lunes, 23 de marzo de 2015

CAPITULO 71




El desayuno duró aproximadamente una hora. Paula estaba
empezando a preocuparse un poco. Esto era diferente a cualquier entrevista de trabajo que nunca había tenido antes. 


Él no estaba haciendo ninguna de las preguntas habituales que los posibles empleadores preguntan. Él estaba mucho más preocupado acerca de su vida personal.


Ella se sorprendió cuando se encontró hablándole a Horacio acerca de su difunto esposo y el accidente de automóvil. 


Tuvo que parar antes de que terminara hablando sobre el asunto de la custodia. El hombre parecía inspirar a una persona para contarle su historia de vida.


Paula, creo que se ajusta perfectamente al puesto. ¿Cuándo puede empezar a trabajar? —le preguntó Horacio.


—Podría comenzar de inmediato —respondió ella con verdadera alegría.


—Bueno, no hay mejor tiempo como el presente. Deja que me encargue de esta cuenta y puedes seguirme hasta el rancho —dijo mientras se levantaba.


—Puedo pagar por mi desayuno —dijo. No estaba acostumbrada a tomar limosnas, incluso cuando no tenía nada.


—Tonterías querida, ésta fue mi entrevista. ¿Por qué no recoges a tu hijo y nos vemos en la esquina? —dijo. Ella se dio cuenta de que no habría discusión, así que hizo lo que le pidió.


—¿Dónde has aparcado? —preguntó él al pisar el frente.


—Me quedo en el motel de la calle, pero mi coche no está
funcionando en este momento. Tengo que conseguirlo en el taller.


Estaba muy avergonzada de admitir lo obvio.


—Bueno, entonces, vamos en mi coche y pasamos por su motel para que pueda recoger sus pertenencias y dejes el lugar. Estoy encantado de llevarte al rancho. ¿Está su coche en la tienda aquí en la ciudad?


—Todavía no. Está todavía en el motel —respondió ella en voz baja.


—Eso no es problema. Lo remolcaremos hasta allí. Los chicos aquí en la ciudad hacen un trabajo excelente y puede entregártelo cuando esté todo listo.


—Gracias —respondió ella. Estaba agradecida de haber encontrado el anuncio en el periódico. Realmente no le importaba lo que el trabajo implicara. Estaba emocionada de tener un lugar para alojarse y sus primeros cheques pagarían su coche. La vida comenzaría a volver a la normalidad para ella y Diego, de nuevo.


Paula no demoró demasiado saliendo del motel. No tenía muchas cosas personales. Había empacado ropa y algunos de los juguetes favoritos de Diego y libros, pero no mucho más. Había tenido prisa por salir y sabía que las posesiones podrían ser fácilmente reemplazadas, pero su hijo no.


Pronto estuvieron fuera y subiendo por un camino sinuoso, lejos de la pequeña ciudad.


—La casa de la hacienda no está demasiado lejos de la ciudad. Es sin duda un hermoso país aquí —dijo Horacio.


—Estoy de acuerdo. No puedo creer que nunca haya estado fuera de esta zona —respondió ella.


—¿De dónde eres originalmente? —preguntó.


Paula no sabía si decirle la verdad o no, pero sabía que si ella comenzaba a construir una gran historia en torno a sí misma, sería difícil mantenerle el ritmo. Decidió que lo mejor sería quedarse con la verdad tanto como sea posible.


—Somos de la zona de Los Ángeles. Nos enfermamos de las muchedumbres y de la contaminación y decidimos ir en coche al norte hasta encontrar algún lugar donde quedarnos definitivamente. Resultó que Fall City se convirtió en ese lugar —dijo.


—Tiene muy buen gusto, querida —respondió.


Diego comenzó a hacer su gran cantidad usual de preguntas y Horacio le respondió alegremente. Paula se sentó y disfrutó del momento en el cómodo sedán.


Salieron de la carretera y cruzaron bajo un enorme letrero que decía Rancho Tres Hijos. El camino de entrada estaba flanqueado a ambos lados por enormes robles parecían ser de cientos de años.


No podía ver nada a través de los árboles y creció la expectación.


—Mi bisabuelo construyó esta finca hace más de cien años atrás, sin un centavo en el bolsillo. Él amaba la tierra y sabía que podía hacer algo con ésta. Ha sido transmitido a través de los años. Mi bella esposa, Ana y yo hemos decidido vivir en la ciudad, pero Pedro ha sido siempre un hombre de campo, por lo que le pertenece a él ahora. Sus hermanos vienen y lo ayudan cuando desean alejarse, pero nadie quiere este lugar como Pedro —le dijo Horacio.


