domingo, 22 de marzo de 2015
CAPITULO 67 (FINAL SEGUNDA PARTE)
Horacio amaba Acción de Gracias. Era un momento para reunirse con su familia, comer buena comida y reflexionar sobre otro año maravilloso con su querida familia y amigos.
Tenía mucho más que agradecer este último año con el nacimiento de otra nieta hermosa y tres otros nietos.
Él abrazó a Emilia, acercándola, y aspiró su aroma mágico.
Sólo tenía, una semana de nacida y él había estado feliz cuando ella había hecho su entrada al mundo.
—Eres un gran regalo para nuestra familia —le susurró suavemente, mientras le acariciaba la cabeza suave.
Emilia miró a su abuelo, que parecía hipnotizado por la voz.
—Cuéntanos otra historia, abue —exigió Olivia.
—Por supuesto —respondió a su nieta mayor—. Era la noche antes de Navidad, cuando toda la casa... —comenzó, y los cuatro nietos pusieron toda su atención a su abuelo.
Justo cuando Horacio estaba terminando su historia, Emilia comenzó a quejarse y Paula entró en la habitación tibia.
—A mí me suena a que Emilia está lista para la cena de Acción de Gracias de papá —le dijo, antes de agacharse y darle un beso en la mejilla.
Horacio entregó a regañadientes a Emilia a su madre. Ella se rió de él:
—No te preocupes abuelo, puedes tenerla de vuelta pronto —dijo.
—Llevaré a los niños y te daré un poco de privacidad —respondió él bruscamente antes de partir.
Paula se sentó en la mecedora cómoda que Horacio había comprado para ella y Juana. Ella alimentó a su hija y se sintió tan contenta que fácilmente podía desbordarse.
—Aquí estás. La cena está siendo servida. Cuando hayas terminado de darle de comer, puedo hacerla eructar mientras te sientas. Necesitas descansar —dijo Pedro mientras entraba en la habitación.
—Ya casi hemos terminado —dijo Paula en voz baja.
Estuvieron en un agradable silencio mientras Emilia terminaba de comer. Paula luego la entregó a su padre y se sentó con ellos a medida que él la hacía suavemente eructar.
—Puedes ir a comer —dijo con una sonrisa afectuosa.
—Lo sé, pero esperaré. Todavía no puedo creer lo maravillosa que se ve en tus brazos. Tus manos son más grandes que su pequeño cuerpo — respondió ella.
Pedro se rió entre dientes. Él había tenido tanto miedo al sostener a su pequeña hija por primera vez. Ella era tan pequeña, se sentía como si la fuera a romper, pero una vez que Paula colocó a Emilia en sus brazos sabía que podía sostenerla las veinticuatro horas del día y aun así no sería suficiente.
Pedro terminó de hacerla eructar y ella estaba profundamente dormida.
Él la acostó en su cuna y luego caminaron tomados de la mano hacia la risa proveniente de la habitación del comedor.
Horacio estaba en el balcón diciendo una oración. Estaba tan agradecido por su creciente familia. Había un brillo en sus ojos al pensar en su hijo menor.
—Ah Marcos, te he encontrado la pareja perfecta —le susurró a la noche.
Horacio rió para sus adentros al imaginar a su hijo menor luchando por mantener su soltería. Definitivamente lucharía contra eso, pero la caída sería tan dulce.
—Horacio, todos esperan por ti. —Era el dulce sonido de la voz de Ana.
—Pueden esperar un momento más. Ven aquí, mi bella esposa —dijo, mientras sostenía su brazo hacia ella.
Él la tomó en sus brazos y la besó con un profundo amor que iba más allá de la pasión. Ella era una parte de su alma.
Había pasado por lo bueno y lo malo con su esposa y rezaba cada noche para que tuvieran muchos más años juntos.
—Está bien, mi esposa, vamos a cenar algo —dijo finalmente. Ellos caminaron tomados de la mano hacia el comedor. Horacio miró hacia la gran mesa, llena de risas y un poco de caos.
Joaquin estaba tirando la comida por toda su cara y la silla alta. Olivia estaba riendo de algo que su tío Marcos le dijo y Samuel estaba dormido en brazos de su padre. Horacio miró hacia el despacho y supo que la bebé Emilia estaba a salvo en su cuna.
Él estaba tan lleno de amor que tuvo que sentarse allí durante unos momentos antes de que finalmente se parara para hacer un brindis.
