lunes, 16 de marzo de 2015
CAPITULO 46
Ella vivía en un complejo seguro. Sin embargo, no le tomó mucho tiempo obtener autorización para dirigirse a su puerta. Cuando eras tan conocido como tu familia, la cual conocía casi todo el mundo. Él respiró profundamente varias veces para calmarse. Luego llamó a su puerta y esperó a que los segundos pasaran, los cuales parecían más como horas. Finalmente estuvo de pie delante de él, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y el miedo.
—¿Dónde está mi hijo? —Pedro había perdido ya mucho tiempo y no tenía pelos en la lengua.
No había hola, hace tanto tiempo. ¿Cómo estás? No estaba dándole vueltas al asunto. Estaba cansado y enojado. No podía creer que ella se atreviera a ocultarle a su hijo
Claro, él no se había molestado en llamarla, pero tenía razones para ello.
Le había afectado a diferencia de cualquier otra mujer antes que ella, y él no se había confiado a su alrededor. Incluso con ira corriendo a través de él, ella era la cosa más hermosa que jamás había visto. Su pelo era más largo y echado en un moño desordenado con varias piezas en cascada por la cara y el cuello. No tenía un solo rastro de maquillaje y había manchas bajo los ojos por la falta de sueño. También tenía un resplandor alrededor de ella que era hermoso.
Paula estaba petrificada. ¿Cómo se había enterado?
Ella había estado aterrorizada la otra noche cuando vio a Horacio y Ana, pero no parecían saber que el bebé era su nieto.
No podía entender cómo Pedro sabía.
Lucía más increíble que nunca. Parecía cansado y su cabello oscuro estaba revuelto.
Parecía como si hubiera corrido sus manos a través de él una docena de veces. Su rostro tenía una sexy barba de días, lo que le parecía más tangible.
Su olor la invadía y se dio cuenta de que lo había echado de menos mucho más de lo que debería. Pensaba en él a menudo. Por supuesto, ¿cómo podría no hacerlo cuando miraba a su hijo todos los días? Él se parecía tanto a su padre, sobre todo en los ojos.
—Pedro, ¿qué estás haciendo aquí? —finalmente preguntó, tratando de sonar neutral.
Él optó por ignorar la pregunta y reiteró:
—Te pregunté, ¿dónde está mi hijo?
Él no era conocido por tener una gran dosis de paciencia. No iba a estar de pie en la puerta y perder otro momento de la vida de su hijo.
Antes de que ella fuera capaz de decir algo más, se oyó un llanto desde el interior del apartamento. Sus ojos redondos de asombro ante el primer sonido que escuchó de su hijo. Él se puso de pie en el umbral. Agarró a Paula por la cintura y físicamente la sacó de su camino.
Paula dejó escapar un jadeo sorprendido y luego fue tras él mientras seguía el sonido del llanto de su hijo.
—Pedro, si tengo un hijo, pero no es el tuyo —trató de mentir. Él había llegado al columpio donde su hijo estaba en ese momento y miró con fascinación al ser humano diminuto.
El bebé estaba despierto y mirando a su padre, momentáneamente distraído de sus aullidos furiosos por haber sido dejado solo. Ante sus palabras, Pedro giró la cabeza para mirarla. Ella dio un paso hacia atrás por la violencia en su expresión.
—No me mientas por un segundo más. Ya me has robado tres meses de vida de mi hijo. No vas a engañarme nunca más —espetó.
Sabía que tratar de negarlo de nuevo sólo desataría más de su enojo por lo que se hundió en el sofá ya que sus rodillas no la sostenían. No dijo nada más, solo miró mientras él observaba a su hijo. El bebé finalmente se cansó del juego de miradas y dejó escapar un grito de disgusto. Quería ser recogido.
Paula empezó a levantarse, pero Pedro ya estaba ocupándose de él.
—Hola hombrecito, ¿quieres que tu papá te levante? —habló
amorosamente a su hijo. La adoración en la voz de Pedro trajo lágrimas a sus ojos. Abrió la correa de seguridad y sacó suavemente a Joaquin desde el asiento.