Paula se sorprendió al descubrir que Horacio no iba a ser su
empleador.


—¿No vive aquí? ¿Voy a estar trabajando para su hijo? —preguntó.


—Sí, vas a trabajar para Pedro. Tuvo que ir a Montana por algún negocio del rancho y no volverá hasta la semana que viene. Él me pidió que cuidara de la situación del empleo por él. No te preocupes. Hay un montón de personal por lo que no vas a estar sola aquí. Todos nuestros empleados son personas de confianza y buenas. Tú y tu hijo estarán más
seguros —le aseguró, sin comprender su miedo.


Ella no estaba preocupada por su seguridad. Le preocupaba que a su jefe no le gustara tener un niño de cinco años corriendo alrededor de su rancho. Tendría que asegurarse que Diego no se cruzara con Pedro y se comportara muy bien. Se imaginaba que estarían en un barracón1 de todos modos y nunca se encontrarían casualmente con el jefe.


Paula se quedó sin aliento cuando doblaron una esquina y la casa del rancho apareció a la vista. Era magnífica.


Pensó que había visto antes la riqueza, con todo lo que su ex familia política tenía, pero no era nada comparado con lo que estaba delante de ella.


La casa tenía tres pisos de altura y parecía extenderse hasta el infinito. Era precioso y no era del todo lo que ella había esperado. Cuando Horacio había nombrado una casa del rancho, se había previsto una pequeña gran casa granjera del mil ochocientos con un porche alrededor.


Sin duda tenía un porche, pero era enorme. Había un balcón en el segundo piso, con varias puertas francesas diferentes que permitían el acceso a la misma.


—Wow, ¿esto es un hotel? ¿Hay una piscina? —preguntó Diego con entusiasmo, ya que todos ellos bajaron del vehículo.


Horacio se echó a reír.


—No, es la casa principal, Diego. Tú y tu mamá van a vivir aquí y sí, hay una piscina que puedes usar en cualquier momento que quieras, pero sólo si hay un adulto presente para ver.


—Está bien —dijo Diego y comenzó a correr hacia las puertas delanteras masivas.


—Diego espera por nosotros, por favor —gritó Paula, detrás de él.


Él se detuvo de inmediato y se volvió hacia su madre, a pesar de que estaba prácticamente bailando en el lugar, apenas capaz de controlar su emoción.


La puerta se abrió cuando empezó a subir las escaleras.


—Hola Sr. Alfonso—dijo el señor mayor.


—Hola Eduardo. ¿Cómo estás hoy? —preguntó Horacio.


—No me puedo quejar —respondió el hombre.


Paula, éste es Eduardo. Él hace un poco de todo aquí, y Eduardo, ésta es Paula, la nueva cocinera. Éste jovencito robusto es su hijo Diego.
Ellos se alojarán en el ala este. ¿Puedes mostrarles sus habitaciones para que puedan acomodarse? —preguntó Horacio.


Paula no notó el guiño que Horacio le dio a Eduardo y la sonrisa de respuesta recibió de vuelta.


—Es genial conocerlos, Paula y Diego. Síganme, estoy seguro de que están ansiosos por conseguir acomodarse —dijo Eduardo.


—Es realmente un placer conocerte también, suena genial —respondió Paula.


—¿Dónde están los perros? —preguntó Diego.


—Después de que te instales, te voy a sacar de nuevo y puedes conocer a Sassy. Tuvo cachorros hace un par de semanas y estoy seguro de que te encantara conocerlos —dijo Horacio.


—Vamos mamá, date prisa —dijo Trevor, agarrando su mano.


Paula se rió de la emoción que brillaba en los ojos de Trevor. 


Ella esperaba que su nuevo jefe fuera un hombre bueno, porque mostrarle cosas a su hijo y luego tener que arrebatárselas sería demasiado cruel.


—Ya voy —respondió ella.


—Te veré abajo en el foso —dijo Horacio antes de ir por un largo pasillo.


—Este lugar es enorme —dijo Paula mientras seguían a Eduardo por una escalera grande y por un pasillo incluso más largo.


—Ya te acostumbrarás —respondió él con una sonrisa amable.


Paula no estaba tan segura, pero asintió con la cabeza hacia él de todos modos. Por todas partes que veía, había retratos de incalculable valor y antigüedades. Todo era muy abrumador.


—Sé que no esperaban dos personas, por lo que Diego y yo podemos compartir una habitación. En realidad no hay problema —dijo.


