sábado, 14 de marzo de 2015

CAPITULO 36






—Entonces, ¿a dónde demonios se fue…? —gritó Pedro a su cocinera, Rosa. Sabía que no era su culpa que Paula se hubiera ido, pero no tenía a nadie más para sacar su miedo e ira.


Él había vuelto a casa, anticipando la celebración con su esposa y decirle lo que sentía. Las rosas se aferraban a su pecho. Había abierto la puerta y la había llamado. Cuando no hubo respuesta, no había sentido pánico, subió la escaleras, pensando que ella estaba tomando una siesta.


Ella había estado muy cansada últimamente, y él había estado preocupado por su salud, así como la de su hijo o hija.


En silencio, entró en su dormitorio y miró alrededor. Frunció el ceño ligeramente cuando no la encontró allí, pensó que estaría en el cuarto de baño. Caminó hasta la puerta. No estaba allí, tampoco. Él estaba a punto de salir de la habitación para preguntarle a Rosa donde se encontraba Paula, cuando echó un vistazo y vio su anillo en la mesa sobre un pedazo de papel. Al instante, se puso furioso. Ella lo había dejado. Lo sintió. Ella le había dicho que lo amaba, y aun así lo abandonó. El la traería de regreso, sin importar a donde se hubiera ido. Ella no iba a convertirlo en un idiota y dejarlo plantado, solo y vulnerable. Le había mentido. 


Estaba seguro de que ella había tomado todo lo que pudo en sus codiciosas manos en el proceso de dejarlo. Todo este tiempo, ella sólo había jugado con él.


Lentamente se acercó al papel y lo miró, no queriendo saber lo que había escrito, pero sin parar de leerlo.



Pedro.
Siento mucho que no fueras capaz de amarme. No puedo evitar lo mucho que me he enamorado de ti, a pesar de que nunca fue el acuerdo entre nosotros.
Ya no puedo vivir contigo si me vas a dejar para estar en los brazos de otra mujer. Sé que amas a nuestro hijo, y no trataré de alejarlo de ti, pero tengo que escapar por el bien de mi propia salud. Me pondré en contacto contigo
después de que el bebé nazca, y nosotros podremos concretar algo entonces.
Te devolveré el auto tan pronto pueda conseguir que las cosas se resuelvan.
No estoy tratando de tomarlo. Solamente no tenía otro modo de marcharme.
Paula.


El leyó la nota aproximadamente 10 veces, sin entender lo que estaba pasando. Él no la estaba engañando. ¿Por qué creería eso de él? Él pasó de la ira a la confusión en menos de un segundo.


Se calmó y volvió a leer la nota una vez más. Tenía que averiguar lo que estaba pasando y no solamente sacar conclusiones apresuradas.


El caminó lentamente por las escaleras, casi como si estuviera en trance.


Se dirigió a la cocina donde Rosa estaba cocinando.


—Hola, Sr. Alfonso. Llega temprano —dijo ella, como si no pasara nada.


Esta actitud hizo que su mal genio volviera.


—¿Has visto a mi esposa? —preguntó con enojo en su voz.


Ella se volvió hacia él, con el ceño fruncido.


—Ella se fue hace un rato —dijo perpleja, como si él supiera eso.


Fue en ese momento cuando él le gritó. De inmediato se sintió mal y se calmó a sí mismo.


—Discúlpame, Rosa —dijo él—. Es sólo que ella se ha ido, y todo lo que tengo es esta nota —dijo mientras empujaba la nota delante de ella.


Ella escudriñó la nota, y luego su aliento se enganchó cuando la volvió a leer. Ella miró a Pedro con sospecha sobre su rostro. Él sabía que Paula se había hecho amiga de Rosa y las dos pasaban mucho tiempo juntas.


—No engañé a mi esposa —comenzó a defenderse. No tenia que explicarle nada a ella, pero no le gustó la censura que vio en sus ojos.


Ella inmediatamente bajo la mirada, como si supiera que había estado mirando airadamente a su jefe.


—Esto no es mi asunto —afirmó ella.


—¿Me puedes decir dónde Paula ha estado hoy? —preguntó él.


—¿No lo ve, señor Alfonso? Le empaqué un almuerzo, y ella se lo llevó a su oficina. Me dijo que quería sorprenderlo con un almuerzo romántico porque usted había tenido que trabajar tan tarde todas las noches. Estaba muy emocionada cuando se fue. Volvió a casa mucho antes de lo que esperaba que lo hiciera, pero supuse que sólo había olvidado algo, porque estuvo aquí por unos quince minutos, y luego se precipitó hacia la puerta sin decir una palabra.


