sábado, 7 de marzo de 2015
CAPITULO 14
Pedro observó todo el convenio entre Paula y su padre.
Había esperado ver la misma mirada de codicia entrar en sus ojos como generalmente les ocurre a las mujeres cuando están alrededor de su familia. Sorprendentemente, lo que avistó en su rostro era solo sobresalto, mezclado con gratitud.
¿Podía realmente no importarle la cantidad de dinero que tenía? Iba a averiguarlo. Pedro sabía que era cínico cuando se trataba de mujeres, pero todavía no había encontrado a nadie que no demostrase que estaba en lo correcto. Es por eso que no tenía citas, y por supuesto no llegaba a
empezar relaciones.
Solo salía con mujeres para satisfacer sus necesidades y, como las trataba bien, no se sentía culpable por ello.
Conseguían lo que querían de él: joyas caras, viajes ocasionales y la asistencia a las más altas funciones de
publicidad de la ciudad.
Era capaz de satisfacer sus necesidades y ellas de conseguir cinco minutos de fama y regalos caros. Eso le funcionaba o, al menos, había estado funcionando hasta que conoció a su ayudante.
Parecía inocente, pero sabía que si se acostaban juntos, ella —al igual que todas las mujeres— cambiaría. No podía entender su fascinación hacia ella. Al principio sí, era nueva, aparentemente intocable, fue como una bandera roja para un toro. Quiso conquistarla y reclamar su derecho sobre ella. Sin embargo, esos sentimientos deberían haber acabado ya, en lugar de fortalecerse. Se puso serio ante la idea de ser la única mujer capaz de someterlo y derrotarlo.
Dejando a un lado la ridícula dirección que su pensamiento había tomado, se obligó a concentrarse. Cuanto más pronto estuviera resuelto el asunto con ella, más rápido podría salirse de esto antes de que hiciera algo estúpido, como besarla de nuevo.
—Ven conmigo, Paula. Te voy a mostrar el lugar donde dormirás las próximas noches —dijo mientras tomaba su brazo.
Cuando salieron de la oficina y comenzaron a caminar por el largo pasillo hacia la parte trasera de la casa, Pedro sintió como si sus dedos se quemasen. Sólo su determinación persistente por superar el deseo le hizo seguir agarrando su brazo. No dejaría que la lujuria lo controlara.
Cuando salieron y se vieron afectados por el frío de la noche, tomó una bocanada grande de aire esperando que el viento frío de alguna manera lo enfriara. No funcionó.
En el momento en que llegaron a la casa de huéspedes, estaba agradecido porque no pudiera leer su mente, porque en ese momento estaba desvistiéndola lentamente, pieza por pieza, tirando de su pelo suelto de la cola de caballo, y esparciéndolo por la almohada, sujetando los hilos de seda entre sus dedos, tirando de su cabeza cerca de...
—Oh, esto es hermoso —exclamó Paula, sacándole de sus pensamientos.
Miró a la pequeña casa de campo rodeada de árboles y flores. Un camino de piedra conducía a un pequeño porche cubierto que tenía un par de mecedoras cerca de la pared.
Recordaba haber pasado horas entrando y saliendo de la casa con sus hermanos. Una semana eran Robin Hood y sus alegres muchachos, la siguiente vez G.I. Joe1 luchando por la salvación de América. La cabaña era el territorio enemigo o un refugio, dependiendo del juego. Se habían metido en problemas más de una vez por asustar a los invitados al salir de los arbustos tendiendo una emboscada.
Pedro casi sonrió ante el recuerdo. Sus hermanos y él no habían querido atacar realmente a los invitados, sólo fingieron que iban a capturarlos.
Algunas de las personas no vieron divertido que unos niños enmascarados los persiguieran.
Paula suspiró, sacándole de su visita al pasado. La miró con curiosidad, pero ella se negó a mirarlo a los ojos
—Entra, Paula. Te mostraré dónde está todo. Mis padres han abastecido la cocina por lo que tendrás un montón de comida. Hay sábanas en la cama y toallas limpias en el baño. Es un lugar pequeño, así que no creo que te pierdas. Por favor, utiliza lo que necesites de la casa. Es para los clientes, después de todo —dijo, aunque no creía que ella lo escuchara.
