miércoles, 25 de marzo de 2015
CAPITULO 77
Paula se dio la vuelta lentamente y se dio cuenta que era la una de la tarde. Se enderezó en la cama, tratando de borrar el sueño de sus ojos.
No podía creer cuánto tiempo había dormido. Siempre se levantaba temprano para asegurarse de que su hijo estuviera bien.
Tomó una ducha de dos minutos, se vistió y bajó corriendo las escaleras. Estaba increíblemente preocupada por su hijo.
Él pudo haber tenido miedo cuando se despertó y su madre no estaba allí.
Vino corriendo alrededor de la esquina, en el comedor, donde encontró a su hijo sentado con todos los otros niños, Pedro y sus hermanos. Parecía que todos los adultos no habían estado despiertos por mucho tiempo.
—Mamá, ¿sabías que un caballo bebé nació esta mañana y tan pronto como hayamos terminado de comer nuestro almuerzo Pedro va a llevarnos a verla? —prácticamente le gritó.
—Lo sabía. La vi nacer. Lamento no haber estado despierta contigo esta mañana —se disculpó con su hijo.
—Está bien mamá, no sabía que no estaban despiertos. Hemos estado jugando todo el día —le dijo Diego.
Paula se sintió aliviada de que había estado bien esa mañana, pero un poco triste que no pareciera que la necesitara tanto, cuanto más mayor se volvía. Se cubrió la mirada decepcionada yendo a la mesa y tomando algunos ingredientes para un sándwich.
—Lo siento, no les preparé el desayuno —dijo ella, sintiéndose culpable de que no había preparado una comida.
—No se puede trabajar siete días a la semana, Paula, creo que Eduardo ya te dijo que los fines de semana todo el mundo se defiende por sí mismo —dijo Pedro, antes de rellenar su boca totalmente, como si estuviera en su última comida.
—Sé que normalmente, pero con tu familia aquí, probablemente habrían disfrutado de un buen desayuno —se defendió ella.
—Si el resto de la comida es algo parecido a algunas de esas ensaladas y postres que realizaste ayer por la noche, sin duda habríamos disfrutado de tu desayuno. Es bueno tener un almuerzo de haz tu propio sándwich, además me encontré con un par de tazones de ensalada que de alguna manera no llegaron al comedor anoche —dijo Juana, mirando fijamente a Pedro.
—Oye me encanta la ensalada de papas y quería guardar algo para hoy —se defendió Pedro.
Paula sabía que ella había sacado ese plato, así que Pedro debía haberlo escondido dentro. En realidad, la hizo sentir muy bien que a él le gustara su comida. Obviamente, le gustaba, de la manera en que él acumulaba el material en su boca.
—En serio, metí un poco anoche temprano y luego tuve que
escabullirme. No he tenido esta buena ensalada hecha en casa desde, infierno... bien, nunca. Sin ánimo de ofender a mamá —añadió en el último momento.
—Bueno, ya sabes el camino al corazón de un hombre es a través de su estómago... entre otras cosas —dijo Hernan con un guiño.
—Amén —agregó Pedro, sin detenerse siquiera en masticar.
Paula debía acostumbrarse a su familia, ya que ella se sonrojaba mucho menos ya. Sabía que los hermanos estaban nervaduras entre sí y que no significaba ningún daño. Simplemente tenía que acostumbrarse a la forma en que hablaban entre sí, si quería estar a gusto con ellos.
Después de que todos comieron, los adultos reunieron a los niños más jóvenes, mientras que los mayores se aferraban a Pedro que los guiaba a todos al establo. Paula se sorprendió al ver que el potro recién nacido se tambaleaba alrededor en el espacio abierto del granero.
—Ella acaba de nacer, no puedo creer que ya camine —jadeó.
Los tres hermanos se rieron.
—Los animales son mucho más independientes que los bebés humanos —dijo Federico.
