miércoles, 25 de marzo de 2015
CAPITULO 80
Tomó un par de semanas pero las cosas volvieron a algo de la rutina normal. Paula y Pedro podían estar en la misma habitación de nuevo sin mucha tensión e incluso volvieron a algunas de sus burlas anteriores.
Paula se estaba sintiendo más y más segura. Aún podía encontrar sus ojos atraídos hacia Pedro y parecía saber siempre dónde estaba pero le importaba demasiado como para arriesgar perderlo por un romance barato. Le dolía el cuerpo cada noche deseándolo tanto pero estaba acostumbrada a negarse cosas a sí misma por el bien de los demás.
En este caso estaba poniendo las necesidades de su hijo antes que las suyas, lo que hacía que el sacrificio valiera la pena. Ella al menos pensaba que valía la pena, o esperaba que lo hiciera.
Lo que hacía el dolor aún peor, era que cada día que estaba
alrededor de Pedro se sentía un poco más enamorada de él. ¿Cómo podía no amar a un hombre que era tan amable con su hijo y tan compasivo con todos los que le rodean? Incluso era un santo cuando se trataba de sus animales.
Aún no le había encontrado ni un solo defecto. No entendía como aún no estaba casado y con diez hijos. Haría el esposo y padre perfecto.
Soñó más de una vez estar en el papel de esposa y madre con Pedro.
Paula y Diego estaban jugando un juego de Candy Land en la sala de estar cuando Pedro entró.
—Pedro, mira, estoy ganándole a mamá otra vez —dijo Diego mientras le sonreía a su héroe.
—Buen trabajo, amigo. Eduardo acaba de traer un poco de torta de chocolate. Si te das prisa a la cocina, puede que obtengas un poco antes de que la guarde —agregó.
—¡Sí! —gritó Eduardo y se echó a correr por el pasillo.
—Sabes que lo estás malcriando —advirtió Paula, pero la sonrisa que le dio quitó cualquier daño.
—Realmente me encanta tenerlo aquí. Le trae tanta luz a la casa.
—Gracias —dijo Paula, mientras las lágrimas le escocían los ojos.
Era una tonta con cualquiera que amara a su hijo.
—Paula necesitamos hablar sobre la escuela de Diego. El año comienza en unas semanas —comenzó Pedro cuidadosamente. Estaba preparado para una batalla menor con la madre obstinada.
—Hay una gran escuela aquí. Iba a ir a hablar con ellos la próxima semana —dijo ella, pensando que la discusión estaría terminada.
—Federico me contó todo sobre la escuela en la que Olivia está inscrita y no es mucho más lejos de esta zona. Él tendría muchas oportunidades allí que no puede obtener de una escuela pública y podría ir con Olivia —le dijo él a ella.
—Pedro no hay manera en que pueda darme el lujo de poner a Diego en una escuela privada.
—No tendrías que pagar nada. Sería una parte de tu contrato.
—No hay manera de que pueda aceptar eso, Pedro. Ya le das a hurtadillas cosas a Diego todo el tiempo, como la sucia bicicleta que le diste la semana pasada. Estará bien en la escuela local de aquí —agregó tercamente. Ella ya le debía demasiado a Pedro y no quería endeudarse más.
Pedro estaba preparado para su argumento. Él ya había descubierto que ella no era una persona codiciosa. De hecho, era completamente lo opuesto. Era malditamente frustrante tratar de darle algo a ella o a su hijo.
—Sólo déjame explicarme antes de empezar a ponerte a la defensiva y rechazar la idea por completo —empezó él.
—Bien. Adelante, explícate pero te digo que la respuesta seguirá siendo no. Estás perdiendo el tiempo —dijo, mientras cruzaba sus brazos.
—Eres la mujer más exasperante. También dije que no te pusieras toda a la defensiva —casi gritó él.
Ambos se miraron, ninguno dispuesto a dar marcha atrás.
