Pedro se echó a reír en voz alta por el horror en su rostro ante la idea de ser descubierta desnuda en la parte de atrás de un auto con su marido.
Sacó el sostén que estaba detrás de él y se lo pasó. Ella terminó de vestirse en un tiempo récord y se alejó de él.
Pedro se enderezó, pero sabía que la ropa volvería a ser arrancada en unos minutos. Le resultaba muy entrañable que su esposa tuviera miedo de ser atrapada besuqueándose en la parte de atrás de la limusina.
Acababa de hacerle el amor a Paula, demasiado rápido, y ahora quería tomarla de nuevo, mucho más lento y delicadamente. Ya podía sentir su cuerpo endurecido por el sólo pensamiento de hundirse en ella. No podía entender cómo él podía desear con tanta rapidez tras haber quedado totalmente satisfecho.
Se detuvieron en el aeropuerto, donde el avión privado esperaba su llegada. Pedro la dirigió al interior, mientras que el equipaje era cargado.
—Vamos a despegar en unos treinta minutos, señor y señora Alfonso. ¿Hay algo que pueda hacer por ustedes mientras esperamos? —preguntó una señora rubia demasiado linda y alegre cuando entraron.
—Sí, Lana, gracias. Cenaremos, y tomaré un whisky americano. ¿Qué te gustaría para beber, querida? —le preguntó a Paula.
—Me encantaría un poco de leche, por favor —respondió ella, dándose cuenta por primera vez de que se estaba muriendo de hambre. Le encantaba la expresión de cariño saliendo de sus labios. La hacía sentir como una verdadera esposa.
—Aquí está su leche, señora Alfonso. Su comida estará en tan sólo unos minutos —dijo la azafata alegre cuando regresó puntualmente.
Paula la miró con un poco de shock. Ella la había llamado señora Alfonso en dos ocasiones. Era la señora Alfonso.
No había pensado realmente en eso. Continuamente había pensado en el poder del nombre Alfonso, y ahora lo tenía.
Estaba tan fuera de sí en su mundo que no sabía cómo
podría posiblemente encajar
—¿Cómo te estás sintiendo? —preguntó Pedro.
—Muy bien, en realidad —contestó ella—. Me olvidé de comer hoy, así que me muero de hambre. Creo que podría comerme una vaca entera en estos momentos. ¿Sería grosero de mi parte pedir dos de las cenas pequeñas? — preguntó ella, un poco avergonzada.
Pedro se echó a reír a carcajadas ante su pregunta.
—Tenemos una comida completa preparada para nosotros, Paula. No creo que tengas que preocuparte por tener hambre. Yo estoy bastante hambriento. No he tenido tantas oportunidades para comer con todas las cosas que han pasado.
—Aquí está su primer plato. —Paula miró hacia las bandejas que Lana colocaba en frente de ella, y su boca comenzó a salivar. Había varios aperitivos en la mezcla, de los cuales se desprendían los aromas más sorprendentes. Su estómago gruñó con la fuerza suficiente para que tanto Pedro como Lana la oyeran perfectamente.
—Será mejor que comas antes de que mi hijo empiece a gruñir más —dijo Pedro y le dio unas palmaditas en el estómago.
Paula estaba tan sorprendida por el momento íntimo, las lágrimas llenaron sus ojos de nuevo. Ella se inclinó y lo besó impulsivamente.
—Tu hijo o hija —subrayó con humor—, está perfectamente bien. Es la mamá la que podría consumir todo lo que está a la vista. —Ella agarró el tenedor y murmuró en voz alta lo bien que sabía.
* * * *
—Les serviré sus ensaladas después de haber despegado —dijo Lana y luego se fue a comer.
Paula acabó con su comida y miró lo que quedaba en el plato de Pedro con anhelo. Él se rió de su patética expresión y luego clavó un bocado y la alimentó. Ella cerró los ojos y gimió de placer, y él se olvidó de la comida mientras la sangre se agolpaba en su ingle.
Lo que ella hacía con él era increíble. La quería todo el tiempo. Disfrutaba tanto de todo. Ella no tenía esa mirada de éxtasis en su rostro cuando miraba los objetos de valor a su alrededor. Lo hacía cuando tomaba un bocado de comida que se derretía en su lengua, y definitivamente cuando él estaba empujando dentro de ella.
—Paula, ¿podemos empezar esta luna de miel con el pie derecho? Lo siento por las acusaciones que hice en tu contra. Realmente me gustaría que dejáramos pasar esas cosas y tuviéramos un buen viaje —dijo al tiempo que tomaba su mano entre las suyas.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas, y asintió con la cabeza.
—Estas hormonas del embarazo me hacen llorar a cada instante, te lo advierto ahora —dijo ella con una risita—. Yo no suelo ser tan emocional.
—Me gustas así —susurró y la besó un poco más.
—Estamos listos para el despegue, Sr. Alfonso. Por favor, abróchense los cinturones de seguridad, tendremos un viaje tranquilo. El viento va en nuestra dirección, por lo que deberíamos aterrizar en París a las nueve — dijo la voz del piloto por el intercomunicador.
—Nunca he volado en un avión antes, pero he visto las películas, y tengo que decir que esto es mucho mejor que compartir una fila de asientos con un tipo grande y sudoroso a tu lado y un niño gritando detrás —dijo Paula con entusiasmo.
Pedro se echó a reír. Ella realmente era vigorizante.
—Estoy de acuerdo contigo.
* * * *
No tenía miedo. Se sentía llena de adrenalina.
Definitivamente tendría que añadir volar a su lista de cosas favoritas que le gusta hacer. Tendría que ver si su esposo la llevaba a volar hacia otros países.
Tal vez durante su aniversario el próximo año.
Una vez que llegaron a una cierta altura, Lana les trajo el segundo plato.
Comieron varios platos, incluyendo una suculenta langosta.
Eso definitivamente no provenía de los congelados del supermercado del congelador de su apartamento. Después del final del último plato, ella se echó hacia atrás y se frotó el estómago.
—Tenías razón, Pedro, Estoy llena —dijo medio dormida mientras se le escapó un bostezo.
—Vamos a tomar una siesta. Te ves agotada —dijo mientras se levantaba y la ayudaba desde su asiento.
—¿Quiere que le traiga algo, señor Alfonso? —preguntó Lana.
—No, gracias, Lana. Vamos a retirarnos por el resto de la noche — respondió.
* * * *
Pedro pasó la siguiente hora mostrándole repetidamente lo deseable que era. Luego la tomó en sus brazos, y ella se quedó dormida en cuestión de segundos. Se sentía muy afortunado de tenerla como novia. Puede que no hubiesen empezado de buena manera, pero él sabía que iban a ser muy buenos el uno para el otro.