domingo, 22 de marzo de 2015

CAPITULO 64





Pedro estaba sentado en su escritorio con la cabeza en sus manos. Él estaba lamentándose de las palabras que le decía a Paula. Mientras más pensaba más se daba cuenta que ella no le pedía nada que no quisiera darle.


Todos los pensamientos del trabajo se habían ido. Él estaba pensando en sus momentos con Paula. No podía esperar caminar por la puerta cada tarde para verla. Se dio cuenta que con el paso de los días, él continuamente miraba el tiempo y contaba las horas hasta que regresara a casa. 


Hacía más trabajo en la casa, incluso que el que había tenido en el pasado. Todo lo que no requiriera que estuviera en la oficina era hecho en casa.


También, delegaba más trabajo que nunca. Solo quería pasar el tiempo con su hijo y su esposa. El trabajo ya no era la prioridad que solía ser.


Sus noches no se parecían a las de antes. Ella siempre estaba ansiosa de caer en sus brazos. Era la criatura más hermosa que nunca había conocido. Podía imaginarla embarazada con muchos de sus hijos. Él no podía imaginar su vida sin ella.


Su corazón parecía crecer tanto en su pecho cuando se dio cuenta. Él la amaba.


—La amo —murmuró en voz alta, justo para oír cómo sonaba y para saber cómo se sentía decirlo. Él podía sentir que su boca formaba una sonrisa. La amaba. Quería gritarlo desde el techo.


Él sabía que había estado sentado ahí mucho tiempo, pero necesitaba controlar sus emociones. Finalmente se levantó para ir a hablar con Paula.


Odiaba el dolor que le causó. No podía creer que se quedó simplemente sentado mientras las lágrimas caían por sus mejillas y el dolor brillaba en sus ojos.


Bueno, eso nunca más sucedería. Él podía reconstruir eso y mucho más. Caminó hacia el dormitorio y no había señal de ella. Él revisó por el resto de la casa y no había señal. 


Empezó a preocuparse. Él fue a la habitación de su hijo y encontró a Julia adentro.


—¿Sabes dónde está Paula? —preguntó.


—Pensé que habían salido. Ella vino hace como una hora, diciendo que estaría afuera esta noche —contestó. Sus ojos se encogieron ligeramente mientras lo miraba—. Ella se miraba como si algo la molestara, aunque hacía su mejor esfuerzo por ocultarlo —dijo en tono acusador.


Pedro fue a su dormitorio, planeando llamarla a su celular. 


Su extensión sonó antes de que tuviera oportunidad de hacer la llamada. Atendió al primer timbre.


—Hola.


—¿Es Pedro Alfonso? —preguntó la voz de un extraño.


—Sí, ¿puedo ayudarlo?


—Señor, su esposa tuvo un accidente automovilístico. Ella está en el Hospital Mercy West en cirugía y usted es el contacto de emergencia —dijo el extraño con compasión.


Pedro tiró el teléfono sin decir otra palabra y corrió por la puerta. Él le gritó a Julia para que le dijera a la familia de Paula y a la suya y luego corrió a su carro. Él no podía perderla.


Por favor, Dios, rogó, no me la quites.


Pedro llegó al hospital en tiempo récord. Él ni siquiera podía recordarse conduciendo. Un momento se subió al coche, y al siguiente entraba apurado por la entrada del hospital.


—¡Busco a mi esposa, Paula Alfonso! —Él prácticamente le gritaba a la pobre recepcionista.


—Un momento, señor —dijo la enfermera eficiente mientras miraba a la computadora en un tiempo que parecía ser horas—. Ella llegó hace una hora y sigue en cirugía. Necesito que por favor me llene estos papeles —pidió ella, mientras sacaba una pila de papeles.


—¡Al diablo con los papeles, quiero saber que está pasando con mi esposa! —le gritó a la mujer.


—Señor, entiendo que esté molesto ahora, pero el doctor saldrá en un momento más para informarle la condición de su esposa. Realmente necesitamos que esos papeles se llenen —intentó de nuevo la enfermera.


Pedro estaba a punto de agarrar a la mujer insufrible por las solapas de su camisa y exigirle que lo llevara hacia Paula cuando una mano lo golpeó en el hombro.


—Vamos hijo, llenemos los papeles y esperemos al doctor.


Los hombros de Pedro se hundieron por la derrota. Su padre estaba ahí, y tenía razón.


—Okey, papá —concedió derrotado.


—Sé que estás preocupado, chico. Todos lo estamos, pero tu familia ahora está aquí y esperaremos juntos. Paula es fuerte y sé que se recuperará de esto.


Pedro le dio gracias a Dios porque su familia estaba ahí con él. No se podría sentar en la sala de espera y mantener su compostura sin ellos.


Unos minutos después sus hermanos, Federico y Marcos, estaban ahí con él, y luego el padre de Paula, Juan. Nadie habló. Ellos estaban ahí para ser un soporte. La esposa de Federico, Juana, entró con café y comida para todos y envolvió a Pedro en un abrazo.


—Estará todo bien. Ella es fuerte —dijo ella, entonces besó su mejilla y fue a sentarse con su esposo.


