martes, 10 de marzo de 2015
CAPITULO 23
Paula entró en el ascensor, con algo de miedo y una emoción indefinida comprimiendo su pecho. Ella necesitaba hablar con Tomas. No podía decírselo por teléfono, así que había estado esperando nerviosamente desde la noche anterior, y se le había hecho imposible dormir.
Ella estaba en su quinto mes como asistente de Pedro, y le encantaba su trabajo, bueno al menos una parte de él.
Ella sabía lo que estaba haciendo, y ahora estaba segura de sus habilidades. Esther se había detenido en varias ocasiones para elogiar su trabajo, diciendo que era como si Paula hubiera estado en la compañía durante diez años en lugar de unos pocos meses. Las dos habían estado muy cerca, y Paula nunca la rechazó cuando la invitaba a comer o a ver una película.
Ella tenía dos grandes amigos ahora. Tres, si contaba a Horacio, quien la iba a ver por lo menos una vez a la semana para saber cómo estaba.
Insistió en llevarla a comer, diciéndole que estaba demasiado delgada y que necesitaba un poco de carne en sus huesos antes de que fuera arrastrada por un fuerte viento. Era un hombre sabio, y no era algo malo decirle a una mujer que estaba flaca. Obviamente había estado felizmente casado durante muchos años, y no sólo eso, sino que sabia escuchar a su esposa.
Pedro era estrictamente profesional con ella. Le había dado sus asignaciones de trabajo a Paula, con muy poca conversación entre ellos, y luego la dejó sola. Nunca se detenía y era siempre cortés.
A menudo se encontraba mirándolo mientras él dejaba la habitación, más a menudo de lo que debería, y estaba en camino a enamorarse de él, pero hacia un muy buen trabajo ocultándolo. Él había sido más que profesional, que era lo que quería, por lo menos lo que debería querer.
Se decepcionaba cada vez que Pedro salía de la habitación, se sentía muy vacía. Incluso había intentado ir a una cita con un chico de contabilidad, pero había sido un desastre. La había aburrido hasta las lágrimas, y cuando él la había besado al final de la noche, no había sentido la más mínima pizca de pasión.
Casi todas las noches se despertaba en las primeras horas de la mañana con el nombre de Pedro en sus labios, su cuerpo mojado y dispuesto a él.
Ella estaba agradecida de que él estuviera manteniendo las distancias, porque ella nunca tendría la fuerza de voluntad para alejarlo si hacía un movimiento.
Sus hormonas estaban por todo el lugar, al menos sabía por qué ahora.
No tenía otro hombre para comparar a Pedro, como también no podía imaginar un sexo mejor que el que había tenido con él. Parecía estar en un constante estado de excitación, su cuerpo deseaba lo que su mente no necesitaba. ¿Por qué no podía ser simplemente fácil? ¿Por qué Pedro?
Si ella iba a comenzar una relación, superar su miedo a los hombres, entonces ¿por qué no podía ser de un tipo como Bob de contabilidad?
Claro, era aburrido, pero con él estaría a salvo, segura y sería fácil. No haría que su presión arterial subiera. Él sería fácil, suave, ¿por qué no él?
Sabía por qué no. Ella podía creer que no quería pasión, pero sólo un sabor haría cambiar su opinión. Un sabor que era como una droga, que le hacía querer más. Algunos días eran más fáciles que otros, y sabía que hoy iba a ser uno de esos días difíciles.
Paula había pospuesto tomar una prueba de embarazo por mucho tiempo porque ya sabía la respuesta. Había estado lidiando con las náuseas matutinas durante dos meses, y hubo cambios sutiles en su cuerpo. Ella era naturalmente pequeña, así que la mayoría no se dio cuenta de la pequeña protuberancia en la parte inferior de su estómago, pero lo hizo.
Finalmente colapsó y tomó la prueba, luego la tiró a la basura. Ya sabía que la respuesta era afirmativa.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella salió, caminando directamente hacia el escritorio de Tomas. Estaba en el teléfono, por lo que zapateó con impaciencia a la espera de él. Llevó un dedo a sus labios en una disculpa.
Obviamente, podía ver que ella realmente necesitaba hablar con él.
