sábado, 14 de marzo de 2015

CAPITULO 38 (FINAL PRIMERA PARTE)





—Puja, nena, puja. Lo estás haciendo tan bien. Veo su cabeza —masculló Pedro en un susurro aterrorizado.


—Arrrgggggg... —gruñó Paula cuando utilizó su última fuerza restante y dio un empuje final. Ella se derrumbó de nuevo contra la cama cuando escuchó el sonido más dulce imaginable.


El primer llanto de su hermoso bebé.


De repente el doctor colocaba a su recién nacida sobre la cima de su pecho, Paula examinó el rostro arrugado de su hija lanzando su primera rabieta.


—Ella definitivamente tiene el temperamento de su papá. —Pedro se rió mientras él frotó a su hija desde la cabeza hasta los pies, asegurándose de que ella estaba bien en todos los sentidos—. Creo que ella tiene hambre y deja que todos lo sepamos. —Se rió entre dientes.


Incluso agotada, Paula miró de su marido a su bebé y sintió el orgullo y la felicidad de cómo su familia creció. Ella podía ver el amor y el orgullo brillando en los ojos de Pedro, y era la cosa más hermosa en el mundo.


—A Olivia le gustaría tener a su padre abrazándola ahora —le dijo Paula Pedro. Él con cuidado la recogió y la sostuvo estrechamente contra su pecho. El movimiento diminuto de su respiración era el sentimiento más asombroso en el mundo. La noche anterior, había estado sintiendo sus patadas de dentro de la segura matriz de Paula. Ahora, él la sostenía en sus brazos.


Los doctores rápidamente limpiaron a Paula y Olivia, luego los tres se trasladaron de habitación.


Estaban allí no más que unos minutos cuando alguien llamó a la puerta.


—¿Podemos entrar? —dijo la voz tenue de su suegro normalmente potente.


—Entra, entra, papá. Conoce a tu primera nieta, Olivia Alfonso —dijo Pedro con orgullo.


Horacio con cuidado tomó a su nieta, una lágrima se derramó por su mejilla. Las cosas no habían resultado mal en absoluto, pensó para sí mismo. Él estaba en un hospital, sosteniendo a su nieta recién nacida y su hijo estaba felizmente casado.


Su hijo debería agradecerle, pero Horacio sabía que era mejor no pedir cualquier alabanza por todo lo que había hecho para conseguir a estos chicos juntos. Su hermosa nieta eran todas las gracias que él necesitaba.


—Ustedes dos lo han hecho realmente bien aquí —dijo Horacio mientras él sonreía de Paula a Pedro—. Ella es la bebé más hermosa que alguna vez he visto en mi vida —continúo él.


Él de mala gana le dio la bebé a Ana y miró un brillo venir sobre su rostro cuando ella se sentó en la mecedora y la alimentó con el preciado don de su pecho mientras tarareaba una canción de cuna.


—Casi conseguimos un bebé de navidad. —Horacio rió. Era veintitrés de diciembre. Todos convinieron que Olivia era el regalo perfecto para la familia entera.


—Supongo que tendremos que trabajar en darle un hermanito a Olivia para que nazca en la navidad del próximo año —dijo Pedro mientras miraba ávidamente a su esposa. 


Ella era todavía la cosa más hermosa en el mundo, aun después de los trabajos forzados que ella había soportado.


—Ahora, hijo, de verdad quiero un montón de nietos corriendo por todas partes de la vieja mansión vacía, pero tú no puedes querer asustar a tu esposa. No es una buena idea hablar del segundo niño cuando aún se siente el dolor del primero. —Él guiñó a Paula.


—El dolor ya está olvidado, papá. Amo a esta criatura más que a nada en el mundo, y quiero darle muchos hermanos. Amo a Pedro tanto y este amor tiene que ser compartido con los maravillosos niños que sé que haremos.


El corazón de Horacio se amplió un poco más por cuánto él amaba a su nueva hija. Le había pedido llamarle papá porque sabía que ella no tenía uno. Él realmente la amaba como si fuera uno de sus propios hijos. Ya que ella estaba casada con su hijo, era su familia ahora. Todavía le gustaba oírselo decir, sin embargo. Él se inclinó y besó su mejilla.