Pedro de repente se hundió en la silla a su lado. Sentía que sus piernas no lo apoyarían por más tiempo.


—No —gritó él, con tal devastación en su voz que Rosa le puso su mano en su hombro.


Él supuso que ella debió haber pasado por la oficina cuando Laura estaba allí. Si ella hubiera estado allí en el momento oportuno, podría haber parecido que él estaba teniendo una aventura. Lentamente se puso en pie.


—Tengo que hacer unas llamadas telefónicas —dijo mientras salía de la habitación.


Una hora más tarde, de nuevo tenía la cabeza entre sus manos. Él había hablado con sus guardias de seguridad y averiguó que ella había estado allí al mediodía y se había marchado después de cinco minutos. Había estado allí sólo unos minutos antes de que ellos hubieran escoltado a su visitante no deseada hacia fuera.


Entonces, pensó que él estaba teniendo una aventura. Le parecía que el hecho de que ella no confiara en él era un poco conveniente. ¿Por qué se había marchado y sin preguntarle que estaba haciendo? Él asumió que ella pensaba que encontrarlo con otra mujer rompería el acuerdo
prenupcial y que podría tomar todo lo que él tenia. Ella pensó mal.


Él llamó a los bancos para averiguar cuánto había tomado ella. Después de otra media hora él colgó el teléfono y otra vez sintió vergüenza. Ella no había tomado nada. Él había puesto un rastro en todas las tarjetas de crédito para averiguar dónde habían sido usadas y se había dado cuenta
de que ella no había ocupado ninguna de ellas.


Y no sólo el día de hoy, sino que ella no las había utilizado nunca desdeque su madre y ella habían amueblado la casa. 


Había cero compras. ¿Por qué él no le prestó atención a nada de esto? Nunca notó que ella no había ido de compras, o que no había ido a ninguna parte.


El vagó por su dormitorio, sintiendo una dolorosa necesidad porque ella estuviera allí. A él le gustaba salir con ella de compras para su bebé.


Estaba tan entusiasmada con cada nueva compra. Pensó en esos viajes, cuando ellos habían pasado por los centros comerciales, y ella ni siquiera había mirado las joyerías o boutiques de modas.


El miró la pequeña caja de joyas que su madre le había dado a Paula y se dio cuenta de que las pocas piezas que había comprado para ella seguían allí. Ella había tomado nada más que un poco de ropa y el auto, que dijo que devolvería.


¡El auto!


Él salió corriendo de vuelta a la oficina. Había estado sintiéndose desesperado sobre como posiblemente encontrarla, ya que ella no usó las tarjetas de crédito, cuando se dio cuenta de que podía rastrear el vehículo.


Él siempre lo añadía, en caso de robo o accidente.


En sólo unos segundos, él había localizado el vehículo. Echó un vistazo a su reloj. Eran las ocho de la noche. Llamó a su piloto y le dijo que tuviera el avión listo. Ellos llegarían a Eugene en una hora.


Pedro subió en su auto y llamó a su padre cuando se dirigía al aeropuerto de Seattle. Su padre escuchó a Pedro mientras explicaba todo lo que había sucedido.


—Recupérala, hijo. Ella es lo mejor que te ha pasado —dijo su padre cuando Pedro dijo todo.


—He sido tan terco y estúpido papá, la amo y tenía miedo, si le daba mi corazón, ella lo tendría todo. Finalmente me di cuenta que no importa más porque sin ella en mi vida, no me interesa si tengo un corazón que lata o no —terminó él con una nota estrangulada.


Su padre le dio un momento para que él recobrara la compostura y luego le hizo saber que él y su madre estarían allí si necesitaba algo.


Pedro se sintió un poco mejor después de hablar con su padre. Él sabía lo mucho que amaban sus padres a Paula. No podía tener una sola conversación con ellos sin escucharlos alabar a Paula por una cosa o la otra. Paula a menudo se encontraba en su casa durante el día, trabajando en algo para él bebe.


Su madre también había ayudado a Paula a terminar la guardería. Habían hecho hermosas diseños de plantilla en las paredes y cocido cortinas, él había preguntado un día porqué no acababan e iban a comprar los artículos, y ella lo había mirado como si fuera un niño.


—Significa mucho más cuando viene del corazón. Cuando nuestro niño crezca, sabrá que su abuela y su madre lo querían tanto que querían hacer de su primera habitación el mejor lugar del mundo —había dicho ella.


Pedro llegó al aeropuerto y estaría en el aire en tan solo treinta minutos.


