Paula limpió rápidamente y corrió escaleras arriba para prepararse para su salida nocturna. Ella tenía toda la tarde para mimarse, ya que todo el mundo iba a comer la cena en el bar. En realidad, estaba un poco mareada mientras tomaba un baño largo y pasaba un tiempo extra en su pelo, la ropa y el maquillaje.
—Diablos, mujer, te ves bien. Me pido el primer baile —dijo Eric, su peón favorito, mientras entraba en el bar lleno de humo con Pedro, que no le había dicho ni una palabra en el viaje hasta allí. Parecía estar enojado con ella y no podía entender por qué.
—Gracias Eric y sí, me encantaría bailar contigo —le dijo el hombre.
Él no perdió el tiempo en abandonar su asiento y tirar de ella hacia la pista de baile.
Paula estaba pasando un rato increíble. No tenía idea de cuánto tiempo había estado bailando, porque tan pronto como una canción terminaba, otro de los trabajadores la tomaba y ella estaba bailando nuevamente. No se había reído tanto en demasiados años.
—Es mi turno para bailar con esta señorita en torno a la pista de baile —dijo el espeluznante trabajador Chris. Estaba demasiado cerca de ella y le puso la mano en su espalda.
Se sentía violada por un simple toque.
Estaba atrapada porque no había rechazado ninguno de los bailes de los demás, pero realmente no quería bailar con él.
Él no le transmitía buenas vibras en absoluto. Se preparó mentalmente para pasar el baile lo mejor que pudiera.
—Este baile ya está pedido —dijo Pedro, mientras se entrometía.
Paula normalmente hubiera estado realmente irritada con cualquier hombre que fuera tan arrogante como Pedro estaba siendo, pero estaba tan aliviada de no tener que bailar con Chris, que aceptó su oferta.
Ni Pedro ni Paula notaron la mirada que Chris les dio a ambos. Él no dijo una palabra, pero tenía las manos apretadas, y si las miradas pudieran matar realmente, ambos habrían estado muertos.
—Pareces estar pasándolo muy bien —dijo Pedro, con los dientes apretados.
—No he salido en mucho tiempo. Soy siempre sólo mamá, así que sí, me lo estoy pasando muy bien. Es bueno tener un poco de tiempo para adultos —dijo, y luego en realidad se rió cuando le dio la vuelta.
La risa se detuvo al instante cuando él estrelló su cuerpo contra el suyo, presionándola. Frotó sus manos en sus hombros, la espalda baja y de vuelta. Ella sintió electricidad disparando desde su estómago hasta llegar a sus pies.
—Si hubieras querido salir, lo único que tenías que hacer era decirlo —gruñó.
—Pedro, ¿por qué estás tan enojado? Ésta es una noche de diversión y debes estar disfrutando —le dijo ella, completamente desorientada.
—¿Cómo esperas que me divierta cuando estás en los brazos de otros hombres? He respetado tus deseos y no te he perseguido, pero maldita sea, no debería tener que verte en los brazos de mis hombres — dijo, cada vez más fuerte con cada palabra que decía.
La había presionado con tanta fuerza contra él que apenas podía respirar. Ella ni se dio cuenta que había dejado de bailar. Por suerte, el bar era ruidoso y lleno de humo, con un montón de gente en la pista de baile y nadie les estaba prestando atención.
Pedro finalmente dejó escapar un gruñido bajo de su garganta y luego aplastó sus labios contra los de ella.
Empujó su lengua contra su labio inferior, exigiendo entrada y ella aceptó voluntariamente. Ella olvidó todas las razones por las que había decidido que estar con él era una mala idea y simplemente disfrutó de estar en sus brazos otra vez.
Sus manos acariciaron sus muslos cubiertos de seda, levantando el tejido centímetro a centímetro. Él estaba caminando lentamente hacia un rincón oscuro, donde podrían tener más privacidad. Ella ni siquiera podía sentir el movimiento de sus propios pies. Se centró en nada más que Pedro y lo que estaba haciéndole a su cuerpo.
