jueves, 26 de marzo de 2015
CAPITULO 81
—Vamos, mamá. Es hora de irnos —dijo Diego mientras se paseaba alrededor de su dormitorio mientras ella le daba los últimos toques a su maquillaje.
—Me estoy apurando —mintió.
—Pedro dijo que estabas tardando porque estas asustada de ir en el helicóptero —dijo Diego, como si no pudiera creer que eso fuera posiblemente verdad.
—Bueno Pedro no lo sabe todo.
—Sí lo hace, mamá —dijo Diego, como si ella hubiese perdido la mente—. Es el chico más inteligente en el mundo entero.
Paula se aclaró la garganta para no echarse a reír y siguió a su hijo fuera del dormitorio. Realmente estaba aterrorizada de ir de paseo en el helicóptero pero no había manera en que le admitiría eso a su hijo o a Pedro. Ambos se burlarían de ella sin piedad.
—¿Todo listo? —preguntó Pedro cuando llegamos al pie de la escalera.
Paula lo miró mientras él trataba de borrar la enorme sonrisa de su rostro. Cuando empezó a toser, ella no se dejó engañar al pensar que se estaba riendo de ella.
—Creo que es una tontería volar allí cuando no es muy largo el viaje en coche —Paula agregó.
Sabía que había perdido la batalla pero tenía que intentarlo una vez más para no tener que subirse a ese helicóptero.
—Mamá, no eres para nada divertida
—No te preocupes Diego. Ella va a pasar un buen rato una vez que estemos en el aire. Soy un piloto excelente —dijo Pedro.
—¿Tú lo estarás manejando? —dijo Paula con horror.
—¿Ves algún otro piloto por aquí? —respondió Pedro con su propia pregunta.
—Asumí que alguno venía en camino —dijo Paula.
Ella esperaba que él lo tuviera de todas maneras. Ella sabía que él podía montar un caballo mejor que nadie pero no estaba segura de que fuera capaz de mantenerlos en el aire.
—No te preocupes, tengo un montón de práctica, estás en buenas manos —dijo con un guiño. Ella no se tranquilizó ni un poco, pero ya era tarde para arrepentirse, tal vez podía fingir alguna enfermedad. Una sola mirada a la cara de su hijo y sabía que debía conseguir el viaje de una vez.
—Vamos que estamos perdiendo la luz del día —dijo llamando Pedro.
Diego estaba justo detrás de sus talones mientras se dirigían a la puerta trasera hacia el helicóptero.
Paula los siguió con un ritmo más tranquilo, todavía arrastrando los pies. Cuando llegaron al helicóptero, y lo vio por primera vez, su miedo se incrementó. Ella podría terminar desmayándose en el viaje. Por supuesto, si eso pasara todo eso acabaría más pronto.
Pedro hizo un vuelo de prueba y luego dijo que estaba todo listo para despegar. Él ayudó a Diego a acomodarse dentro.
Diego sonrió enormemente cuando Pedro le colocó los auriculares en la cabeza y le dijo que podían hablar durante todo el viaje a través de los micrófonos integrados a estos.
—¿Lista? —le preguntó mientras ella seguía mirando la puerta.
—Supongo que sí —respondió ella mientras daba poco a poco un paso hacia delante.
Pedro le puso su mano en las caderas y la acomodó en el interior.
Paula sintió la piel de gallina a medida que sus manos se quedaban más del tiempo necesario. Cuando la depositó en su asiento, entre sus bocas solo había centímetros de distancia, sin embargo, no tuvo tiempo para sentir lástima por sí misma, porque Pedro había prendido las hélices y se fijó más en su miedo. A medida que el helicóptero comenzó a elevarse, una vez más, contuvo el aire. Mientras más altura conseguía, más sudaba.
Ella no podía creer que la hubieran convencido de hacer esto, estaba pensando seriamente en exigir que bajaran a tierra firme cuando atravesaron el prado.
—¡Wow Pedro! Ésta es la cosa más cool que existe —oyó decir a su hijo mediante el micrófono.
—La primera vez que te subes, es la mejor pero aún es bastante genial. Incluso después de cientos de veces de hacerlo —dijo Pedro—. Lo vio extender la mano y desordenar el cabello de Diego.