Hubo otro golpe en la puerta, luego la cara de Paula estalló en una enorme risa cuando Tomas dio un paso por la entrada, llevando un enorme osito de felpa, globos y una bolsa grande de chocolates.


—Tomas, estoy tan contenta de que finalmente estés aquí —dijo Paula a su mejor amigo.


—Hubo un accidente en la autopista, o yo habría estado aquí hace una hora —dijo Tomas mientras él se inclinó y la besó en la mejilla.


—Ven y conoce a tu ahijada —dijo Paula. Los ojos de Tomas al instante se llenaron de lágrimas cuando él tomó el precioso bulto en sus brazos.


—Ella es perfecta, Paula. Justo como su mamá —él le dijo, tratando de mantener sus emociones bajo control. Todos la visitaron durante aproximadamente una hora, el corazón de Paula casi rebosaba por cuánto amor ella tenía por las personas en la habitación con ella.


—Lo has hecho bien, Paula. Estoy muy orgulloso de ti. Los dejamos solos con su niña ahora —dijo Horacio mientras ayudaba a su esposa a ponerse de pie.


Ana se acercó a la cama y pasó a su nieta a su madre, donde inmediatamente empezó a rebuscar el alimento. Eso les dio risa a todos.


—Te amo también, mamá. Estoy tan contenta de que estuvieras aquí — Paula se emocionó. Ana rozó un beso a través de sus mejillas y luego caminó de la mano fuera de la habitación con su marido.


Los dos giraron en la esquina, los ojos de Horacio centellearon.


—Bien, Ana… uno ya está, faltan dos. Me gusta ser abuelo y me estoy volviendo codicioso ahora. Quiero nuevos bebés cada año durante los próximos diez años o así —declaró él, como si de verdad obtuviera su deseo.


—Ahora, Horacio. Admito que esto resultó bien, pero tú no te entrometerás más en la vida de tus hijos. Ellos pueden encontrar a sus propias compañeras y encontrar su propio camino —dijo ella severamente a su marido, aun cuando supiera que era una batalla inútil. Horacio solamente envolvió su brazo alrededor de su esposa, silbando una melodía mientras ellos se dirigían a su auto. Él ya tenía la novia perfecta elegida para su hijo intermedio, Alejandro…



CAPITULO 37





Paula tenía tantas emociones corriendo a través de ella y no sabía en cual concentrarse. La emoción a la vanguardia era el amor. Ella amaba tanto a este hombre. Su vida sin él parecía tan interminable y vacía.


Lo amaba demasiado como para no poder recostarse mientras él mantenía relaciones con diversas mujeres. Sabía que la pelirroja no sería la última.


Él era vibrante, hermoso, y el sueño de toda mujer. Mira lo rápido que se había enamorado de él.


Ellos llegaron al hotel, y ella lo siguió obedientemente, estaba demasiado agotada —física y emocionalmente— como para luchar con él más esa noche. Racionalmente tendría que explicar que ella no era el tipo de mujer que se recostaría mientras su esposo dormía con otras.


Ellos entraron en la hermosa suite, y sus nervios aumentaron. No había hablado con ella desde que la había sacado de ese motel asqueroso. No estaba triste de ver al lugar al que iban.


Tal vez, después de que hablaran, él la dejaría quedarse en su antiguo apartamento hasta que el bebe naciera. Sabía que ella estaba bajo órdenes estrictas de no trabajar en ese momento, ya que podría causarle daño al bebé. Ella nunca haría nada para lastimar a su hijo. Su mano acarició su estómago mientras estaba sentada en el sofá y esperó a ver lo que él tenía que decir.


Pedro se acercó al teléfono y realizó un pedido de comida. 


Luego se sentó a su lado.


—Paula, nunca he estado tan aterrorizado cuando me di cuenta que me habías dejado. ¿Cómo no te das cuenta lo que significas para mí? — comenzó hablar.


Ella abrió la boca para responder, pero el negó con la cabeza suavemente y la atrajo hacia su regazo.


Ella sabía que tenía que luchar, pero a pesar que él era el motivo por el que ella estaba con tanto dolor, quería la comodidad que él le estaba ofreciendo. Él comenzó a frotar su espalda en círculos lentamente y tuvo que luchar contra las lágrimas que querían caer de nuevo. No sabía cómo ninguna sola lágrima salió de su cuerpo.