Sus dedos llegaron al borde de su vestido y acarició la parte
descubierta de sus muslos. Ella podía sentir el calor reuniéndose en su núcleo y lo quería a él para aliviar la presión que seguía construyéndose allí.
Sus manos se agarraron con fuerza detrás de su cuello, acercándolo incluso más. El beso continuó hasta que ella necesitó mucho más de él que sólo sus labios sobre los de ella. Lo necesitaba para unirse juntos nuevamente. Lo necesitaba más de lo que necesitaba aire.
Sus labios dejaron los de ella, lo que le permitió tomar una bocanada de aire, sólo para apresuradamente inclinarse hacia atrás cuando él le pasó la lengua a lo largo de la longitud de su garganta. Le mordisqueó su delicada piel, y ella gimió de placer.
—Por favor, Pedro... —suplicó.
—Uh, jefe…. —una voz les interrumpió.
Paula se volvió poco a poco consciente de su entorno y se dio cuenta de que estaban prácticamente haciendo el amor contra la pared sucia en un bar. Ella estaba horrorizada por su propia conducta. Nunca fue esa clase de chica descarada. Agachó la cabeza en el cuello de Pedro, con la
esperanza de evitar los ojos de alguien.
—¿Qué quieres? —espetó Pedro al desafortunado hombre.
—Um... el gorila2 de allí dijo que deben parar —el pobre estaba tan avergonzado que estaba tartamudeando.
Pedro finalmente pareció darse cuenta de dónde estaba y lo que había estado haciendo y retrocedió un poco de Paula.
—Gracias —murmuró al hombre. A continuación, tomó su mano y empezó a llevarla a la puerta.
—Saldremos de aquí ahora —afirmó.
Paula no tenía ganas de discutir con él. Había estado luchando contra sus propios deseos por mucho tiempo y fue cuando llegó a cierta satisfacción.
—Estoy lista para irme —ronroneó.
Pedro salió del bar, sin dejar su mano. Cuando llegaron a su
camioneta, la levantó y sentó en el asiento, deslizándose entre sus piernas abiertas. La atrajo hacia sí y la besó profundamente otra vez. Su mano se deslizó entre sus cuerpos y acarició su pezón endurecido.
Ella oyó un gemido y se sorprendió al darse cuenta de que el sonido provenía de ella.
—Por favor, llévame a casa —suplicó.
La besó una vez más y luego empujó sus piernas en el interior del camión. Dio un salto en la puerta del conductor y se fue del estacionamiento como si el lugar estuviera a punto de explotar. El viaje de regreso a la hacienda tomó la mitad del tiempo que había tomado para ir a la ciudad. El silencio era muy notable en el viaje de vuelta, pero por razones muy diferentes.
Se detuvieron a unos pocos metros de los escalones de la entrada y él saltó de la camioneta.
******
—Por favor, no cambies de opinión —declaró él mientras abría la puerta. Paula no le contestó con palabras. Le sonrió seductoramente, y luego se agachó y frotó la mano sobre la abultada evidencia de su deseo mientras se inclinaba hacia él y pasaba la lengua por su cuello.
—Esto va a terminar demasiado rápido si sigues así —dijo él con voz ronca. Luego la levantó en sus brazos, corrió hacia la casa y subió las escaleras. Paula ni siquiera sabía si él cerró la puerta.
Él llegó a la habitación y a continuación, la tomó de forma dura y rápida contra la puerta. Ninguno de los dos podía aguantar el tiempo suficiente para llegar a la cama.
Paula se despertó para encontrar a Pedro mirándola mientras le frotaba la parte superior del muslo, cuello y hacia abajo. Podía sentir el deseo comenzando a agruparse de nuevo y no veía cómo era posible.
Después de hacer el amor de forma explosiva, se habían dormido en los brazos del otro en la parte superior de las sabanas. Cuando el aire fresco de la noche los despertó, le había hecho el amor dulce y lento con ella de nuevo, antes de que cayeran dormidos, demasiado agotados para moverse.
Ella miró el reloj y se sorprendió al ver que era casi mediodía. Había dormido durante nueve horas seguidas.