Todo el mundo sabía que la cena de Acción de Gracias no comenzaba oficialmente hasta que él hiciera un brindis y cada año la bendición se convertía en algo cada vez mayor, por lo que agradecía mucho más.
—Me gustaría hacer un brindis —comenzó a Horacio con su normal voz estruendosa—. Estoy muy agradecido por las nuevas adiciones a nuestra familia. Juana y Paula, que han traído luz y alegría a mis hijos y voy a estar agradecido cada día de que de alguna manera se las arreglan para domar a estos vándalos5 —dijo.
Todos en la mesa se echaron a reír, mientras que las parejas felices se acercaron un poco más el uno al otro.
—Por supuesto, la bendición más grande de todas es tener por fin el zapateo de pequeños pies corriendo. Amo a cada uno de mis hermosos bebés —continuó, mientras miraba a Joaquin, Olivia y Samuel—. ¡Y qué bendición tener a Emilia que nació justo una semana antes del más agradecido de los días! —dijo, y luego le dio un poco de tos.
Todo el mundo sabía que estaba tratando de contener su emoción, así que todos fingieron no darse cuenta y le dieron un momento para recobrar la compostura.
—Sé que el próximo año estará lleno de muchas bendiciones más — dijo, y miró a Marcos, su hijo menor, quien comenzó a retorcerse un poco en su asiento.
—Ah, hermano menor, creo que papá está profetizando que vas a ser el próximo que le dará un nieto —incitó Federico a su hermano menor.
—Sabes que eso no va a suceder. Soy un soltero empedernido —dijo con una risa, pero también luciendo un anhelo en sus ojos que tanto Juana y Paula vieron. Se miraron la una a la otra y sonrieron.
—Tus hermanos estaban igual hasta que conocieron al amor de su vida. Ahora son mucho más felices de lo que eran antes. Nosotros tenemos que tener a alguien a nuestro lado —dijo. A continuación, tomó la mano de su bella esposa Ana en la suya.
»Estoy muy agradecido por todo lo que me dan todos los días que estoy bendecido lo suficiente como para estar contigo Eres mi luz, mi única razón de ser —dijo. Todo el mundo se quedó en silencio al ser testigos de un amor que no podía ser igualado.
—También te amo, Horacio —respondió ella, antes de limpiar discretamente una lágrima de su cara.
—Ahora vamos a comer esta comida maravillosa que ha sido preparada —dijo con una voz ligeramente agrietada.
—Aquí, aquí —gritaban todos. El resto de la noche se llenó de risas y momentos memorables.
5 El término en ingles hooligan hace referencia a los tipos que causan disturbios cuando van a ver
un partido de fútbol, por lo que la traducción al español más acertada es vándalo.
CAPITULO 66
Paula estaba emocionada por cargar otro bebé de Pedro.
—Nunca pensé que mi vida pudiera ser así de perfecta. Te amo, Pedro.
—Te amo Paula y pasaré el resto de mi vida mostrándote cuánto lo hago —dijo mientras la besaba gentilmente.
Paula tembló mientras el doctor aplicó el gel frío en su estómago, pero pronto todo su dolor pareció evaporarse con la primera vista de su bebé.
—¿Es ella? —preguntó sorprendido, mientras una pequeña cabecita perfecta salía en el monitor. Él estaba apretando la mano de Paula mientras miraba la primera imagen de su hijo.
—¿Cómo estás seguro de que nuestro bebé será niña? —preguntó
Paula con una sonrisa de orgullo. También tenía el presentimiento de que iba a ser niña.
—Porque este mundo no estaría completo sin una imagen tuya en él — dijo él como un hecho.
Los ojos de Paula se llenaron nuevamente con lágrimas. Ella no podía creer que hace un par de días había estado llena de tal desesperación. Sintió como si todo hubiera estallado por la alegría que sentía.
Sus ojos regresaron al monitor y ella tomó cada detalle de cada imagen tridimensional de su hija, quien estaba segura en su útero y crecía más fuerte cada día.
—Gracias por ser un maravilloso esposo y padre —dijo ella, apenas capaz de sacar las palabras de su garganta apretada.
—No, Paula, soy yo el que te debe agradecer por tener mucha fe. Te amo a ti, a Joaquin y a nuestra hija —dijo él.