—Me alegro de que hayas llegado temprano, Srta. Chaves. ¿Puede venir a mi oficina? —preguntó Pedro mientras se acercaba al escritorio.
Paula le envió a Tomas una mirada de pánico, pero él estaba ocupado en el teléfono. No había nada que pudiera hacer para salvarla de todos modos.
No era como si Pedro supiera algo. Ella no sabía lo que iba a hacer, pero no podía decirle, a pesar de que sabía que estaba mal.
—Sí, por supuesto, Sr. Alfonso—respondió finalmente, al mismo tiempo que Tomas colgó el teléfono. Articuló traidor a él mientras caminaba detrás de Pedro.
Tomas le envió una mirada inquisitiva, pero ahora tendría que esperar aun más tiempo para hablar con él. De ninguna manera se arriesgaría a que Pedro oyera su conversación.
—Déjeme ir a mi oficina y sacar mi bloc de notas —dijo Paula cuando llegaron a sus puertas.
—No lo necesitas. Adelántate, deja tu bolso y tu abrigo y luego entra —dijo Pedro mientras pasaba a través de su propia puerta.
Paula tomó su tiempo para dejar sus cosas. Sabía que Pedro no era paciente, pero ella apenas había dormido, y su corazón estaba corriendo a toda velocidad. Necesitaba hablar con su amigo, conseguir un poco de perspectiva, no estar sentada frente a Pedro, absorbiendo su esencia, viendo a sus ojos azules brillantes, y luchando contra el impulso de saltar sobre su regazo.
Caminó lentamente hacia la oficina de Pedro, esperando que la conversación no durara demasiado tiempo. No estaba preparada para enfrentarse a él, y muchos menos, después de haberse hecho la prueba.
Ella no debería haberla hecho durante la semana. ¿En qué estaba pensando?
Se sorprendió al encontrarlo de pie junto a la ventana.
Estaba con la mirada fija hacia la ventana, con las manos detrás de la espalda mientras miraba hacia abajo en la niebla de la mañana de Seattle. Ella se puso de pie cerca de la mesa, sin saber si debía decir algo o no.
—Tengo un viaje de negocios la semana que viene y necesito que vengas conmigo —dijo, todavía sin volverse.
El corazón de Paula comenzó a latir con fuerza. Ella no había ido a ningún viaje con él, sin embargo, había salido mucho en los últimos meses. Se preguntó qué era todo esto, y por qué la necesitaba allí repentinamente.
—¿A dónde? —preguntó finalmente ella, sin que importara realmente.
Todo lo que realmente importaba era el hecho de que ella estaría con él, completamente solos.
—Australia. Contamos con un viñedo allí, y hemos estado teniendo problemas. Parece que alguien está deliberadamente tratando de sabotear nuestros cultivos. Nos ha tomado muchos años desarrollar nuestra gran reputación por nuestros excepcionales productos, pero un envío malo puede destruir todo eso —dijo Pedro mientras finalmente se volvía hacia ella. Paula podía ver la frustración que sentía, pero todavía no entendía por qué tenía que ir con él.
—Esto podría tomar un par de semanas y necesito una asistente. Esther ha estado yendo a los viajes conmigo, pero finalmente puso sus pies en el suelo y se niega a viajar más, así que necesito que vayas —dijo, obviamente pensando que ella estaba confundida.
Ante sus palabras, sintió ira al rojo vivo hervir en su interior.
Él le había dado la espalda y no le había permitido hacer su trabajo. Había pensado que lo estaba haciendo tan bien, cuando todo el tiempo, él no había confiado en ella. Se sentía traicionada, la cual era una extraña emoción respecto a su trabajo.
Ella todavía no había dicho ni una palabra cuando él volvió a hablar.
—Mira, Paula, nada de esto ha tenido que ver con tu desempeño laboral. Vamos a dejar las cosas así —dijo mientras se pasaba los dedos por el pelo.
—Ya veo —respondí con frialdad, aunque ella no lo hacía para nada.
—Eres tan increíblemente ingenua. Puedo ver que estás enojada y herida por no pedirte que vinieras conmigo. ¿De verdad quieres que te lo explique? —Prácticamente gritó.