Nunca hacía eso. Gimió un poco mientras la mano de Pedro
acariciaba su pecho y luego el pezón.
—Pedro, tenemos que hablar... —empezó a decir.
—No —dijo simplemente.
—Pedro, escucha.
—No, escucha tú esta vez —dijo, antes de clavar las manos de ella sobre su cabeza con una de sus manos, mientras la otra continuaba acariciando su cuerpo. Ella estaba realmente tratando de razonar con él, pero él estaba haciéndolo imposible. La sensación de estar atrapada debajo de él y tenerlo en completo control era extremadamente erótica. La mano que estaba tocándola fue lo que la hizo perder todos los pensamientos de detenerlo—. No vas a escapar esta vez. Yo entiendo todas las razones para querer mantener las cosas distantes, pero cuando dos personas tienen el tipo de química que tenemos juntos, es un crimen no seguirlo. Si funciona de maravilla, si no es así, te prometo que cuidaré de tí —dijo entre besos y mordisqueándola en lugares que ella ni siquiera sabía que eran sensibles hasta que los tocó.
—Me haces sonar como una querida —jadeó. Ella estaba tratando de recordar que era algo malo.
—No, yo te quiero como mi amiga, compañera y amante. Nunca trataría de comprarte —dijo con seriedad.
Mientras él hacía una pausa en sus caricias para enseñarle lo serio que estaba, ella no pudo pensar en un solo argumento en contra de lo que estaba diciendo. Ella lo quería mucho y realmente no veía cómo ellos podían dar marcha atrás en ese momento de todos modos.
—¿Pero qué pasa con Diego? —dijo en un último esfuerzo para razonar con él.
—Amo a Diego —dijo con la mayor naturalidad.
Eso fue todo lo que necesitó para que Paula cediera ante el hombre.
No podía luchar contra él o la relación nunca más. Seguía mirándola, esperando a ver lo que iba a decir...
—Por favor, dame un beso —suplicó finalmente. Sus sencillas palabras eran todo lo necesario para acabar con su resistencia. No salieron de la habitación por unas horas más.
2 Gorila: Portero de discoteca.
—Mamá, ahora me voy —dijo Diego, sacándola de su ensoñación.
—Lo siento,Diego, perdí la noción del tiempo —se excusó.
Le dio un gran beso y salió por la puerta con él. Lo vio subir en el coche con Eduardo.
Paula saludó y se quedó mirándolos en el coche hasta que se perdieron de vista.
Era la segunda semana de Diego en su escuela, y él no podía esperar a salir de la puerta cada mañana. Le encantaba demasiado el lugar y siempre llegaba a casa diciéndole las cosas maravillosas que había hecho.
Todavía se sentía un poco culpable por el exorbitante costo de la matrícula de la escuela, así que trabajaba desde la mañana hasta la noche, por lo que la casa estaba impecable y la comida era increíble.
Se dirigió hacia el interior y terminó de hacer el desayuno para todos los demás. Habían empezado a llegar más temprano cada día y estaban por lo general una hora antes de que la comida estuviera lista. A ella le encantaba hablar con ellos, y comenzó preparando un poco de fruta y pan
de la noche anterior, así ellos tenían cosas para saborear mientras esperaban por su comida caliente.
—Paula, creo que he ganado unas diez libras desde que te
convertiste en nuestra cocinera. Muy pronto, no seré capaz de abrocharme los Wranglers —dijo uno de sus trabajadores favoritos. Se echó hacia atrás en su silla y se quejó.
—No creo que pudieras ganar una sola libra de lo duro que trabajas. Necesitas combustible para el día.
—Creo que estoy enamorado de ti —dijo Juan y le dirigió una sonrisa de adoración.
—Estás enamorado de mis habilidades culinarias.
—Vamos,Paula, huye conmigo —bromeó.
—Juan, no me obligues a llamar a tu mamá. Ella no estaría feliz de escuchar que su hijo de dieciocho años estaba flirteando con una mujer mayor —bromeó.
—Diablos, ella me diría lo inteligente que fuí —contestó.