—Mírame, por favor —le suplicó él. Ella finalmente se volvió para mirar sus ojos. Ellos parecían tan llenos de amor y sinceridad—. Te amo — declaró él.


Ella finalmente perdió la batalla para contener las lágrimas. 


Cayeron libremente por sus mejillas, y su cuerpo se sacudió suavemente por los sollozos al oír finalmente las palabras que había deseado durante tanto tiempo.


—Te amo y sólo a ti —dijo de nuevo mientras él con cuidado enjuagó sus lagrimas—. Lo que viste hoy no era yo adhiriéndome a otra mujer. Ella es una ex novia que estaba tratando de recuperarme. Si te hubieras quedado un momento más, me habrías visto apartarla en cuanto ella hizo su movimiento. Hice que seguridad la sacara de las instalaciones. Hablé acerca de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado — terminó con una tímida sonrisa en su rostro.


Lo miró fijamente, empezando a sentir un rayo de esperanza. Él decía que la amaba, y tal vez realmente ella había sacado conclusiones apresuradas.


—¿Por qué crees que te engañaría? Hacer el amor contigo es la mejor experiencia sexual que he tenido en mi vida, pero es mucho más que solo sexo. Nunca puedo tener suficiente de ti. ¿Por qué en el mundo tendría que ir a buscar a otra mujer cuando te tengo a ti todas las noches? — preguntó él con confusión.


—Tiene más sentido para mí que te guste una mujer como ella. Yo no soy sofisticada o hermosa. Te quedaste atrapado conmigo debido al bebé. Simplemente tiene más sentido que tú en realidad seas capaz de amarme. —Ella rompió en un sollozó apagado y no pudo decir nada más.


Pedro levantó su barbilla y puso sus labios sobre los suyos. 


Ella respondió de inmediato, como siempre hacía, incluso a su más ligero toque. Él se apartó rápidamente, pero con suavidad.


—Paula, admito que no comenzamos de la mejor manera, pero ya nada de eso importa. Lo único que importa ahora es como nos sentimos el uno sobre el otro y como nos sentimos acerca de nuestro hijo —dijo él mientras ponía su mano sobre su estómago. —Te amo tanto. Lo siento, he sido un idiota. Tenía miedo de darte mi corazón porque ya me posees en todo lo demás. Caminaría sobre el fuego por ti. Te perseguiría hasta los bordes del universo. No puedo, y no voy a vivir sin ti. Tú y nuestro hijo son mi razón para sobrevivir. Sin los dos no hay alegría ni pasión en mi vida. No tendría sentido —dijo él.


Ella le creyó. Él la amaba.


¡Él la amaba!


Ella nunca en su vida, sintió alegría tan enorme como en ese momento, sentada en el regazo de su marido con sus brazos envueltos apretadamente alrededor de ella. Podía ver el amor en su rostro y sentirlo en su cuerpo. Sabía que todo iba a estar bien. Sabía que iban hacer la pareja que vencería las probabilidades.


—Te amo tanto, Pedro. Creo que te amado desde la primera vez que nos conocimos. Traté de luchar contra ello, pero no se puede luchar contra un hombre como tú. Eres con quién quiero estar el resto de mi vida —dijo ella con pasión.


Paula le echó los brazos alrededor del cuello de su esposo y lo besó con un hambre que los mantendría hasta muy tarde en la noche, o por lo menos hasta que fueran interrumpidos con su cena.





CAPITULO 36






—Entonces, ¿a dónde demonios se fue…? —gritó Pedro a su cocinera, Rosa. Sabía que no era su culpa que Paula se hubiera ido, pero no tenía a nadie más para sacar su miedo e ira.


Él había vuelto a casa, anticipando la celebración con su esposa y decirle lo que sentía. Las rosas se aferraban a su pecho. Había abierto la puerta y la había llamado. Cuando no hubo respuesta, no había sentido pánico, subió la escaleras, pensando que ella estaba tomando una siesta.


Ella había estado muy cansada últimamente, y él había estado preocupado por su salud, así como la de su hijo o hija.


