jueves, 5 de marzo de 2015
CAPITULO 7
El tiempo pasó volando rápidamente para Paula cuando aprendió su nuevo trabajo. Después del intenso momento con Pedro el día de la fiesta, ella había estado asustada por la conservación de su trabajo como asistente ejecutiva.
Afortunadamente, él había sido bastante profesional respecto a ese punto, en vez de despedirla inmediatamente.
Pedro estaba fuera la mayor parte del tiempo, y la comunicación se realizaba a través de correo electrónico.
Lo que no podía entender era por qué eso la molestaba. Ella debería estar aliviada por tenerlo lejos, sin estar en lo más mínimo molesta cuando él no estaba cerca.
Ella apenas conocía al hombre y él provocaba todo tipo de emociones diferentes en su interior. La lujuria estaba sin duda en la parte superior de la lista. Siempre había sido de las chicas buenas, saltándose ciertas cosas para estudiar, postergando las relaciones por el trabajo, y guardándose para el hombre adecuado. Bueno, tenía veinticuatro años y todavía no había conocido al indicado, o eso se decía a sí misma.
Todavía recordaba cuando escuchaba a las chicas riendo en la biblioteca de la escuela mientras hablaban de sus citas de la noche anterior. Paula había sentido una punzada de celos al ver que ellas tenían tiempo para divertirse, además de estudiar, pero nunca había sentido que se estaba privando de algo. Un mes en cuartos reducidos con Pedro Alfonso, y todo estaba cambiando.
De pronto se encontró fantaseando con su apuesto jefe, preguntándose cómo se vería si se aflojaba la corbata un poco, si se desabrochaba el primer botón de sus pantalones ajustados. Se preguntaba muchas cosas inapropiadas, y tuvo que detenerse. Tener una aventura con su jefe no era
parte de sus planes para futuro.
—Perdona la interrupción, Paula, pero Horacio Alfonso está aquí y quiere verte —dijo Tomas a través del intercomunicador, asustándola.
—Iré inmediatamente —dijo ella tras una breve pausa.
—No te preocupes, él ya se dirige hacia tu oficina, cariño.
Pedro había despedido a la recepcionista rubia, emocionando a Paula, ya que la mujer le había disparado dagas cada vez que entraba y salía de la oficina. Paula quería gritarle que no estaba interesada en el jefe y que podía tenerlo, pero de alguna manera se las había arreglado para mantener la compostura.
El nuevo recepcionista era un gran tipo, y con el jefe fuera, cuando tenía tiempo libre, ella se sentaba con él, y charlaban de todo. Sólo había estado trabajando con él durante un par de semanas, y estaba convirtiéndose en su mejor amigo.
—Gracias por el aviso —dijo ella, luego se enderezó rápidamente antes de que Horacio llenara la habitación con su presencia.
—Buenos días, Paula. Yo estaba aquí y pensé en pasar y ver cómo estabas.
—Eso es muy amable de su parte, Sr. Alfonso, pero estoy bien.
—Creo que voy a tener que visitarte todos los días hasta que te sientas lo suficientemente cómoda para llamarme Horacio —dijo con una sonrisa mientras se sentaba, dando la impresión de que se quedaría un rato.
—Está bien, está bien, iré en contra de todo lo que me enseñaron y te llamaré por tu nombre. Sólo quiero que sepas que eso parece una falta de respeto para mí —dijo ella, sonriendo. Era difícil discutir con Horacio.
—Puedo ser duro cuando tengo que serlo, pero me he dado cuenta que la mayoría de las personas responden mucho mejor a un trato amistoso.
Cuando era joven, al igual que mis hijos, tendía a ser un hijo de puta, la arrogancia irradiaba de mí en oleadas. Mi bella esposa, Ana, me curó de eso. Ella nunca me permitió perder el control.
—Su esposa parece una mujer increíble y elegante.
—Eso es cierto. Hemos estado casados por más de treinta años, y le doy gracias a Dios todos los días por tenerla a mi lado Yo sólo quiero lo mismo para nuestros hijos —dijo, mirándola directamente a los ojos.
Paula sintió pánico en su interior, como si él estuviera enviándole algún tipo de mensaje. Ella finalmente se echó a reír, haciendo poco caso a su comentario. Sólo estaba siendo él mismo, un tipo simpático. Es por eso que ella disfrutaba tanto de su compañía.
—Estoy segura de que cada uno conoce a alguien en el momento indicado.
Cuando estaba terminando la universidad, en ese entonces en busca de trabajo, supe que las relaciones eran la última cosa en mi mente. Sus hijos probablemente sienten lo mismo, especialmente con Pedro haciéndose cargo de su antiguo trabajo, y sus otros dos hijos haciendo lo que sea que ellos hagan —terminó ella sin convicción, dándose cuenta de que no tenía idea de lo que sus otros hijos, Alejandro y Marcos, hacían.
—Oh, esos chicos tienen un montón de tiempo libre. Creo que simplemente se niegan a casarse porque están demasiado ocupados jugando. No me preocupa, sin embargo. Se casaran algún día —dijo, como si estuviera compartiendo un secreto con ella.
—Esa es una actitud positiva.
—He descubierto que la vida es demasiado corta para ser otra cosa que positiva. Cuando algo no va como lo deseas, entonces tienes que buscar en otra dirección y hacer un cambio —dijo—. Mira a mi hijo menor, Marcos.