Pedro acurrucó a Joaquin cerca de su pecho, mirándolo fijamente a la cara. Se sorprendió al ver el amor que fluía a través de él. ¿Cómo es posible que algo tan pequeño reclamara plenamente su alma en el espacio de un latido del corazón? No tenía dudas de que se trataba de su hijo.
Parecía un Alfonso. Paula tenía mucho qué responder.
Se sentó en el otro extremo del sofá y en voz baja le habló a su hijo. El niño lo miró y susurró por un tiempo, antes de que su rostro se arrugara y soltara otro rugido de desagrado.
Pedro se volvió hacia Paula con una mirada de preocupación en su rostro.
—¿Qué es? —preguntó con inquietud.
—Él tiene hambre. Dámelo y yo me encargo de su cena —dijo ella, acercándose a sus brazos. Podía sentir la leche cayendo en sus pechos y necesitaba darle de comer tanto como él quería comida. Se iba a avergonzar a sí misma en cualquier momento por fugas a través de su camisa delgada.
—Voy a darle de comer. Sólo dame una botella —dijo Pedro, ya que no quería soltar a su hijo.
Paula parecía incómoda y Pedro notó la humedad en su camisa. Su ingle se apretó mientras la fina tela no ocultaba nada de su vista. Sus pezones húmedos se mostraban claramente a través. No dijo una palabra más. Le entregó el bebé, luego se levantó y salió de la habitación dándole
privacidad.
Paula se sintió aliviada cuando se fue. Rápidamente tranquilizó al bebé y trajo una sonrisa a su cara. Su hijo no tomó tiempo para animarse y siempre dejaba escapar un pequeño gruñido que parecía decir: Por fin mamá, estaba tan hambriento. Joaquin se parecía tanto a su padre.
Tenía poca paciencia cuando quería algo.
Ella disfrutaba esos momentos, rozando la cabeza de su precioso hijo mientras se llenaba. Él cerró los ojos para concentrarse y hacer pequeños ruidos tragando. Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y suspiró. Trató de convencerse a sí misma de que había imaginado esa mirada de lujuria por un instante en los ojos de Pedro, pero ella había sentido la misma sensación.
Incluso en su ira hacia ella, sabía que él estaba sintiendo.
Todavía había sentido deseo y eso le recordaba lo sola que había estado. Por mucho que amaba a su hijo, hubiera sido bueno tener alguien con quien compartir momentos memorables. Ella apartó ese tipo de pensamientos y se centró en Joaquin.
Pedro deambulaba en el cuarto de su hijo. Ella había hecho un hermoso trabajo de decoración. Había plantillas pintadas a mano en las paredes de varios ositos en todo tipo de colores pastel. Él caminó hacia la cuna y arrastró su mano a lo largo del edredón, donde su hijo dormía cada noche. Miró hacia la pared y el aliento salió de sus pulmones.
Allí en la pared, vio que su hijo tenía un cuadro con varias fotografías de él. Sabía que el bebé era demasiado joven para reconocer a la personas, pero llenó su corazón con alegría al pensar que ella le dejó saber a su hijo quién era él.
Algo de su ira se disipó.
No podía mantenerse alejado por más tiempo.
Tranquilamente caminó fuera del cuarto del bebé. Dio un paso en la sala de estar a tiempo para oír a Joaquin soltar un eructo, el cual Paula alababa. Luego ella lo acunó en sus brazos de nuevo y él vio como él se aferraba a su pecho.
Pedro se sintió como un intruso, espiando un momento íntimo entre madre e hijo, pero no pudo apartarse. Era obvio que ellos tenían un vínculo fuerte. Él estaba sintiendo un poco de celos ya que no podía ser parte del ritual. Le encantaría ser capaz de acunarla en sus brazos mientras ella acunaba a su hijo.
Una vez que el bebé se aferró, ella apoyó su cabeza contra el sofá y cerró sus ojos. Él finalmente caminó dentro del cuarto y se sentó al lado de ellos. Ella alzó su cabeza y lo miró. Joaquin, pareciendo sentir su tensión, dejó salir una pequeña protesta.
