sábado, 14 de marzo de 2015

CAPITULO 35




—¿Qué crees que estás haciendo, Laura? —dijo Pedro de
forma exaltada a la pelirroja, con quien había estado saliendo antes que él y Paula se hubieran involucrado.


Ella había entrado en su oficina momentos antes, con su famosa expresión de pucheros, declarando que debían tener una charla. Él le había dicho que no había nada de que hablar, pero ella había venido a su escritorio y se había sentado delante de él, extendiendo sus piernas abiertas, de modo que él no tuviera más remedio que darse cuenta que ella no llevaba nada debajo de su falda demasiada corta.


Él no podía creer que en algún tiempo la había deseado. Ella era tan falsa, mientras que Paula era auténtica, y él la quería fuera de su oficina de inmediato.


—Tienes que irte. No hay nada más entre nosotros —dijo con los dientes apretados mientras retrocedía la silla lejos de ella—. También sabes que soy un hombre casado y ya no estoy en el mercado.


Ella acabó sonriéndole con lo que pensaba era una mirada seductora y abrió su camiseta para mostrar sus pechos abundantes, los cuales se desbordaban del sujetador. Él se había puesto de pie para sacarla de la habitación cuando ella se envolvió alrededor de él y cerró sus labios en los suyos. Él estaba tan sorprendido, que se quedo allí durante unos segundos antes de que sus manos pasaran a su cintura y la empujara lejos de él.


—Cariño, tú sabes que me quieres —dijo ella, sonando falsamente triste.


Él hizo uno de sus juegos. Marchó a su escritorio y pulso un botón.


—Seguridad, los necesito en mi oficina inmediatamente —gruñó.


Al cabo de unos minutos, dos hombres corpulentos entraron en la habitación para ver a la mujer todavía medio desnuda tratando de envolverse alrededor de su jefe.


—Por favor, acompañen a esta mujer y sáquenla del edificio. Nunca más dejen que entre otra vez —dijo con fuerza, incapaz de controlar su ira.


—Sí, señor Alfonso. De inmediato —respondieron profesionalmente, mientras cada uno de ellos la tenía de un brazo, y se la llevaron.


Pedro se echo atrás en su silla y apoyó las manos sobre su cabeza. Todo lo que podía pensar era que gracias a Dios su esposa no estaba allí para haber sido testigo de esa situación. Estaba seguro de que ella hubiera pensado que él había invitado a la mujer.


Ella tenía una buena razón para estar insegura en su matrimonio, ya que él había estado excluyéndola últimamente. La había alejado íntimamente hasta llegar a un nivel tan alto. Se sentó allí, reconociendo que estaba enamorado de Paula, ese razonamiento se apoderó de él.


No se sentía como una carga, para nada.


Él amaba a su esposa.


Ella lo amaba.


Ellos iban a tener un hijo juntos.


Entonces, ¿por qué estaba todavía sentado allí?


De repente, todo lo que quería hacer era ir a casa y envolverse en sus
brazos y decirle repetidamente lo mucho que ella significaba para él. No entendía por qué estaba alejándola de su vida. 


Empezó a levantarse para dirigirse a la puerta, pero recordó que tenía que terminar lo que estaba trabajando. El contrato estaba previsto para la tarde, y él estaba casi terminándolo.


Una hora más no haría ninguna diferencia, aun cuando pareciera toda una vida. Rápidamente volvió al trabajo para poder volver rápidamente a casa. No pudo evitar la sonrisa en su cara. Se detendría por rosas en el camino. Se dio cuenta de que debía comprar algunas cosas para ella.



* * * *


Paula no pudo evitar que las lágrimas cayeran mientras conducía desde la oficina a su hermosa casa. Ella se sentó en el auto, mirando el lugar con una profunda tristeza, sabiendo que nunca volvería a dormir allí de nuevo en los brazos de su marido. ¿Cómo podía haberla engañado? Ella le había entregado su cuerpo libremente, y su amor, también. Se arrastró lo suficiente para caminar hacia dentro. 