Él me echo una mano cuando lo necesite, pero él nunca tuvo la intención de ser parte de este mundo empresarial. Siguió los pasos de su abuelo y se convirtió en un hacendado. Sin embargo, no podía ocultar ese gen Alfonso que tenemos para el éxito. Ha hecho que el rancho de la familia prospere durante su estadía en él. A Alejandro le gusta viajar por el mundo, y se ocupa de la mayor parte de nuestro negocio internacional, y es realmente bueno en eso, también, constantemente trayendo más negocio. Luego, por supuesto, está Pedro. Él siguió los pasos de su bisabuelo, y los míos también. Cada uno de nosotros tiene la necesidad de trabajar para ser el número uno. La única cosa que mis hijos tienen en común, sin embargo, es que tienen corazones de oro. Cuando se enamoran, será para toda la vida. Es por eso que han estado esperando mucho tiempo, en mi opinión.
Su voz era hipnotizante mientras hablaba de su familia.
Siempre usaba una voz más grave y fuerte que la de una persona promedio, pero mientras hablaba de sus hijos, cambió de tono, obviamente mostrando el gran amor por su esposa e hijos. Paula tuvo que luchar contra la melancolía repentina de querer recibir parte de ese amor. Una de las cosas que más quería era una familia. Era algo que le había sido negado, y sabía que cuando tuviera a sus hijos propios, los amaría tanto como Horacio amaba a sus hijos. Como le gustaría tener un padre como él, ahí para ella.
Ella sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. Había aprendido hace mucho tiempo que no debía pensar en lo que no tenía. Era mucho mejor centrarse en las cosas que podía cambiar, y las que había logrado. No tenía sentido regodearse en la autocompasión.
Antes de que Paula se diera cuenta, había pasado una hora y se encontró riendo de otra de las historias de Horacio.
Sintió una punzada de culpabilidad al darse cuenta de la cantidad de tiempo que había pasado con él en lugar de trabajar. No debía sentirse mal, ya que ella fue sorprendida al máximo, pero aun así...
—Yo podría sentarme aquí y hablar contigo durante todo el día, querida, pero será mejor que te permita volver a tu trabajo. Gracias por complacer a un anciano durante un tiempo —dijo Horacio mientras se levantaba.
—El placer ha sido mío, Horacio. Gracias por tomarte un tiempo de tu apretada agenda para charlar. Podría olvidar todo lo demás mientras estás hablando —dijo ella con sinceridad.
—Eres una verdadera dulzura, Paula. Estoy muy contento de haber tenido la suerte de encontrarte —dijo, y entonces, para su sorpresa, en lugar de estrecharle la mano, extendió los brazos y la abrazó. Paula tuvo que luchar contra las lágrimas repentinas que querían brotar mientras sus manos suaves llegaron a su alrededor y el olor reconfortante de menta invadió sus sentidos.
Gracias a Dios que no esperaba que ella dijera algo más. Él la soltó y salió de la habitación. Se dejó caer en su silla, sin saber cuánto tiempo se quedó mirando la puerta vacía antes de que el timbre sonara de nuevo.
—Paula, cariño. Es hora de almuerzo. Tengo que salir de este lugar antes de que me vuelva loco. Saldremos a comer pizza extra grasosa y refrescos de soda. —La voz energética de Tomas se oyó a través de su altavoz.
—Estoy en camino. Dame cinco minutos para terminar este mensaje para el Sr. Alfonso, y entonces, yo soy toda tuya.
Paula sabía que probablemente debería quedarse en la oficina durante el almuerzo para ponerse al día, teniendo en cuenta que había pasado demasiado tiempo con Horacio, pero necesitaba salir y dar un paseo.
Horacio había despertado muchas emociones en su interior, y estar rodeada de un muy enérgico Tomas, le ayudaría a volver a Tierra.
Paula salió de su oficina, sonriendo, y Tomas tiró su brazo alrededor de su cintura mientras se dirigían a los ascensores. La puerta se abrió justo cuando estaba inclinado hacia ella en lo que parecería ser un momento íntimo para un observador. Los dos estaban en esa posición, y para suerte de ella, justo cuando Pedro entró por las puertas abiertas.
—¿Qué está pasando aquí, Paula? —gritó casi él—. ¿Has olvidado que este es un lugar de trabajo? Me he ido un par de semanas, ¿y piensas que puede desfilar a tus novios y salir de aquí? ¿Y si hubiera sido un cliente?
—Paula estaba demasiado aturdida por su ira como para ser capaz de pronunciar alguna palabra. ¿Qué estaba pasando con él?
Paula captó la leve sonrisa en la cara de Tomas, volviéndose, así su nuevo jefe no podía verlo. Paula frunció el ceño. Ella se preguntó para sus adentros si debería cancelar el almuerzo y volver a trabajar.
—Hola, Sr. Alfonso. La señorita Chaves y yo estábamos saliendo en nuestro almuerzo. Ya hemos establecido los teléfonos y estaremos de regreso en una hora. —Con eso, él tiró de ella en el ascensor, y se fueron antes de que ella tuviera la oportunidad de cambiar de opinión. Oh, sabía que iba a tener problemas por eso. Pedro no era exactamente el tipo de hombre al que le gustaba ser contra-decido.
Estaba un poco asustada por la reacción de su jefe cuando ella regresara al trabajo. Ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto en ese momento.
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