—Mamá es una tonta. No hay nada de que temer —dijo Diego con valentía.
— ¡Cuidado pequeño! Tu madre puede escucharnos —dijo Pedro, luego la miró y le guiñó un ojo. Ella estaba más horrorizada de que él haya apartado su vista del frente que de lo que decían.
—Lo siento mamá.
—Está bien, eres más valiente que yo —le respondió con orgullo.
—Eso está bien, se supone que los chicos deben cuidar a sus mujeres especiales —dijo Diego seriamente.
Paula estaba orgullosa de su hijo. Él estaba creciendo rápidamente, ya era todo un caballero. Sabía que no existiría nunca una mujer lo suficientemente buena para él.
Paula se había dio cuenta que mientras hablaba con Diego, su miedo se había comenzado a disipar y que seguía mirando el paisaje que estaba debajo de ella. Se sorprendió al descubrir que estaba empezando a disfrutar de la altura en la cual se encontraban y que al mismo tiempo estuviera lo suficiente cerca para ver los edificios y campos.
No había manera de que ella lo admitiera ante Pedro. Él estaba en lo correcto con demasiada frecuencia y se negaba a darle una nueva victoria.
Se sentó y disfrutó la vista que le ofrecía la ventana mientras escuchaba a Pedro y Diego conversar.
Incluso antes de que el viaje hubiera empezado, ellos estaban descendiendo.
—¿Algo está mal?—preguntó ella preocupada.
—Llegamos a la casa de mi padre —dijo Pedro.
—Eso fue bastante rápido —respondió ella.
—Hemos viajado durante treinta minutos, te dije que tomaría la ruta con el bello paisaje —dijo con aires de suficiencia.
Ella le mandó una mirada asesina a la parte de atrás de su cabeza.
Sonaba demasiado engreído. Bueno, él podría hacerse la idea de que había disfrutado del viaje pero no quiso confirmárselo, y eso la tranquilizó un poco.
Ella miró la propiedad que estaban sobrevolando y una vez más, esta era asombrosa.
La casa que se encontraba en medio del terreno hizo que la casa de Pedro pareciera pequeña. La casa parecía un castillo, con sus torres altas y exteriores de ladrillo. Miró a su alrededor en busca de un foso y un puente elevadizo. Se encontró riéndose de la imagen que había creado. Pedro era, sin dudas, un hombre que imaginaría rescatando a su princesa de la torre.
Cuando ella solía pensar en dinero, se imaginaba a sus antiguos suegros quienes no eran buenos de ninguna manera o forma. Usaban su dinero para dominar a otras personas y mirar con desprecio a las masas.
Pero ellos serían considerados pobres comparados con los Alfonso.
Aterrizaron sin ningún problema para el alivio de Paula y Pedro apagó el helicóptero.
Todos ellos se bajaron y se dirigieron a la mansión. Horacio salió a su encuentro a mitad del camino.
—Hola pequeño joven. ¿Disfrutaste del viaje? —le preguntó Horacio.
—Fue la cosa más divertida del mundo —exclamó Diego.
—Lo más divertido del mundo —corrigió Paula automáticamente a su hijo.
—¡Ah, mama! —se quejó Diego, pero ella lo dejó pasar.
—¿Quieres algo de desayunar antes de ir a tu nueva escuela? — preguntó Horacio.
—Claro —dijo y siguió a Horacio a la casa con Paula y Pedro justo detrás de ellos.
—¿Cómo estuvo el viaje? —le preguntó Horacio a Paula.
—Estuvo bien.
—Ella estaba asustada —acotó Diego.
Horacio se rió cuando la cara de Paula se puso roja por la
declaración de su hijo.
—Está bien estar asustada pequeña damisela, mi hijo es un poco siniestro.
—Gracias papá —dijo Pedro con una sonrisa.
—Tú y tus hermanos asustaban a su madre todo el tiempo con sus terroríficas bromas. Yo no creo que ella haya tenido una noche tranquila mientras ustedes crecían.
—Bueno, quién crees que nos enseñó todas esas cosas peligrosas — preguntó Pedro con una mirada mordaz.