—El vuelo sólo tardara unos cuarenta minutos, Sr. Alfonso —vino la voz del piloto por el intercomunicador. Su asistente le trajo una bebida que era muy necesaria una vez que estuvieron en el aire.


Él sabía que ella estaba allí al ver su auto estacionado en el frente, mirándose fuera de lugar.


—¿Quiere que lo espere? —preguntó el conductor.


Pedro le entregó varios billetes.


—No, gracias. Tengo otro medio de transporte —dijo mientras caminaba hacia la puerta principal.


El empleado detrás del mostrador parecía sucio y miró a Pedro de arriba abajo con temor.


—¿Está buscando una habitación? —le preguntó, mirando mas allá de él.


Pedro pensó que el hombre estaba buscando a la puta barata que creía que él llevaría allí. Pedro comenzaba a enojarse, pero también sabía que el chico no acostumbraba a clientes como él.


—Mi esposa se registró aquí el día de hoy. Necesito saber en qué habitación está. Ella dejará el hotel —dijo Pedro con autoridad.


—No puedo dar información sobre mis clientes. —La voz del tipo tembló, no lo bastante, pues él esquivó la mirada de Pedro.


Pedro estaba listo para agarrar a la comadreja de hombre de la camisa y tirarlo contra la pared, pero sabía que si se mostraba seguro, conseguiría lo que buscaba.


Pedro puso cien dólares en el mostrador, y vio al hombrecito
prácticamente babear.


—La habitación de Paula Alfonso, por favor. —Fue todo lo que dijo mientras seguía con los dedos sobre el billete.


—Ella está en la habitación doce —dijo el tipo sin más argumentos. Le entregó la llave a Pedro y le arrebató el billete del mostrador antes que el hombre rico cambiara de opinión. Sin decir una palabra, Pedro salió y no se detuvo hasta que llego a la puerta doce.


Él se quedo escuchando y no oyó ningún ruido, insertó la llave y giró la perilla fácilmente. Empezó a empujar la puerta cuando una cadena lo detuvo. Se asomo por la rendija y la vio tendida en la cama, tiritando mientras dormía, acurrucada sobre sí misma con la mano de manera protectora sobre su estomago.


Pedro empujó la puerta hacia él unos centímetros. Luego le dio un tirón rápido hacia adentro, y la cadena se rompió sin mucho esfuerzo. Estaba horrorizado por la falta de seguridad en el edificio. Paula ni siquiera se despertó cuando él entró en la habitación.


El olor del lugar era suficiente para hacer girar su estómago. 


La tenía que sacar de ahí rápido, antes de que hubiera algún daño duradero a ella o a su hijo.


Él se sentó en el borde la cama y suavemente la sacudió. 


Paula se despertó y se sentó, sus ojos miraron alrededor con terror.


—Oh, gracias a Dios que eres solo tú, Pedro —dijo, mientras su respiración se tranquilizaba. Teniendo en cuenta la zona de la ciudad en que se encontraba, al igual que el tipo de mala calidad en la recepción, él entendía su desasosiego.


Su felicidad al ver que era él, obviamente fue rápidamente olvidada cuando ella se despertó lo suficiente como para darse cuenta de lo que estaba pasando.


—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo sabias dónde estaba? —preguntó ella.


—Estaba rastreando tu auto, Paula, y antes de que comiences a gritar acerca de mí espiándote, hay rastreo de todos nuestros vehículos. Es una medida de seguridad en caso de que alguno de ellos sea robado. —El levantó su mano mientras trataba de retrasar la pelea—. Sé que tienes
mucho que decir sobre lo que crees que ha pasado, pero estoy realmente incómodo con tenerte a ti y a mi hijo en este entorno poco saludable. Ya he reservado una suite en el Valley River Inn, que está a solo unos kilómetros de aquí. Vamos a dirigirnos allí, conseguiremos algo de comida y tendremos una conversación —dijo él con su habitual calma y voz al mando.


Él no esperó que Paula dijera algo. Sólo recogió sus cosas, que eran pocas, teniendo en cuenta que nada fue desempacado. Sacó su maleta por la puerta que seguía abierta y la colocó en el vehículo.


Como Paula todavía no se había movido, él entró en la habitación, la levantó en sus brazos como si ella no pesara nada, y la depositó suavemente en el asiento del copiloto del auto. Coloco un par de billetes de cien dólares sobre la mesa de noche con una nota que decía: “Por la cerradura”, y luego rápidamente se retiró del estacionamiento del motel de barrio bajo.




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