Antes de que Pedro tuviera tiempo de reaccionar, las puertas se cerraron, dejándolo aturdido y más que un poco enojado.
Estuvo a punto de seguirlos para poder arrastrarla de nuevo a las oficinas.
Sólo años de control bien gestionado le hicieron quedarse donde estaba. Lo que realmente quería hacer era echar a Tomas por una ventana y arrastrar a Paula en sus brazos.
La había evitado tanto como fue posible con la esperanza de que superaría su obsesión, pero la forma en que lo miraba no ayudó. Él podía ver que era una atracción mutua, y ambos luchaban contra los sentimientos que tenían el uno al otro.
Él hizo un par de llamadas, imaginándose que el hombre con el que Paula estaba era Tomas. Pedro había pensando que estaría bien para su padre encontrarle una nueva recepcionista. No era tan difícil encontrar a una persona para contestar los teléfonos. Pero en lugar de una bonita mujer de sesenta años, su padre contrató a un joven atractivo, quien obviamente tenía los atributos suficientes como para atraer a la asistente de Pedro.
Él sabía que no debía preocuparse, ni en lo más mínimo, que no debería importarle en absoluto, pero en el fondo, le importaba, le importaba mucho más de lo que debería.
Se quedó en su despacho durante toda la hora que se fueron, no consiguiendo hacer nada. Sólo se paseaba de un lado de la habitación a la otra, esperando con impaciencia su regreso.
*****
—No pude resistirlo. Tenía una expresión de amargura en su rostro al verte encerrada en los brazos de mi hermoso ser. —Se rió entre dientes.
Paula había estado luchando contra su atracción por Pedro desde el momento en que lo conoció. Ella sabía que él la quería, pero también sabía que era una mala idea involucrarse con su jefe. Ella no era una de esas mujeres que dormían con sus jefes para alcanzar la cima. Ni siquiera estaba cerca de ser una de esos tiburones corporativos. Ella estaba trabajando duro para que un día pudiese proporcionar un hogar estable para la familia que siempre había querido.
—Estabas ocultándomelo, sabes. No tenía idea de que el jefe estaba caliente por tu cuerpo —prosiguió Tomas.
—Él no está caliente por mi cuerpo —dijo—. Simplemente le gusta estar en control de todo, incluyendo a sus empleados. Sólo espera... Él va a estar diciéndote con quién puedes salir, también —dijo ella, comenzando a ver el humor en la situación. Ella sabía que ambos terminarían superando la
atracción pronto, y de ninguna manera, quería que Tomas supiera que ella pensaba que su nuevo jefe era impresionante y que le hacía perder el aliento cada vez que entraba en la habitación.
—Cariño, ya puedo decir que no soy su tipo, por desgracia. —Suspiró, siendo demasiado dramático—. Me gustaría cambiarlo, pero hay algunos hombres que sólo tienen ojos para el reloj de arena. Pobre de mí, que estoy destinado a la angustia, al ver ese pedazo de hombre a diario y nunca tener una oportunidad.
Tomas la había sacado exitosamente de su melancolía.
Sabía que iba a tener que soportar el mal humor de Pedro cuando regresaran, pero por el momento, ella y Tomas estaban teniendo un gran almuerzo.
Se reían y hablaban entre bocado y bocado de comida y, antes de que ninguno estuviera listo, caminaban de regreso a la oficina, asegurándose de no tener ningún contacto físico. Paula no sentía ninguna necesidad de presionar su suerte más allá ese día. Ella no quería perder su trabajo porque el jefe pensaba que era la fulana de la oficina.
Antes de que pudiera sentarse, ella estaba siendo telefoneada desde la oficina de Pedro.
—Srta. Chaves, ¿puede venir por favor? Tenemos mucho que repasar esta tarde y, debido a su prolongado almuerzo, estamos retrasados —espetó su voz por el intercomunicador.
Paula suspiró, sabiendo que su día de paz estaba oficialmente terminado.
Recogió su laptop y se dirigió a la puerta que comunicaba sus oficinas.
Ella refunfuño un poco para sí misma, sin embargo, como ella se había asegurado de no tener un almuerzo extendido y había, de hecho, regresado de nuevo unos diez minutos antes de lo que tenía que ser.