—No, estoy bien —respondió ella, pensando que era hora de irse. Estaba obviamente enfadada con él.
—Yo no te lleve, porque sabía que el momento en que el jet se pusiera en el aire, acabaríamos en mi muy grande y cómoda cama... y no dormiríamos en ella —dijo, mirando directamente a sus asombrados ojos.
Paula quedó sin aliento ante su audacia. No había nada más claro que eso, pensó ella.
—Bueno, yo... uh... ya veo —tartamudeó ella mientras daba un paso atrás.
—Tengo una reunión a donde ir. Vamos a terminar esta conversación más tarde —dijo, despidiéndose. La forma en que sus palabras fueron pronunciadas, como una amenaza.
Ella no tenía ninguna duda de que se estaban acercando a una confrontación.
No podía saber si estaba más asustada o excitada por la perspectiva.
Rápidamente se retiró a su oficina, donde pasó el resto del día en su computadora. No tuvo un momento a solas con Tomas ya que Pedro le enviaba más y más trabajo. Se sobresaltó cuando Tomas entró y saltó sobre su escritorio.
—Paula, es tarde, y estoy más que listo para la hora feliz. Vamos, chica. Te llevaré lejos de aquí.
—Lo siento, Tomas. No me di cuenta de la hora. Ha sido un día inusualmente estresante. He estado tratando de hablar contigo desde esta mañana, pero luego me he hundido en trabajo —dijo, mientras la tensión de la noche anterior se desplomaba de nuevo sobre ella.
—Bueno, no te preocupes, el día ha terminado, y te voy a sacar a pasear por la ciudad —dijo él, prácticamente saltando en su asiento.
—En primer lugar, Tomas, es un día de semana, y no todos podemos quedarnos hasta las tres de la mañana y luego funcionar al día siguiente. Más importante, sin embargo, es que realmente necesito hablar contigo en algún lugar más tranquilo que el lugar al que acostumbramos a pasar el rato —dijo ella, tratando de mantener la voz baja.
—Si intimidad es lo que quieres, entonces eso es lo que obtendrás. Sé de un club increíble al que no te he llevado antes. Vamos a ir allí, tomar unas copas y luego los dos podemos buscar chicos calientes. Justamente hay unos saliendo de la oficina, y se ven bien en su traje de negocios —dijo con un silbido.
Paula no pudo evitarlo y se echó a reír. Era imposible estar preocupada cuando estaba en presencia de Tomas. Él estaba tan lleno de vida, y tenía una manera de hacerle ver fácil el lado positivo de las cosas.
—Estoy dentro. No podría evitar el encuentro con mi futuro príncipe encantador —bromeó ella, no sabiendo que significaba eso en lo más mínimo. Sus pensamientos se desviaron a Pedro, sentado solo en su oficina, pero ella se negó a seguir pensando en él.
Tenía que desahogarse con Tomas, y la realidad era que no iba a poder salir por un tiempo muy largo, si es que salía alguna vez, porque en unos seis meses, tendría un bebé recién nacido.
CAPITULO 22
Paula tenía sentimientos encontrados cuando fue a trabajar el lunes. Estaba flotando en las nubes, porque su nuevo auto
había sido entregado la noche anterior, y le encantó
conducirlo. Era una sensación excitante el conducir la hermosa maquina y saber que nunca tendría que luchar con la multitud en el transporte público de nuevo. Definitivamente había estado un par de veces aterrorizada en el autobús cuando había estado en contacto con algunas personas poco respetuosas. Estaba aterrorizada, por otra parte, del ambiente de trabajo al entrar por esas puertas dobles.
¿Pedro iba hacerle una escena? ¿Iba a enviarla a empacar? ¿Podía despedirla? No podía hacerlo simplemente por su relación física.
Pedro podría, sin embargo, despedirla por no ser lo suficientemente buena en su trabajo. Ella ya estaba nerviosa por lo bien que hacia su trabajo.
Aparcó el auto y se dirigió hacia el interior. Acababa de ver cómo podría ir su día. No había nada que pudiera hacer al respecto, por lo que tendría que hacer lo que pudiera e ir allá.
