Paula se despertó en mitad de la noche y se estiró. ¡Ouch!
Estaba dolorida. Le tomó un minuto para despertar completamente, y cuando ella llegó a ser más consciente, sólo tardó unos segundos para que se enderezara en la cama. ¿Qué había hecho? Se había acostado con su jefe.
¡Se había acostado con su jefe!
¿Qué tan estúpida había podido ser? ¿Tenía ahora que estar a su entera disposición en cualquier momento que él se sintiera necesitado de satisfacer sus necesidades? Él probablemente pensaba que sólo podía pasar por allí, tener sexo con ella, y luego escabullirse en medio de la noche.
No había manera en el infierno que él fuera a usarla y tirarla.
¿Cómo iba a manejarlo? Tenía un par de opciones. Podría hacer una gran escena, gritarle, y renunciar a su trabajo, a pesar de que no sonaba atractivo. Su otra opción era fingir como si no hubiera pasado nada. Le gustaba esa opción mucho más. Acababa de asegurarse de que no se colocaría en cualquier posición más comprometedora.
Ella no lo tendría en su casa a solas, nunca.
Sabía que un simple toque de él le haría olvidar toda su cuidadosa planificación y cualquier idea de resistencia. No podía permitirse estar en posiciones donde estaría tocándola.
Ella inventaría un novio. Eso le impediría pensar que podía tomar ventaja de ella. Le diría que estaba en una relación a largo plazo, y que había cometido un error. Sintió un poco de pena, sabiendo que no llegaría a repetir esa experiencia.
Para su primera vez haciendo el amor, había sido increíble.
No tenía idea de que una persona podría sentir tanto. Su cuerpo estaba dolorido, pero había valido-tanto-la-pena.
Había leído que el sexo por primera vez no era una buena experiencia. Esa gente no debió haber estado haciendo el amor con alguien como Pedro Alfonso.
Ella tuvo que sonreír ante la ironía. El hombre parecía un dios griego, tenía más dinero del que nadie necesitaba, y hacia el amor como la fantasía de cada chica convertida en realidad. Nada de eso importaba, sin embargo. Fue un error, y no iba a repetirlo. Un error no iba a cambiar sus planes de vida.
Paula fue al baño y se limpió. Estaba tendida hacia abajo cuando por fin se dio cuenta de que no habían usado protección. Se incorporó rápidamente en la cama de nuevo.
Estaba consternada al pensar en la estupidez de tener relaciones sexuales sin protección. No estaba preparada para ser madre todavía. Siempre había soñado con tener su propio hijo, pero no de esta forma. No iba a dar en adopción al niño si quedaba embarazada, pero ¿cómo iba a ser capaz de manejar todo esto?
Tendría que meditarlo y resolver todo más tarde. Ella no sabía nada.
Estaba muy probablemente exagerando. Sólo habían tenido sexo una sola vez. No había muchas probabilidades de que ella tuviera un bebé la primera y única vez que tuvo sexo.
Paula durmió a ratos el resto de la noche. Soñó que acababa de dar a luz a la niña más hermosa. Ella estaba sosteniéndola cerca de su pecho, la unión con su hija recién nacida. La criatura era perfecta en todos los sentidos. De pronto, Pedro entró en la habitación con tres hombres, todos con trajes de diseñador.
Empezaron a hablar la jerga legal, y de repente bajó la mirada y ella ya no estaba cargando al bebé. Pedro la tenía. Entonces entró una alta y rubia mujer despampanante, y le entregó el bebé a ella. "Aquí tienes, cariño. Te dije que conseguiría un bebé para ti. Todo lo que quieras es tuyo", dijo mientras salían juntos, dejando a Paula llorando por su bebé en la fría habitación de hospital.
Paula se despertó aterrorizada. El sueño parecía tan real. Se sorprendió al ver las lágrimas reales cayendo por sus mejillas. Se consideraba una mujer fuerte, pero había una cosa que la podía poner de rodillas. Ella no podría sobrevivir si alguien fuera a llevarse a la familia que tan desesperadamente quería.
Se rindió tratando de dormir y se levantó de la cama para prepararse el desayuno. Trató de leer un rato, pero no podía concentrarse. Decidió que tomaría un paseo por los jardines y disfrutaría del hermoso y limpio aire de la mañana. Era exactamente lo que necesitaba para despejar su mente.
Vagó durante un par de horas, cuando Horacio se acercó a ella y casi la hizo saltar de su propia piel.
—¿Cómo estás, señorita? Espero que hayas dormido bien. —Se preguntaba cómo un hombre tan enorme podría fácilmente acercarse sigilosamente a ella.
—Dormí muy bien —respondió ella automáticamente. Los círculos bajo sus ojos delataban su mentira, pero era demasiado caballero para señalárselo.
—Pareces un poco nerviosa por algo. Si hay algo en que pueda ayudar, todo lo que tienes que hacer es preguntar.
—Todo está bien, señor Alfonso. Sólo estoy pensando en la mudanza y el trabajo. Ha sido ya muy amable, y no quiero aprovecharme. Me siento un poco culpable por quedarme en la cabaña anoche —respondió ella.
—Ahora, Paula, no hieras mis sentimientos. Me pareció que la cabaña era muy confortable. He dormido allí yo mismo un par de veces cuando mi esposa se enfermaba de mi actitud. —Se rió entre dientes.
