jueves, 5 de marzo de 2015

CAPITULO 8





Antes de que Pedro tuviera tiempo de reaccionar, las puertas se cerraron, dejándolo aturdido y más que un poco enojado.


Estuvo a punto de seguirlos para poder arrastrarla de nuevo a las oficinas.


Sólo años de control bien gestionado le hicieron quedarse donde estaba. Lo que realmente quería hacer era echar a Tomas por una ventana y arrastrar a Paula en sus brazos. 


La había evitado tanto como fue posible con la esperanza de que superaría su obsesión, pero la forma en que lo miraba no ayudó. Él podía ver que era una atracción mutua, y ambos luchaban contra los sentimientos que tenían el uno al otro.


Él hizo un par de llamadas, imaginándose que el hombre con el que Paula estaba era Tomas. Pedro había pensando que estaría bien para su padre encontrarle una nueva recepcionista. No era tan difícil encontrar a una persona para contestar los teléfonos. Pero en lugar de una bonita mujer de sesenta años, su padre contrató a un joven atractivo, quien obviamente tenía los atributos suficientes como para atraer a la asistente de Pedro.


Él sabía que no debía preocuparse, ni en lo más mínimo, que no debería importarle en absoluto, pero en el fondo, le importaba, le importaba mucho más de lo que debería.


Se quedó en su despacho durante toda la hora que se fueron, no consiguiendo hacer nada. Sólo se paseaba de un lado de la habitación a la otra, esperando con impaciencia su regreso.



*****


—Sabes que le permitiste pensar que estábamos escabulléndonos por alguna aventura ilícita durante nuestra hora de almuerzo. Voy a estar en el infierno por eso. —Paula trató de decirlo tan severamente como era posible mientras ella y Tomas se sentaban en su restaurante favorito sólo a una cuadra de las oficinas.


—No pude resistirlo. Tenía una expresión de amargura en su rostro al verte encerrada en los brazos de mi hermoso ser. —Se rió entre dientes.


Paula había estado luchando contra su atracción por Pedro desde el momento en que lo conoció. Ella sabía que él la quería, pero también sabía que era una mala idea involucrarse con su jefe. Ella no era una de esas mujeres que dormían con sus jefes para alcanzar la cima. Ni siquiera estaba cerca de ser una de esos tiburones corporativos. Ella estaba trabajando duro para que un día pudiese proporcionar un hogar estable para la familia que siempre había querido.


—Estabas ocultándomelo, sabes. No tenía idea de que el jefe estaba caliente por tu cuerpo —prosiguió Tomas.


—Él no está caliente por mi cuerpo —dijo—. Simplemente le gusta estar en control de todo, incluyendo a sus empleados. Sólo espera... Él va a estar diciéndote con quién puedes salir, también —dijo ella, comenzando a ver el humor en la situación. Ella sabía que ambos terminarían superando la
atracción pronto, y de ninguna manera, quería que Tomas supiera que ella pensaba que su nuevo jefe era impresionante y que le hacía perder el aliento cada vez que entraba en la habitación.


—Cariño, ya puedo decir que no soy su tipo, por desgracia. —Suspiró, siendo demasiado dramático—. Me gustaría cambiarlo, pero hay algunos hombres que sólo tienen ojos para el reloj de arena. Pobre de mí, que estoy destinado a la angustia, al ver ese pedazo de hombre a diario y nunca tener una oportunidad.


Tomas la había sacado exitosamente de su melancolía. 


Sabía que iba a tener que soportar el mal humor de Pedro cuando regresaran, pero por el momento, ella y Tomas estaban teniendo un gran almuerzo.


Se reían y hablaban entre bocado y bocado de comida y, antes de que ninguno estuviera listo, caminaban de regreso a la oficina, asegurándose de no tener ningún contacto físico. Paula no sentía ninguna necesidad de presionar su suerte más allá ese día. Ella no quería perder su trabajo porque el jefe pensaba que era la fulana de la oficina.


Antes de que pudiera sentarse, ella estaba siendo telefoneada desde la oficina de Pedro.


—Srta. Chaves, ¿puede venir por favor? Tenemos mucho que repasar esta tarde y, debido a su prolongado almuerzo, estamos retrasados —espetó su voz por el intercomunicador.


Paula suspiró, sabiendo que su día de paz estaba oficialmente terminado.