Las puertas del ascensor sonaron, y la puerta se abrió junto a la cara sonriente de Tomas.
—Me preguntaba cuando ibas a llegar. He estado rebotando en mi asiento durante media hora —dijo, sin tiempo para saludos.
Paula suspiró.
—Hola, Tomas. Si has estado saltando en tu asiento por media ahora, entonces, has estado aquí por mas de una hora porque llegué media hora antes —respondió ella. Él pasó un brazo alrededor de sus hombros y la llevó a su escritorio.
—Está bien, Paula, es hora de hablar. ¿Qué ha pasado? Me abandonaste totalmente este fin de semana. La forma en que el jefe estaba actuando la noche del viernes, yo ni siquiera sabía si iba a estar aquí esta mañana —se quejó él.
—Todo está bien, Tomas. El jefe y yo sólo teníamos un pequeño malentendido. Te prometo que voy contarte todo más tarde, pero tengo que empezar a trabajar en mi trabajo antes de que la persona antes mencionada entre y tenga una razón para despedirme por ser una vaga — dijo ella mientras se dirigía a su oficina.
Tomas caminó junto a ella.
—Llegaste temprano. No puedes meterte en problemas por hablar conmigo en tu tiempo libre.
—No creo que sea nuestro tiempo libre cuando estamos en estas oficinas.
Por favor, sólo déjame ir a trabajar, y vamos a salir esta noche, te lo prometo —dijo, mientras lo empujaba y sacaba de su oficina.
Paula estaba ocupada en su escritorio cuando Pedro llegó dos horas más tarde. Debe ser bueno ser el jefe y aparecer cuando te apetezca, pensó ella hostilmente, y luego se arrepintió inmediatamente.
Ella no era una especie de exnovia de la secundaria que iba a tener pensamientos mezquinos. Lo que él hacia con su tiempo libre, era su asunto, sin duda no el de ella.
—Srta. Chaves, necesito que vengas aquí, por favor —dijo por el intercomunicador, haciendo que su frente sudara. Se secó la frente y agarró su cuaderno, apretó sus rodillas para no temblar.
Con la mayor calma que podía fingir, dio un paso a través de sus puertas comunicadas y se acercó a su mesa. Él estaba en el teléfono, de espaldas a ella, mientras miraba por la ventana con una vista espectacular de la ciudad.
Esperó cinco minutos, demasiado nerviosa para sentarse, pero muy inestable sobre sus pies, ya que su cuerpo temblaba.
Finalmente, él colgó el teléfono y se volvió hacia ella, su cara
completamente inexpresiva. Ella parpadeó mientras sus miradas se juntaron. Ella creyó detectar una oleada de fuego en sus ojos, pero él parpadeó y ese fuego desapareció, haciéndola pensar que no era nada más que su imaginación.
—Toma asiento. Tengo que dictarte algunos archivos para que los escribas —dijo en su tono más profesional.
Ella se sentó temblorosamente mientras se dispuso a tomar notas. Él comenzó a hablar, y pronto se vio envuelta en el trabajo, sin tiempo para preocuparse por nada que no sea conseguir una redacción correcta.
—Gracias, eso es todo. Estaré fuera de la oficina el resto del día, así que me los envías a través de correo electrónico antes de esta noche.
Pedro se volvió hacia su ordenador y empezó a escribir algo, despidiéndose de ella. Estuvo sentada un momento más, y finalmente consiguió marcharse y se dirigió a su oficina.
Se dejó caer en su silla y dejó escapar un suspiro de alivio.
Parecía que realmente iba a actuar como si nada hubiera pasado. Ella estaba aliviada, e irracionalmente dolida a la vez.
De inmediato empezó a escribir sus cartas, y el día transcurrió rápidamente. Él se fue antes del almuerzo, dándole a ella finalmente la oportunidad de respirar. No era fácil hacerlo cuando sólo tenía una puerta delgada entre ellos.
El resto del día transcurrió sin incidentes. Pedro se comunicaba con ella estrictamente por correo electrónico, y a las cinco de las tarde su humor se había disipado considerablemente.