Paula finalmente desdobló sus brazos y se encogió de hombros.
—Continúa —murmuró.
—Gracias. Como estaba diciendo, la escuela es de primerísima calidad y si Diego va allí tendrá de lejos muchas más oportunidades de las que una escuela pública puede darle. El sistema de las escuelas públicas ha tenido demasiados recortes en el presupuesto. Diablos, él ni siquiera podría aprender otro idioma o participar en cualquier club bueno. Esas son las cosas que él realmente necesita para asegurar su futuro.
—Pero el dinero... —comenzó ella.
Pedro levantó su mano.
—Puedes hablar con diferentes empleados personalmente y de la empresa. Hemos añadido beneficios donde pagamos por matrículas universitarias y licencias extendidas. Creemos en cuidar lo nuestro. Pagué para que los niños de Eduardo vayan a la universidad y él no peleó conmigo por eso, así que por favor pon a Diego por encima de tu orgullo y permite
que tome esta oportunidad —dijo. Sabía que la última parte era un golpe bajo pero también sabía que ella estaba dispuesta a hacer casi cualquier sacrificio por su hijo, incluso si ese sacrificio era aceptar algo de otra persona.
Paula se sentó, luchando consigo misma. Sabía que lo que Pedro decía era cierto. Sabía que podía estar perjudicando el futuro éxito de su hijo al no dejarlo ir a una escuela mejor pero realmente no quería estar en más deudas con Pedro.
—Puedo entender tus puntos y tienes razón —ella finalmente aceptó.
Pedro se veía un poco presumido ante sus palabras. Ella mantuvo su mano levantada para hacerle saber que no había terminado de hablar. La sonrisa se le cayó.
—Dije que puedo entender tu punto, sin embargo si esperas que yo me comprometa, tú tienes que estar dispuesto también —dijo ella, mirando a los ojos, para asegurarse que estaba haciendo un punto
—¿Qué clase de compromiso? —preguntó él con desconfianza.
—Si Diego va a ir a una escuela elegante, entonces insisto en contribuir. Ya no tenemos ningún gasto aquí y recibo un salario generoso.
Estoy segura que la enseñanza cuesta mucho, así que voy a cortar mi salario a la mitad. —Pensó que esa sería una solución aceptable para ambos.
—De ninguna manera —le dijo Pedro, sin lugar para comprometerse de su parte.
—Entonces no hay trato —agregó Paula, igual de inflexible.
Ambos se miraron uno al otro de nuevo, tratando de romper a la otra persona. Cuando Paula se rehusó a dar marcha atrás. Pedro finalmente levantó las manos en derrota.
—Bueno, ¿qué tal si a tu salario se le cortan sólo cien dólares a la semana, en vez de la mitad? —dijo él.
Cuando ella empezó a sacudir la cabeza, él la interrumpió.
—Escucha, si él va a ir a una escuela privada van a haber cosas extras que va a necesitar. Vas a necesitar tu salario —intentó razonar con ella, Paula ni siquiera había pensado en otros gastos. Pedro no iba a decirle sobre los honorarios adicionales para las excursiones y demás. Él sólo se
aseguraría de que la escuela lo contactara directamente a él, porque si ella supiera algo de todo eso insistiría en romperse a sí misma trabajando para pagarle. No la entendía, el dinero ni siquiera sería extrañado por él. Estaba frustrado con ella y al mismo tiempo impresionado con su independencia.
—Supongo que podríamos intentarlo —admitió a regañadientes—. Pero Pedro, si los niños de ahí lo hacen sentir mal acerca de sí mismo por no ser rico como ellos, no se quedará. Prefiero que tenga una educación en una escuela pública a que se sienta como si no fuese suficientemente bueno —dijo enfáticamente.
—Paula, va a encajar perfectamente. Ya tiene una mejor amiga que va a ir a la escuela con él y es extrovertido y sociable. Va a ser amigo de todos los niños de la escuela —dijo.