Recogió su laptop y se dirigió a la puerta que comunicaba sus oficinas.


Ella refunfuño un poco para sí misma, sin embargo, como ella se había asegurado de no tener un almuerzo extendido y había, de hecho, regresado de nuevo unos diez minutos antes de lo que tenía que ser.


Pedro no levantó la vista cuando entró en la habitación. En silencio cruzo el suelo y se sentó en el lado opuesto de la mesa. Se sentaron por unos minutos en un silencio incómodo. Ella comenzó a retroceder, lo que la hacía notar aun más. Cómo se atrevía a hacerla sentir como una niña de
escuela que se sienta en la oficina del director, ya que había sido capturada besuqueándose en el campus.



*****


Pedro supo al segundo en que entró. Ella no hizo ningún ruido, pero su perfume le envolvió. A continuación, sintió el cambio en el aire, mientras ella se sentó en voz baja en la silla frente a él, siendo el único sonido apenas audible el cruzar de sus piernas, el ligero ruido mientras sus medias de nylon se rozaban.


Sus ojos estaban fijos en la pantalla del ordenador mientras él ciegamente golpeaba botones en el teclado, sin tener ni idea de lo que estaba haciendo.


Por lo que sabía, podría haber regalado millones de dólares en apenas un segundo. Lo que más le asustaba, sin embargo, era el hecho de que ni siquiera le importaba si lo hacía.


Él sabía que tenía que hacer una observación más pronto o más tarde, pero aún estaba demasiado cerca de agarrarla de la silla y hacerle olvidar a cualquier otro hombre, excepto él. 


Se imaginaba echándola sobre la mesa y poniéndole fin a la tortura para ambos. Podía marcarla como suya, y ella no tendría pensamientos hacia otro hombre. La idea de ella gritando su nombre era casi su perdición.


—¿Terminaste el informe de Nielson que envié por correo? —Él habló por fin y se mostró satisfecho de ver su salto al oír el sonido de su voz. Por alguna extraña razón, su reacción lo relajaba. A él le gustaba la forma en que la ponía nerviosa. Se preguntaba qué más podría hacerla saltar.


Pedro se puso de pie, caminó alrededor de su escritorio y se sentó en el borde de la misma, sus piernas a sólo unos centímetros de distancia. Se dio cuenta de que ella se sentó más recta incluso, si eso era posible. Sus piernas estaban cerradas tan herméticamente juntas que le sorprendió que no gritara de repente por un calambre muscular.


Después de lo que parecieron horas, pero en realidad fueron sólo segundos,Paula le entregó el expediente sin palabras, ya había anticipado que él estaría pidiéndolo. Tomó la carpeta, asegurándose de que sus dedos se rozaran. Notó la piel de gallina aparecer en su brazo.


Él comenzó a sentirse mucho mejor, sabiendo que estaba de nuevo al mando. Fingió leer el archivo, tomándose su tiempo, disfrutando de la cercanía.


—Muy bien. —Ella saltó una vez más, como si hubiera olvidado que estaban sentados juntos en la habitación.


Él sabía que ella era demasiado fuerte para admitir que la hacía sentir algo, y no había manera de que fuera a llorar de misericordia. Había aprendido mucho de ella desde el primer día que se conocieron. Si hubiese lucido molesta de alguna manera, entonces él habría encontrado la fuerza de voluntad para apartarse, pero podía ver la pasión brillando en sus ojos, a pesar de que tratara de ocultarlo. Su respiración estaba acelerada, haciendo que sus pechos subieran y bajaran por debajo de su blusa, y pudo ver la huella de sus pezones endurecidos presionando contra la tela.


Quería agacharse y sentir el pulso de sus pechos bajo sus labios. Su excitación era un afrodisíaco.


Pedro cambió su peso, haciendo que su pierna se presionara contra la de ella. Se sentó congelada. Era evidente que quería moverse, pero no sabía cómo hacerlo sin previo aviso.


Era un juego de voluntades, y él realmente no sabía cuál de ellos cedería primero. Él estaba probando su resistencia hacia la atracción que sentía por ella, eso era seguro. Sabía que lo más inteligente sería dar marcha atrás y sacarla de su oficina, pero no podía hacerlo. Si ella le pedía retirarse, él la dejaría ir, pero esperaba que no lo hiciera. Le gustaba su juego. Sabía que estaban llegando a su límite. Se estaba poniendo demasiado caliente sentado tan cerca de ella, por lo que les dio a ambos un descanso y empezó a caminar por la habitación para crear distancia.