—Juan, no me hagas asignarte estar en el estiércol todo el día —dijo Pedro al entrar en la habitación. Alborotó el cabello de Juan mostrando lo mucho que él estaba encariñado con el muchacho.
—Estoy tratando de convencer a Paula de escapar conmigo. Ella está siendo terca, sin embargo —dijo Juan, con una sonrisa plena en dirección a Pedro y luego a Paula.
—Si alguien trata de convencer a Paula de escapar con él, sería yo — dijo Pedro con voz burlona, pero también con una mirada seria en sus ojos.
—Está bien, no hay más muffins de chocolate para ustedes en la mañana. Los vuelve muy ruidosos. Ahora vayan a trabajar —dijo Paula y empujó a todos los hombres fuera de la cocina—. Los veré en el almuerzo.
Observó a los hombres con cariño mientras se abrían camino hacia el granero. Ella limpió la cocina y comenzó a preparar el almuerzo. Le encantaba la enorme cocina de campo y no podía imaginarse alguna vez aburrida haciendo su magia en ella.
Incluso le encantaba cocinar para las personas que apreciaban tanto su comida. No era tan divertido preparar comidas sólo para ella y un niño pequeño.
También estaba muy acostumbrada a los hombres coqueteándole.
Sabía que todo era inofensivo, pero era bueno para su ego.
Si alguno de ellos coqueteaba un poco más allá de lo que creía que era apropiado, se apresuraba a ponerlos en su lugar y las cosas volvían a la normalidad.
Había un tipo nuevo que Pedro había contratado hace un par de semanas antes de que comenzara a ponerla nerviosa. Él nunca hablaba con ella, pero lo encontraba mirándola de reojo de vez en cuando. Ella estaba segura de que estaba siendo paranoica.
No había manera de que fuera a decirle a alguien sobre sus temores del tipo nuevo. Estaba segura de que era inofensivo, al igual que el resto de los hombres y trataba de ganarse la vida.
Los chicos regresaron para comer en cuestión de segundos.
Pedro siempre se veía tan sexy en sus vaqueros cubiertos de polvo y su desgastado sombrero Stetson. Le tomó hasta la última gota de fuerza de voluntad no mirarlo, ni acercarse a él.
—Hey Paula, vamos a los Tres Ríos esta noche. Hay una cantante bastante buena presentándose. ¿Quieres venir con nosotros? —le preguntó uno de los trabajadores.
Paula se complació por ser invitada, pero estaba preocupada por su hijo. Eduardo estaba en la cocina y pareció ser capaz de leer su mente.
—Puedo cuidar al muchachito si quieres salir por un rato —le
ofreció.
—¿Estás seguro? —le preguntó a Eduardo.
—Me encantaría cuidarlo. Haremos un poco de palomitas y veremos la nueva película de Disney —dijo.
—Bueno, en ese caso, me encantaría —dijo. Estaba mentalmente atravesando su armario, muy emocionada de tener una noche de fiesta.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez.
—Puedo llevarte —ofreció Juan.
—Yo llevaré a Paula —dijo Pedro, sin dejar lugar para la discusión de cualquiera de los hombres.
—Pensé que habías dicho que no podría ir, jefe —discutió Juan un poco.
—He cambiado de opinión —afirmó, antes de lanzar su sombrero y dar un portazo a la puerta de atrás.
—¿Por qué está tan irritado? —se quejó Juan.
—Creo que está marcando su territorio —dijo uno de los otros hombres.
—No somos pareja. Probablemente no quería incomodar a ninguno de ustedes —se defendió Paula.
—Claro —dijeron a coro un par de chicos. Todo el mundo de repente encontró un gran interés por la comida y nadie dijo una palabra mientras terminaba su almuerzo y se precipitaba hacia la puerta.
—Vamos, mamá. Es hora de irnos —dijo Diego mientras se paseaba alrededor de su dormitorio mientras ella le daba los últimos toques a su maquillaje.
—Me estoy apurando —mintió.
