que él la amaba, pero tal vez lo del sexo y el amor son dos cosas completamente diferentes.


Rápidamente se vistió y caminó lentamente hacia el hotel con Pedro.


Era como caminar con un extraño, estaba tan distante.


—Sé que te dije que no iba a trabajar mucho, pero surgió algo y voy a estar ocupado todo el día mañana —dijo al entrar en la suite.


—Entiendo —respondió Paula.


—Tengo que terminar un trabajo esta noche —dijo mientras se dirigía a la oficina.


Ella ni siquiera respondió. Ella se dirigió a tomar una ducha y luego a la cama, donde ella podía llorar hasta dormir.


Los siguientes dos días y noches de su luna de miel fueron miserables.


Pedro se había ido todo el día, volviendo demasiado tarde para que ellos pudieran salir. Ella pasó su tiempo en la playa y de compras sola. Hicieron el amor en las noches, pero era diferente. Podía sentir que estaba ocultando algo y cuando terminaban, él se apartaba de ella, al parecer para quedarse dormido rápidamente.


Paula se sintió aliviada al tercer día, cuando él dijo que todo había terminado y que podían regresar a casa. No sabía qué esperar cuando regresaran. Estaba segura de que las cosas volverían a ser como antes, con ella viéndolo apenas y su amor por él anhelando ser liberado. Tenía que tomar una decisión sobre qué hacer, más temprano que tarde.



3 Peeping Tom: Puede referirse a Tom el mirón, un personaje de la leyenda de Lady Godiva que
no pudo resistir la tentación de mirar a la mujer por un agujero.

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