Estaba demasiado ocupada dando vueltas.
Trató de ver a través de sus ojos, dándose cuenta de las flores cortadas frescas que estaban puestas en la mesa de la cocina pequeña, de la variedad de jabones y lociones alineados en el mostrador del baño, y de la bañera de gran tamaño en el jardín donde podía imaginarla metiéndose.
Con ese último pensamiento, Pedro sabía que era hora de irse. De ninguna manera necesitaba una foto de ella cubierta de burbujas que quedase en su cabeza.
—Me voy para que puedas relajarte —dijo él antes de escaparse rápidamente por la puerta principal. Se detuvo en el porche delantero y respiró hondo. Si no hubiera salido en ese segundo, habría cedido y la hubiera tirado en la cama, haciéndole el amor hasta que ambos fueran incapaces de caminar.
Mientras estaba de pie en el silencioso porche, decidió que tal vez era mejor si se acostaba con ella. Quizá podía funcionar, razonó. Simplemente le diría que desde el principio fue evidente que se sentían muy atraídos el uno por el otro, y eso era lo más inteligente. Ella parecía razonable, lo entendería.
Era la única forma que se le ocurría para poder sacarla de su sistema. Una vez que tuvieran relaciones sexuales su salud mental volvería a la normalidad. Si ella hubiera dejado de mirarle intensamente con miradas ardientes, entonces él podría haber sido capaz de mantener el control un poco más. Que el rostro de ella fuera como un libro abierto, pensó, no ayudaba mucho. Sabiendo lo mucho que ella lo deseaba alimentaba más su propio deseo.
Lentamente volvió a la casa grande para hablar con su padre. Se tomó su tiempo para entrar, no queriendo que su padre lo viese hasta que su cuerpo estuviera bajo control. Le tomó mucho más tiempo de lo que era aceptable para que se enfriara.
Finalmente entró, encontrando a su padre sentado en el estudio con un vaso de whisky en la mano. Eso parecía una idea excelente.
—¿Hiciste que Paula se sintiera como en casa? —le preguntó Horacio.
—Sí, papá. A ella le encanta el lugar —respondió mientras caminaba hacia el mini-bar. Se sirvió un trago triple de whisky y se lo bebió de un sorbo.
Sintió que sus nervios se empezaban a calmar a la vez que el fuego quemaba su garganta y sus ojos se volvían acuosos. El dolor de la bebida vale la pena, pensó, si podía calmar sus nervios a flor de piel.
Inclinó de nuevo la botella y vertió una pequeña cantidad en el vaso antes de darse la vuelta y caminar a la zona de estar.
Después de sentarse se obligó a tomar un sorbo de la bebida en lugar de tragarlo. No necesitaba un zumbido en su cabeza.
Pedro no vio la sonrisa de complicidad en el rostro de Horacio. Tal vez si lo hubiera hecho estaría más preparado para la próxima conversación. No tenía ni la menor idea de lo lejos que su padre iría a fin de tener nietos y asegurarse de que sus hijos no estuvieran solos el resto de sus vidas.
—¿Dónde encontraste a la Srta. Chaves, papá?
—Tuvimos una feria de trabajo en su universidad hace unos meses, y me dieron su currículum entonces. Hice un poco de investigación sobre ella y supe que era perfecta para el trabajo. Ya sabes, se necesita alguien especial para trabajar para el presidente de nuestra compañía —respondió Horacio.
—Sí, lo hace mucho mejor de lo que pensé que lo haría. Es un poco parlanchina, pero estoy seguro de que se acomodará el tiempo que esté con nosotros.
—¿Un poco parlanchina? ¿De verdad acabas de decir eso? —preguntó Horacio sorprendiendo de Pedro. Miró a su padre ante las preguntas. Poco a poco, se dio cuenta de lo que había dicho. Sus labios se curvaron en una sonrisa. Bueno, sólo la estaba llamando como él la veía.