Ella se obligó a sí misma a relajarse, lo cual no era fácil, considerando que Pedro estaba allí junto a ella con su cuerpo expuesto.
―¿Puedes por favor pasarme esa manta? ―preguntó ella, tratando de no sonar tan nerviosa como se sentía.
Él se lo pasó y ella se cubrió. Se decepcionó al perder de vista a su hijo, pero se sintió aliviado al ver a Paula cubierta.
Ella había desarrollado más curvas desde que habían estado juntos. Sonrió para sus adentros, pensando que eran positivos los embarazos. Le sorprendió poder pensar tal pensamiento después de lo que ella le hizo pasar.
Joaquin aparentemente tenía suficiente. Ella empezó a hurgar debajo de la manta, luego lo movió hacia su hombro y comenzó a darle palmaditas en la espalda. Después de unos minutos él soltó otro eructó y se arrulló en su madre.
―Ése es mi gran chico. Buen trabajo ―alabó a Joaquin. Él la recompensó, hablando más algarabías.
―¿Puedo sostenerlo de nuevo? ―preguntó Pedro.
Paula de mala gana entregó a su hijo otra vez. Ella no solía tener a nadie que interrumpiera su normal rutina. Era un momento tenso observar a padre e hijo juntos. Le hacía sentir que de alguna manera no era necesaria en la perfecta imagen que ellos hacían.
—¿Por qué colocaste fotos de mí cerca de la cuna?
―Quería que él conociera a su padre.
―Él podría haber conocido a su padre en persona si sólo me hubieras contado que iba a ser uno.
―Pedro, ambos sabemos que tú no eres el tipo de hombre que sienta cabeza. No iba a obligarte en una instantánea paternidad porque tuvimos una noche en un oscuro elevador. Eventualmente te hubiera hablado sobre Joaquin, pero no sentía que era el momento correcto. ―Ella aún seguía firme en su decisión.
―Nos casaremos en tres días. Mi padre está haciendo todo los arreglos. Hablé con tu padre en el camino hacia aquí y él está de acuerdo conmigo. No voy a perderme la vida de mi hijo.
Él dijo las palabras de verdad. Habló de ellos como si el acuerdo estuviera hecho y ella no tuviera opinión en ello.
―No me casaré contigo, Pedro. Mi hijo no será criado en un hogar con padres atrapados en un casamiento. He visto demasiadas vidas destruidas por hacer decisiones como ésas. Si realmente quieres ser parte de la vida de Joaquin entonces vamos a establecer arreglos de visitas.
Pedro simplemente le sonrió. Había tomado una decisión y en cuanto a él concernía no había necesidad de discutir el asunto.
―¿Realmente quieres tener a nuestro hijo etiquetado de bastardo?
Ella estaba hirviendo de rabia.
―¿Cómo te atreves? ―le espetó―. No trates de utilizar a mi hijo para conseguir lo que quieres ―terminó.
―Paula, nos casaremos. Mi hijo tendrá mi nombre. Tengo el total apoyo de nuestras familias. Ambos perderíamos todo su respeto si hiciéramos otra cosa que casarnos. Quiero a mi hijo en mi vida todo el tiempo. No seré un padre de fin de semana. Me lo debes por apartarme de él, y tus padres aceptaron completamente que deberíamos casarnos de
inmediato. Tú estás deshonrando a ambas familias por no hacer lo correcto ―terminó. Su voz era mucho más espantosa para ella porque él no estaba enojado o amenazante. Estaba hablando como si estuviera simplemente indicando los hechos.
Paula se sentó en su agitación por unos momentos, mirándolo. Ella finalmente se levantó y abandonó la habitación. Caminó hacia su oficina para hacer una llamada a su padre.
Juan respondió en el segundo timbre.
―Hola.
―Papá, ¿sobre qué hablaron tú y Pedro? ―preguntó, sin molestarse con las amabilidades.
―¿Cómo has estado? ―preguntó, ignorando su pregunta
completamente.