En silencio, entró en su dormitorio y miró alrededor. Frunció el ceño ligeramente cuando no la encontró allí, pensó que estaría en el cuarto de baño. Caminó hasta la puerta. No estaba allí, tampoco. Él estaba a punto de salir de la habitación para preguntarle a Rosa donde se encontraba Paula, cuando echó un vistazo y vio su anillo en la mesa sobre un pedazo de papel. Al instante, se puso furioso. Ella lo había dejado. Lo sintió. Ella le había dicho que lo amaba, y aun así lo abandonó. El la traería de regreso, sin importar a donde se hubiera ido. Ella no iba a convertirlo en un idiota y dejarlo plantado, solo y vulnerable. Le había mentido. 


Estaba seguro de que ella había tomado todo lo que pudo en sus codiciosas manos en el proceso de dejarlo. Todo este tiempo, ella sólo había jugado con él.


Lentamente se acercó al papel y lo miró, no queriendo saber lo que había escrito, pero sin parar de leerlo.



Pedro.
Siento mucho que no fueras capaz de amarme. No puedo evitar lo mucho que me he enamorado de ti, a pesar de que nunca fue el acuerdo entre nosotros.
Ya no puedo vivir contigo si me vas a dejar para estar en los brazos de otra mujer. Sé que amas a nuestro hijo, y no trataré de alejarlo de ti, pero tengo que escapar por el bien de mi propia salud. Me pondré en contacto contigo
después de que el bebé nazca, y nosotros podremos concretar algo entonces.
Te devolveré el auto tan pronto pueda conseguir que las cosas se resuelvan.
No estoy tratando de tomarlo. Solamente no tenía otro modo de marcharme.
Paula.


El leyó la nota aproximadamente 10 veces, sin entender lo que estaba pasando. Él no la estaba engañando. ¿Por qué creería eso de él? Él pasó de la ira a la confusión en menos de un segundo.


Se calmó y volvió a leer la nota una vez más. Tenía que averiguar lo que estaba pasando y no solamente sacar conclusiones apresuradas.


El caminó lentamente por las escaleras, casi como si estuviera en trance.


Se dirigió a la cocina donde Rosa estaba cocinando.


—Hola, Sr. Alfonso. Llega temprano —dijo ella, como si no pasara nada.


Esta actitud hizo que su mal genio volviera.


—¿Has visto a mi esposa? —preguntó con enojo en su voz.


Ella se volvió hacia él, con el ceño fruncido.


—Ella se fue hace un rato —dijo perpleja, como si él supiera eso.


Fue en ese momento cuando él le gritó. De inmediato se sintió mal y se calmó a sí mismo.


—Discúlpame, Rosa —dijo él—. Es sólo que ella se ha ido, y todo lo que tengo es esta nota —dijo mientras empujaba la nota delante de ella.


Ella escudriñó la nota, y luego su aliento se enganchó cuando la volvió a leer. Ella miró a Pedro con sospecha sobre su rostro. Él sabía que Paula se había hecho amiga de Rosa y las dos pasaban mucho tiempo juntas.


—No engañé a mi esposa —comenzó a defenderse. No tenia que explicarle nada a ella, pero no le gustó la censura que vio en sus ojos.


Ella inmediatamente bajo la mirada, como si supiera que había estado mirando airadamente a su jefe.


—Esto no es mi asunto —afirmó ella.


—¿Me puedes decir dónde Paula ha estado hoy? —preguntó él.


—¿No lo ve, señor Alfonso? Le empaqué un almuerzo, y ella se lo llevó a su oficina. Me dijo que quería sorprenderlo con un almuerzo romántico porque usted había tenido que trabajar tan tarde todas las noches. Estaba muy emocionada cuando se fue. Volvió a casa mucho antes de lo que esperaba que lo hiciera, pero supuse que sólo había olvidado algo, porque estuvo aquí por unos quince minutos, y luego se precipitó hacia la puerta sin decir una palabra.


Pedro de repente se hundió en la silla a su lado. Sentía que sus piernas no lo apoyarían por más tiempo.


—No —gritó él, con tal devastación en su voz que Rosa le puso su mano en su hombro.