Paula sabía que desde ese día su vida sería una aventura maravillosa y que incluso habría pruebas de vez en cuando, pero las cosas funcionarían bien para ellos. Ella miró al monitor y a su esposo, y luego le envió una oración silenciosa de agradecimiento a Dios por tantas bendiciones en su vida.
CAPITULO 65
Al día siguiente el doctor entró en la habitación y miró algunos gráficos
—Bueno, tenemos algunas buenas noticias, señor Alfonso. Ella está curándose maravillosamente y debería despertar en cualquier momento.
También parece que el bebé no fue afectado por el accidente y su embarazo va bien —terminó él.
Pedro se sentó en shock. Él tenía una mezcla de emociones corriendo a través de él. ¿Sabría ella que estaba embarazada? Ella le hubiera dicho.
—¿De cuánto tiempo? —escupió finalmente.
—Lo siento, asumí que ya sabía. —El doctor parecía tropezar con las palabras. Él miró de nuevo a las gráficas—. Ella está como por la doceava semana —dijo él finalmente.
El rostro de Pedro se encendió con alegría. Ellos iban a tener otro hijo.
Amaba demasiado a su hijo y ahora iban a darle un hermano. Incluso mejor, él estaría ahí durante todo el embarazo. Él vería a su hijo llegar al mundo y estaría ahí para disfrutar cada día del embarazo completo.
Él se sentó junto a Paula y le agradeció al cielo por todas las
bendiciones en su vida. Su esposa iba a estar bien, aunque se sentiría mucho mejor cuando ella finalmente abriera los ojos. Él iba a tener otro hijo que amar. Joaquin era el mejor hijo en todo el universo. Solo parecía bien traer más hijos al mundo. Él sonrió, pensando que sonaba un poco predispuesto, pero eso también estaba bien.
Él hizo un voto de que nunca más dejaría que nada malo le pasara a su familia. No podía soportar sentirse tan inútil.
Más tarde ese atardecer, ambas familias fueron a ver a Paula, trayendo más flores y globos. Su habitación se miraba como una florería por todos los arreglos que le había dado la gente que le deseaba lo mejor.
—Vamos a tener otro bebé —dijo emocionado Pedro a todos en la habitación. Él sabía que tenía que esperar que Paula estuviera despierta para decirle a todos, pero no podía evitarlo. Estaba demasiado emocionado por eso.
Hubo un momento de silencio antes de que todos vitorearan.
—Felicidades, hijo —casi gritó Horacio antes de darle a Pedro un gran abrazo de oso.
—Eso es maravilloso, simplemente maravilloso —agregó Juan con lágrimas en sus ojos.
Sus hermanos le dieron un gran abrazo y Juana lo besó en la mejilla.
Ellos estaban igual de emocionados que él.
—Ni siquiera sé si Paula lo sabe, pero no pude esperar para decirle a todos —dijo Pedro avergonzado.
—Pedro —Su cabeza se giró mientras escuchaba el suave susurro de su nombre siendo dicho. Los ojos de Paula estaban confundidos y lo estaba mirando directamente.
—Bebé, es bueno verte despierta. —Él se sentó en la silla junto a la cama de su esposa y puso su mano en la de ella.
—¿Qué…? ¿Qué pasó? —finalmente se arregló para decir.
Su garganta se sentía como una lija. El resto de la habitación estaba completamente en silencio.
—Estuviste en un accidente automovilístico terrible, pero ahora todo está bien. Deberías ser capaz de volver a casa en unos días —dijo él.
—No recuerdo. Estaba manejando y entonces todo quedó negro… — dijo ella, sonando asustada.
—No tienes nada de qué preocuparte. El doctor dijo que ibas a estar bien —le aseguró.
—Joaquin está bien, ¿cierto? —preguntó ella. El monitor de su corazón empezó a sonar frenéticamente mientras miraba por la habitación buscando a su hijo.
—Joaquin está bien. Tienes que tranquilizarte, tu ritmo cardiaco se ha acelerado —dijo él calmadamente y suspiró de alivio cuando los pitidos disminuyeron—. Él está en casa con Julia. Ella estará aquí en una hora con él —le dijo y la besó gentilmente.
Paula miró el rostro de Pedro. Él lucía como si hubiera sido el que estuvo en el accidente. Sus ojos tenían círculos oscuros y su rostro estaba sin rasurar. Su ropa parecía estar desesperada por cambiarse. Nunca se había visto mejor para ella.