―Papá, te hice una pregunta ―dijo, sin humor para juegos.
―Hablamos sobre tus próximas nupcias. Cuando él averiguó que era padre, me dijo que quería hacer lo correcto. Quiso casarse contigo y ser un padre a tiempo completo de su hijo. Lo apoyo, Paula. Sé que tuviste tus razones para no contarle, pero no mantendrás a un padre alejado de su hijo.
Cometiste un error por no decirle ―le dijo con desaprobación en su voz.
Paula bajó su cabeza, no le gustaba decepcionar a su padre, pero no estaba dispuesta a renunciar a la lucha.
―Papá, tengo mis razones. No me casaré porque todo el mundo me está diciendo que lo debería hacer ―dijo, rogándole a que entendiera.
―Paula, Pedro quiere casarse contigo y hacer lo correcto por tu hijo. Él es un buen hombre. ¿Estarás dispuesta a traer vergüenza para Horacio por las personas que piensen que su hijo te dejó embarazada y luego se alejó? ―preguntó, sabiendo por su silencio que ella estaba admitiendo la derrota.
Amaba su familia y tenía mucho respeto por Horacio y Ana. Ella jamás querría traer vergüenza a su familia.
Ellos hablaron unos minutos más, y luego Paula bajó el teléfono lentamente, sintiéndose como si su mundo se hubiera puesto patas arriba.
Se tomó su tiempo caminando de vuelta hacia la sala de estar. Mientras entraba sintió una lágrima deslizarse en su cara al ver a Pedro durmiendo en el sofá con Joaquin, sosteniéndolo firmemente en sus brazos.
Ella tomó al bebé mientras Pedro se despertaba sobresaltado.
―Yo lo tengo… ―empezó a decir.
―Él está listo para la cama ―declaró ella suavemente, luego giró y caminó hacia el cuarto del bebé. Sintió a Pedro justo detrás de ella mientras gentilmente metía a su hijo debajo de su manta. No dijo nada más mientras se dirigía a la cocina con él siguiéndola muy de cerca.
Ella preparó dos tazas de café y luego se sentó a la mesa.
Ambos sentados en silencio por unos momentos, sorbiendo de las tazas humeantes.
―Paula, no tuvimos un buen comienzo, pero espero que ahora comprendas lo que necesitamos hacer ―dijo Pedro en lo que él esperaba que fuera su más razonable tono.
Ella mantuvo su cabeza en alto, y él sabía que había ganado la batalla.
Tenía desafío en sus ojos con un indicio de derrota. Él estaba abrumado de gratitud. No quería estar lejos de su hijo por mucho tiempo.
―Está bien Pedro, parece que has ganado esta ronda. Voy a seguir adelante con esta farsa de matrimonio, pero te digo que no es uno de verdad. Dejaré que protejas tu apellido y cuando el tiempo sea apropiado presentaré el divorcio ―dijo ella con una fuerza que lo impresionó.
―No habrá ningún divorcio ―declaró―. Nosotros haremos que funcione porque no quiero estar lejos de mi hijo. Nunca planeé casarme de todos modos, así que no es como si estoy perdiendo algo más por estar contigo ―agregó.
Sus palabras la hicieron contraerse de dolor. Él estaba básicamente diciéndole que podría seguir casado con ella porque el matrimonio no significa nada para él. Ella no lo sentía de la misma manera. Siempre había querido casarse, pero se había rendido gracias a que todos los hombres con los que salió estaban dispuestos a casarse solo para tener acceso a su dinero.
Sabía que Pedro de ninguna manera necesitaba su dinero.
Sin embargo, aún la necesitaba por algo más que a ella misma. Supuso que estaba obligada a terminar en una unión sin amor. Aparte la destrozaría, pero como una madre los sacrificios eran aceptables.
No había nada que no haría por su hijo. Sólo se lamentaría de que su unión no sería real y no le daría a Joaquin algún hermano. Ella había sido hija única y siempre quiso tener muchos niños cuando tuviera su propia relación.