Él supuso que ella debió haber pasado por la oficina cuando Laura estaba allí. Si ella hubiera estado allí en el momento oportuno, podría haber parecido que él estaba teniendo una aventura. Lentamente se puso en pie.


—Tengo que hacer unas llamadas telefónicas —dijo mientras salía de la habitación.


Una hora más tarde, de nuevo tenía la cabeza entre sus manos. Él había hablado con sus guardias de seguridad y averiguó que ella había estado allí al mediodía y se había marchado después de cinco minutos. Había estado allí sólo unos minutos antes de que ellos hubieran escoltado a su visitante no deseada hacia fuera.


Entonces, pensó que él estaba teniendo una aventura. Le parecía que el hecho de que ella no confiara en él era un poco conveniente. ¿Por qué se había marchado y sin preguntarle que estaba haciendo? Él asumió que ella pensaba que encontrarlo con otra mujer rompería el acuerdo
prenupcial y que podría tomar todo lo que él tenia. Ella pensó mal.


Él llamó a los bancos para averiguar cuánto había tomado ella. Después de otra media hora él colgó el teléfono y otra vez sintió vergüenza. Ella no había tomado nada. Él había puesto un rastro en todas las tarjetas de crédito para averiguar dónde habían sido usadas y se había dado cuenta
de que ella no había ocupado ninguna de ellas.


Y no sólo el día de hoy, sino que ella no las había utilizado nunca desdeque su madre y ella habían amueblado la casa. 


Había cero compras. ¿Por qué él no le prestó atención a nada de esto? Nunca notó que ella no había ido de compras, o que no había ido a ninguna parte.


El vagó por su dormitorio, sintiendo una dolorosa necesidad porque ella estuviera allí. A él le gustaba salir con ella de compras para su bebé.


Estaba tan entusiasmada con cada nueva compra. Pensó en esos viajes, cuando ellos habían pasado por los centros comerciales, y ella ni siquiera había mirado las joyerías o boutiques de modas.


El miró la pequeña caja de joyas que su madre le había dado a Paula y se dio cuenta de que las pocas piezas que había comprado para ella seguían allí. Ella había tomado nada más que un poco de ropa y el auto, que dijo que devolvería.


¡El auto!


Él salió corriendo de vuelta a la oficina. Había estado sintiéndose desesperado sobre como posiblemente encontrarla, ya que ella no usó las tarjetas de crédito, cuando se dio cuenta de que podía rastrear el vehículo.


Él siempre lo añadía, en caso de robo o accidente.


En sólo unos segundos, él había localizado el vehículo. Echó un vistazo a su reloj. Eran las ocho de la noche. Llamó a su piloto y le dijo que tuviera el avión listo. Ellos llegarían a Eugene en una hora.


Pedro subió en su auto y llamó a su padre cuando se dirigía al aeropuerto de Seattle. Su padre escuchó a Pedro mientras explicaba todo lo que había sucedido.


—Recupérala, hijo. Ella es lo mejor que te ha pasado —dijo su padre cuando Pedro dijo todo.


—He sido tan terco y estúpido papá, la amo y tenía miedo, si le daba mi corazón, ella lo tendría todo. Finalmente me di cuenta que no importa más porque sin ella en mi vida, no me interesa si tengo un corazón que lata o no —terminó él con una nota estrangulada.


Su padre le dio un momento para que él recobrara la compostura y luego le hizo saber que él y su madre estarían allí si necesitaba algo.


Pedro se sintió un poco mejor después de hablar con su padre. Él sabía lo mucho que amaban sus padres a Paula. No podía tener una sola conversación con ellos sin escucharlos alabar a Paula por una cosa o la otra. Paula a menudo se encontraba en su casa durante el día, trabajando en algo para él bebe.


Su madre también había ayudado a Paula a terminar la guardería. Habían hecho hermosas diseños de plantilla en las paredes y cocido cortinas, él había preguntado un día porqué no acababan e iban a comprar los artículos, y ella lo había mirado como si fuera un niño.


—Significa mucho más cuando viene del corazón. Cuando nuestro niño crezca, sabrá que su abuela y su madre lo querían tanto que querían hacer de su primera habitación el mejor lugar del mundo —había dicho ella.