—Siento las cosas que dije. Te amo más de lo que nunca podrás imaginar. Simplemente estaba asustado. Has tenido mi corazón por tanto tiempo y tenía miedo de que si te decía de alguna manera, me controlarías.
Me he dado cuenta pronto que eso no importa. Cuando pensé que podía perderte estuve a punto de volverme loco. Por favor, perdóname por ser tan estúpido —le rogó.
Ninguno se dio cuenta de que sus familias silenciosamente salieron de la habitación, dándoles la privacidad que necesitaban. Ellos no se fijaron de las miradas felices entre Horacio y Juan, los dos padres entrometidos.
—Claro que te perdono Pedro. Te amo demasiado. Quería regresar a casa en el momento que me fui. Estaba pensando en que prefería vivir contigo sin amor que sin ti —contestó ella.
—Así que, ¿vamos a estar bien? —le preguntó.
—Vamos a estar más que bien. Creo que finalmente podemos ser una familia real —dijo ella.
—Hablando de familias —empezó él—. ¿Cómo te sientes con la idea de darle a Joaquin un nuevo hermano o hermana?
Paula le sonrió de oreja a oreja.
—Nada me haría más feliz que tener una casa llena de hijos corriendo por ahí, llenando las esquinas vacías. —Le sonrió ampliamente—. Tan pronto salga de aquí, empezaremos a trabajar en eso.
Pedro le dio una sonrisa cegadora.
—No me molesta practicar por el bebé número tres, pero el número dos ya se está cocinando —dijo.
Paula miró a su esposo con confusión por unos minutos antes de que se diera cuenta de lo que realmente estaba diciendo.
—¿Estamos…? —empezó, luego él asintió—. ¿Estamos realmente embarazados? —le preguntó con esperanza.
Pedro asintió. Él estaba embargado por la emoción que no podía hablar.
Encontró divertido decirle a ella que estaba embarazada cuando normalmente era al revés.
—No puedo creerlo —jadeó ella—. ¿Cómo lo sabes?
—Ellos hicieron toda clase de exámenes para asegurarse que estabas bien, y encontraron que estás en la doceava semana. El bebé está bien. De hecho van a traer un monitor esta tarde para que podamos ver a nuestro pequeño —dijo él.
—No puedo creer que no supiera que estaba embarazada. Pensé que tenía gripa. Supongo que incluso la gripa no puede durar demasiado —dijo ella, sintiéndose un poco tonta.
—Me debí dar cuenta que algo pasaba por mí mismo. Has estado durmiendo mucho y apenas comes. Tenemos que cuidarte apropiadamente para que cuidemos a nuestro bebé —dijo él, y gentilmente acarició su pancita, la que tenía un poco crecida.
Paula miró su mano en su estómago y se rió.
—Pensé que estaba engordando —dijo ella, volviéndose un poco rosa.
—Te amaría sin importar cómo lucieras —dijo él y ella podía ver que lo decía en serio.
CAPITULO 64
Pedro estaba sentado en su escritorio con la cabeza en sus manos. Él estaba lamentándose de las palabras que le decía a Paula. Mientras más pensaba más se daba cuenta que ella no le pedía nada que no quisiera darle.
Todos los pensamientos del trabajo se habían ido. Él estaba pensando en sus momentos con Paula. No podía esperar caminar por la puerta cada tarde para verla. Se dio cuenta que con el paso de los días, él continuamente miraba el tiempo y contaba las horas hasta que regresara a casa.
Hacía más trabajo en la casa, incluso que el que había tenido en el pasado. Todo lo que no requiriera que estuviera en la oficina era hecho en casa.
También, delegaba más trabajo que nunca. Solo quería pasar el tiempo con su hijo y su esposa. El trabajo ya no era la prioridad que solía ser.
Sus noches no se parecían a las de antes. Ella siempre estaba ansiosa de caer en sus brazos. Era la criatura más hermosa que nunca había conocido. Podía imaginarla embarazada con muchos de sus hijos. Él no podía imaginar su vida sin ella.
Su corazón parecía crecer tanto en su pecho cuando se dio cuenta. Él la amaba.
—La amo —murmuró en voz alta, justo para oír cómo sonaba y para saber cómo se sentía decirlo. Él podía sentir que su boca formaba una sonrisa. La amaba. Quería gritarlo desde el techo.