—He oído hablar a mamá acerca de algunas de las cosas que le has dicho tú mismo, viejo —dijo Pedro, la sonrisa en su rostro restándole cualquier mérito a sus palabras.
—Crecí, muchacho, y tú deberías hacer lo mismo. No te estás haciendo más joven, ¿sabes?
—Solo tengo treinta. No es como si tuviera un pie en la tumba —dijo Pedro con exasperación.
—Cuando tenía treinta años tenía ya dos hijos, y otro a la vuelta de la esquina —respondió Horacio.
—¿Me estás tomando el pelo? ¿Crees que debería casarme? —dijo Pedro nombrando la palabra "matrimonio" como si fuera una palabrota.
—Tú eres el mayor, Pedro, el que debería ser un ejemplo a seguir para sus hermanos más jóvenes. ¿Sabes? Tu madre y yo no nos estamos volviendo más jóvenes. Quizá solo nos queden unos años... —La voz de Horacio se fue apagando, desplomándose un poco en su asiento.
—Oh, por favor, papá. Eres uno de los hombres más fuertes que he conocido. Ni se te ocurra pensar en actuar frágil para que me haga sentir culpable por no estar siguiendo a las mujeres arriba, izquierda y derecha para que pueda tener nietos. Además, tú no tienes un pie en la tumba, tampoco. Tú y mamá todavía hacen caída libre —dijo Pedro mientras levantaba las manos en señal de frustración.
—Uno nunca sabe lo que puede pasar mañana. Tengo una gran chica creo que deberías conocerla. Es la hija de un amigo mío y creo que se llevaran bien.
—Para justo ahí, papá. No necesito que me arregles citas. Al contrario de lo que puedas creer, no tengo ningún problema en encontrar mis propias mujeres. Si realmente quieres hacer algo de emparejamiento deberías centrarte en Marcos. De todos nosotros, es el más probable en sentar la cabeza y darte una generación de nietos —dijo Pedro mientras miraba a su padre.
Su padre había comenzado a quejarse acerca de nietos hace un par de años atrás, pero Pedro no se preocupó, mas si Horacio trataba de establecerle citas a ciegas entraría en modo de pánico. No tenía ningún deseo en caminar hacia el altar, nunca.
—Voy a dejarlo por ahora, pero hay que empezar a pensar en tu futuro — dijo Horacio, como si le estuviera haciendo un favor. Pedro pensó que sería mejor si lo dejaba pasar
Los dos charlaron un rato más sobre el negocio y Pedro comenzó a relajarse. Su día había sido largo y estaba listo para ir la cama, a pesar de que odiaba acortar su poco tiempo con su padre.
—Tengo que ir a casa, papá. Te veré por la mañana, ¿de acuerdo?
—Eso está bien, estoy un poco cansado —dijo Horacio mientras se giraba— Espera, Pedro, Paula se olvidó de tomar sus papeles. ¿Puedes ir a dárselos antes de salir?
El estómago de Pedro se encogió ante la idea de volver a verla esa noche, pero no tenía ninguna excusa buena que darle a su padre del porqué no podía hacerlo. Tal vez la suerte estaría de su lado y ella estaría dormida y así podría dejárselo en la puerta principal.
—Claro, papá. Dile a mamá que la quiero, y que mañana voy a verla.
Le dio a su padre un rápido abrazo antes de caminar desde la habitación.
1 G. I. Joe: (Government Issue, Joe): En referencia a la representación del gobierno
estadounidense en sus soldados, apodados durante la 2da Guerra Mundial "JOE") es el
nombre de una línea de figuras de acción concebida por Stanley Weston, quien tuvo la
idea de crear unos muñecos militares enfocados a los niños, que pretendían emular el
éxito de Barbie entre las niñas.
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Aiiiii ya quiero el prox cap!!!! Espero muuuuuuuuuy ansiosa el prox, bsoo @GraciasxTodoPYP
ResponderEliminarAyyyyyyyy, qué ansiedad x Dios, qué va a pasar cuando le lleve los papeles. Me encanta esta historia.
ResponderEliminarAy! como me gusta esta novela! Amo a Horacio, no puede ser más bueno! Quiero los siguientes capítulos!
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