Amaba a su hijo tanto y el pensamiento de nunca tener esa sensación de llevar a un niño dentro de ella otra vez y de ver a su recién nacido por primera vez, era casi suficiente para ponerla de rodillas con el dolor cursando a través del cuerpo.
―Pedro, estoy cansada. ¿Puedes regresar mañana y discutimos todos los detalles mañana? Joaquin sigue despertándose un par de veces cada noche y no fui capaz de tomar una siesta esta tarde.
―Dormiré en la habitación de invitados. Quiero estar aquí cuando Joaquin se despierte ―dijo él, otra vez con esa voz de autoridad.
Paula estaba demasiado cansada para argumentarle. El pensamiento de él durmiendo solo una pared lejos de ella era suficiente para causar que su estómago se apretara. Se imaginó que tendría que acostumbrarse a él ya que pronto residirían en la misma casa. Sabía que no iría por ella
permaneciendo donde ahora estaba. La única razón por la que él quería su matrimonio era para así poder estar con su hijo y proteger su apellido.
―Iré a la cama. ―Fue todo lo que ella dijo mientras dejaba la mesa.
Pedro se quedó donde estaba durante varios minutos después de que ella se fue. Apenas era capaz de permanecer despierto, pero el pensamiento de ella en la cama al final del pasillo estaba haciendo estragos con sus
sentidos. Su único tiempo juntos había sido en un elevador escuro y demasiado rápido. Él sería capaz de darles a los dos mucho más placer en una cómoda cama.
Su ingle se tensó contra la cremallera de su vaquero. Él gimió en voz alta y luego se dirigió hacia el cuarto de baño para una ducha fría. No se las estaría tomado todas las noches. Una vez que ellos estuvieran casados, no estarían durmiendo en cuartos separados. Éste era el único pensamiento manteniéndolo alejado de entrar al cuarto de ella.
CAPITULO 45
Horacio se aseguró de llegar antes que Paula.
Cuando ella entró en el comedor y vio a Ana y a él sentados allí, su rostro la delató. A ella solo le llevó unos dos segundos componer sus facciones y luego saludarlos, pero en ese momento de descuido, Juan y Horacio tenían su respuesta.
Horacio y Ana admiraron al bebé, turnándose para sujetarlo.
Ana no sabía lo que estaba pasando, pero se sintió atraída por el chico.
Se resistía a soltar Joaquin al final de la noche.
Paula tenía algunas lágrimas en sus ojos cuando recogió a su hijo y salió de la casa. Se había hecho una broma sobre el publicar perdones melancólicos. Horacio pensó que se sentía un poco culpable por mantener al bebé alejado. Sabía que si todos se ponían a esperar, iría por su cuenta decir la verdad. Ella era simplemente una persona demasiado amable para mantener a su hijo lejos de sus abuelos que lo amaban.
*****
Ni Horacio ni Juan eran pacientes y no iban a esperar a que ella viniera a su alrededor a contar la verdad. Pedro iba a saber que era padre tan pronto como Horacio lo llamara a casa. Había estado esperanzado el año pasado al pensar que Pedro y Paula tendrían una conexión instantánea.
Había estado decepcionado cuando su hijo llegó a casa y no dijo una sola palabra acerca de ella.
Luego había puesto sus esperanzas una vez más, cuando había visto a su hijo abatido y sin prisa por viajar a lugares lejanos. Pero después de un mes, Pedro empezó a desaparecer de nuevo y pareció volver a la normalidad.
Después de comer con Juan, Horacio supo por qué su hijo había estado tan triste y distante. Pedro aún tenía esa mirada vacía en él, pero eso estaba a punto de cambiar.
Pedro entró por la puerta, sin lucir contento de que Horacio
Pedro entró por la puerta, sin lucir contento de que Horacio
le hubiera pedido correr a casa
—Es mejor que te sientes, Pedro. Tengo una noticia que está a punto de cambiar tu vida —informó Horacio. Quería ir directo al punto y no tratar de aliviar las cosas, haciendo una pequeña charla.
—Solo escúpelo papá. Tuve un vuelo de veinte horas y no conseguí dormir nada. Quiero una comida caliente y caer de bruces en la cama — habló Pedro con cansancio.