—Está bien. ¿Cuándo comienza la inscripción? —preguntó ella.
—Podemos ir allí mañana. Tomaremos el helicóptero hasta lo de mi papá y luego conduciremos. Le he estado prometiendo a Diego un viaje hace rato.
—Creo que estaría bien sólo conducir —dijo ella nerviosamente.
Estaba aterrorizada de las alturas y no era fan de volar en nada, mucho menos en un pequeño helicóptero, que sólo permanecía en el aire debido a un par de barras de acero que daban vueltas.
—No seas tan gallina. Te encantará la vista y está a solo un viaje de quince minutos pero probablemente tomaremos la ruta escénica —añadió con un guiño.
Paula se estremeció y se resignó a tener que hacer cosas que nunca había hecho antes.
CAPITULO 79
Paula se despertó y estiró los músculos doloridos. Al principio estaba confundida por la rigidez de su cuerpo y luego llegó la noche de regreso como agua fría salpicándola en la cara. Ella se sentó en la familiar habitación y miró alrededor.
Pedro no estaba allí, de lo que ella estaba increíblemente agradecida.
Necesitaba tiempo para prepararse a sí misma antes de que se enfrentara con él. Nunca antes había hecho el amor con un hombre con el que no tenía una relación. Antes de Pedro, sólo había estado con su ex marido y el sexo nunca había sido tan bueno como lo había sido con Pedro.
Se había quedado dormida en sus brazos, sólo para ser despertada en algún momento de la noche por sus manos errantes. Él la había amado una vez más, dándole más placer y luego había caído en un sueño sin sueños.
Encontró su camisón en el suelo, cerca de la cama y se la puso sobre su cabeza. A continuación, se dirigió a la puerta y alcanzó su punto máximo hacia fuera en el balcón. No había nadie por ahí, o en cualquier lugar en el patio, por lo que rápidamente corrió hacia la puerta de su propia habitación.
No había sabido que la habitación de Pedro estaba tan cerca de la de ella. Si hubiera sabido antes eso hubiese tenido un tiempo aún más difícil conciliando el sueño por la noche. No creía que fuera a dormir otra vez con su nuevo conocimiento.
Paula se permitió una ducha extra-larga, tratando de aliviar el dolor de sus músculos. Había usado unos cuantos que no sabía que existían. A pesar de que su cuerpo estaba dolorido, era una sensación muy gratificante al mismo tiempo.
Dejó de sonreír al pensar de nuevo en el intenso placer que Pedro le había dado. Luego se recuperó y se vistió.
Tendría que decirle que la noche fue increíble, pero no podía continuar. Ella realmente amaba trabajar para él y que era mucho más importante que alguna aventura.
Sonaba racional en su mente. Esperaba que no lo tomara como un rechazo. Desde luego, no podía decirle que había sido el mejor sexo que había tenido en su vida. Esa no era la manera de conseguir que no quisiera más de él.
Paula se sentía más segura cuando finalmente bajó las escaleras.
Entró y encontró a Diego y Pedro sentados en la mesa de la cocina, cada uno con un gran tazón de cereal delante de ellos. Ambos levantaron la vista con aire de culpabilidad, como si los hubieran sorprendido haciendo algo malo.
Paula pensó que era extraño hasta que se dio cuenta de que el cereal que ambos estaban comiendo era Cookie Crisp.
Nunca dejaba que su hijo comiera cereales azucarados. Ella siempre le dijo que bien podría simplemente darle una cuchara y que comiera directo de la azucarera.
Estaba cerca de regañar a Diego por comer algo que sabía que no debía, pero la expresión de sus rostros era demasiado patética. No pudo contener la sonrisa que se deslizó.
—No te acostumbres a comer esto —fue todo lo que dijo.
Cogió un cuenco y vertió la poca cantidad que quedaba en la caja para sí misma. Se sorprendió al descubrir que era en realidad bastante bueno. No iba a admitirlo a los chicos que la miraban con aire satisfecho—. Sólo estoy comiendo esto para que ustedes dos no coman más —dijo finalmente.
