jueves, 26 de marzo de 2015

CAPITULO 82





—Mamá, ahora me voy —dijo Diego, sacándola de su ensoñación.


—Lo siento,Diego, perdí la noción del tiempo —se excusó.


 Le dio un gran beso y salió por la puerta con él. Lo vio subir en el coche con Eduardo.


Paula saludó y se quedó mirándolos en el coche hasta que se perdieron de vista.


Era la segunda semana de Diego en su escuela, y él no podía esperar a salir de la puerta cada mañana. Le encantaba demasiado el lugar y siempre llegaba a casa diciéndole las cosas maravillosas que había hecho.


Todavía se sentía un poco culpable por el exorbitante costo de la matrícula de la escuela, así que trabajaba desde la mañana hasta la noche, por lo que la casa estaba impecable y la comida era increíble.


Se dirigió hacia el interior y terminó de hacer el desayuno para todos los demás. Habían empezado a llegar más temprano cada día y estaban por lo general una hora antes de que la comida estuviera lista. A ella le encantaba hablar con ellos, y comenzó preparando un poco de fruta y pan
de la noche anterior, así ellos tenían cosas para saborear mientras esperaban por su comida caliente.


—Paula, creo que he ganado unas diez libras desde que te
convertiste en nuestra cocinera. Muy pronto, no seré capaz de abrocharme los Wranglers —dijo uno de sus trabajadores favoritos. Se echó hacia atrás en su silla y se quejó.


—No creo que pudieras ganar una sola libra de lo duro que trabajas. Necesitas combustible para el día.


—Creo que estoy enamorado de ti —dijo Juan y le dirigió una sonrisa de adoración.


—Estás enamorado de mis habilidades culinarias.


—Vamos,Paula, huye conmigo —bromeó.


—Juan, no me obligues a llamar a tu mamá. Ella no estaría feliz de escuchar que su hijo de dieciocho años estaba flirteando con una mujer mayor —bromeó.


—Diablos, ella me diría lo inteligente que fuí —contestó.


—Juan, no me hagas asignarte estar en el estiércol todo el día —dijo Pedro al entrar en la habitación. Alborotó el cabello de Juan mostrando lo mucho que él estaba encariñado con el muchacho.


—Estoy tratando de convencer a Paula de escapar conmigo. Ella está siendo terca, sin embargo —dijo Juan, con una sonrisa plena en dirección Pedro y luego a Paula.


—Si alguien trata de convencer a Paula de escapar con él, sería yo — dijo Pedro con voz burlona, pero también con una mirada seria en sus ojos.


—Está bien, no hay más muffins de chocolate para ustedes en la mañana. Los vuelve muy ruidosos. Ahora vayan a trabajar —dijo Paula y empujó a todos los hombres fuera de la cocina—. Los veré en el almuerzo.


Observó a los hombres con cariño mientras se abrían camino hacia el granero. Ella limpió la cocina y comenzó a preparar el almuerzo. Le encantaba la enorme cocina de campo y no podía imaginarse alguna vez aburrida haciendo su magia en ella.


Incluso le encantaba cocinar para las personas que apreciaban tanto su comida. No era tan divertido preparar comidas sólo para ella y un niño pequeño.


También estaba muy acostumbrada a los hombres coqueteándole.


Sabía que todo era inofensivo, pero era bueno para su ego. 


Si alguno de ellos coqueteaba un poco más allá de lo que creía que era apropiado, se apresuraba a ponerlos en su lugar y las cosas volvían a la normalidad.


Había un tipo nuevo que Pedro había contratado hace un par de semanas antes de que comenzara a ponerla nerviosa. Él nunca hablaba con ella, pero lo encontraba mirándola de reojo de vez en cuando. Ella estaba segura de que estaba siendo paranoica.


No había manera de que fuera a decirle a alguien sobre sus temores del tipo nuevo. Estaba segura de que era inofensivo, al igual que el resto de los hombres y trataba de ganarse la vida.


Los chicos regresaron para comer en cuestión de segundos. 


Pedro siempre se veía tan sexy en sus vaqueros cubiertos de polvo y su desgastado sombrero Stetson. Le tomó hasta la última gota de fuerza de voluntad no mirarlo, ni acercarse a él.


—Hey Paula, vamos a los Tres Ríos esta noche. Hay una cantante bastante buena presentándose. ¿Quieres venir con nosotros? —le preguntó uno de los trabajadores.


Paula se complació por ser invitada, pero estaba preocupada por su hijo. Eduardo estaba en la cocina y pareció ser capaz de leer su mente.


—Puedo cuidar al muchachito si quieres salir por un rato —le
ofreció.


—¿Estás seguro? —le preguntó a Eduardo.


—Me encantaría cuidarlo. Haremos un poco de palomitas y veremos la nueva película de Disney —dijo.


—Bueno, en ese caso, me encantaría —dijo. Estaba mentalmente atravesando su armario, muy emocionada de tener una noche de fiesta.


Había pasado demasiado tiempo desde la última vez.


—Puedo llevarte —ofreció Juan.


—Yo llevaré a Paula —dijo Pedro, sin dejar lugar para la discusión de cualquiera de los hombres.


—Pensé que habías dicho que no podría ir, jefe —discutió Juan un poco.


—He cambiado de opinión —afirmó, antes de lanzar su sombrero y dar un portazo a la puerta de atrás.


—¿Por qué está tan irritado? —se quejó Juan.


—Creo que está marcando su territorio —dijo uno de los otros hombres.


—No somos pareja. Probablemente no quería incomodar a ninguno de ustedes —se defendió Paula.


—Claro —dijeron a coro un par de chicos. Todo el mundo de repente encontró un gran interés por la comida y nadie dijo una palabra mientras terminaba su almuerzo y se precipitaba hacia la puerta.






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