Subió lentamente las escaleras que conducían a su dormitorio y, una vez más, unas cuantas lágrimas se deslizaron de sus ojos. No le tomaría demasiado tiempo empacar, ya que no llevaría nada que no considerara exclusivamente suya.


Empacó algo de ropa y artículos de bebé y luego tomó la maleta de regreso a su habitación. Miro a su alrededor una última vez y luego se quitó su anillo de bodas. Se sentó en el tocador y le escribió a su marido una nota.


Puso su anillo en la parte superior de la carta, agarro sus maletas, y salió por la puerta sin permitirse mirar atrás otra vez.


No tenía ni idea de donde se dirigía o que iba hacer cuando llegara allí.


Solo sabía que tenía que escapar. Tenía tanto miedo, que si él atravesaba aquellas puertas y envolvía sus brazos alrededor de ella, se derretiría y le pediría que la amara y que no corriera a los brazos de otra mujer. Ya le había entregado su corazón. Ya no tenía nada más que ofrecer. No tenía nada que él quisiera.


Paula condujo por la autopista y se dirigió hacia el sur. 


Después de unas horas, ella pasó por Salem, y no se sentía lo suficientemente lejos.


Comenzaba a sentir un poco de dolor, sin embargo, se detuvo en una parada para descansar y estirarse. Quería llamar a Tomas y hablar con él, pero estaba en el trabajo, y ella tenía demasiado miedo de que Pedro por casualidad oyera la conversación. Tendría que llamarlo más tarde porque realmente necesitaba un amigo en este momento.


Se puso de nuevo en camino y siguió conduciendo hacia el sur. Después de un par de horas más, estaba en Springfield, al lado de Eugene. Siempre había querido visitarlo, así que tomó la siguiente salida que la llevaría al centro.


Salió de la autopista, al distrito financiero, y comenzó a buscar un hotel barato. Pasó por el Hilton y negó con la cabeza. Esto estaba más allá de su rango de precio por el momento. Por último, se encontró saltando a un pequeño lugar y estaciono.


Ella entró, tan cansada que apenas podía mantener la cabeza erguida. El hombre detrás del mostrador estaba mirándola de reojo de una manera que le daba miedo, sobre todo con el olor a alcohol que emanaba de él.


—Me gustaría una habitación para la noche, por favor —pidió en voz baja.


—¿Tiene tarjeta de crédito? —le dijo él.


—No, tengo dinero en efectivo —respondió, no queriendo usar su tarjeta de crédito, y además, no confiaba en que el tipo tuviera su información.


—Bueno, normalmente requerimos tarjeta de crédito, en caso de que robe algo… —Él la miro de reojo otra vez.


—Oh, entonces supongo que tendré que encontrar otro lugar —dijo ella con calma, a pesar de que se sentía como si fuera a caerse en cualquier momento.


—Creo que podemos hacerlo en efectivo en este momento —dijo, un poco desesperado. Ella no iba a quedarse en el lugar si no había una doble cerradura en la puerta. No confiaba en el tipo.


—Gracias, respondió Paula. —Y llenó la pequeña tarjeta que él le dio. Luego recibió su llave. Fue a su auto y lo condujo al punto de aparcamiento en frente de su puerta.


Salió cansada del vehículo, agarró su maleta y abrió la puerta de la habitación del motel. Se quedó sin aliento ante el olor horrible de cigarrillos y cerveza rancia, sintió que su estomago daba vueltas. Suspiró y dio un paso dentro. 


Estaba demasiado asustada para abrir incluso una ventana, ya que el barrio en donde ella estaba no parecía el más seguro.


No sería más la señora Alfonso y tendría que acostumbrarse a la vida como lo había sido antes de su matrimonio. En realidad no se preocupó por la habitación, estaba tan vacía por la traición y el engaño de su marido. Ella había estado en sus brazos la noche anterior, y luego él estaba en los brazos de otra, sólo unas pocas horas más tarde.


Gracias a Dios por su cansancio porque cayó en un sueño inquieto casi inmediatamente.






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