—Oh, no hay necesidad de eso. Hay un montón de habitaciones vacías en este viejo lugar a la espera de ser llenadas. El abuelo de Pedro originalmente construyó este lugar y Pedro lo renovó mediante la adición de más metros cuadrados. Quería mucho espacio para que su familia lo visitara a menudo. El valor de la familia Alfonso y los amigos están por encima de todo lo demás —dijo Eduardo.


—Aquí está tu habitación, jovencito —dijo, y abrió la puerta. 
Diego gritó, mientras corría por dentro y saltaba sobre la cama enorme. La habitación era más grande que su viejo salón y comedor combinados—. No sabíamos que íbamos a tener un hijo aquí, así que vamos a aportar lo mejor para ti en el próximo par de semanas —dijo Eduardo.


—No hay necesidad de hacer nada más. Esta habitación es excelente —dijo Paula, encantada.


—Su habitación está justo al otro lado del pasillo —dijo Eduardo y abrió la puerta para ella. Ella en realidad se quedó sin aliento.


Y era incluso más grande que la habitación de Diego. Había una magnífica cama con dosel en el centro de la habitación y una enorme ventana con un cómodo asiento para mirar por la venta. Ella no quería irse nunca.


—Usted tiene un baño privado a través de esa puerta. Nos
aseguraremos de que esté funcionando en una hora. Su armario está en la puerta de allá. Después de acomodarse, baje las escaleras y vaya al corredor donde está Horacio. —Se dio la vuelta y se fue antes de que Paula se diera cuenta de que ni siquiera le había dado las gracias.


—Wow mamá, tu habitación es incluso más grande que la mía. Ooh, tienes un asiento en la ventana —exclamó Diego, cuando llegó corriendo a su habitación y se dirigió hacia la ventana—. ¡Oh! Mira todos los caballos —continuó diciendo.


Paula se acercó a la ventana y se quedó mirando la escena perfecta que tenía delante. La vista del dormitorio mostraba la parte de atrás de la propiedad y de una pradera con al menos un centenar de caballos pastando.


—Mira mamá, puedes salir afuera directamente por aquí. —Diego abrió las puertas francesas, ella no se había dado cuenta y él salió antes de que pudiera ordenar sus pensamientos.


—Diego, ten cuidado —dijo, y corrió tras él. Ella exhaló un suspiro de alivio cuando notó la barandilla alrededor del porche. Su hijo estaba a salvo. El porche envolvía toda la parte posterior de la casa. Ella vio otro conjunto de puertas y se preguntó hacia dónde llevaban, pero no quería ser entrometida. Probablemente era otra habitación o un pasillo.


—Vamos a deshacer las maletas y luego ir a la planta baja. No queremos mantener al Sr. Alfonso esperando por nosotros —dijo finalmente.


—Sí, luego puedo ver a los cachorros —dijo Diego, antes de correr de nuevo en la habitación y en todo el pasillo hasta su habitación.


Rápidamente sacó sus cosas y luego se dirigió a la habitación de Diego, donde él estaba metiendo la ropa en el armario. A ella le gustaba que él hiciera las cosas por sí mismo, pero sabía que tendría que volver a ordenar la ropa más tarde.


Paula tomó a Diego y comenzaron el viaje de vuelta por las
escaleras y siguieron el pasillo hacia el sonido de las voces. 


Ella oyó una carcajada y entró en puerta que daba a una sala acogedora.


El fuego ardía en la chimenea y Horacio estaba sentado en un cómodo sofá mirando.



Paula se sorprendió por la habitación. Había un ambiente impuesto mayormente para la comodidad que para una obra maestra. Se dio cuenta de que había un tema similar en todo el área de la casa que había visto hasta ahora. Artefactos caros que se mostraban detrás de un vidrio decorado de la casa y aun así había toques simples dándole un aspecto hogareño y acogedor. Las flores frescas colocadas a lo largo del mobiliario eran muy acogedoras.


—Aquí están. ¿Ya se instalaron? —preguntó Horacio mientras los veía.


—Sí lo hicimos, gracias.


—¿Podemos ver a los cachorros ahora? —preguntó Diego.


—Diego espera hasta que el señor Alfonso lo comente —lo
amonestó Paula.


—Está bien, Paula. Entiendo Diego está entusiasmado. Vamos —le dijo Diego y lo sacó de la habitación.


Paula les siguió por el pasillo hasta la cocina. Se detuvo y miró a su alrededor en éxtasis total. Era la cocina más celestial que alguna vez había pisado. Había todo tipo de artefactos que podía imaginar. Ella se olvidó completamente de los cachorros mientras paseaba por la cocina enorme, mirando en los armarios y la nevera bien abastecida.


Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y miró con aire de
culpabilidad a Eduardo, quien sonreía desde la puerta.


—Lo siento mucho, yo no debería haber empezado a husmear en las cosas —dijo ella.


—Ésta es su área, estoy más que satisfecho de ver que estás contenta con el alojamiento. En promedio cocinarás para unos veinte hombres al día, cinco días a la semana. Puede ser un poco abrumador — dijo.


—Esta cocina es un sueño hecho realidad y me encanta cocinar para grandes multitudes. Por favor, dime que les gusta probar cosas nuevas y no sólo frijoles y jamón —suplicó.


Eduardo se echó a reír a carcajadas.


—Creo que si va a cocinar, los hombres comerán hasta gusanos.


—Usted es muy halagador —dijo con una sonrisa. Paula podría decir que ella y Eduardo iban a ser grandes amigos.


—¿Por qué no pasas el tiempo que quieras aquí y te acostumbras a la cocina? Su hijo está en el cielo con los cachorros en este momento y estará perfectamente bien —dijo, y luego se deslizó por la puerta.


Paula se acercó a la puerta del patio grande y vio a su hijo y Horacio sentados en el porche cubierto, con seis cachorros negros merodeando a su alrededor. Diego echó la cabeza hacia atrás y rió con alegría pura mientras uno de los cachorros se extendía por todo su cuerpo y le pasaba la lengua al otro lado de la cara.


Ella sabía que su hijo estaba en buenas manos. Se dirigió a la cocina y se familiarizó con la ubicación de todo lo que iba utilizar. Al hacer un inventario de la comida que tenían allí, se encontró con papel y lápiz y empezó a hacer un menú para los próximos días. No podía esperar para empezar a preparar la comida.


Paula levantó la vista cuando su hijo y Horacio volvieron a entrar en la habitación y entonces notó el reloj. Ella no se había dado cuenta de que ya había pasado más de una hora. Se sentía terrible al no haber comprobado cómo estaba Diego todo el tiempo.


No podía creer lo segura que ya se sentía en el nuevo lugar.


—¿Qué piensa acerca de la cocina? —le preguntó Horacio.


—Oh, es absolutamente perfecto. No puedo esperar para empezar a trabajar en la cena.


—No tiene que empezar esta noche, ya sabe. Puede esperar hasta mañana.


—No me molesta en absoluto partir de esta noche. Sinceramente, me encanta cocinar y esta cocina está más equipada que un restaurante de cinco estrellas. Mis manos están ansiosas por empezar.


—Sólo si usted insiste. Estoy seguro de que a los chicos les gustaría mucho más tener una comida casera que las cenas de microondas que iban a comer —dijo Horacio.


— ¿A qué hora se come normalmente?


—En el verano, alrededor de las siete y en el invierno, a las cinco.
Realmente sólo tenemos dos temporadas en un rancho —dijo.


—Será mejor empezar entonces. —Se acercó a la nevera para tomar algunas cosas—. ¿A qué hora debo tener listo el desayuno?


—A los chicos les gusta venir por lo general en torno a las nueve para el desayuno. Ya se han levantado y han pasado alrededor de un par de horas desde entonces y son bastante hambrientos —afirmó.


—Eso suena perfecto.


—¿Te importa si me llevo a Diego para que mire a los caballos en el establo? —le preguntó Horacio.


—Usted realmente no tiene que hacer eso, señor Alfonso. Él puede pasar el rato aquí conmigo y colorear —dijo ella, porque no quería que su hijo fuera una carga.


—No es un problema, Paula. Me gusta pasar el rato con el chico y él no quiere pasar el rato en la cocina hasta que la comida esté lista. Vamos, Diego, puedes escoger a tu caballo favorito para montar. Los chicos aman a los jóvenes. Tenemos que decirles a los hombres cuando esté lista la cena de todos modos —dijo Horacio. Dirigió a Diego fuera de la habitación, antes de que Paula tuviera la oportunidad de protestar más.


Ella sabía que Horacio no era el tipo de hombre al que se le decía "no" con demasiada frecuencia. Se imaginó que si se aburría con su hijo, lo traería de vuelta. Ella comenzó a tararear para sí misma mientras comenzaba varias ollas grandes de pollo y albóndigas con pan fresco.







1 Barracón: Construcción de un solo piso, de planta rectangular, con un solo espacio
interior y generalmente hecha con materiales ligeros, que se usa para albergar a una gran
cantidad de personas.

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