—Mi ordenador está apagado, los teléfonos fueron desconectados, y si no haces lo mismo, voy a tener que sacarte a la fuerza de este lugar —dijo Tomas mientras se dirigía a su oficina y se sentaba en el escritorio.
—¿Cómo pudiste conseguir un trabajo cuando estás más interesado en salir corriendo por la puerta que trabajar? —bromeó ella.
—Cariño, estoy en mi puesto actual por mi personalidad burbujeante. Todo el mundo quiere que le conteste sus teléfonos —respondió con un guiño sugerente.
—Eres justo lo que recetó el doctor, Tomas. Necesito música a todo volumen, comida chatarra, y un montón de soda —dijo Paula mientras apagaba su computador.
Tomas saltó del escritorio y tomó su abrigo antes de que ella pudiera. Se lo ofreció, y ella sonrió mientras se lo ponía. Era un gran tipo. Realmente era tan malo que fuera gay. A ella le encantaría tener a un hombre como él en su vida.
Bueno, si ella estuviera saliendo con alguien, eso era.
—Gracias, Tomas. Eres un bombón.
—Que se lo digan a mi ex. Me dijo que estaba coqueteando demasiado. Le dije que había una gran diferencia entre el coqueteo y ser amable. Algunas personas son muy celosas. ¿Quién tiene tiempo para todo ese drama?
—Amen. Ahora, vamos a irnos antes de que Sr, Alfonso aparezca con un proyecto que me mantenga ocupada toda la noche —dijo con una sonrisa, pero ella no estaba lejos de la verdad. El hombre lucía como si pudiera trabajar día y noche, sin siquiera detenerse para comer o dormir.
—Cariño, el único proyecto en que Pedro trabajaría toda la noche no me involucra, por desgracia. Tú, en cambio, probablemente podría quemar su aceite a la medianoche, o en cualquier momento —se burló Tomas.
Paula golpeó su brazo antes de colocar el suyo a su alrededor, y lo siguió hasta el ascensor. Éste abrió rápidamente y caminaron fuera del edificio.
Llegaron a su lugar favorito, con tiempo suficiente para encontrar todavía un asiento. Después de ordenar, Tomas la miró expectante.
—¿Qué?
—No te hagas la tonta conmigo. He estado esperando todo el fin de semana largo. Tú convenientemente comiste en la oficina hoy, así que ahora quiero que todos los detalles interesantes. No te atrevas a dejar una cosa fuera — exigió Tomas.
Paula contempló la posibilidad de mentirle, pero como ella no podía mentirle por cosas que valían nada, sabía que perdería el aliento. Además, ella realmente necesitaba alguien con quién hablar, y ella sabía que sus secretos estarían a salvo con él.
—Está bien, pero te advierto que es una larga historia... —dijo ella. Él sólo levantó las cejas y esperó mientras descansaba la barbilla entre sus manos entrelazadas, haciéndole saber que tenía toda la noche.
Paula finalmente dijo todo, desde las candentes escenas entre ellos, a partir del primer día, el sexo excepcional, y finalmente la escena en su apartamento. Los ojos de Tomas estaban muy abiertos mientras la miraba con deleite conmocionado.
—Di algo —exigió ella cuando él continuó allí sentado con la boca abierta.
—Oh mi, mi, el ambiente de Capitol Hill4 estaba caliente. Mataría por haber sido uno de esas moscas en la pared cuando todas las chispas explotaron. ¿Cómo diablos hiciste para mantener tu virginidad a la madura edad de veinticuatro años y no hacerlo en el asiento trasero del coche de un musculoso adolescente?
—De todo lo que acabo de decir, ¿esa es la pregunta que tienes para mí?
—Bueno, sí. No puedo creer que eras virgen. ¿Te dolió?
Para Paula esta conversación hubiera sido extraña si hubiera sido con cualquier otra persona, pero ella ya conocía la actitud sin límites en el bar de Tomas. No ocultes nada nunca.
—Sí, durante unos dos segundos, pero luego era sólo... ni siquiera bueno… era increíble —suspiró ella.
—Oh —respondió Tomas, recogiendo el menú de bebidas para avivar su rostro. Ella no pudo evitarlo y se rió, se rió realmente, por primera vez en semanas. Ella debería haber llamado Tomas el domingo y él habría ido. Ella se habría sentido mucho mejor para venir a trabajar al día siguiente.