Pedro llegó al aeropuerto y estaría en el aire en tan solo treinta minutos.


—El vuelo sólo tardara unos cuarenta minutos, Sr. Alfonso —vino la voz del piloto por el intercomunicador. Su asistente le trajo una bebida que era muy necesaria una vez que estuvieron en el aire.


Él sabía que ella estaba allí al ver su auto estacionado en el frente, mirándose fuera de lugar.


—¿Quiere que lo espere? —preguntó el conductor.


Pedro le entregó varios billetes.


—No, gracias. Tengo otro medio de transporte —dijo mientras caminaba hacia la puerta principal.


El empleado detrás del mostrador parecía sucio y miró a Pedro de arriba abajo con temor.


—¿Está buscando una habitación? —le preguntó, mirando mas allá de él.


Pedro pensó que el hombre estaba buscando a la puta barata que creía que él llevaría allí. Pedro comenzaba a enojarse, pero también sabía que el chico no acostumbraba a clientes como él.


—Mi esposa se registró aquí el día de hoy. Necesito saber en qué habitación está. Ella dejará el hotel —dijo Pedro con autoridad.


—No puedo dar información sobre mis clientes. —La voz del tipo tembló, no lo bastante, pues él esquivó la mirada de Pedro.


Pedro estaba listo para agarrar a la comadreja de hombre de la camisa y tirarlo contra la pared, pero sabía que si se mostraba seguro, conseguiría lo que buscaba.


Pedro puso cien dólares en el mostrador, y vio al hombrecito
prácticamente babear.


—La habitación de Paula Alfonso, por favor. —Fue todo lo que dijo mientras seguía con los dedos sobre el billete.


—Ella está en la habitación doce —dijo el tipo sin más argumentos. Le entregó la llave a Pedro y le arrebató el billete del mostrador antes que el hombre rico cambiara de opinión. Sin decir una palabra, Pedro salió y no se detuvo hasta que llego a la puerta doce.


Él se quedo escuchando y no oyó ningún ruido, insertó la llave y giró la perilla fácilmente. Empezó a empujar la puerta cuando una cadena lo detuvo. Se asomo por la rendija y la vio tendida en la cama, tiritando mientras dormía, acurrucada sobre sí misma con la mano de manera protectora sobre su estomago.


Pedro empujó la puerta hacia él unos centímetros. Luego le dio un tirón rápido hacia adentro, y la cadena se rompió sin mucho esfuerzo. Estaba horrorizado por la falta de seguridad en el edificio. Paula ni siquiera se despertó cuando él entró en la habitación.


El olor del lugar era suficiente para hacer girar su estómago. 


La tenía que sacar de ahí rápido, antes de que hubiera algún daño duradero a ella o a su hijo.


Él se sentó en el borde la cama y suavemente la sacudió. 


Paula se despertó y se sentó, sus ojos miraron alrededor con terror.


—Oh, gracias a Dios que eres solo tú, Pedro —dijo, mientras su respiración se tranquilizaba. Teniendo en cuenta la zona de la ciudad en que se encontraba, al igual que el tipo de mala calidad en la recepción, él entendía su desasosiego.


Su felicidad al ver que era él, obviamente fue rápidamente olvidada cuando ella se despertó lo suficiente como para darse cuenta de lo que estaba pasando.


—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo sabias dónde estaba? —preguntó ella.


—Estaba rastreando tu auto, Paula, y antes de que comiences a gritar acerca de mí espiándote, hay rastreo de todos nuestros vehículos. Es una medida de seguridad en caso de que alguno de ellos sea robado. —El levantó su mano mientras trataba de retrasar la pelea—. Sé que tienes
mucho que decir sobre lo que crees que ha pasado, pero estoy realmente incómodo con tenerte a ti y a mi hijo en este entorno poco saludable. Ya he reservado una suite en el Valley River Inn, que está a solo unos kilómetros de aquí. Vamos a dirigirnos allí, conseguiremos algo de comida y tendremos una conversación —dijo él con su habitual calma y voz al mando.


Él no esperó que Paula dijera algo. Sólo recogió sus cosas, que eran pocas, teniendo en cuenta que nada fue desempacado. Sacó su maleta por la puerta que seguía abierta y la colocó en el vehículo.