—Pedro dijo que estabas tardando porque estas asustada de ir en el helicóptero —dijo Diego, como si no pudiera creer que eso fuera posiblemente verdad.
—Bueno Pedro no lo sabe todo.
—Sí lo hace, mamá —dijo Diego, como si ella hubiese perdido la mente—. Es el chico más inteligente en el mundo entero.
Paula se aclaró la garganta para no echarse a reír y siguió a su hijo fuera del dormitorio. Realmente estaba aterrorizada de ir de paseo en el helicóptero pero no había manera en que le admitiría eso a su hijo o a Pedro. Ambos se burlarían de ella sin piedad.
—¿Todo listo? —preguntó Pedro cuando llegamos al pie de la escalera.
Paula lo miró mientras él trataba de borrar la enorme sonrisa de su rostro. Cuando empezó a toser, ella no se dejó engañar al pensar que se estaba riendo de ella.
—Creo que es una tontería volar allí cuando no es muy largo el viaje en coche —Paula agregó.
Sabía que había perdido la batalla pero tenía que intentarlo una vez más para no tener que subirse a ese helicóptero.
—Mamá, no eres para nada divertida
—No te preocupes Diego. Ella va a pasar un buen rato una vez que estemos en el aire. Soy un piloto excelente —dijo Pedro.
—¿Tú lo estarás manejando? —dijo Paula con horror.
—¿Ves algún otro piloto por aquí? —respondió Pedro con su propia pregunta.
—Asumí que alguno venía en camino —dijo Paula.
Ella esperaba que él lo tuviera de todas maneras. Ella sabía que él podía montar un caballo mejor que nadie pero no estaba segura de que fuera capaz de mantenerlos en el aire.
—No te preocupes, tengo un montón de práctica, estás en buenas manos —dijo con un guiño. Ella no se tranquilizó ni un poco, pero ya era tarde para arrepentirse, tal vez podía fingir alguna enfermedad. Una sola mirada a la cara de su hijo y sabía que debía conseguir el viaje de una vez.
—Vamos que estamos perdiendo la luz del día —dijo llamando Pedro.
Diego estaba justo detrás de sus talones mientras se dirigían a la puerta trasera hacia el helicóptero.
Paula los siguió con un ritmo más tranquilo, todavía arrastrando los pies. Cuando llegaron al helicóptero, y lo vio por primera vez, su miedo se incrementó. Ella podría terminar desmayándose en el viaje. Por supuesto, si eso pasara todo eso acabaría más pronto.
Pedro hizo un vuelo de prueba y luego dijo que estaba todo listo para despegar. Él ayudó a Diego a acomodarse dentro.
Diego sonrió enormemente cuando Pedro le colocó los auriculares en la cabeza y le dijo que podían hablar durante todo el viaje a través de los micrófonos integrados a estos.
—¿Lista? —le preguntó mientras ella seguía mirando la puerta.
—Supongo que sí —respondió ella mientras daba poco a poco un paso hacia delante.
Pedro le puso su mano en las caderas y la acomodó en el interior.
Paula sintió la piel de gallina a medida que sus manos se quedaban más del tiempo necesario. Cuando la depositó en su asiento, entre sus bocas solo había centímetros de distancia, sin embargo, no tuvo tiempo para sentir lástima por sí misma, porque Pedro había prendido las hélices y se fijó más en su miedo. A medida que el helicóptero comenzó a elevarse, una vez más, contuvo el aire. Mientras más altura conseguía, más sudaba.
Ella no podía creer que la hubieran convencido de hacer esto, estaba pensando seriamente en exigir que bajaran a tierra firme cuando atravesaron el prado.
—¡Wow Pedro! Ésta es la cosa más cool que existe —oyó decir a su hijo mediante el micrófono.
—La primera vez que te subes, es la mejor pero aún es bastante genial. Incluso después de cientos de veces de hacerlo —dijo Pedro—. Lo vio extender la mano y desordenar el cabello de Diego.
—Mamá es una tonta. No hay nada de que temer —dijo Diego con valentía.
