lunes, 23 de marzo de 2015
CAPITULO 72
Pedro estaba de un humor increíblemente malo mientras volvía a la habitación del hotel, lo cual era inusual para el normalmente afortunado hombre que va feliz por la vida.
Cualquier persona que lo conocía sabía que era mucho más probable verlo gastando una broma que alzando la voz.
Lanzó su sombrero de vaquero en la cama y se quedó mirando la luz intermitente en su teléfono indicando que tenía un mensaje. Su negocio fracasó ya que el hombre con el que había estado hablando a lo largo de los últimos meses se había olvidado de decirle que las diez cabezas de ganado que estaba tratando de vender estaban al borde de la muerte.
Una de las pocas cosas que Pedro no podía tolerar era el abuso animal. Podía entender un tipo de perforación para marcarlos, pero abusar de un animal estaba fuera de lugar.
Un hombre no abusaba de un animal y nunca dañaba a una mujer.
Aquellos eran bastante básicos. Cuando se enfrentó a esa escoria de hombre que había tratado esa noche, le tomó todo su esfuerzo no volver a sus años de adolescencia y lanzarle un golpe al hombre.
Se sirvió una copa y dejó que el calor se extendiera por su garganta para ayudar a calmar sus nervios. Entonces finalmente escuchó su correo de voz.
—Buenas noticias hijo, te he encontrado una nueva cocinera. Ella es absolutamente perfecta. Hizo la cena para los chicos esta noche y creo que los hombres han ganado unos kilos. En el momento en que ellos habían mordisqueado cada última migaja de su pastel de manzana, tuvimos que casi contratar una grúa para levantarlos de la mesa. Llámame cuando llegues. —Encontró demasiado fuerte la voz de su padre en el teléfono.
—Me gusta mucho. Una cosa menos de la que tengo que
preocuparme —dijo Pedro en voz alta para sí mismo. Se sentó para devolver la llamada de su padre.
—Ya era hora de que llamaras —retumbó la voz de Horacio sobre la línea.
—Yo estoy muy bien, ¿y cómo estás tú, papá?
—Sí, sí, cómo estás y etc. —bromeó Horacio de vuelta.
Pedro realmente amaba a su padre. Amaba a su familia entera, incluyendo a sus cuñadas y sobrinos hermosos. Su familia había crecido en los últimos años y estaba empezando a sentir un poco de soledad, viendo el amor claro entre sus hermanos y sus esposas. Jamás se lo
admitiría a su padre casamentero, sin embargo.
—¿Recibiste el ganado? —le preguntó Horacio.
—No, el hombre resultó ser un verdadero delincuente —respondió Pedro, sintiendo que la ira comenzaba a hervir de nuevo al explicar la historia a su padre.
Hablaron de negocios un rato más y entonces Pedro le dijo que necesitaba descansar un poco.
—Te veré mañana. Vuelvo a casa temprano ya que no hay necesidad de permanecer aquí por más tiempo —dijo Pedro.
—Genial, hijo, mañana conduciré de vuelta. Voy a llamar al resto del clan y podemos tener una reunión familiar. No tenemos una hace unas semanas, lo cual es demasiado tiempo —dijo Horacio con seriedad.
—Estoy de acuerdo contigo, llama al clan y podemos tener una barbacoa. Hablaré contigo mañana —dijo Pedro y colgó el teléfono. Él ya se sentía mejor. No había nada que le hacía sentirse tan bien como estar con su familia.
CAPITULO 71
El desayuno duró aproximadamente una hora. Paula estaba
empezando a preocuparse un poco. Esto era diferente a cualquier entrevista de trabajo que nunca había tenido antes.
Él no estaba haciendo ninguna de las preguntas habituales que los posibles empleadores preguntan. Él estaba mucho más preocupado acerca de su vida personal.
Ella se sorprendió cuando se encontró hablándole a Horacio acerca de su difunto esposo y el accidente de automóvil.
Tuvo que parar antes de que terminara hablando sobre el asunto de la custodia. El hombre parecía inspirar a una persona para contarle su historia de vida.
—Paula, creo que se ajusta perfectamente al puesto. ¿Cuándo puede empezar a trabajar? —le preguntó Horacio.
—Podría comenzar de inmediato —respondió ella con verdadera alegría.