—Gracias, Tomas. Tenía que sacar todo esto de mi pecho, y realmente necesitaba reír —dijo mientras sus ojos ardían de emoción.
—Te amo, Paula, y voy a estar allí para ti en cualquier momento, de día o de noche. Ahora, tienes que estar ahí para cuando aparezca en tu puerta a las 3 de la mañana con el corazón roto.
—Mi puerta siempre estará abierta para ti —prometió ella.
—Al parecer, eres una puta —dijo con una sonrisa mientras bromeaba con ella—. Yo habría dado un millón de dólares si Pedro me hubiera presionado contra la pared.
—No tienen ni siquiera un centenar de dólares, por lo que está fuera de tu alcance.
—Si que te gusta aplastar a mis sueños, ¿no? —dijo mientras se dejó caer en su asiento
La comida llegó y continuaron con las bromas. En el momento en que se fueron, se estaba haciendo tarde, y Paula llegó a su casa en un estado de ánimo mucho mejor que cuando había salido esa mañana. Ella comenzó a sentirse optimista ya que su mundo comenzaba a relajarse. Se quedó dormida con una sonrisa aún en su rostro
4 Capitol Hill: zona residencial de Washington
CAPITULO 21
Pedro sabía que Paula estaba balbuceando por lo que no le daría tiempo para hablar. Él pensó en dejarla hablar y luego darle su opinión
Cuando por fin dejó de hablar y lo miró, sus miradas se encontraron. La vio subir ligeramente la barbilla, y sus hombros estaban visiblemente firmes. De repente, parecía enfadada y no podía entender por qué.
—Creo que debería irse ahora, señor Alfonso. Tengo mucho que hacer esta noche, y me gustaría acomodarme —dijo ella firmemente. Se puso de pie al otro lado de la habitación, lejos de él, con los brazos cruzados, luciendo como si quisiera decir muchas cosas más.
Pedro finalmente se apartó de la pared y comenzó a caminar hacia ella. Él estaba tomando su tiempo, sin prisa para la conversación que estaban a punto de tener. Ella dio un paso atrás mientras él se acercaba.
—Sr. Alfonso —Ella enfatizó su nombre—, lo de anoche fue un error. No debió haber sucedido, y no habrá una segunda vez. Lo siento si usted pensó que tenia el derecho o que yo iba a entregarme a usted en agradecimiento por la generosidad de su familia, pero yo no soy una puta barata —finalizó.
Él sabía por la mirada en sus ojos que estaba aterrorizada, además ella retrocedió un paso, lo que hizo que su temperamento empeorara aun más.
Nunca antes había golpeado a una mujer, y nunca lo haría, aunque si alguien lo presionara a hacerlo, nunca seria ella.
Pedro estaba más enfadado de lo que él recordaba haber estado antes.
Tuvo que quedarse donde estaba porque temía que pudiera estrangularla si se acercaban demasiado. ¿Cómo se atreve a pensar que él esperaba que ella pagara la generosidad de su empresa con su cuerpo? ¡Ella fue quien estuvo persiguiendo el premio gordo! Ella no había sido inocente cuando gritaba su nombre en medio del placer. Lo había querido tanto como él la había deseado.
Se quedó mirándola durante un par de minutos antes de que finalmente se calmara lo suficiente como para hablar.
—Te dije antes que teníamos que hablar un par de cosas, que aún tenemos que hablar. Pero ahora mismo, vamos a arreglar esos comentarios que acabas de hacer. Nunca he pagado por sexo, en cualquier forma, en mi vida. Cualquier mujer que he tomado en mi cama ha llegado de buena gana, y cuando ella se va, sigue pidiendo más. Anoche estabas tan
dispuesta a saltar en la cama conmigo, como yo quería estarlo contigo.
Había dos de nosotros entrelazados entre las sabanas, y me niego a tomar toda la culpa.
Vio la fuga de miedo en sus ojos mientras la ira tomaba su lugar. A medida que sus palabras siguieron apuñalándola, ella extendió la mano para abofetearlo, pero él le agarró la mano antes de que lo hiciera.