—Muy buen trabajo —dijo finalmente, con respecto al archivo. Se metieron en una cómoda rutina después de eso, y trabajaron bien el resto de la tarde.


El aire estaba lleno de tensión, pero hicieron un buen equipo cuando ambos se concentraron.


El tiempo pasó rápidamente, como solía ser cuando estaba junto a ella.


Él no quería dejarla ir. Disfrutaba de la embriaguez de su olor. Se complacía en la forma en que sus ojos se lanzaban hacia él y luego miraba hacia otro lado. Sus curvas seductoras hacían que su cuerpo se apretara.


Ya era hora de que pusiera fin a la tortura. Solo una noche juntos, eso es todo lo que necesitaban. Trató de razonar consigo mismo que esta situación no heriría a nadie. Si era incómodo entre ellos después de que estuvieran satisfechos, entonces él la trasladaría hacia otra división de la empresa, por lo que no pasaría nada.


La idea de que ella dejara las oficinas dejó una sensación desagradable en él. Pensó en lo que iba a hacer, nunca lanzaba sus jugadas antes de crear un plan, y mucho menos cuando su mente se encontraba tan desorientada.



****


Paula luchó contra sus propias emociones mientras pasaba el día con Pedro. Un minuto él estaba dándole órdenes, y al otro, la seguía como una pantera, cada vez un poco más cerca con cada paso que daba. No entendía su atracción hacia Pedro. Sí, él era guapo, pero que nunca le había importado antes. A muchas mujeres les gustan los hombres fuertes, alfa, que piensan que el mundo debe inclinarse ante ellos. A ella no.


A ella siempre le habían gustado los tipos de hombres que había encontrado durante la escuela. Así que tenía que decirse continuamente que no podía soportar a los de su tipo. Ella no necesitaba, ni quería, un hombre para hacerla sentirse completa. Le gustaba su vida mucho y no quería que nadie interviniera y le dijera cómo vivir. No era más que otro hombre, al igual que tantos otros hombres que habían existido.


Si ella rompía sus reglas y se involucraba con alguien, nunca iría por un rico egocéntrico millonario como su jefe. Sería un hombre cálido, cuidadoso, alguien que quisiera una docena de niños y le trajera flores por lo menos una vez a la semana. Sexo que durara sólo unos minutos, una relación que durara toda la vida. Podía vivir con mal sexo, pero no podría vivir con un imbécil de marido.


Mentirosa. Tú quieres emoción. Has estado trabajando en vez de distraerte desde que apenas comenzaste a caminar, con miedo a desobedecer, con miedo a decir alguna insolencia o impertinencia, con miedo a pedir algo.


Ahora, ves a este hombre, este dominante y magnífico hombre, y quieres que él tome el control. Quieres que te obligue a salir de tu caparazón. Lo quieres a... él. Y algo mucho más importante que eso, quieres que él te desee, para que tome la decisión por ti.


Paula se sentó paralizada mientras luchaba una batalla interna consigo misma. Su mente cuidadosamente controlada para acallar a su corazón.


Ella iba a ganar la pelea, lo que no sabía era que quedaría en mil pedazos cuando todo estuviera terminado.


A las cinco de la tarde, alguien llamó a la puerta.


—Entre —habló Pedro.


Tomas se asomó a la habitación.


—Hola, Sr. Alfonso—dijo antes de volverse hacia Paula—. ¿Estás lista para salir? Tengo los teléfonos alterados, y me muero por un Bloody Mary y unas alitas picantes.


Paula empezó a levantarse de su asiento cuando Pedro habló:
—Tenemos demasiado trabajo para terminar esta noche, Tomas. Paula tendrá que perderse la hora feliz —dijo, un poco grosero, en su opinión.


—Está bien, Tomas, voy a coger el autobús a casa esta noche. De todas formas, agradezco el paseo en la mañana. Nos vemos el lunes. —Ella le dio una sonrisa de disculpa antes de volver a trabajar en su portátil.


—Está bien, dulzura. Nos vemos el lunes. —Le guiñó un ojo—. Que tenga un buen fin de semana, Sr. Alfonso. —Tomas salió rápidamente y, una vez más, Paula estaba sola con Pedro. Ella se quedó mirando a Tomas por unos minutos con anhelo. Le encantaría simplemente sentarse y tomar una copa con su mejor amigo. Sus nervios habían estado en el borde de toda la tarde.