Pedro no levantó la vista cuando entró en la habitación. En silencio cruzo el suelo y se sentó en el lado opuesto de la mesa. Se sentaron por unos minutos en un silencio incómodo. Ella comenzó a retroceder, lo que la hacía notar aun más. Cómo se atrevía a hacerla sentir como una niña de
escuela que se sienta en la oficina del director, ya que había sido capturada besuqueándose en el campus.
*****
Sus ojos estaban fijos en la pantalla del ordenador mientras él ciegamente golpeaba botones en el teclado, sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.
Por lo que sabía, podría haber regalado millones de dólares en apenas un segundo. Lo que más le asustaba, sin embargo, era el hecho de que ni siquiera le importaba si lo hacía.
Él sabía que tenía que hacer una observación más pronto o más tarde, pero aún estaba demasiado cerca de agarrarla de la silla y hacerle olvidar a cualquier otro hombre, excepto él.
Se imaginaba echándola sobre la mesa y poniéndole fin a la tortura para ambos. Podía marcarla como suya, y ella no tendría pensamientos hacia otro hombre. La idea de ella gritando su nombre era casi su perdición.
—¿Terminaste el informe de Nielson que envié por correo? —Él habló por fin y se mostró satisfecho de ver su salto al oír el sonido de su voz. Por alguna extraña razón, su reacción lo relajaba. A él le gustaba la forma en que la ponía nerviosa. Se preguntaba qué más podría hacerla saltar.
Pedro se puso de pie, caminó alrededor de su escritorio y se sentó en el borde de la misma, sus piernas a sólo unos centímetros de distancia. Se dio cuenta de que ella se sentó más recta incluso, si eso era posible. Sus piernas estaban cerradas tan herméticamente juntas que le sorprendió que no gritara de repente por un calambre muscular.
Después de lo que parecieron horas, pero en realidad fueron sólo segundos,Paula le entregó el expediente sin palabras, ya había anticipado que él estaría pidiéndolo. Tomó la carpeta, asegurándose de que sus dedos se rozaran. Notó la piel de gallina aparecer en su brazo.
Él comenzó a sentirse mucho mejor, sabiendo que estaba de nuevo al mando. Fingió leer el archivo, tomándose su tiempo, disfrutando de la cercanía.
—Muy bien. —Ella saltó una vez más, como si hubiera olvidado que estaban sentados juntos en la habitación.
Él sabía que ella era demasiado fuerte para admitir que la hacía sentir algo, y no había manera de que fuera a llorar de misericordia. Había aprendido mucho de ella desde el primer día que se conocieron. Si hubiese lucido molesta de alguna manera, entonces él habría encontrado la fuerza de voluntad para apartarse, pero podía ver la pasión brillando en sus ojos, a pesar de que tratara de ocultarlo. Su respiración estaba acelerada, haciendo que sus pechos subieran y bajaran por debajo de su blusa, y pudo ver la huella de sus pezones endurecidos presionando contra la tela.
Quería agacharse y sentir el pulso de sus pechos bajo sus labios. Su excitación era un afrodisíaco.
Pedro cambió su peso, haciendo que su pierna se presionara contra la de ella. Se sentó congelada. Era evidente que quería moverse, pero no sabía cómo hacerlo sin previo aviso.
Era un juego de voluntades, y él realmente no sabía cuál de ellos cedería primero. Él estaba probando su resistencia hacia la atracción que sentía por ella, eso era seguro. Sabía que lo más inteligente sería dar marcha atrás y sacarla de su oficina, pero no podía hacerlo. Si ella le pedía retirarse, él la dejaría ir, pero esperaba que no lo hiciera. Le gustaba su juego. Sabía que estaban llegando a su límite. Se estaba poniendo demasiado caliente sentado tan cerca de ella, por lo que les dio a ambos un descanso y empezó a caminar por la habitación para crear distancia.
—Muy buen trabajo —dijo finalmente, con respecto al archivo. Se metieron en una cómoda rutina después de eso, y trabajaron bien el resto de la tarde.
El aire estaba lleno de tensión, pero hicieron un buen equipo cuando ambos se concentraron.
El tiempo pasó rápidamente, como solía ser cuando estaba junto a ella.
Él no quería dejarla ir. Disfrutaba de la embriaguez de su olor. Se complacía en la forma en que sus ojos se lanzaban hacia él y luego miraba hacia otro lado. Sus curvas seductoras hacían que su cuerpo se apretara.