— ¡Cuidado pequeño! Tu madre puede escucharnos —dijo Pedro, luego la miró y le guiñó un ojo. Ella estaba más horrorizada de que él haya apartado su vista del frente que de lo que decían.
—Lo siento mamá.
—Está bien, eres más valiente que yo —le respondió con orgullo.
—Eso está bien, se supone que los chicos deben cuidar a sus mujeres especiales —dijo Diego seriamente.
Paula estaba orgullosa de su hijo. Él estaba creciendo rápidamente, ya era todo un caballero. Sabía que no existiría nunca una mujer lo suficientemente buena para él.
Paula se había dio cuenta que mientras hablaba con Diego, su miedo se había comenzado a disipar y que seguía mirando el paisaje que estaba debajo de ella. Se sorprendió al descubrir que estaba empezando a disfrutar de la altura en la cual se encontraban y que al mismo tiempo estuviera lo suficiente cerca para ver los edificios y campos.
No había manera de que ella lo admitiera ante Pedro. Él estaba en lo correcto con demasiada frecuencia y se negaba a darle una nueva victoria.
Se sentó y disfrutó la vista que le ofrecía la ventana mientras escuchaba a Pedro y Diego conversar.
Incluso antes de que el viaje hubiera empezado, ellos estaban descendiendo.
—¿Algo está mal?—preguntó ella preocupada.
—Llegamos a la casa de mi padre —dijo Pedro.
—Eso fue bastante rápido —respondió ella.
—Hemos viajado durante treinta minutos, te dije que tomaría la ruta con el bello paisaje —dijo con aires de suficiencia.
Ella le mandó una mirada asesina a la parte de atrás de su cabeza.
Sonaba demasiado engreído. Bueno, él podría hacerse la idea de que había disfrutado del viaje pero no quiso confirmárselo, y eso la tranquilizó un poco.
Ella miró la propiedad que estaban sobrevolando y una vez más, esta era asombrosa.
La casa que se encontraba en medio del terreno hizo que la casa de Pedro pareciera pequeña. La casa parecía un castillo, con sus torres altas y exteriores de ladrillo. Miró a su alrededor en busca de un foso y un puente elevadizo. Se encontró riéndose de la imagen que había creado. Pedro era, sin dudas, un hombre que imaginaría rescatando a su princesa de la torre.
Cuando ella solía pensar en dinero, se imaginaba a sus antiguos suegros quienes no eran buenos de ninguna manera o forma. Usaban su dinero para dominar a otras personas y mirar con desprecio a las masas.
Pero ellos serían considerados pobres comparados con los Alfonso.
Aterrizaron sin ningún problema para el alivio de Paula y Pedro apagó el helicóptero.
Todos ellos se bajaron y se dirigieron a la mansión. Horacio salió a su encuentro a mitad del camino.
—Hola pequeño joven. ¿Disfrutaste del viaje? —le preguntó Horacio.
—Fue la cosa más divertida del mundo —exclamó Diego.
—Lo más divertido del mundo —corrigió Paula automáticamente a su hijo.
—¡Ah, mama! —se quejó Diego, pero ella lo dejó pasar.
—¿Quieres algo de desayunar antes de ir a tu nueva escuela? — preguntó Horacio.
—Claro —dijo y siguió a Horacio a la casa con Paula y Pedro justo detrás de ellos.
—¿Cómo estuvo el viaje? —le preguntó Horacio a Paula.
—Estuvo bien.
—Ella estaba asustada —acotó Diego.
Horacio se rió cuando la cara de Paula se puso roja por la
declaración de su hijo.
—Está bien estar asustada pequeña damisela, mi hijo es un poco siniestro.
—Gracias papá —dijo Pedro con una sonrisa.
—Tú y tus hermanos asustaban a su madre todo el tiempo con sus terroríficas bromas. Yo no creo que ella haya tenido una noche tranquila mientras ustedes crecían.
—Bueno, quién crees que nos enseñó todas esas cosas peligrosas — preguntó Pedro con una mirada mordaz.
—No tiene sentido apuntar con los dedos —gruñó antes de decidir cambiar de tema.