*****




El estado de ánimo de Pedro pareció deteriorarse después de que Tomas se fue.


—¿Por qué no trajiste tu propio auto para venir a trabajar hoy? —le preguntó por fin, poniendo fin a veinte minutos de incómodo silencio.


—Yo no tengo un auto. Normalmente sólo viajo en autobús al trabajo, pero Tomas no vive muy lejos de mí, así que el último par de días hemos estado compartiendo el automóvil. No tengo ningún problema con el autobús, sin embargo. —Le molestaba el tener que explicarle las cosas.


—Te voy a dar un paseo a casa esta noche ya que te estoy manteniendo hasta tarde —dijo, como si el asunto se resolviera al instante. No esperaba nada, sólo su cumplimiento.


Se sentó por un momento antes de responder.


—No necesito un paseo a casa. Ya le dije que estoy acostumbrada a viajar en el autobús. Voy a estar bien —dijo ella con los dientes apretados. Sabía que no sería el final de la discusión, pero ella no lo dejaría caminar sobre ella, jefe o no.


Estaba cansada de luchar consigo misma y él. Tenía miedo de que si no se alejaba pronto de él, terminaría por levantarse, golpearlo, o peor todavía, rasgar de su camisa hasta sacársela, de preferencia con los dientes.





CAPITULO 7





El tiempo pasó volando rápidamente para Paula cuando aprendió su nuevo trabajo. Después del intenso momento con Pedro el día de la fiesta, ella había estado asustada por la conservación de su trabajo como asistente ejecutiva. 


Afortunadamente, él había sido bastante profesional respecto a ese punto, en vez de despedirla inmediatamente.


Pedro estaba fuera la mayor parte del tiempo, y la comunicación se realizaba a través de correo electrónico.


Lo que no podía entender era por qué eso la molestaba. Ella debería estar aliviada por tenerlo lejos, sin estar en lo más mínimo molesta cuando él no estaba cerca.


Ella apenas conocía al hombre y él provocaba todo tipo de emociones diferentes en su interior. La lujuria estaba sin duda en la parte superior de la lista. Siempre había sido de las chicas buenas, saltándose ciertas cosas para estudiar, postergando las relaciones por el trabajo, y guardándose para el hombre adecuado. Bueno, tenía veinticuatro años y todavía no había conocido al indicado, o eso se decía a sí misma.


Todavía recordaba cuando escuchaba a las chicas riendo en la biblioteca de la escuela mientras hablaban de sus citas de la noche anterior. Paula había sentido una punzada de celos al ver que ellas tenían tiempo para divertirse, además de estudiar, pero nunca había sentido que se estaba privando de algo. Un mes en cuartos reducidos con Pedro Alfonso, y todo estaba cambiando.


De pronto se encontró fantaseando con su apuesto jefe, preguntándose cómo se vería si se aflojaba la corbata un poco, si se desabrochaba el primer botón de sus pantalones ajustados. Se preguntaba muchas cosas inapropiadas, y tuvo que detenerse. Tener una aventura con su jefe no era
parte de sus planes para futuro.


—Perdona la interrupción, Paula, pero Horacio Alfonso está aquí y quiere verte —dijo Tomas a través del intercomunicador, asustándola.


—Iré inmediatamente —dijo ella tras una breve pausa.


—No te preocupes, él ya se dirige hacia tu oficina, cariño.


Pedro había despedido a la recepcionista rubia, emocionando a Paula, ya que la mujer le había disparado dagas cada vez que entraba y salía de la oficina. Paula quería gritarle que no estaba interesada en el jefe y que podía tenerlo, pero de alguna manera se las había arreglado para mantener la compostura.


El nuevo recepcionista era un gran tipo, y con el jefe fuera, cuando tenía tiempo libre, ella se sentaba con él, y charlaban de todo. Sólo había estado trabajando con él durante un par de semanas, y estaba convirtiéndose en su mejor amigo.


—Gracias por el aviso —dijo ella, luego se enderezó rápidamente antes de que Horacio llenara la habitación con su presencia.


—Buenos días, Paula. Yo estaba aquí y pensé en pasar y ver cómo estabas.