—Te lo advertí, yo sólo te dejaría salirte con la tuya una vez —dijo él con una sonrisa.
Luego la tiró a sus brazos y aplastó sus labios contra los de ella. Estaba tan enojado que el beso fue casi agresivo en su intensidad. Él no fue gentil mientras hacia que ella se rindiera ante él. La agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás por lo que tuvo mucho mejor acceso, su cuerpo palpitante de deseo desatado.
Ella luchó contra él por unos segundos, pero luego le devolvió el beso con la misma pasión.
Cuando él supo que tenía su entrega total, la rechazó, a pesar de que tuvo que usar cada onza de control que tenía, para hacerlo. Ella tenía los ojos vidriosos de pasión, y su ira se había vuelto a reavivar.
Se quedaron en un punto muerto, jadeando, cada uno luchando contra sus intensas emociones.
—Siéntate, Paula —dijo él finalmente, un poco más calmado mientras se acercaba al sofá. Ella no quería enfrentarse a su ira si seguía desafiándolo.
* * * *
Estaba empezando a darse cuenta de que había una
delgada línea entre el amor y el odio. No era tan hostil hacia Pedro como quería serlo.
Cuanto más estaba a su alrededor, más notaba las cosas atractivas de él, no sólo su gran aspecto. Lo que era aun más atractivo que su aspecto, sin embargo, era la forma en que hablaba con los demás empleados y la forma en que estaba dispuesto a echarles una mano. Tal vez ella lo había juzgado antes de tiempo y eso era lo que les había hecho ser tan hostiles el uno con el otro. Sabía que ella había estado emitiendo una actitud negativa desde el primer día que empezó. Estaba dispuesta a hacer un cambio. No quería involucrarse con él en una relación, pero podía respetarlo como un jefe.
Finalmente, se imaginó que ella podría terminar bien con este asunto, así que se sentó en la silla frente a él.
—Estoy físicamente atraída por ti. No significa nada, sin embargo; eso fue lo que quise decirte antes. Lo de anoche no debió haber ocurridó. Fue un momento de debilidad para mí. No quiero perder mi trabajo, y no quiero tener una aventura con mi jefe. Tenemos que seguir siendo profesionales a partir de ahora —afirmó en lo que esperaba que fuera un tono profesional.
Él la miró como si hubiera perdido el juicio.
—Estoy de acuerdo contigo, Srta. Chaves—dijo él, volviendo a nombrarla por su apellido—. Lo de anoche no debió haber ocurrido. Pero tenemos que lidiar con las consecuencias de la noche. Me olvidé de utilizar protección, es la primera vez que me sucede. Sé que eras virgen y probablemente no estás en control de la natalidad —dijo finalmente—. Yo no me desligo de mis responsabilidades, así que si estás embarazada, necesito saberlo en cuanto lo sepas. No tendré un hijo que se críe sin mí. Nos casaríamos inmediatamente. ¿Entiendes?
Paula estaba tan sorprendida por las palabras de Pedro, ella no respondió durante varios segundos. Ella no había pensando que él consideraría esa opción. Ella hubiera asumido en el caso de un embarazo no planeado, que él le pediría un aborto. Ella nunca lo haría, pero sabía que muchos hombres no querrían la responsabilidad. Cuanto más pensaba en ello, sin embargo, el sentido le hizo ver que él lo haría porque lo consideraría correcto, para cuidar de su hijo. Venía de una familia amorosa, que nunca negaría a uno de los suyos.
Paula tomó unas cuantas respiraciones profundas antes de hablar con Pedro. Ella repitió a sí misma que no podía permitirse el lujo de perder su trabajo, y si estaba embarazada no podía darse el lujo de que supiera al
respecto. Él podría fácilmente demostrar que podía cuidar mejor al niño.
No necesitaba ni quería un hombre en su vida. Tenía que concentrarse en sí misma. Había visto a su madre con más hombres de lo que nadie podría contar. También había visto cómo esos hombres abusaban de su madre diariamente. Era sólo su voluntad de supervivencia que le había salvado del mismo abuso. Había aprendido a una edad joven a ocultarse cuando los amigos de su madre se acercaban. Ella no había conocido todavía a un hombre en el que pudiera confiar.