—Bueno, no hay mejor tiempo como el presente. Deja que me encargue de esta cuenta y puedes seguirme hasta el rancho —dijo mientras se levantaba.
—Puedo pagar por mi desayuno —dijo. No estaba acostumbrada a tomar limosnas, incluso cuando no tenía nada.
—Tonterías querida, ésta fue mi entrevista. ¿Por qué no recoges a tu hijo y nos vemos en la esquina? —dijo. Ella se dio cuenta de que no habría discusión, así que hizo lo que le pidió.
—¿Dónde has aparcado? —preguntó él al pisar el frente.
—Me quedo en el motel de la calle, pero mi coche no está
funcionando en este momento. Tengo que conseguirlo en el taller.
Estaba muy avergonzada de admitir lo obvio.
—Bueno, entonces, vamos en mi coche y pasamos por su motel para que pueda recoger sus pertenencias y dejes el lugar. Estoy encantado de llevarte al rancho. ¿Está su coche en la tienda aquí en la ciudad?
—Todavía no. Está todavía en el motel —respondió ella en voz baja.
—Eso no es problema. Lo remolcaremos hasta allí. Los chicos aquí en la ciudad hacen un trabajo excelente y puede entregártelo cuando esté todo listo.
—Gracias —respondió ella. Estaba agradecida de haber encontrado el anuncio en el periódico. Realmente no le importaba lo que el trabajo implicara. Estaba emocionada de tener un lugar para alojarse y sus primeros cheques pagarían su coche. La vida comenzaría a volver a la normalidad para ella y Diego, de nuevo.
Paula no demoró demasiado saliendo del motel. No tenía muchas cosas personales. Había empacado ropa y algunos de los juguetes favoritos de Diego y libros, pero no mucho más. Había tenido prisa por salir y sabía que las posesiones podrían ser fácilmente reemplazadas, pero su hijo no.
Pronto estuvieron fuera y subiendo por un camino sinuoso, lejos de la pequeña ciudad.
—La casa de la hacienda no está demasiado lejos de la ciudad. Es sin duda un hermoso país aquí —dijo Horacio.
—Estoy de acuerdo. No puedo creer que nunca haya estado fuera de esta zona —respondió ella.
—¿De dónde eres originalmente? —preguntó.
Paula no sabía si decirle la verdad o no, pero sabía que si ella comenzaba a construir una gran historia en torno a sí misma, sería difícil mantenerle el ritmo. Decidió que lo mejor sería quedarse con la verdad tanto como sea posible.
—Somos de la zona de Los Ángeles. Nos enfermamos de las muchedumbres y de la contaminación y decidimos ir en coche al norte hasta encontrar algún lugar donde quedarnos definitivamente. Resultó que Fall City se convirtió en ese lugar —dijo.
—Tiene muy buen gusto, querida —respondió.
Diego comenzó a hacer su gran cantidad usual de preguntas y Horacio le respondió alegremente. Paula se sentó y disfrutó del momento en el cómodo sedán.
Salieron de la carretera y cruzaron bajo un enorme letrero que decía Rancho Tres Hijos. El camino de entrada estaba flanqueado a ambos lados por enormes robles parecían ser de cientos de años.
No podía ver nada a través de los árboles y creció la expectación.
—Mi bisabuelo construyó esta finca hace más de cien años atrás, sin un centavo en el bolsillo. Él amaba la tierra y sabía que podía hacer algo con ésta. Ha sido transmitido a través de los años. Mi bella esposa, Ana y yo hemos decidido vivir en la ciudad, pero Pedro ha sido siempre un hombre de campo, por lo que le pertenece a él ahora. Sus hermanos vienen y lo ayudan cuando desean alejarse, pero nadie quiere este lugar como Pedro —le dijo Horacio.
Paula se sorprendió al descubrir que Horacio no iba a ser su
empleador.
—¿No vive aquí? ¿Voy a estar trabajando para su hijo? —preguntó.
—Sí, vas a trabajar para Pedro. Tuvo que ir a Montana por algún negocio del rancho y no volverá hasta la semana que viene. Él me pidió que cuidara de la situación del empleo por él. No te preocupes. Hay un montón de personal por lo que no vas a estar sola aquí. Todos nuestros empleados son personas de confianza y buenas. Tú y tu hijo estarán más
seguros —le aseguró, sin comprender su miedo.