Pedro dejó escapar una risita así que ella lo miró, y luego terminó su desayuno. Estaba comiendo el cereal lo más rápido que podía, como se comía todo. Habrías pensado que el hombre se crio en un orfanato, por la forma en que comía.
—¿Por qué siempre comes tan rápido? —finalmente preguntó con curiosidad sacando lo mejor de ella.
—Trata de crecer con dos hermanos mayores y luego comerías demasiado rápido.
Paula se rió entre dientes ante la imagen de Federico y Hernan robando la comida de Pedro. Él le sonrió y ella casi se olvidó de que tenían que tener una conversación seria después.
—Mamá, no te olvides que voy al cine hoy con Olivia —dijo Diego, a través de sorbos de su leche con chocolate.
—Me lo olvidé. Termina así que podemos vestirte.Federico estará aquí en cualquier momento —dijo, mientras empezaba a limpiar los platos de la mesa.
—Ya he terminado —dijo Diego y luego subió corriendo las
escaleras. A él no le gustaba nada más que pasar tiempo con Olivia, que era su nueva mejor amiga.
—Espérame —dijo Paula, mientras perseguía a su hijo por las escaleras. Rápidamente le alisto para irse y para el momento en que bajó las escaleras, oyó llamar a Olivia para él.
—Estoy aquí Oli —gritó Diego desde lo alto de las escaleras y luego saltó sobre la baranda y se deslizó hacia abajo.
Paula se quedó atónita cuando su hijo hizo la larga caída.
—Diego no puedes deslizarte por la barandilla —regañó a su hijo—. ¿Qué te ha dado esa idea? —cuestionó ella.
Diego miró con aire de culpabilidad y luego se encogió de hombros.
—Es mi culpa Paula, lo siento. Yo le mostré cómo hacerlo —gritó Pedro.
Paula volvió la mirada atónita a Pedro. A continuación, echó los brazos al aire en derrota. No podía entender a los hombres. La barandilla era hermosa y cara, y la estaba utilizando como un tobogán. Decidió dejarlo ir. A veces, esa era la cosa más inteligente que hacer.
—Ahí está —dijo Olivia, ya que dio la vuelta de la esquina—. Te extrañé. —Agarró a Diego en un abrazo. Él la abrazó y se sonrieron ridículamente el uno al otro. Paula amaba lo dulces que eran juntos.
—¿Estás listo para salir? —le preguntó Federico.
—Sí —contestó Diego con verdadero entusiasmo.
—¿Está bien si se queda la noche? Vamos a salir tarde y van a pasar un buen rato —preguntó Federico a Paula.
—Si honestamente no crees que vaya a ser un problema…
—¿Me estás tomando el pelo? Él es un gran chico. Me gusta mucho que venga, además de que es la única vez que puedo conseguir que Olivia deje de hablar —susurró.
Paula se rió entre dientes y luego le dio un beso de despedida a su hijo. Le recordó que escuchara a Federico y Paula y que se portara bien.
Federico se fue, de pronto Paula estaba a solas con Pedro.
Bueno, pensó, no había mejor momento que el presente para tener su conversación.
—Pedro necesitamos tener una charla.
—Tenía miedo de que fueras a decir eso.
—Anoche fue mágico. Fue la mejor noche que he tenido.
—Bueno, eso suena como una gran conversación. Yo digo que terminemos antes de agregar un pero... —empezó a decir.
—Ojalá fuera así de simple Pedro, pero los dos sabemos que no podemos permitir que vuelva a suceder. Diego es muy feliz aquí y lo que hay entre nosotros no va a durar y entonces todo se vendrá abajo — declaró ella para que él entendiera.
—¿Por qué no puede durar? —le preguntó.