Tuvieron un maravilloso desayuno en la casa y luego se dirigieron a la escuela para registrar a Diego.
Paula estaba sorprendida con la escuela. Era grande pero no abrumadora y el personal era muy amable. Ninguno de ellos parecía despreciarla a ella y a su hijo. Si ella hubiera sentido algún tipo de prejuicio hacia ella o Diego, se hubiera marchado a través de las puertas dobles del frente.
Cuando llegaron a la sala de clases de Diego, Olivia se les acercó corriendo desde la esquina.
—Estaba finalmente aquí —dijo antes de darle un gran y fuerte abrazo a Diego.
—Tuve que volar con Pedro.
—Oh, eso es tan divertido —concordó ella.
Ambos charlaron de un lado a otro a un ritmo que Paula no pudo seguir.
—Sra. Parson, este es mi primo Diego —dijo Olivia mientras lo arrastraba hacia la profesora.
Paula dejó lo que estaba haciendo y miró a Pedro con culpabilidad pero éste parecía no haber notado que algo andaba mal. Ella estaba agradecida, luego apartaría a Diego a un costado y le explicaría que Pedro era su jefe y que no estaban relacionados con Olivia en lo absoluto. Sin
embargo ¿cómo podía romper su corazón de esa manera?
Tal vez no era un gran problema, pero ella no quería que su hijo pensara que eran una gran familia y que iban a vivir todos juntos, felices para siempre. ¿Qué sucedería si tuvieran que mudarse? Eso le rompería el corazón.
Tendría que pensar que estaba haciendo y lo que era mejor para su hijo. Ella no quería irse pero tenía que asegurarse que Diego comprendiera que Pedro era el empleador y no su padre sustituto.
Recorrieron la escuela por varias horas y registraron a Diego, ella estaba contenta que él asistiera a esta institución porque tienen programas increíbles que la escuelas públicas no puedes ofrecerles.
Los viajes de estudio, de por sí, eran espectaculares. Ella
definitivamente se anotaría como voluntaria para acompañarlos. Ella no había visitado ninguno de los lugares que allí se mencionaban.
—¿Vamos a comprar las cosas para la escuela? Por favor dime que vas a venir con nosotros —le preguntó Diego cuando salían de la escuela.
—Supongo, eso depende de Pedro —dijo Paula mientras lo miraba.
—Entonces eso es definitivamente un sí —dijo Juana mientras arrastraba a Paula detrás de ella—. Vamos a llevar nuestro auto, así podemos charlar mientras los hombres se encargan de manejar —añadió con entusiasmo.
Paula tuvo un excelente día. Compró ropa nueva y útiles para Diego, para luego disfrutar de un almuerzo en Chuck and Cheese pizza observando a los hombres competir con los niños en los juegos. Ella se rió tanto que al final del día le dolía el estómago.
—Estoy tan contenta de que los niños van a la misma escuela. Tendremos que acompañarlos para que podamos vernos los unos a los otros todo el tiempo —dijo Juana cuando estaban a punto de irse.
—Estaba pensando que me encantaría acompañarlos a esas
excursiones. Estaré muy emocionada de ir a los lugares a los que Diego irá —agregó Paula tímidamente.
—Yo también —exclamó Juana—. Estos muchachos están
acostumbrados a todo lo relacionado con la diversión, pero yo todavía no puedo conseguir bastante del maravilloso mundo que me rodea —añadió.
A Paula le encantaba lo mucho que ella y Juana tenían en común. Le dio esperanza ver a alguien que tenía mucho, ser tan dulce y genuina con ella.
—Te veré pronto —dijo Paula y abrazó a Juana mientras se despedía.
Sabía que si por alguna razón su empleo con Pedro terminara, ella y Paula seguirían siendo amigas.
Cuando regresaron al rancho, el sol comenzaba a ocultarse. Diego estaba frotándose los ojos y Pedro lo llevó a su habitación. Paula rápidamente lo acostó, y luego apenas pudo arrastrarse hasta su habitación. Había sido un día maravilloso y ella sentía que su vida estaba empezando a ser normal. Era una gran sensación.