Ella no estaba preocupada por su seguridad. Le preocupaba que a su jefe no le gustara tener un niño de cinco años corriendo alrededor de su rancho. Tendría que asegurarse que Diego no se cruzara con Pedro y se comportara muy bien. Se imaginaba que estarían en un barracón1 de todos modos y nunca se encontrarían casualmente con el jefe.
Paula se quedó sin aliento cuando doblaron una esquina y la casa del rancho apareció a la vista. Era magnífica.
Pensó que había visto antes la riqueza, con todo lo que su ex familia política tenía, pero no era nada comparado con lo que estaba delante de ella.
La casa tenía tres pisos de altura y parecía extenderse hasta el infinito. Era precioso y no era del todo lo que ella había esperado. Cuando Horacio había nombrado una casa del rancho, se había previsto una pequeña gran casa granjera del mil ochocientos con un porche alrededor.
Sin duda tenía un porche, pero era enorme. Había un balcón en el segundo piso, con varias puertas francesas diferentes que permitían el acceso a la misma.
—Wow, ¿esto es un hotel? ¿Hay una piscina? —preguntó Diego con entusiasmo, ya que todos ellos bajaron del vehículo.
Horacio se echó a reír.
—No, es la casa principal, Diego. Tú y tu mamá van a vivir aquí y sí, hay una piscina que puedes usar en cualquier momento que quieras, pero sólo si hay un adulto presente para ver.
—Está bien —dijo Diego y comenzó a correr hacia las puertas delanteras masivas.
—Diego espera por nosotros, por favor —gritó Paula, detrás de él.
Él se detuvo de inmediato y se volvió hacia su madre, a pesar de que estaba prácticamente bailando en el lugar, apenas capaz de controlar su emoción.
La puerta se abrió cuando empezó a subir las escaleras.
—Hola Sr. Alfonso—dijo el señor mayor.
—Hola Eduardo. ¿Cómo estás hoy? —preguntó Horacio.
—No me puedo quejar —respondió el hombre.
—Paula, éste es Eduardo. Él hace un poco de todo aquí, y Eduardo, ésta es Paula, la nueva cocinera. Éste jovencito robusto es su hijo Diego.
Ellos se alojarán en el ala este. ¿Puedes mostrarles sus habitaciones para que puedan acomodarse? —preguntó Horacio.
Paula no notó el guiño que Horacio le dio a Eduardo y la sonrisa de respuesta recibió de vuelta.
—Es genial conocerlos, Paula y Diego. Síganme, estoy seguro de que están ansiosos por conseguir acomodarse —dijo Eduardo.
—Es realmente un placer conocerte también, suena genial —respondió Paula.
—¿Dónde están los perros? —preguntó Diego.
—Después de que te instales, te voy a sacar de nuevo y puedes conocer a Sassy. Tuvo cachorros hace un par de semanas y estoy seguro de que te encantara conocerlos —dijo Horacio.
—Vamos mamá, date prisa —dijo Trevor, agarrando su mano.
Paula se rió de la emoción que brillaba en los ojos de Trevor.
Ella esperaba que su nuevo jefe fuera un hombre bueno, porque mostrarle cosas a su hijo y luego tener que arrebatárselas sería demasiado cruel.
—Ya voy —respondió ella.
—Te veré abajo en el foso —dijo Horacio antes de ir por un largo pasillo.
—Este lugar es enorme —dijo Paula mientras seguían a Eduardo por una escalera grande y por un pasillo incluso más largo.
—Ya te acostumbrarás —respondió él con una sonrisa amable.
Paula no estaba tan segura, pero asintió con la cabeza hacia él de todos modos. Por todas partes que veía, había retratos de incalculable valor y antigüedades. Todo era muy abrumador.
—Sé que no esperaban dos personas, por lo que Diego y yo podemos compartir una habitación. En realidad no hay problema —dijo.
—Oh, no hay necesidad de eso. Hay un montón de habitaciones vacías en este viejo lugar a la espera de ser llenadas. El abuelo de Pedro originalmente construyó este lugar y Pedro lo renovó mediante la adición de más metros cuadrados. Quería mucho espacio para que su familia lo visitara a menudo. El valor de la familia Alfonso y los amigos están por encima de todo lo demás —dijo Eduardo.