—¿Vas a estar ahí mirándome, o te vas a comportar como una adulta y hablar? —le espetó él.
—En primer lugar, sólo porque soy una empleada suya no le da el derecho a hablarme de esa forma. En segundo lugar, nunca me casaría con usted, por cualquier motivo, especialmente, no para atormentar a cualquiera de mis hijos —dijo ella con frialdad.
—Si hay un niño, maldita sea, bueno... —Pedro comenzó a exigir de ella otra vez, pero ella lo interrumpió.
—Si hay un niño, será mío y sólo mío. No se trata de los viejos tiempos en que una mujer tiene que hacer la voluntad de un hombre. Así que un niño no es algo de lo que tiene que preocuparse. Ya he comprobado mi calendario, y no hay nada que temer. Lo de anoche fue un error. He estado saliendo con un hombre durante un año y había estado reacia a dar ese último paso. Dado que con usted no fue demasiado incómodo, ahora puedo consolidar nuestra relación —mintió ella.
Había una mirada sigilosa en la cara de Pedro, mientras caminaba lentamente hacia ella. Se quedó de pie firmemente, no retrocediendo de nuevo. Ella tenía que mostrarse firme, a pesar de que estaba temblando sin control en el interior.
Sin decir nada, Pedro se inclinó y tiró de su cabeza hacia atrás, moviendo su cara con una precisión a un centímetro de la de ella. Se quedó congelado en su lugar hasta que ella empezó a temblar de necesidad.
—Así que lo de anoche fue sólo una prueba para tu novio y para ti —dijo con una voz tan tranquila que era mucho más aterradora que si hubiera estado gritando. Podía sentir la energía acumulándose en sus brazos.
No tenía miedo de que él la golpeara. Tenía mucho más miedo de que la besara de nuevo. Su resistencia se encontraba en su punto más bajo, y si él tomaba sus labios otra vez, ella acabaría rogándole para que no se detuviera.
El calor mantuvo a su cuerpo a la espera de lo que estaba a
punto de pasar.
—No me gusta ser utilizado, Srta. Chaves. Para nada. Realmente no me gusta que me mientan. Puede que lo pasó anoche no fue nada para ti, pero mientras yo estaba duro y profundamente dentro de tu cuerpo, no había otro hombre en tu mente. Estabas estremeciéndote por mí y sólo por mí.
Cuando te acuestes con tu novio, será mi cara la que verás. No te hará temblar de la forma en que yo lo hice. No te hará gritar de placer. Desde luego, no te dejará satisfecha, tu cuerpo sólo quedara agotado. —Se detuvo un momento mientras su corazón bombeaba y sus piernas temblaban, tratando de aliviar el dolor insoportable que estaba causando con nada más que sus palabras—. Puedes pensar en eso.
Él la empujó y salió del apartamento.
Paula esperó hasta que oyó cómo la puerta se cerró antes de perder la compostura. Una vez que ella oyó el chasquido de la chapa de la puerta, se dejó caer contra la pared, con las rodillas temblando mientras se deslizaba hacia abajo. Luego, lloró un buen rato.
¿Por qué había permitido que esto sucediera? Si ella hubiera tomado un baño después y no hubiera estado sólo una toalla... Si tan sólo hubiera sido capaz de decir que no, entonces tal vez —sólo tal vez— hubieran sido capaces de estar en la misma habitación sin atacarse el uno con el otro, o tratando de quitarse las ropas. Incluso, podrían haber mantenido una actitud profesional. Incluso mientras lo pensaba, sabía que era una fantasía. La atracción salvaje era demasiado fuerte, aun desde el primer día.
Ella permaneció en el mismo lugar por más tiempo del que debería, llorando y sintiendo lástima de sí misma. Al final, se levantó. No iba a dejar que esto la afectara más. Iría a trabajar con su escudo de armadura.
Era la cosa más inteligente que podía hacer,
Ella había sido inteligente por los primeros veinticuatro años de su vida.
Tendría que perdonarse este error de juicio. A todo el mundo se le permitía cometer un error de vez en cuando.
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