Como Paula todavía no se había movido, él entró en la habitación, la levantó en sus brazos como si ella no pesara nada, y la depositó suavemente en el asiento del copiloto del auto. Coloco un par de billetes de cien dólares sobre la mesa de noche con una nota que decía: “Por la cerradura”, y luego rápidamente se retiró del estacionamiento del motel de barrio bajo.




CAPITULO 35




—¿Qué crees que estás haciendo, Laura? —dijo Pedro de
forma exaltada a la pelirroja, con quien había estado saliendo antes que él y Paula se hubieran involucrado.


Ella había entrado en su oficina momentos antes, con su famosa expresión de pucheros, declarando que debían tener una charla. Él le había dicho que no había nada de que hablar, pero ella había venido a su escritorio y se había sentado delante de él, extendiendo sus piernas abiertas, de modo que él no tuviera más remedio que darse cuenta que ella no llevaba nada debajo de su falda demasiada corta.


Él no podía creer que en algún tiempo la había deseado. Ella era tan falsa, mientras que Paula era auténtica, y él la quería fuera de su oficina de inmediato.


—Tienes que irte. No hay nada más entre nosotros —dijo con los dientes apretados mientras retrocedía la silla lejos de ella—. También sabes que soy un hombre casado y ya no estoy en el mercado.


Ella acabó sonriéndole con lo que pensaba era una mirada seductora y abrió su camiseta para mostrar sus pechos abundantes, los cuales se desbordaban del sujetador. Él se había puesto de pie para sacarla de la habitación cuando ella se envolvió alrededor de él y cerró sus labios en los suyos. Él estaba tan sorprendido, que se quedo allí durante unos segundos antes de que sus manos pasaran a su cintura y la empujara lejos de él.


—Cariño, tú sabes que me quieres —dijo ella, sonando falsamente triste.


Él hizo uno de sus juegos. Marchó a su escritorio y pulso un botón.


—Seguridad, los necesito en mi oficina inmediatamente —gruñó.


Al cabo de unos minutos, dos hombres corpulentos entraron en la habitación para ver a la mujer todavía medio desnuda tratando de envolverse alrededor de su jefe.


—Por favor, acompañen a esta mujer y sáquenla del edificio. Nunca más dejen que entre otra vez —dijo con fuerza, incapaz de controlar su ira.


—Sí, señor Alfonso. De inmediato —respondieron profesionalmente, mientras cada uno de ellos la tenía de un brazo, y se la llevaron.


Pedro se echo atrás en su silla y apoyó las manos sobre su cabeza. Todo lo que podía pensar era que gracias a Dios su esposa no estaba allí para haber sido testigo de esa situación. Estaba seguro de que ella hubiera pensado que él había invitado a la mujer.


Ella tenía una buena razón para estar insegura en su matrimonio, ya que él había estado excluyéndola últimamente. La había alejado íntimamente hasta llegar a un nivel tan alto. Se sentó allí, reconociendo que estaba enamorado de Paula, ese razonamiento se apoderó de él.


No se sentía como una carga, para nada.


Él amaba a su esposa.


Ella lo amaba.


Ellos iban a tener un hijo juntos.


Entonces, ¿por qué estaba todavía sentado allí?


De repente, todo lo que quería hacer era ir a casa y envolverse en sus
brazos y decirle repetidamente lo mucho que ella significaba para él. No entendía por qué estaba alejándola de su vida. 


Empezó a levantarse para dirigirse a la puerta, pero recordó que tenía que terminar lo que estaba trabajando. El contrato estaba previsto para la tarde, y él estaba casi terminándolo.


Una hora más no haría ninguna diferencia, aun cuando pareciera toda una vida. Rápidamente volvió al trabajo para poder volver rápidamente a casa. No pudo evitar la sonrisa en su cara. Se detendría por rosas en el camino. Se dio cuenta de que debía comprar algunas cosas para ella.



* * * *


Paula no pudo evitar que las lágrimas cayeran mientras conducía desde la oficina a su hermosa casa. Ella se sentó en el auto, mirando el lugar con una profunda tristeza, sabiendo que nunca volvería a dormir allí de nuevo en los brazos de su marido. ¿Cómo podía haberla engañado? Ella le había entregado su cuerpo libremente, y su amor, también. Se arrastró lo suficiente para caminar hacia dentro. 