—Eso es muy amable de su parte, Sr. Alfonso, pero estoy bien.


—Creo que voy a tener que visitarte todos los días hasta que te sientas lo suficientemente cómoda para llamarme Horacio —dijo con una sonrisa mientras se sentaba, dando la impresión de que se quedaría un rato.


—Está bien, está bien, iré en contra de todo lo que me enseñaron y te llamaré por tu nombre. Sólo quiero que sepas que eso parece una falta de respeto para mí —dijo ella, sonriendo. Era difícil discutir con Horacio.


—Puedo ser duro cuando tengo que serlo, pero me he dado cuenta que la mayoría de las personas responden mucho mejor a un trato amistoso.
Cuando era joven, al igual que mis hijos, tendía a ser un hijo de puta, la arrogancia irradiaba de mí en oleadas. Mi bella esposa, Ana, me curó de eso. Ella nunca me permitió perder el control.


—Su esposa parece una mujer increíble y elegante.


—Eso es cierto. Hemos estado casados por más de treinta años, y le doy gracias a Dios todos los días por tenerla a mi lado Yo sólo quiero lo mismo para nuestros hijos —dijo, mirándola directamente a los ojos.


Paula sintió pánico en su interior, como si él estuviera enviándole algún tipo de mensaje. Ella finalmente se echó a reír, haciendo poco caso a su comentario. Sólo estaba siendo él mismo, un tipo simpático. Es por eso que ella disfrutaba tanto de su compañía.


—Estoy segura de que cada uno conoce a alguien en el momento indicado.
Cuando estaba terminando la universidad, en ese entonces en busca de trabajo, supe que las relaciones eran la última cosa en mi mente. Sus hijos probablemente sienten lo mismo, especialmente con Pedro haciéndose cargo de su antiguo trabajo, y sus otros dos hijos haciendo lo que sea que ellos hagan —terminó ella sin convicción, dándose cuenta de que no tenía idea de lo que sus otros hijos, Alejandro y Marcos, hacían.


—Oh, esos chicos tienen un montón de tiempo libre. Creo que simplemente se niegan a casarse porque están demasiado ocupados jugando. No me preocupa, sin embargo. Se casaran algún día —dijo, como si estuviera compartiendo un secreto con ella.


—Esa es una actitud positiva.


—He descubierto que la vida es demasiado corta para ser otra cosa que positiva. Cuando algo no va como lo deseas, entonces tienes que buscar en otra dirección y hacer un cambio —dijo—. Mira a mi hijo menor, Marcos.
Él me echo una mano cuando lo necesite, pero él nunca tuvo la intención de ser parte de este mundo empresarial. Siguió los pasos de su abuelo y se convirtió en un hacendado. Sin embargo, no podía ocultar ese gen Alfonso que tenemos para el éxito. Ha hecho que el rancho de la familia prospere durante su estadía en él. A Alejandro le gusta viajar por el mundo, y se ocupa de la mayor parte de nuestro negocio internacional, y es realmente bueno en eso, también, constantemente trayendo más negocio. Luego, por supuesto, está Pedro. Él siguió los pasos de su bisabuelo, y los míos también. Cada uno de nosotros tiene la necesidad de trabajar para ser el número uno. La única cosa que mis hijos tienen en común, sin embargo, es que tienen corazones de oro. Cuando se enamoran, será para toda la vida. Es por eso que han estado esperando mucho tiempo, en mi opinión.


Su voz era hipnotizante mientras hablaba de su familia.


 Siempre usaba una voz más grave y fuerte que la de una persona promedio, pero mientras hablaba de sus hijos, cambió de tono, obviamente mostrando el gran amor por su esposa e hijos. Paula tuvo que luchar contra la melancolía repentina de querer recibir parte de ese amor. Una de las cosas que más quería era una familia. Era algo que le había sido negado, y sabía que cuando tuviera a sus hijos propios, los amaría tanto como Horacio amaba a sus hijos. Como le gustaría tener un padre como él, ahí para ella.


Ella sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. Había aprendido hace mucho tiempo que no debía pensar en lo que no tenía. Era mucho mejor centrarse en las cosas que podía cambiar, y las que había logrado. No tenía sentido regodearse en la autocompasión.


Antes de que Paula se diera cuenta, había pasado una hora y se encontró riendo de otra de las historias de Horacio. 