—Hey habla por ti mismo, siempre he sido uno de una clase y capaz de hacer las cosas más rápido que el promedio —añadió Pedro.
—No lo creo, todos sabemos que siempre he sido el más inteligente —dijo Hernan mientras se golpeaba el pecho.
—Todos ustedes son anormalmente fuertes, sexys y muy, muy inteligentes —dijo Malena para apaciguar a los hombres.
—Eres todo eso y mucho más —dijo Hernan antes de besarla.
—Está bien, simplemente no he dormido lo suficiente para hacer frente a los dos haciendo cara besucona —se quejó Pedro.
—Teniendo en cuenta que te encontré aquí, durmiendo sobre la paja, le da un poco de margen de maniobra para el mal humor —admitió Hernan.
—Por supuesto que un revolcón en el heno me hubiera puesto en un estado de ánimo mucho mejor que haberme quedado dormido en ella — añadió con un guiño a Paula.
Ella fingió no oír esa última declaración o notar el guiño.
—¿No es el caballo bebé dulce? —preguntó a Diego.
—Mamá, los caballos no son dulces, son geniales —gruñó él, tratando de sonar como un niño grande.
—Bueno, lo siento por eso —dijo con un brillo en sus ojos.
Le encantaba lo mucho que su hijo estaba creciendo. Había días que le rompía el corazón el pensar que sería un hombre antes de que se diera cuenta, pero al mismo tiempo tenía tanta personalidad y un gran corazón.
Quería mantenerlo cerca para siempre.
—Ella es una chica muy linda —dijo Federico.
—Estoy de acuerdo hermano, otra buena adición al rancho — intervino Hernan.
—Gracias chicos —dijo Pedro.
—Hay que ponerse en marcha, pero podemos volver la próxima semana —dijo Federico.
—Ah papá, yo quiero jugar con Diego un poco más —lloriqueo Olivia.
—Prometo que volveremos para que juegues con Diego pero mamá tiene una cita que no se puede perder, dulzura —dijo Federico con tristeza.
Odiaba ver a su niña molesta por nada. Era pan comido muy fácil para su hija. Los hombres de negocios que había tratado a lo largo de los años, habrían estado completamente sorprendidos si pudieran ver la facilidad con que su hija era capaz de conseguir lo que quería de él.
—Está bien papá —dijo ella en una voz temblorosa. A continuación, le echó los brazos alrededor a Diego—: Voy a echarte mucho de menos — sollozó. Estaba a punto de decirle que podían quedarse un rato más, cuando Juana le dio su mirada maternal. Su esposa era la única persona
capaz de salirse con la suya y él no iba a discutir con ella.
Diego le devolvió el abrazo, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—Nos vemos pronto —murmuró. Paula podría decir que él estaba tratando de ser duro delante de Pedro, pero él estaba a punto de llorar.
—Hey hombrecito, después de los otros niños salgan de aquí, tú y yo podemos tomar un paseo a caballo por los senderos —dijo Pedro, mientras revolvía el pelo de Diego.
—¿En serio? —La tristeza de Diego se evaporó al instante, mientras miraba con optimismo hacia Pedro.
—En serio —dijo Pedro—. Incluso puedes invitar a tu mamá si quiere venir —agregó.
Diego miró por encima de su madre, como si estuviera realmente pensando en eso, antes de decir:
—Creo que ella podría venir con nosotros. Puede hacer cosas para un picnic.
—Gracias —dijo Paula—. Sé que fue una decisión difícil para ti — añadió con una sonrisa.
—Tenemos que irnos también, nos vemos muy pronto. Vamos a tomar un día de spa —dijo Malena, antes de agarrar a Paula en un abrazo.
—Eso suena muy bien —dijo Paula, a pesar de que no sabía cuánto tiempo tomaría para que ella fuera capaz de pagar eso. Si Malena la invitaba demasiado pronto, tendría que inventar alguna excusa para aplazarlo.
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