—Eres padre —dijo Horacio sin añadir nada más.
Pedro miró a su padre, esperando el remate del chiste. Se quedaron allí, los dos mirándose fijamente y sin hablar durante un minuto entero.
—¿Te importaría explicarlo? —preguntó Pedro finalmente.
—Conocí a tu hijo hace un par de días atrás. Tienes un hijo de tres meses de edad. —Fue la única explicación que dio.
—Eso es imposible... —comenzó cuando de pronto se detuvo. Horacio podía ver los engranajes girando en su cabeza.
Pedro empezó a pensar de nuevo en su noche en el ascensor con Paula. Sólo había tenido relaciones sexuales sin protección una vez en su vida. Comenzó haciendo matemáticas en su cabeza y el ajuste de línea de tiempo.
Las piernas de Pedro ya no podían apoyarlo. Se dejó caer en la silla que estaba afortunadamente detrás de él.
—¿Por qué...? ¿Por qué no me lo dijo? —logró exprimir de su garganta constreñida.
—No sé el por qué o el cómo. Todo lo que sé es que conocí a tu hijo y lo supe. ¿Te gustaría ver una foto?
—Por favor.
Horacio le pasó las fotografías que Juan le había dado, sin decir una palabra más. Pedro bajó la mirada hacia ellas y cuando finalmente volvió a mirar había lágrimas en sus ojos.
—Realmente es mío. Soy padre. —Él puso su cabeza entre las manos y dejó salir todo. No tardó mucho para que Pedro tuviera un ataque de ira.
¿Cómo se atrevió Paula a alejar a su hijo de él? No la había maltratado de ninguna manera y no tenía derecho a ocultar algo tan grande de él. Ella misma le explicaría y no quería perderse nada más de la vida de su hijo. No podía creer que fuera a sostenerlo en tan solo unos minutos. Las millas se extendían a medida que se abría paso a través del tráfico de camino a su apartamento.
CAPITULO 44
Un año después...
Horacio fue a reunirse con su buen amigo Juan para el almuerzo.
Había pasado demasiado tiempo desde que se habían juntado.
—Horacio, me alegro mucho de verte —dijo Juan mientras
tomaba la mano de su amigo.
—Me alegro de verte también. Dime cómo te ha ido.
—Todo está muy bien. Tengo un nuevo nieto que es la luz de mi mundo. Míralo con tus propios ojos, he traído algunas fotos. Mira lo guapo que es —dijo con orgullo de abuelo mientras le entregaba varias fotografías.
—Felicitaciones, es un muchacho muy guapo. ¿Paula se casó? — preguntó Horacio, sabiendo que no había oído hablar de boda, pero que podría haberse hecho en privado.
Horacio estaba molesto aún de que ella y Pedro no hubieran terminado juntos. Había estado tan seguro de que eran una
pareja perfecta.
—No, no vamos a discutir sobre el padre. He intentado en varias ocasiones preguntarle acerca de él y ella se cierra enseguida. Dijo que era una cosa de una sola vez. El padre no lo sabe y ella está manteniéndolo de esa forma. Traté de sobornarla, amenazarla y rogarle, y todo fue en vano.
Está manteniendo la boca cerrada sobre el incidente —dijo Juan con frustración.
—¿Estaba saliendo con alguien alrededor del tiempo de su embarazo que podría cuestionarse? —preguntó Horacio con simpatía hacia su amigo. Él sabía que si uno de sus hijos embarazaba a una mujer era de esperar que hicieran lo correcto. Infiernos, esperaba que los hubiera criado muy bien y que ellos hicieran lo correcto porque es lo que hay que hacer, no porque es lo que se espera que hagan.
—Ella no ha estado en una relación desde hace unos años, que yo sepa. Ha estado muy mal herida. Su última relación seria terminó cuando se encontró al tipo con otra mujer. Se enteró de que había sido así con muchos otros antes que él, y además solo iba tras el dinero —dijo con dolor. Juan amaba a su hija y lo mataba verla herida.