Sintió una punzada de culpabilidad al darse cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado con él en lugar de trabajar. No debía sentirse mal, ya que ella fue sorprendida al máximo, pero aun así...


—Yo podría sentarme aquí y hablar contigo durante todo el día, querida, pero será mejor que te permita volver a tu trabajo. Gracias por complacer a un anciano durante un tiempo —dijo Horacio mientras se levantaba.


—El placer ha sido mío, Horacio. Gracias por tomarte un tiempo de tu apretada agenda para charlar. Podría olvidar todo lo demás mientras estás hablando —dijo ella con sinceridad.


—Eres una verdadera dulzura, Paula. Estoy muy contento de haber tenido la suerte de encontrarte —dijo, y entonces, para su sorpresa, en lugar de estrecharle la mano, extendió los brazos y la abrazó. Paula tuvo que luchar contra las lágrimas repentinas que querían brotar mientras sus manos suaves llegaron a su alrededor y el olor reconfortante de menta invadió sus sentidos.


Gracias a Dios que no esperaba que ella dijera algo más. Él la soltó y salió de la habitación. Se dejó caer en su silla, sin saber cuánto tiempo se quedó mirando la puerta vacía antes de que el timbre sonara de nuevo.


—Paula, cariño. Es hora de almuerzo. Tengo que salir de este lugar antes de que me vuelva loco. Saldremos a comer pizza extra grasosa y refrescos de soda. —La voz energética de Tomas se oyó a través de su altavoz.


—Estoy en camino. Dame cinco minutos para terminar este mensaje para el Sr. Alfonso, y entonces, yo soy toda tuya.


Paula sabía que probablemente debería quedarse en la oficina durante el almuerzo para ponerse al día, teniendo en cuenta que había pasado demasiado tiempo con Horacio, pero necesitaba salir y dar un paseo.


Horacio había despertado muchas emociones en su interior, y estar rodeada de un muy enérgico Tomas, le ayudaría a volver a Tierra.


Paula salió de su oficina, sonriendo, y Tomas tiró su brazo alrededor de su cintura mientras se dirigían a los ascensores. La puerta se abrió justo cuando estaba inclinado hacia ella en lo que parecería ser un momento íntimo para un observador. Los dos estaban en esa posición, y para suerte de ella, justo cuando Pedro entró por las puertas abiertas.


—¿Qué está pasando aquí, Paula? —gritó casi él—. ¿Has olvidado que este es un lugar de trabajo? Me he ido un par de semanas, ¿y piensas que puede desfilar a tus novios y salir de aquí? ¿Y si hubiera sido un cliente?


—Paula estaba demasiado aturdida por su ira como para ser capaz de pronunciar alguna palabra. ¿Qué estaba pasando con él?


Paula captó la leve sonrisa en la cara de Tomas, volviéndose, así su nuevo jefe no podía verlo. Paula frunció el ceño. Ella se preguntó para sus adentros si debería cancelar el almuerzo y volver a trabajar.


—Hola, Sr. Alfonso. La señorita Chaves y yo estábamos saliendo en nuestro almuerzo. Ya hemos establecido los teléfonos y estaremos de regreso en una hora. —Con eso, él tiró de ella en el ascensor, y se fueron antes de que ella tuviera la oportunidad de cambiar de opinión. Oh, sabía que iba a tener problemas por eso. Pedro no era exactamente el tipo de hombre al que le gustaba ser contra-decido. 


Estaba un poco asustada por la reacción de su jefe cuando ella regresara al trabajo. Ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto en ese momento.






CAPITULO 6




—Paula, tenemos trabajo que hacer —dijo Pedro mientras se acercaba a ella y Mateo. Paula notó que él ni siquiera reconoció la presencia de Mateo, y este hecho aparentemente no pasó desapercibido para el otro hombre, tampoco. Mateo, quien obviamente no quería hacer enojar al jefe, se fue a escondidas sin palabra alguna.


Paula perdió un poco de respeto hacia él y suspiró para sus adentros.


Luego, se volvió hacia Pedro.


—Sí, señor Alfonso. Lo siento, pero todo el mundo estaba aquí y no estaba segura de lo que se suponía que debía hacer. Me pondré a trabajar ahora mismo —respondió Paula con su cabeza erguida, y se dirigió hacia su oficina. Ella no entendía por qué él sonaba tan irritado. Todos estaban en la fiesta. No era como si la fiesta hubiera sido su idea.