—Pedro, eres mi jefe. Eres increíble y tu familia es increíble y no quiero tener una aventura y luego acabar con nosotros no llevándonos bien. ¿No podemos estar agradecidos porque tuvimos una gran noche juntos y ahora llevarnos bien? —suplicó una vez más.
Pedro la miró a los ojos durante unos momentos, antes de dejar escapar un largo suspiro.
—No estoy contento con esto y te garantizo que voy a tratar de hacerte cambiar de opinión, pero si necesitas que dé marcha atrás, por ahora, entonces eso es lo que voy a hacer —admitió finalmente.
—Gracias. ¿Podemos volver a las cosas como han estado?
—Tengo que ir a trabajar en el granero por un tiempo —fue su única respuesta. Salió por la puerta de atrás y la dejó sintiéndose un poco rechazada.
Si ella estaba haciendo lo correcto, ¿por qué se sentía tan
miserablemente mal por ello? A veces sería mucho más fácil ser un niño y no tener las reservas que desarrolló a medida que fue creciendo. Sabía que realmente estaba haciendo lo correcto, sólo tenía que convencerse de eso.
No vio a Pedro el resto del día. Ambos estaban logrando evitarse el uno al otro, lo que era mejor para ellos en ese momento.
CAPITULO 78
Después que se fue todo el mundo, los tres se dirigieron a su paseo.
Paula montó una yegua más vieja que era mansa y fácil de manejar.
Diego estaba con Pedro y lucía muy adorable en sus brazos.
Ella realmente iba a tener que luchar contra su atracción hacia él con cada onza de fuerza de voluntad que tenía. No iba a ser fácil.
El día terminó casi tan perfecto como había empezado. Pedro era ingenioso y encantador, y tenía una paciencia infinita con su hijo. Se dijo en repetidas ocasiones que no serían más que amigos y pensó que si se mentía a sí misma lo suficiente, podría creerlo.
Un día empezó a correr al siguiente. Pedro no hizo más movimientos nuevos hacia ella y mantuvo las cosas completamente amigables. Él era increíble con Diego y pasaba horas cada día con él. Diego estaba empezando a montar por su cuenta.
Cada vez que miraba a su hombrecito con Pedro, reforzaba su decisión de luchar contra la atracción que sentía por su jefe. Tenía que mantenerlo profesional, porque si ella comenzaba una relación con el hombre, cuando terminara, ella y Diego tendrían que marcharse.
No era como si ella realmente tuviera que preocuparse acerca de una relación, sin embargo, Pedro no había mostrado ningún interés más personal. Diego y ella habían estado en el rancho durante un mes completo y Pedro no la había tocado una vez desde aquella noche tórrida, que parecía hace mucho tiempo.
Lo que la irritaba era el hecho de que quería que él la tocara.
Estaba realmente agradecida de que no estaba haciendo movimientos hacia ella porque no creía que fuera lo suficientemente fuerte como para decirle que no.
Su familia se acercó un par de veces más y se estaba convirtiendo en buenas amigas con Malena y Juana. Estaría tan molesta si de alguna manera perdía todo lo que había ganado desde que aceptó el trabajo de cocina.
Finalmente tuvo un día de spa verdadero programado el fin de semana que venía. Nunca había hecho algo así y sonaba como el paraíso.
Tener amigas reales y un día en que se le permitía mimar a sí misma parecía irreal. La mayoría de las chicas hacían ese tipo de cosas en la escuela secundaria pero había sido demasiado pobre para gastar frívolamente dinero en cosas de chicas.
Con su resolución hecha, Paula apartó su mirada de la ventana, donde Pedro y Diego estaban rodando por el césped con los cachorros cada vez mayores. Se concentró en la cocina, que siempre aliviaba sus tensiones.
*****
Comenzó a sentirse un poco mejor, ya que se apoyó en la barandilla y aspiró el aire fresco del campo. Se rió un poco en voz alta, mientras pensaba en sus fobias extrañas. No entendía por qué se ponía tan claustrofóbica a veces.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Pedro.