—¿Qué edad tiene el niño? Tal vez de alguna manera pueda ayudar a resolver esto —ofreció Horacio, aunque no tenía mucha confianza en el plan.
—Joaquin tiene tres meses, y con padre o sin padre, él es increíble. Estoy tan agradecido de que haya llegado a nosotros. Paula lo adora. A ella le encanta ser madre y la sacó de la depresión en la que estaba durante tanto tiempo —dijo Juan, iluminándose al instante.
—¿Ella estaba en depresión?
—Todo comenzó después de una gran cena de recaudación de fondos el año pasado en Fairmont. Volvió a casa por un tiempo y estaba tan triste.
En realidad estuve un poco aliviado cuando anunció su embarazo, ya que comenzó a tomar un mejor cuidado de sí misma —dijo Juan con un suspiro.
Horacio se incorporó, en estado de alerta instantánea.
—¿Puedo ver esas fotos otra vez, Juan?
Juan estaba más que dispuesto a compartir las imágenes tantas veces como se las pidieran. Esta vez, cuando Horacio examinó las fotos, se dedicó a observar de cerca las características del muchacho.
Había una posibilidad real de que fuera el hijo de Pedro.
—Juan, ¿te ha dado alguna pista sobre el padre?
Juan estaba entendiendo el cambio de actitud de Horacio.
—¿Crees que podría ser uno de tus muchachos? —preguntó con esperanza. Juan sabía que si fuera Pedro o Marcos, daría un paso adelante y haría lo honorable.
—Creo que hay una posibilidad de que pudiera ser de Pedro. Fue a ese evento para recaudar fondos y le había pedido que cuidara de Paula ya que estaba sola allí. Después del evento, llegó a casa y no era el mismo, ni siquiera salía. Después de un par de meses fue completamente al revés y
parecía como si no pudiera alejarse lo suficiente, como si estuviera tratando de dejar atrás algunos demonios o algo así —concluyó Horacio suavemente.
—La única vez que se le escapó algo iba a decir que era solo una noche y el chico no la había maltratado de ninguna manera. Ella me dijo que había cometido un error y no lo haría sacrificar su vida por su indiscreción. Le dije que el padre por lo menos tenía el derecho de saber y ciertamente debía cumplir con sus responsabilidades, pero ella se cerró después de eso y no hice más comentarios sobre el tema.
—Creo que podemos obtener la respuesta de si se trata o no de Pedro si puedo verlos a ella y al niño. Creo que vamos a ser capaces de decirlo a partir de la sola reacción de ella —dijo Horacio con entusiasmo. La posibilidad de tener otro nieto era emocionante.
—Ella viene a cenar esta noche. ¿Por qué tú y Ana no se nos unen? —Juan habló con entusiasmo impaciente.
—Es un plan. Juan, si Pedro es el padre, por favor no digas nada esta noche. Déjame contarle a mi hijo. Sé que va a hacer las cosas bien y no quiero que Paula piense que tú o yo lo obligamos a ello —pidió Horacio a su viejo amigo.
—Puedo respetar eso y respetar sus deseos. No tengo dudas de que Pedro se hará cargo de cualquier niño suyo —dijo Juan con sinceridad—. Horacio, lo siento mucho si él es el padre y no dijo nada. Estoy seguro que ella creía que estaba haciendo lo correcto —concluyó Juan con tristeza.
—He conocido a Paula desde que era una niña Juan y sé que ella habría tenido razones válidas para mantener esto en secreto.
Probablemente pensó que estaba haciéndole un favor a Pedro, ya que no tiene exactamente la imagen del tipo de hombre que se queda en casa con los bebes —admitió Horacio—. Pero sé que si es el padre, va a hacer uno bueno. Tengo que admitir que estoy realmente esperando que el bebé sea su hijo, porque eso significa que tengo mi primer nieto —dijo con una sonrisa.
Terminaron de comer y se fueron cada uno por su lado, ambos anticipando la noche por delante. Recibirían respuestas a las preguntas que hace demasiado tiempo estaban sin responder.
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