—Aquí está tu habitación, jovencito —dijo, y abrió la puerta.
Diego gritó, mientras corría por dentro y saltaba sobre la cama enorme. La habitación era más grande que su viejo salón y comedor combinados—. No sabíamos que íbamos a tener un hijo aquí, así que vamos a aportar lo mejor para ti en el próximo par de semanas —dijo Eduardo.
—No hay necesidad de hacer nada más. Esta habitación es excelente —dijo Paula, encantada.
—Su habitación está justo al otro lado del pasillo —dijo Eduardo y abrió la puerta para ella. Ella en realidad se quedó sin aliento.
Y era incluso más grande que la habitación de Diego. Había una magnífica cama con dosel en el centro de la habitación y una enorme ventana con un cómodo asiento para mirar por la venta. Ella no quería irse nunca.
—Usted tiene un baño privado a través de esa puerta. Nos
aseguraremos de que esté funcionando en una hora. Su armario está en la puerta de allá. Después de acomodarse, baje las escaleras y vaya al corredor donde está Horacio. —Se dio la vuelta y se fue antes de que Paula se diera cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias.
—Wow mamá, tu habitación es incluso más grande que la mía. Ooh, tienes un asiento en la ventana —exclamó Diego, cuando llegó corriendo a su habitación y se dirigió hacia la ventana—. ¡Oh! Mira todos los caballos —continuó diciendo.
Paula se acercó a la ventana y se quedó mirando la escena perfecta que tenía delante. La vista del dormitorio mostraba la parte de atrás de la propiedad y de una pradera con al menos un centenar de caballos pastando.
—Mira mamá, puedes salir afuera directamente por aquí. —Diego abrió las puertas francesas, ella no se había dado cuenta y él salió antes de que pudiera ordenar sus pensamientos.
—Diego, ten cuidado —dijo, y corrió tras él. Ella exhaló un suspiro de alivio cuando notó la barandilla alrededor del porche. Su hijo estaba a salvo. El porche envolvía toda la parte posterior de la casa. Ella vio otro conjunto de puertas y se preguntó hacia dónde llevaban, pero no quería ser entrometida. Probablemente era otra habitación o un pasillo.
—Vamos a deshacer las maletas y luego ir a la planta baja. No queremos mantener al Sr. Alfonso esperando por nosotros —dijo finalmente.
—Sí, luego puedo ver a los cachorros —dijo Diego, antes de correr de nuevo en la habitación y en todo el pasillo hasta su habitación.
Rápidamente sacó sus cosas y luego se dirigió a la habitación de Diego, donde él estaba metiendo la ropa en el armario. A ella le gustaba que él hiciera las cosas por sí mismo, pero sabía que tendría que volver a ordenar la ropa más tarde.
Paula tomó a Diego y comenzaron el viaje de vuelta por las
escaleras y siguieron el pasillo hacia el sonido de las voces.
Ella oyó una carcajada y entró en puerta que daba a una sala acogedora.
El fuego ardía en la chimenea y Horacio estaba sentado en un cómodo sofá mirando.
Paula se sorprendió por la habitación. Había un ambiente impuesto mayormente para la comodidad que para una obra maestra. Se dio cuenta de que había un tema similar en todo el área de la casa que había visto hasta ahora. Artefactos caros que se mostraban detrás de un vidrio decorado de la casa y aun así había toques simples dándole un aspecto hogareño y acogedor. Las flores frescas colocadas a lo largo del mobiliario eran muy acogedoras.
—Aquí están. ¿Ya se instalaron? —preguntó Horacio mientras los veía.
—Sí lo hicimos, gracias.
—¿Podemos ver a los cachorros ahora? —preguntó Diego.
—Diego espera hasta que el señor Alfonso lo comente —lo
amonestó Paula.
—Está bien, Paula. Entiendo Diego está entusiasmado. Vamos —le dijo Diego y lo sacó de la habitación.
Paula les siguió por el pasillo hasta la cocina. Se detuvo y miró a su alrededor en éxtasis total. Era la cocina más celestial que alguna vez había pisado. Había todo tipo de artefactos que podía imaginar. Ella se olvidó completamente de los cachorros mientras paseaba por la cocina enorme, mirando en los armarios y la nevera bien abastecida.
Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y miró con aire de
culpabilidad a Eduardo, quien sonreía desde la puerta.
—Lo siento mucho, yo no debería haber empezado a husmear en las cosas —dijo ella.
—Ésta es su área, estoy más que satisfecho de ver que estás contenta con el alojamiento. En promedio cocinarás para unos veinte hombres al día, cinco días a la semana. Puede ser un poco abrumador — dijo.
—Esta cocina es un sueño hecho realidad y me encanta cocinar para grandes multitudes. Por favor, dime que les gusta probar cosas nuevas y no sólo frijoles y jamón —suplicó.
Eduardo se echó a reír a carcajadas.
—Creo que si va a cocinar, los hombres comerán hasta gusanos.
—Usted es muy halagador —dijo con una sonrisa. Paula podría decir que ella y Eduardo iban a ser grandes amigos.
—¿Por qué no pasas el tiempo que quieras aquí y te acostumbras a la cocina? Su hijo está en el cielo con los cachorros en este momento y estará perfectamente bien —dijo, y luego se deslizó por la puerta.
Paula se acercó a la puerta del patio grande y vio a su hijo y Horacio sentados en el porche cubierto, con seis cachorros negros merodeando a su alrededor. Diego echó la cabeza hacia atrás y rió con alegría pura mientras uno de los cachorros se extendía por todo su cuerpo y le pasaba la lengua al otro lado de la cara.
Ella sabía que su hijo estaba en buenas manos. Se dirigió a la cocina y se familiarizó con la ubicación de todo lo que iba utilizar. Al hacer un inventario de la comida que tenían allí, se encontró con papel y lápiz y empezó a hacer un menú para los próximos días. No podía esperar para empezar a preparar la comida.
Paula levantó la vista cuando su hijo y Horacio volvieron a entrar en la habitación y entonces notó el reloj. Ella no se había dado cuenta de que ya había pasado más de una hora. Se sentía terrible al no haber comprobado cómo estaba Diego todo el tiempo.
No podía creer lo segura que ya se sentía en el nuevo lugar.
—¿Qué piensa acerca de la cocina? —le preguntó Horacio.
—Oh, es absolutamente perfecto. No puedo esperar para empezar a trabajar en la cena.
—No tiene que empezar esta noche, ya sabe. Puede esperar hasta mañana.
—No me molesta en absoluto partir de esta noche. Sinceramente, me encanta cocinar y esta cocina está más equipada que un restaurante de cinco estrellas. Mis manos están ansiosas por empezar.
—Sólo si usted insiste. Estoy seguro de que a los chicos les gustaría mucho más tener una comida casera que las cenas de microondas que iban a comer —dijo Horacio.
— ¿A qué hora se come normalmente?
—En el verano, alrededor de las siete y en el invierno, a las cinco.
Realmente sólo tenemos dos temporadas en un rancho —dijo.
—Será mejor empezar entonces. —Se acercó a la nevera para tomar algunas cosas—. ¿A qué hora debo tener listo el desayuno?
—A los chicos les gusta venir por lo general en torno a las nueve para el desayuno. Ya se han levantado y han pasado alrededor de un par de horas desde entonces y son bastante hambrientos —afirmó.
—Eso suena perfecto.
—¿Te importa si me llevo a Diego para que mire a los caballos en el establo? —le preguntó Horacio.
—Usted realmente no tiene que hacer eso, señor Alfonso. Él puede pasar el rato aquí conmigo y colorear —dijo ella, porque no quería que su hijo fuera una carga.
—No es un problema, Paula. Me gusta pasar el rato con el chico y él no quiere pasar el rato en la cocina hasta que la comida esté lista. Vamos, Diego, puedes escoger a tu caballo favorito para montar. Los chicos aman a los jóvenes. Tenemos que decirles a los hombres cuando esté lista la cena de todos modos —dijo Horacio. Dirigió a Diego fuera de la habitación, antes de que Paula tuviera la oportunidad de protestar más.
Ella sabía que Horacio no era el tipo de hombre al que se le decía "no" con demasiada frecuencia. Se imaginó que si se aburría con su hijo, lo traería de vuelta. Ella comenzó a tararear para sí misma mientras comenzaba varias ollas grandes de pollo y albóndigas con pan fresco.