Él sabía que había estado sentado ahí mucho tiempo, pero necesitaba controlar sus emociones. Finalmente se levantó para ir a hablar con Paula.
Odiaba el dolor que le causó. No podía creer que se quedó simplemente sentado mientras las lágrimas caían por sus mejillas y el dolor brillaba en sus ojos.
Bueno, eso nunca más sucedería. Él podía reconstruir eso y mucho más. Caminó hacia el dormitorio y no había señal de ella. Él revisó por el resto de la casa y no había señal.
Empezó a preocuparse. Él fue a la habitación de su hijo y encontró a Julia adentro.
—¿Sabes dónde está Paula? —preguntó.
—Pensé que habían salido. Ella vino hace como una hora, diciendo que estaría afuera esta noche —contestó. Sus ojos se encogieron ligeramente mientras lo miraba—. Ella se miraba como si algo la molestara, aunque hacía su mejor esfuerzo por ocultarlo —dijo en tono acusador.
Pedro fue a su dormitorio, planeando llamarla a su celular.
Su extensión sonó antes de que tuviera oportunidad de hacer la llamada. Atendió al primer timbre.
—Hola.
—¿Es Pedro Alfonso? —preguntó la voz de un extraño.
—Sí, ¿puedo ayudarlo?
—Señor, su esposa tuvo un accidente automovilístico. Ella está en el Hospital Mercy West en cirugía y usted es el contacto de emergencia —dijo el extraño con compasión.
Pedro tiró el teléfono sin decir otra palabra y corrió por la puerta. Él le gritó a Julia para que le dijera a la familia de Paula y a la suya y luego corrió a su carro. Él no podía perderla.
Por favor, Dios, rogó, no me la quites.
Pedro llegó al hospital en tiempo récord. Él ni siquiera podía recordarse conduciendo. Un momento se subió al coche, y al siguiente entraba apurado por la entrada del hospital.
—¡Busco a mi esposa, Paula Alfonso! —Él prácticamente le gritaba a la pobre recepcionista.
—Un momento, señor —dijo la enfermera eficiente mientras miraba a la computadora en un tiempo que parecía ser horas—. Ella llegó hace una hora y sigue en cirugía. Necesito que por favor me llene estos papeles —pidió ella, mientras sacaba una pila de papeles.
—¡Al diablo con los papeles, quiero saber que está pasando con mi esposa! —le gritó a la mujer.
—Señor, entiendo que esté molesto ahora, pero el doctor saldrá en un momento más para informarle la condición de su esposa. Realmente necesitamos que esos papeles se llenen —intentó de nuevo la enfermera.
Pedro estaba a punto de agarrar a la mujer insufrible por las solapas de su camisa y exigirle que lo llevara hacia Paula cuando una mano lo golpeó en el hombro.
—Vamos hijo, llenemos los papeles y esperemos al doctor.
Los hombros de Pedro se hundieron por la derrota. Su padre estaba ahí, y tenía razón.
—Okey, papá —concedió derrotado.
—Sé que estás preocupado, chico. Todos lo estamos, pero tu familia ahora está aquí y esperaremos juntos. Paula es fuerte y sé que se recuperará de esto.
Pedro le dio gracias a Dios porque su familia estaba ahí con él. No se podría sentar en la sala de espera y mantener su compostura sin ellos.
Unos minutos después sus hermanos, Federico y Marcos, estaban ahí con él, y luego el padre de Paula, Juan. Nadie habló. Ellos estaban ahí para ser un soporte. La esposa de Federico, Juana, entró con café y comida para todos y envolvió a Pedro en un abrazo.
—Estará todo bien. Ella es fuerte —dijo ella, entonces besó su mejilla y fue a sentarse con su esposo.
—Hijo, demos un paseo —dijo Hoarcio y condujo a Pedro fuera de la habitación.
—¿Y si viene el doctor, papá? —preguntó con pánico Pedro.
—No nos alejaremos, y confía que si entra el doctor, uno de tus hermanos rápidamente vendrá por ti —le aseguro Horacio.
—Okey —dijo Pedro, dándose cuenta que realmente necesitaba algo de aire para aclarar su cabeza.
—¿Todo está bien entre tú y Paula? —preguntó Horacio. Él nunca andaba con rodeos, siempre iba al centro del asunto.