Paula saltó por lo menos un pie fuera de la tierra, ya que se dio la vuelta para ver a Pedro de pie a unos metros de distancia de ella, usando nada más que un par de calzoncillos, que mostraban mucho más de lo que ocultaban.
—Yo... s... sólo necesitaba un poco de aire —finalmente logró tartamudear.
Pedro no podía apartar los ojos de ella. Él la miraba de pies a cabeza y se tomó su tiempo para ello. Había luna llena esa noche y ella llevaba un camisón corto casi transparente, que le estaba mostrando mucho más de su cuerpo que incluso el bikini había mostrado. La luz de la luna parecía girar el vestido blanco iridiscente.
Podía ver la silueta oscura de sus pezones, que se endurecieron en picos mientras sus ojos vagaban sobre ellos. Podía ver el contorno de sus piernas todo el camino hasta el más íntimo de los lugares. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, comenzó a caminar hacia ella.
Era lento y constante mientras tomaba esos pocos pasos que los separaban. Sus ojos nunca se apartaron de él mientras hizo su acercamiento. Era como si los dos estuviesen en un trance inevitable.
Extendió la mano y apartó los zarcillos escapados de su pelo, que flotaban en su rostro.
No pudo contener el suspiro que se escapó de sus labios cuando sus dedos se pusieron en contacto con su piel ardiente. Comenzó a inclinarse hacia él en una invitación tácita. Eso fue todo el impulso que necesitaba.
Él envolvió un brazo alrededor de su espalda, tirándola con fuerza contra su cuerpo casi desnudo. La otra mano envuelta alrededor de la parte posterior de su cuello, inclinando la cabeza hacia arriba, dándole acceso a sus labios carnosos.
Él le dio un momento más para voltearse. Lo mataría si ella se negara, pero nunca obligaría a una mujer. Cuando el gemido escapó de sus humedecidos labios, finalmente les dio a ambos la satisfacción que querían y acercó sus labios a los de ella.
Ella había pensado que el beso sería urgente, como lo fue en la piscina, pero se sorprendió cuando sus labios apenas se rozaron. Gimió de nuevo y levantó las manos para agarrar su cuello, tirando de él. Quería sentirlo apretado contra ella en todos los sentidos. No tenía tiempo para lamentarse, lo quería y lo necesitaba en su totalidad besándola y alejando el dolor.
Finalmente les dio lo que tanto querían y aplastó sus labios debajo de él. Inclinó la cabeza, abriendo la boca más ancha, por lo que podría deslizar su lengua dentro. Sus lenguas se aparearon, mientras sus caderas se apretaron, imitando el acto sexual.
Dejó escapar un gemido cuando ella empujó su suavidad en su virilidad hinchada. Su mano recorrió la perfección ronda de su trasero, hasta que encontró el dobladillo de su camisón. Luego avanzó lentamente su camino hasta sus muslos de seda, hasta que él la estaba agarrando, tirando de ella con más fuerza contra él.
Dejó escapar otro largo gemido, al darse cuenta de que no llevaba nada debajo de la voluta del camisón. Lo único que lo separaba de entrar en ella en ese momento era el algodón muy fino de sus calzoncillos.
De repente movió su brazo debajo de sus muslos, levantándola en sus brazos. Él nunca rompió el contacto del beso apasionado que compartían. La llevó por pocos pies a la puerta de su balcón y se acercó a su cama, donde la acostó.
Se quitó los calzoncillos y luego la bata en dos movimientos rápidos y se sentó a su lado en el edredón suave. Sus manos vagaban por todo el cuerpo. No podía tocar en suficientes lugares. Encontró cada punto de placer en ella y casi termina con las cosas antes de que hubieran comenzado, mientras ella gritaba su placer.
Por último, separó sus labios de los de ella, para poder recorrer su garganta suave. Él lamió y mordisqueó su pulso errático latiendo y luego se dirigió a sus pechos generosos.