1 Barracón: Construcción de un solo piso, de planta rectangular, con un solo espacio
interior y generalmente hecha con materiales ligeros, que se usa para albergar a una gran
cantidad de personas.
CAPITULO 70
Paula se sentó nerviosamente en la pequeña cafetería.
Estaba tratando realmente con fuerza de no agitarse con nada, pero sus nervios estaban al borde. Estaba esperando para reunirse con Horacio Alfonso para una entrevista.
Ella había visto el anuncio “Se ofrece trabajo” en el periódico hace una semana y llamó de inmediato. Debió haber habido una gran cantidad de aplicaciones, ya que ella se había paseado con el teléfono, rezando para que la llamaran y ya había renunciado cuando finalmente lo hicieron.
Él le pidió que se reunieran en el pequeño café del pueblito no muy lejano a Seattle. Ella prefería la vida en el campo mucho más que en una gran ciudad, en la que podría perderse dentro. Ella estaba reducida a un par de dólares y debía irse del motel en el que estaba en dos días más. No
podía arruinar la entrevista de trabajo.
Era para un empleo de ama de llaves y cocinera.
Alojamiento y comida estaban incluidos. Si ella conseguía el puesto, tal vez finalmente podría darle a su hijo un poco de estabilidad. Ella se encogió al pensar en el último año y todo lo que su hijo había sufrido.
Su marido había muerto en un horrible accidente automovilístico. Ya había estado pensando en dejarlo, ya que él no podía permanecer fiel a ella, pero el accidente realmente la había sacudido. Los padres de él tenían
demasiado dinero y habían decidido que serían más adecuados para criar a su hijo que ella.
Se había imaginado que sólo estaban llorando la pérdida de su único hijo y luego se retirarían, hasta que le habían llegado los papeles de custodia. Cuando ella había leído el nombre del juez en los papeles, había decidido que era hora de irse por unas largas vacaciones.
Sus ex-suegros eran compañeros de golf del juez y sabía que si entraba en la sala del tribunal iba a salir sin su hijo.
Ella había tomado todos sus ahorros y estaba prófuga desde entonces. Simplemente no tenía la cantidad de dinero que se necesitaba para combatir a los abuelos de su hijo.
Su difunto marido no le había dejado nada, lo cual estaba bien para ella, ya que no quería nada de él. Había dependido completamente de sus padres, y le quitaron todo cuando él murió, hasta su coche. Había tenido que comprar un coche barato y que estaba en las últimas.
Ella sabía que su hijo hubiera sido proporcionado de cosas que ella jamás podría darle, pero que no significaba nada si no le daban amor. Ella había terminado en la pequeña ciudad de Fall City en Washington, cuando su coche se había negado finalmente a ir más lejos y había estado
alojándose en el pequeño motel de la ciudad desde entonces.
Ella había estado tratando desesperadamente de encontrar cualquier tipo de trabajo hasta que había visto el anuncio en el periódico para una cocinera y ama de llaves. Era perfecto.
Podía trabajar a tiempo completo y aun así estar con su hijo.
No le había dicho específicamente a su potencial jefe que tenía un hijo, pero si él la contrataba, después no podía despedirla a causa de su hijo.
Eso sería discriminación.
Paula miró nerviosamente por encima de la cabina hacia donde su hijo estaba sentado. Lo había sobornado con un enorme helado y las promesas de una película próximamente si se sentaba en silencio mientras ella tenía la entrevista.
Por suerte para ella, la camarera le había dado un libro para
colorear y lápices de colores para que Paula pudiera contar con que él estaría ocupado durante horas. Le encantaba cómo su hijo era tan artístico. Él tenía un verdadero don con el dibujo, la maravillaba con frecuencia.
El timbre de la puerta atrajo su atención lejos de su hijo.
Había un hombre muy alto y viejo caminando a través de la entrada, con brillantes ojos azules y lo que parecía una sonrisa permanente en su cara.
—Buenas tardes, Horacio —dijo la camarera al caballero.
El estómago de Paula se apretó con nerviosismo. Éste era el hombre con el que se suponía debía reunirse. Miró a su hijo, asegurándose de que estaba ocupado, luego se levantó y se acercó a Horacio.
Él la vio y sonrió.
—Usted debe ser Paula —dijo con la voz más resonante que jamás había escuchado.