—No he sido un buen esposo —dijo Pedro, luchando para no sollozar—. Ella me dijo que me amaba y me volví un poco loco. Estaba asustado de admitir que la quiero mucho y que me preocupa que ella termine decepcionada por mí y huya. He sido un tonto —terminó.
—Bueno, admitirlo es el primer paso —dijo Horacio con una pequeña risita.
Pedro no le encontró chiste a las palabras de su padre.
—En verdad la amo —dijo él finalmente.
—¿Ya le dijiste eso? —preguntó su papá
—Iba a hacerlo, pero tuvimos una pelea y por eso ella salió. Todo esto es mi culpa y si algo le sucede, nunca seré capaz de perdonarme —murmuró Pedro.
—Ella estará bien Pedro, y tú tendrás el resto de tu vida para asegurarle que realmente la amas. Cuando dos personas realmente están destinadas a estar juntas, nada puede detenerlos, quizás excepto sus cabezotas. Estoy contento de ver que estás despertando —dijo ligeramente Horacio.
—Gracias, papá. Me preguntó de dónde vendrá esa testarudez — agregó Pedro.
—Ay chico, tu mamá me ha dado unas cuantas patadas en el trasero, y estoy seguro que las merecía, pero ahora sabes que yo caminaría en el fuego por ella.
—Nunca pensé que era posible encontrar un amor tan grande como el tuyo y el de mamá, pero ahora sé lo equivocado que estaba. Saber que Paula está herida y que no soy capaz de hacer nada es como si se rompiera un pedazo de mi alma. Necesito hacer que ella se mejore —pidió Pedro.
—En verdad has crecido para convertirte en un buen hombre. Sé que sabes que siempre estaré aquí para ti y que superaremos esto. La familia siempre está junta. No hay manera que Paula dejé a su hijo, así que ten fe, ora mucho y sé que todo funcionará.
—Gracias, papá. Me sentiré mejor una vez que el doctor me deje verla —dijo Pedro, mirando por la puerta hacia la sala de espera.
—Vamos de nuevo adentro —dijo Horacio y caminaron hacia la familia.
Pedro caminó dentro de la habitación en lo que parecía ser la centésima vez cuando un doctor salió por la puerta. El hombre se dirigió al gran grupo de personas.
—¿Pedro Alfonso? —preguntó.
—Ése soy yo —respondió rápidamente Pedro.
—Su esposa ha salido de la cirugía. Su condición es estable, pero las siguientes veinticuatro horas son críticas. Ella está ahora mismo en coma, pero tenemos confianza de que despertará en los próximos días. Su cuello está roto y tiene un gran corte en su pierna izquierda. Hemos reparado ambas cosas. Su cabeza se llevó un gran golpe y eso es ahora nuestra principal preocupación. Tenemos que aliviar la presión y mantenerla bajo vigilancia. —Finalmente el doctor dejó de hablar.
Pedro seguía digiriendo las palabras que decía el doctor sintiendo como si hubiera sido abofeteado. Él estaba tan preocupado por Paula.
—Puedo verla, ¿por favor? —Le tomó todo el control a Pedro no agarrar al doctor y exigirle que lo llevara hacia su esposa. Él no era normalmente un hombre que preguntaba.
—Ella ahora está siendo movida a su habitación. La enfermera lo llevará en unos cuantos minutos —contestó el doctor y se fue, cruzando las puertas dobles.
—Esperaremos aquí, hijo —dijo Horacio, mientras le daba golpecitos al brazo de Pedro.
Unos minutos después condujeron a Pedro por algunos corredores hacia la habitación de Paula. Pedro jadeó en shock cuando vio a Paula acostada en una cama grande. Su rostro estaba con moretones y ligeramente hinchado. Él sintió que una lágrima se deslizó por su mejilla mientras se daba cuenta de lo cerca que estuvo de perderla.
Jaló una silla junto a su cama y gentilmente puso su mano sobre la de ella.
—Paula, estoy muy triste por todo lo que te he hecho pasar.
Estaremos bien. Por favor, despierta, para que podamos ser una familia. Te amo demasiado y no puedo vivir sin ti —le dijo para que ella abriera sus ojos y lo mirara.
Ella no se movió. Él se quedó ahí con ella el resto de la noche. La enfermera había entrado y le dijo que las horas de visita habían terminado, pero después de varios minutos se dio por vencida, sabiendo que ella no podría alejar a un esposo devoto.
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