Era tan hermosa y con curvas. Sus pezones eran rosadas cuentas oscuras brillando en la luz de la luna. Pasó la lengua alrededor de sus picos endurecidos, antes llevar primero uno y luego el otro profundamente en su boca.
El cuerpo de Paula tiró de la cama mientras él seguía lamiendo y chupando su camino lentamente por su torso.
Rodeó su ombligo y luego se trasladó levemente más abajo.
Mientras sus manos amasaron sus muslos y sus dientes rozaron su piel, ella gritó más y más. Luego suavemente
tranquilizó su piel con un simple movimiento de su lengua.
Cuando finalmente abrió las piernas y la besó íntimamente en su lugar más sagrado, le rogó que la amara.
—Por favor, Pedro, por favor, te necesito dentro de mí —gritó ella.
Con un gesto más de su lengua magistral todo su cuerpo se sacudió y la dulce liberación celestial pasó a través de ella.
No podía siquiera levantar la cabeza, el placer era tan grande y abarcador. Poco a poco, besó su camino de regreso a su cuerpo y movió sus pezones todavía sensibles, haciendo que la agitación comenzara en su núcleo de nuevo.
No entendía cómo podía necesitar o desear más tras el placer que acababa de recibir, sino hasta que él trajo sus bocas juntas de nuevo, podía sentir el calor de agitación dentro de ella otra vez.
Se acostó sobre ella, presionándose a sí mismo en su calor.
Podía sentir cómo palpitaba contra su apertura dolorosamente. Abrió aún más para que al fin pudiera reunirse con sus cuerpos juntos, pero él aún se contuvo.
Paso las manos por encima de sus caderas y luego tiró su
protuberancia dolorosa, mientras su lengua bailaba con la suya. Ella llegó a estar completamente despierta de nuevo y levantó sus caderas, rogando con su cuerpo para que los uniera. No podía creer que los gemidos que oía provenir de su propia garganta.
Él deslizó su dedo dentro de ella, probando su cuerpo, para ver si estaba lista para él. Cuando sintió que estaba tan lista como él, finalmente detuvo la tortura y en un empuje rápido estaba muy dentro. Ella gritó de placer y movió sus caderas, con ganas de más.
—Dame un minuto —suplicó Pedro.
Paula sintió una energía diferente a cualquier cosa que jamás había sentido en su vida. Había hecho que este hombre grande y fuerte que le rogara por misericordia. Era una sensación de euforia y ella movió sus caderas y sonrió al ver el sudor perlar en su frente.
Vio su sonrisa y se emparejo con la suya retorcida.
—Tú eres toda provocadora, ¿no?
Entonces, comenzó a empujar dentro y fuera de ella con rapidez y no había manera de que pudiera haber exprimido las palabras más allá de su apretada garganta. Él la abrazó y la besó, al mismo tiempo empujando dentro y fuera de su cuerpo. Perdió la noción del tiempo, mareada en los sentimientos inmensos construyéndose cada vez más alto dentro de ella.
Se metió de nuevo y su cuerpo convulsionó en torno a él, ya que su placer parecía extenderse más y más. Con un gruñido empujó una última vez, antes de que él se estremeciera y luego se derrumbó encima de ella.
Los dos estaban respirando con dificultad y ninguno de ellos parecía tener la energía para moverse.
Finalmente moviendo sus cuerpos, él tiró de ella medio en la parte superior de él y medio tumbada a su lado. Él no estaba dispuesto a dejarla ir. Trajo el cobertor hacia arriba para alejar el aire de la noche fría de su cuerpo y cerró los ojos, disfrutando de la sensación de ella contra él.
—Debería irme —dijo adormilada, aunque no trató de moverse.
—Todavía no.
No tenía ninguna energía para discutir con él y se dijo que se
levantaría en un momento. Dejaría descansar sus ojos por un minuto.
Estaban tan pesados y no lograba mantenerlos abiertos.
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