Subió lentamente las escaleras que conducían a su dormitorio y, una vez más, unas cuantas lágrimas se deslizaron de sus ojos. No le tomaría demasiado tiempo empacar, ya que no llevaría nada que no considerara exclusivamente suya.


Empacó algo de ropa y artículos de bebé y luego tomó la maleta de regreso a su habitación. Miro a su alrededor una última vez y luego se quitó su anillo de bodas. Se sentó en el tocador y le escribió a su marido una nota.


Puso su anillo en la parte superior de la carta, agarro sus maletas, y salió por la puerta sin permitirse mirar atrás otra vez.


No tenía ni idea de donde se dirigía o que iba hacer cuando llegara allí.


Solo sabía que tenía que escapar. Tenía tanto miedo, que si él atravesaba aquellas puertas y envolvía sus brazos alrededor de ella, se derretiría y le pediría que la amara y que no corriera a los brazos de otra mujer. Ya le había entregado su corazón. Ya no tenía nada más que ofrecer. No tenía nada que él quisiera.


Paula condujo por la autopista y se dirigió hacia el sur. 


Después de unas horas, ella pasó por Salem, y no se sentía lo suficientemente lejos.


Comenzaba a sentir un poco de dolor, sin embargo, se detuvo en una parada para descansar y estirarse. Quería llamar a Tomas y hablar con él, pero estaba en el trabajo, y ella tenía demasiado miedo de que Pedro por casualidad oyera la conversación. Tendría que llamarlo más tarde porque realmente necesitaba un amigo en este momento.


Se puso de nuevo en camino y siguió conduciendo hacia el sur. Después de un par de horas más, estaba en Springfield, al lado de Eugene. Siempre había querido visitarlo, así que tomó la siguiente salida que la llevaría al centro.


Salió de la autopista, al distrito financiero, y comenzó a buscar un hotel barato. Pasó por el Hilton y negó con la cabeza. Esto estaba más allá de su rango de precio por el momento. Por último, se encontró saltando a un pequeño lugar y estaciono.


Ella entró, tan cansada que apenas podía mantener la cabeza erguida. El hombre detrás del mostrador estaba mirándola de reojo de una manera que le daba miedo, sobre todo con el olor a alcohol que emanaba de él.


—Me gustaría una habitación para la noche, por favor —pidió en voz baja.


—¿Tiene tarjeta de crédito? —le dijo él.


—No, tengo dinero en efectivo —respondió, no queriendo usar su tarjeta de crédito, y además, no confiaba en que el tipo tuviera su información.


—Bueno, normalmente requerimos tarjeta de crédito, en caso de que robe algo… —Él la miro de reojo otra vez.


—Oh, entonces supongo que tendré que encontrar otro lugar —dijo ella con calma, a pesar de que se sentía como si fuera a caerse en cualquier momento.


—Creo que podemos hacerlo en efectivo en este momento —dijo, un poco desesperado. Ella no iba a quedarse en el lugar si no había una doble cerradura en la puerta. No confiaba en el tipo.


—Gracias, respondió Paula. —Y llenó la pequeña tarjeta que él le dio. Luego recibió su llave. Fue a su auto y lo condujo al punto de aparcamiento en frente de su puerta.


Salió cansada del vehículo, agarró su maleta y abrió la puerta de la habitación del motel. Se quedó sin aliento ante el olor horrible de cigarrillos y cerveza rancia, sintió que su estomago daba vueltas. Suspiró y dio un paso dentro. 


Estaba demasiado asustada para abrir incluso una ventana, ya que el barrio en donde ella estaba no parecía el más seguro.


No sería más la señora Alfonso y tendría que acostumbrarse a la vida como lo había sido antes de su matrimonio. En realidad no se preocupó por la habitación, estaba tan vacía por la traición y el engaño de su marido. Ella había estado en sus brazos la noche anterior, y luego él estaba en los brazos de otra, sólo unas pocas horas más tarde.


Gracias a Dios por su cansancio porque cayó en un sueño inquieto casi inmediatamente.