Pedro la siguió hacia la oficina y luego se metió dentro de ésta mientras ella se sentaba, sabiendo que él aún no había dicho todo.


—No me gustan los romances de oficina. Causan nada más que problemas, no es bien visto —le informó él en su tono de voz más imponente, lo que causó que el vello en la parte trasera del cuello de ella se erizara.


Ella tuvo que contar en silencio hasta diez antes de responder.


—En primer lugar, señor Alfonso —dijo ella con los dientes apretados—. Yo simplemente estaba socializando con otro empleado. Y, en segundo lugar, que elija tener un romance con alguien no es de su incumbencia. — Paula se sorprendió por el ácido tono en su propia voz. Era la primera vez que ella le había hablado así.


De repente, él estaba a sólo unos centímetros de su cara.


—Cuando usted trabaja para mí, va a escuchar lo que digo. Mateo es un mujeriego, y no quiero hacerme cargo de las repercusiones cuando él la deseche como pan añejo, y créame, lo hará.


Paula inclinó la cabeza hacia atrás alejándola de la suya, su ritmo cardíaco acelerado. Ella estaba segura de que su corazón latía tanto que era visible para él, incluso a través de su camisa. Se olvidó por completo de su ira contra el hombre mientras la necesidad de extender la mano y acariciarlo la abrumó. Quería a Pedro. Todo en él gritaba a sexo, y si él se apoyaba un par de pulgadas más cerca y reclamaba su boca, ella le correspondería.


Sabía que era irracional, y debía pensarlo mejor, pero había estado tratando de esquivar esas oleadas de calor que sentía cada vez que estaba cerca de él hace semanas y se preguntó si su imaginación hacía justicia a lo que se sentiría besarlo.


¿Qué tan malo podría ser un beso? Por lo menos, se daría cuenta si todo era parte de su imaginación o no: las chispas, el deseo y la química.


Durante lo que pareció una eternidad, donde no pudo romper el contacto visual con él. Sintió calor líquido cerniéndose dentro de ella. Mira hacia otro lado, desvía la mirada, mira hacia otro lado, se gritó a sí misma hasta que por fin encontró la fuerza de voluntad para desviar la cabeza,
preguntándose cuánto tiempo habían estado de pie allí cara a cara.




* * * *



Al darse cuenta de lo cerca que él estaba de ella, y también el deseo intenso que tuvo de besarla sorprendió a Pedro, quien se irguió y se retiró de su oficina. Antes de que pudiera pensar en ello, él cerró la puerta, haciendo que las imágenes en la pared se tambalearan. Su cuerpo estaba duro como una roca y una ligera capa de sudor cubría su frente.


Pedro se apoyó contra la puerta y deseó que su cuerpo volviera a la normalidad. No había sentido tanto deseo por una mujer desde su época universitaria. Incluso en ese entonces, sabía que había poseído un mayor control. Si ella no hubiera roto el contacto visual, él podría haber
terminado tomándola allí mismo, sobre su escritorio, sólo a unos pocos metros de distancia de cientos de empleados que podrían haber entrado en cualquier momento. No pudo alejar la imagen mental de ella retorciéndose debajo de él en la mesa de madera, con su cabello libre del horrible moño.


Era sin duda tiempo de ir al gimnasio y gastar algo de su energía reprimida.


Tomó su bolso y salió de la oficina, montando en su ascensor privado para no tener que hablar con nadie. No estaba de humor, y no quería descargar su frustración en alguien inocente.


Después de un intenso trabajo de dos horas, Pedro todavía se encontraba duro, había disminuido su frustración, pero no por completo. Cuando volvió a la oficina, buscó la lista de teléfonos en su computadora. Se quedó mirando los nombres durante diez minutos, antes de hacer clic en la X y cerrar la pestaña. Sabía que lo mejor que podía hacer, era llamar a algunas de las mujeres con las que se encontraba a veces, pero no pudo hacerlo.


Con un suspiro de disgusto consigo mismo, obligó a su mente a concentrarse. Tenía trabajo que hacer y no iba a permitir que su cuerpo lo controlara. Se volvió hacia su ordenador y se puso a trabajar. Evito a Paula el resto del día, eligiendo comunicarse con ella solamente a través de
correo electrónico. Parecía ser mucho más seguro para ambos.