Ya era hora de que pusiera fin a la tortura. Solo una noche juntos, eso es todo lo que necesitaban. Trató de razonar consigo mismo que esta situación no heriría a nadie. Si era incómodo entre ellos después de que estuvieran satisfechos, entonces él la trasladaría hacia otra división de la empresa, por lo que no pasaría nada.
La idea de que ella dejara las oficinas dejó una sensación desagradable en él. Pensó en lo que iba a hacer, nunca lanzaba sus jugadas antes de crear un plan, y mucho menos cuando su mente se encontraba tan desorientada.
****
A ella siempre le habían gustado los tipos de hombres que había encontrado durante la escuela. Así que tenía que decirse continuamente que no podía soportar a los de su tipo. Ella no necesitaba, ni quería, un hombre para hacerla sentirse completa. Le gustaba su vida mucho y no quería que nadie interviniera y le dijera cómo vivir. No era más que otro hombre, al igual que tantos otros hombres que habían existido.
Si ella rompía sus reglas y se involucraba con alguien, nunca iría por un rico egocéntrico millonario como su jefe. Sería un hombre cálido, cuidadoso, alguien que quisiera una docena de niños y le trajera flores por lo menos una vez a la semana. Sexo que durara sólo unos minutos, una relación que durara toda la vida. Podía vivir con mal sexo, pero no podría vivir con un imbécil de marido.
Mentirosa. Tú quieres emoción. Has estado trabajando en vez de distraerte desde que apenas comenzaste a caminar, con miedo a desobedecer, con miedo a decir alguna insolencia o impertinencia, con miedo a pedir algo.
Ahora, ves a este hombre, este dominante y magnífico hombre, y quieres que él tome el control. Quieres que te obligue a salir de tu caparazón. Lo quieres a... él. Y algo mucho más importante que eso, quieres que él te desee, para que tome la decisión por ti.
Paula se sentó paralizada mientras luchaba una batalla interna consigo misma. Su mente cuidadosamente controlada para acallar a su corazón.
Ella iba a ganar la pelea, lo que no sabía era que quedaría en mil pedazos cuando todo estuviera terminado.
A las cinco de la tarde, alguien llamó a la puerta.
—Entre —habló Pedro.
Tomas se asomó a la habitación.
—Hola, Sr. Alfonso—dijo antes de volverse hacia Paula—. ¿Estás lista para salir? Tengo los teléfonos alterados, y me muero por un Bloody Mary y unas alitas picantes.
Paula empezó a levantarse de su asiento cuando Pedro habló:
—Tenemos demasiado trabajo para terminar esta noche, Tomas. Paula tendrá que perderse la hora feliz —dijo, un poco grosero, en su opinión.
—Está bien, Tomas, voy a coger el autobús a casa esta noche. De todas formas, agradezco el paseo en la mañana. Nos vemos el lunes. —Ella le dio una sonrisa de disculpa antes de volver a trabajar en su portátil.
—Está bien, dulzura. Nos vemos el lunes. —Le guiñó un ojo—. Que tenga un buen fin de semana, Sr. Alfonso. —Tomas salió rápidamente y, una vez más, Paula estaba sola con Pedro. Ella se quedó mirando a Tomas por unos minutos con anhelo. Le encantaría simplemente sentarse y tomar una copa con su mejor amigo. Sus nervios habían estado en el borde de toda la tarde.
*****
—¿Por qué no trajiste tu propio auto para venir a trabajar hoy? —le preguntó por fin, poniendo fin a veinte minutos de incómodo silencio.
—Yo no tengo un auto. Normalmente sólo viajo en autobús al trabajo, pero Tomas no vive muy lejos de mí, así que el último par de días hemos estado compartiendo el automóvil. No tengo ningún problema con el autobús, sin embargo. —Le molestaba el tener que explicarle las cosas.
—Te voy a dar un paseo a casa esta noche ya que te estoy manteniendo hasta tarde —dijo, como si el asunto se resolviera al instante. No esperaba nada, sólo su cumplimiento.
Se sentó por un momento antes de responder.
—No necesito un paseo a casa. Ya le dije que estoy acostumbrada a viajar en el autobús. Voy a estar bien —dijo ella con los dientes apretados. Sabía que no sería el final de la discusión, pero ella no lo dejaría caminar sobre ella, jefe o no.
Estaba cansada de luchar consigo misma y él. Tenía miedo de que si no se alejaba pronto de él, terminaría por levantarse, golpearlo, o peor todavía, rasgar de su camisa hasta sacársela, de preferencia con los dientes.