Ella asintió con la cabeza y luego tomó la mano que le ofrecía.
— ¿Ya pidió algo para comer? —preguntó.
—No.
—Bueno, vamos a pedir el desayuno. Podemos charlar mientras esperamos por nuestra comida. Molly hace las mejores tortillas de todo el Estado —dijo, mientras la camarera se acercaba.
—¿Puedo pedir un poco de huevos, mamá?
Paula estuvo paralizada por un momento. No había querido que su futuro empleador supiera sobre su hijo hasta que tuviera el trabajo, pero ella pensó que era inevitable.
—No sabía que tenía un hijo —dijo Horacio con el mismo brillo en los ojos.
—Se lo iba a decir hoy —dijo ella con aire de culpabilidad.
—Por supuesto, puedes pedir huevos. Veo tus cosas para colorear allá. ¿Por qué no tomas tus cosas y luego vienes a sentarte aquí con nosotros? —dijo Horacio. Paula podría decir que él era un hombre acostumbrado a tener el control.
Ella suspiró para sus adentros y se dejó llevar por la corriente.
Horacio terminó pidiendo por todos ellos. Paula comenzó a pensar en el total de la factura en su cabeza, esperando conseguir el trabajo, ya que el desayuno iba a ocupar la mayor parte de su dinero en efectivo.
—¿Cuál es tu nombre, chico? —preguntó Horacio amablemente.
—Mi nombre es Diego. Tengo cinco años de edad —afirmó con orgullo.
—Cinco es una edad muy avanzada —dijo Horacio. Diego le sonrió y Paula podía ver un poco de adoración de héroe en ella.
Horacio volvió su atención de nuevo a Paula.
—Sólo hablamos brevemente por teléfono, así que déjenme contarle un poco acerca del empleo.
—Eso sería grandioso —dijo Paula. Realmente no le importaba lo que el empleo implicara. Ella fregaría retretes o limpiaría los establos si le daba a su hijo cierta estabilidad.
—El puesto es para un ama de llaves y cocinera, aunque más de cocinera. Hay un servicio de limpieza que viene en forma regular. El lugar es bastante grande y, francamente, demasiado grande para que una sola persona lo maneje. ¿Cocina bien? —preguntó.
—Sí, señor Alfonso. No me gusta presumir, pero tengo una pasión por la cocina y me encanta probar nuevas recetas. Puedo hacer cualquier cosa y puedo cocinar para uno, o para cien —dijo con entusiasmo. A ella realmente le encantaba el arte de cocinar una comida complicada. Había pasado demasiado tiempo desde que había cocinado una comida en una cocina agradable. El estar en fuga no era agradable para Diego o ella.
—El empleo ofrece alojamiento y comida, así como un cheque de pago semanal. ¿Está dispuesta a cambiar de residencia? —preguntó y luego miró a su hijo.
—Nos encanta esta área muchísimo y he tenido esperanza de encontrar un trabajo para poder quedarme aquí. Diego es un niño muy grande y usted no sería capaz de darse cuenta de que está alrededor —le prometió.
Horacio se echó a reír en voz alta.
—Tengo tres hijos y un rancho sería un gran lugar para un niño. Si nadie sabe que está alrededor, entonces ese es el momento para preocuparse por lo que se trae entre manos —dijo.
Paula no sabía cómo responder a su declaración. No estaba segura si estaba diciendo que su hijo iba a ser bienvenido o no. Ella permaneció en silencio y esperó que al hombre le gustaran los niños.
—Diego, ¿te gustan los animales? —preguntó Horacio.
Diego ladeó la cabeza, como lo hacía cuando estaba pensando profundamente acerca de algo.
—Realmente quiero un perrito —dijo finalmente.
—Bueno, por supuesto que sí, todos los niños deberían tener un montón de cachorros —dijo Horacio. Hablaba como si se tratara de una cuestión de vida o muerte.
Paula estaba segura de que habría algunos perros corriendo por el rancho. Su hijo estaría en el cielo. Siguieron charlando mientras comían el desayuno. Paula se sorprendió de lo bien que estaba la comida. Ella era un poco crítica respecto a la comida y la tortilla era suave y esponjosa y las verduras estaban cocinadas a la perfección. Tendría que dar las gracias a la cocinera antes de salir.
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