jueves, 5 de marzo de 2015

CAPITULO 6




—Paula, tenemos trabajo que hacer —dijo Pedro mientras se acercaba a ella y Mateo. Paula notó que él ni siquiera reconoció la presencia de Mateo, y este hecho aparentemente no pasó desapercibido para el otro hombre, tampoco. Mateo, quien obviamente no quería hacer enojar al jefe, se fue a escondidas sin palabra alguna.


Paula perdió un poco de respeto hacia él y suspiró para sus adentros.


Luego, se volvió hacia Pedro.


—Sí, señor Alfonso. Lo siento, pero todo el mundo estaba aquí y no estaba segura de lo que se suponía que debía hacer. Me pondré a trabajar ahora mismo —respondió Paula con su cabeza erguida, y se dirigió hacia su oficina. Ella no entendía por qué él sonaba tan irritado. Todos estaban en la fiesta. No era como si la fiesta hubiera sido su idea.


Pedro la siguió hacia la oficina y luego se metió dentro de ésta mientras ella se sentaba, sabiendo que él aún no había dicho todo.


—No me gustan los romances de oficina. Causan nada más que problemas, no es bien visto —le informó él en su tono de voz más imponente, lo que causó que el vello en la parte trasera del cuello de ella se erizara.


Ella tuvo que contar en silencio hasta diez antes de responder.


—En primer lugar, señor Alfonso —dijo ella con los dientes apretados—. Yo simplemente estaba socializando con otro empleado. Y, en segundo lugar, que elija tener un romance con alguien no es de su incumbencia. — Paula se sorprendió por el ácido tono en su propia voz. Era la primera vez que ella le había hablado así.


De repente, él estaba a sólo unos centímetros de su cara.


—Cuando usted trabaja para mí, va a escuchar lo que digo. Mateo es un mujeriego, y no quiero hacerme cargo de las repercusiones cuando él la deseche como pan añejo, y créame, lo hará.


Paula inclinó la cabeza hacia atrás alejándola de la suya, su ritmo cardíaco acelerado. Ella estaba segura de que su corazón latía tanto que era visible para él, incluso a través de su camisa. Se olvidó por completo de su ira contra el hombre mientras la necesidad de extender la mano y acariciarlo la abrumó. Quería a Pedro. Todo en él gritaba a sexo, y si él se apoyaba un par de pulgadas más cerca y reclamaba su boca, ella le correspondería.


Sabía que era irracional, y debía pensarlo mejor, pero había estado tratando de esquivar esas oleadas de calor que sentía cada vez que estaba cerca de él hace semanas y se preguntó si su imaginación hacía justicia a lo que se sentiría besarlo.


¿Qué tan malo podría ser un beso? Por lo menos, se daría cuenta si todo era parte de su imaginación o no: las chispas, el deseo y la química.


Durante lo que pareció una eternidad, donde no pudo romper el contacto visual con él. Sintió calor líquido cerniéndose dentro de ella. Mira hacia otro lado, desvía la mirada, mira hacia otro lado, se gritó a sí misma hasta que por fin encontró la fuerza de voluntad para desviar la cabeza,
preguntándose cuánto tiempo habían estado de pie allí cara a cara.




* * * *



Al darse cuenta de lo cerca que él estaba de ella, y también el deseo intenso que tuvo de besarla sorprendió a Pedro, quien se irguió y se retiró de su oficina. Antes de que pudiera pensar en ello, él cerró la puerta, haciendo que las imágenes en la pared se tambalearan. Su cuerpo estaba duro como una roca y una ligera capa de sudor cubría su frente.


Pedro se apoyó contra la puerta y deseó que su cuerpo volviera a la normalidad. No había sentido tanto deseo por una mujer desde su época universitaria. Incluso en ese entonces, sabía que había poseído un mayor control. Si ella no hubiera roto el contacto visual, él podría haber
terminado tomándola allí mismo, sobre su escritorio, sólo a unos pocos metros de distancia de cientos de empleados que podrían haber entrado en cualquier momento. No pudo alejar la imagen mental de ella retorciéndose debajo de él en la mesa de madera, con su cabello libre del horrible moño.


Era sin duda tiempo de ir al gimnasio y gastar algo de su energía reprimida.


Tomó su bolso y salió de la oficina, montando en su ascensor privado para no tener que hablar con nadie. No estaba de humor, y no quería descargar su frustración en alguien inocente.


Después de un intenso trabajo de dos horas, Pedro todavía se encontraba duro, había disminuido su frustración, pero no por completo. Cuando volvió a la oficina, buscó la lista de teléfonos en su computadora. Se quedó mirando los nombres durante diez minutos, antes de hacer clic en la X y cerrar la pestaña. Sabía que lo mejor que podía hacer, era llamar a algunas de las mujeres con las que se encontraba a veces, pero no pudo hacerlo.


Con un suspiro de disgusto consigo mismo, obligó a su mente a concentrarse. Tenía trabajo que hacer y no iba a permitir que su cuerpo lo controlara. Se volvió hacia su ordenador y se puso a trabajar. Evito a Paula el resto del día, eligiendo comunicarse con ella solamente a través de
correo electrónico. Parecía ser mucho más seguro para ambos.




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