—Hijo, demos un paseo —dijo Hoarcio y condujo a Pedro fuera de la habitación.


—¿Y si viene el doctor, papá? —preguntó con pánico Pedro.


—No nos alejaremos, y confía que si entra el doctor, uno de tus hermanos rápidamente vendrá por ti —le aseguro Horacio.


—Okey —dijo Pedro, dándose cuenta que realmente necesitaba algo de aire para aclarar su cabeza.


—¿Todo está bien entre tú y Paula? —preguntó Horacio. Él nunca andaba con rodeos, siempre iba al centro del asunto.


—No he sido un buen esposo —dijo Pedro, luchando para no sollozar—. Ella me dijo que me amaba y me volví un poco loco. Estaba asustado de admitir que la quiero mucho y que me preocupa que ella termine decepcionada por mí y huya. He sido un tonto —terminó.


—Bueno, admitirlo es el primer paso —dijo Horacio con una pequeña risita.


Pedro no le encontró chiste a las palabras de su padre.


—En verdad la amo —dijo él finalmente.


—¿Ya le dijiste eso? —preguntó su papá


—Iba a hacerlo, pero tuvimos una pelea y por eso ella salió. Todo esto es mi culpa y si algo le sucede, nunca seré capaz de perdonarme —murmuró Pedro.


—Ella estará bien Pedro, y tú tendrás el resto de tu vida para asegurarle que realmente la amas. Cuando dos personas realmente están destinadas a estar juntas, nada puede detenerlos, quizás excepto sus cabezotas. Estoy contento de ver que estás despertando —dijo ligeramente Horacio.


—Gracias, papá. Me preguntó de dónde vendrá esa testarudez — agregó Pedro.


—Ay chico, tu mamá me ha dado unas cuantas patadas en el trasero, y estoy seguro que las merecía, pero ahora sabes que yo caminaría en el fuego por ella.


—Nunca pensé que era posible encontrar un amor tan grande como el tuyo y el de mamá, pero ahora sé lo equivocado que estaba. Saber que Paula está herida y que no soy capaz de hacer nada es como si se rompiera un pedazo de mi alma. Necesito hacer que ella se mejore —pidió Pedro.


—En verdad has crecido para convertirte en un buen hombre. Sé que sabes que siempre estaré aquí para ti y que superaremos esto. La familia siempre está junta. No hay manera que Paula dejé a su hijo, así que ten fe, ora mucho y sé que todo funcionará.


—Gracias, papá. Me sentiré mejor una vez que el doctor me deje verla —dijo Pedro, mirando por la puerta hacia la sala de espera.


—Vamos de nuevo adentro —dijo Horacio y caminaron hacia la familia.


Pedro caminó dentro de la habitación en lo que parecía ser la centésima vez cuando un doctor salió por la puerta. El hombre se dirigió al gran grupo de personas.


—¿Pedro Alfonso? —preguntó.


—Ése soy yo —respondió rápidamente Pedro.


—Su esposa ha salido de la cirugía. Su condición es estable, pero las siguientes veinticuatro horas son críticas. Ella está ahora mismo en coma, pero tenemos confianza de que despertará en los próximos días. Su cuello está roto y tiene un gran corte en su pierna izquierda. Hemos reparado ambas cosas. Su cabeza se llevó un gran golpe y eso es ahora nuestra principal preocupación. Tenemos que aliviar la presión y mantenerla bajo vigilancia. —Finalmente el doctor dejó de hablar.


Pedro seguía digiriendo las palabras que decía el doctor sintiendo como si hubiera sido abofeteado. Él estaba tan preocupado por Paula.


—Puedo verla, ¿por favor? —Le tomó todo el control a Pedro no agarrar al doctor y exigirle que lo llevara hacia su esposa. Él no era normalmente un hombre que preguntaba.


—Ella ahora está siendo movida a su habitación. La enfermera lo llevará en unos cuantos minutos —contestó el doctor y se fue, cruzando las puertas dobles.


—Esperaremos aquí, hijo —dijo Horacio, mientras le daba golpecitos al brazo de Pedro.


Unos minutos después condujeron a Pedro por algunos corredores hacia la habitación de Paula. Pedro jadeó en shock cuando vio a Paula acostada en una cama grande. Su rostro estaba con moretones y ligeramente hinchado. Él sintió que una lágrima se deslizó por su mejilla mientras se daba cuenta de lo cerca que estuvo de perderla.


Jaló una silla junto a su cama y gentilmente puso su mano sobre la de ella.


—Paula, estoy muy triste por todo lo que te he hecho pasar.
Estaremos bien. Por favor, despierta, para que podamos ser una familia. Te amo demasiado y no puedo vivir sin ti —le dijo para que ella abriera sus ojos y lo mirara.


Ella no se movió. Él se quedó ahí con ella el resto de la noche. La enfermera había entrado y le dijo que las horas de visita habían terminado, pero después de varios minutos se dio por vencida, sabiendo que ella no podría alejar a un esposo devoto.





No hay comentarios:

Publicar un comentario