—No tiene sentido apuntar con los dedos —gruñó antes de decidir cambiar de tema.
Tuvieron un maravilloso desayuno en la casa y luego se dirigieron a la escuela para registrar a Diego.
Paula estaba sorprendida con la escuela. Era grande pero no abrumadora y el personal era muy amable. Ninguno de ellos parecía despreciarla a ella y a su hijo. Si ella hubiera sentido algún tipo de prejuicio hacia ella o Diego, se hubiera marchado a través de las puertas dobles del frente.
Cuando llegaron a la sala de clases de Diego, Olivia se les acercó corriendo desde la esquina.
—Estaba finalmente aquí —dijo antes de darle un gran y fuerte abrazo a Diego.
—Tuve que volar con Pedro.
—Oh, eso es tan divertido —concordó ella.
Ambos charlaron de un lado a otro a un ritmo que Paula no pudo seguir.
—Sra. Parson, este es mi primo Diego —dijo Olivia mientras lo arrastraba hacia la profesora.
Paula dejó lo que estaba haciendo y miró a Pedro con culpabilidad pero éste parecía no haber notado que algo andaba mal. Ella estaba agradecida, luego apartaría a Diego a un costado y le explicaría que Pedro era su jefe y que no estaban relacionados con Olivia en lo absoluto. Sin
embargo ¿cómo podía romper su corazón de esa manera?
Tal vez no era un gran problema, pero ella no quería que su hijo pensara que eran una gran familia y que iban a vivir todos juntos, felices para siempre. ¿Qué sucedería si tuvieran que mudarse? Eso le rompería el corazón.
Tendría que pensar que estaba haciendo y lo que era mejor para su hijo. Ella no quería irse pero tenía que asegurarse que Diego comprendiera que Pedro era el empleador y no su padre sustituto.
Recorrieron la escuela por varias horas y registraron a Diego, ella estaba contenta que él asistiera a esta institución porque tienen programas increíbles que la escuelas públicas no puedes ofrecerles.
Los viajes de estudio, de por sí, eran espectaculares. Ella
definitivamente se anotaría como voluntaria para acompañarlos. Ella no había visitado ninguno de los lugares que allí se mencionaban.
—¿Vamos a comprar las cosas para la escuela? Por favor dime que vas a venir con nosotros —le preguntó Diego cuando salían de la escuela.
—Supongo, eso depende de Pedro —dijo Paula mientras lo miraba.
—Entonces eso es definitivamente un sí —dijo Juana mientras arrastraba a Paula detrás de ella—. Vamos a llevar nuestro auto, así podemos charlar mientras los hombres se encargan de manejar —añadió con entusiasmo.
Paula tuvo un excelente día. Compró ropa nueva y útiles para Diego, para luego disfrutar de un almuerzo en Chuck and Cheese pizza observando a los hombres competir con los niños en los juegos. Ella se rió tanto que al final del día le dolía el estómago.
—Estoy tan contenta de que los niños van a la misma escuela. Tendremos que acompañarlos para que podamos vernos los unos a los otros todo el tiempo —dijo Juana cuando estaban a punto de irse.
—Estaba pensando que me encantaría acompañarlos a esas
excursiones. Estaré muy emocionada de ir a los lugares a los que Diego irá —agregó Paula tímidamente.
—Yo también —exclamó Juana—. Estos muchachos están
acostumbrados a todo lo relacionado con la diversión, pero yo todavía no puedo conseguir bastante del maravilloso mundo que me rodea —añadió.
A Paula le encantaba lo mucho que ella y Juana tenían en común. Le dio esperanza ver a alguien que tenía mucho, ser tan dulce y genuina con ella.
—Te veré pronto —dijo Paula y abrazó a Juana mientras se despedía.
Sabía que si por alguna razón su empleo con Pedro terminara, ella y Paula seguirían siendo amigas.
Cuando regresaron al rancho, el sol comenzaba a ocultarse. Diego estaba frotándose los ojos y Pedro lo llevó a su habitación. Paula rápidamente lo acostó, y luego apenas pudo arrastrarse hasta su habitación. Había sido un día maravilloso y ella sentía que su vida estaba empezando a ser normal. Era una gran sensación.
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