—Oh, no, señor Alfonso, me encanta la cabaña. Es simplemente muy difícil para mí aceptar ayuda. Aprecio tener un lugar para quedarme, y tengo que decir, ya me he enamorado de la cabaña. Es perfecta en todos los sentidos posibles —respondió rápidamente, sin querer ofenderlo.
—Ana todavía está durmiendo. Ella debe conseguir su descanso de belleza. —Se rió entre dientes—. Por favor, ven y únete a mí en la terraza para el desayuno. Me encanta tener a una mujer joven y hermosa como compañía para comer. Esto hace que la comida sepa mucho mejor. —
Luego extendió el brazo hacia ella que lo tomó. Caminaron cogidos del brazo a la casa principal.
Se estaban riendo mientras tomaban el desayuno cuando Pedro entró.
Paula podía ver que estaba instantáneamente en alerta.
—Buenos días, papá —dijo mientras se sentaba—. Srta. Chaves, espero que los alojamientos fueran de su agrado —agregó formalmente.
Paula lo miró por un momento, tratando de entenderlo. Tardó unos diez segundos. El hombre ya había conseguido lo que quería, y ahora estaba haciéndole saber que era tiempo de volver al trabajo y nada más. Ella ya sabía que así era cómo tenía que ser, así que ¿por qué le dolía tanto su actitud?
Bueno, pensó, dos podían jugar el juego de "frío como el hielo".
—Dormí perfectamente, señor Alfonso. Al comienzo de la noche tuve estas náuseas y un dolor de cabeza horrible, pero luego se fue, y el resto de la noche fue perfecta —dijo ella con voz aún más fría que la suya.
Sus ojos se convirtieron en rendijas y si ellos pudiesen matar, pensó que sería una pila de cenizas. Decidió tentar su suerte un poco más y le sonrió antes de alejarse e ignorarlo por completo.
*****
—Come, Pedro. Tienes un día ocupado. Necesitas llevar a Paula a conseguir su auto y ayudarla a comprar para su apartamento. Es mejor empezar temprano, por lo que estará listo para que ella viva allí. —Entonces miró a Paula—. Creo que serás feliz allí.
—Sr. Alfonso... —empezó a decir, pero él la detuvo.
—Ahora, Paula, eres una invitada en mi casa. ¿No crees que es hora de que empieces a llamarme Horacio?
—Um, bueno, señor... digo, Horacio. Creo que el Sr. Alfonso. —Ella asintió hacia Pedro—, está muy ocupado, y no me importa hacer esto por mi cuenta. Si se trata de una cuestión de una firma, podrían enviar por fax el papeleo. Yo simplemente puedo tomar un taxi hasta el lote de autos.
Realmente, realmente no me importa —declaró ella hacia él.
Horacio miró el vapor prácticamente saliendo de los oídos de su hijo ante su declaración. Parecía que Pedro podría repartir actitud, pero no le gustaba recuperarlo. Él disfrutaba bastante ver a su hijo retorcerse.
Se había quedado impresionado con Paula desde el momento en que la había conocido, pero al poner a su hijo en su lugar, le gustaba aun más.
Ella era buena para Pedro. Necesitaba una mujer que no le permitiera pisotearla. Ella le recordaba mucho a su Ana.
Horacio había sido un tonto cuando había conocido a su esposa por primera vez, pero por suerte lo había perdonado.
No podía imaginar lo que habría hecho si no ella. Él la amaba más cada día que pasaban juntos.
No le importaba presionar los botones de su hijo un poco, sobre todo si lo apresuraba.
—Si Pedro está ocupado esta tarde, siempre podría llamar a Marcos y preguntarle si no le importaría escoltarte alrededor. No creo que eso sea un problema. Él es mi único hijo que realmente disfruta ir de compras — dijo Horacio, viendo a Pedro por el rabillo del ojo.
Pensó que el chico podría realmente encender la mesa tan brillante como el fuego que ardía en sus ojos.
Bueno. Tenía que ser presionado.
*****
Pedro no quería pasar el día con ella, pero que tratara de zafarse simplemente lo fastidiaba. ¿Cómo se atrevía a no querer estar con él?
Tenían una plática pendiente, y ella iba a malditamente pasar el día con él.
Además, no había manera de que él se fuera a sentar ahí mientras su hermano llevaba a Paula por la ciudad. Podía ver fácilmente a Marcos enamorándose de ella. Su hermanito tenía un corazón de oro. Se negaba vehementemente quererse casar algún día, pero Pedro podía ver el anhelo en los ojos de Marcos cuando se quedaban viendo alguna tonta película de amor, o una pareja romántica se encontraba cerca. Tal vez Marcos decía que no quería casarse, pero Pedro sabía muy bien que era sólo parloteo.
Pedro rápidamente se puso de pie y se dirigió a su padre.
—Claro que no estoy muy ocupado para llevar a salir a la Srta. Chaves — dijo, su voz chorreando veneno. Por fin la miró a la cara con una sonrisa afectuosa.—¿Por qué no te adelantas y te alistas para que podamos irnos de inmediato? —dijo, mirándola de arriba abajo. Él ya sabía que estaba vestida para la ocasión, pero sólo quería ser un imbécil.
Sonrió al ver como el fuego surgía en los ojos de ella.
Prácticamente podía escucharla gritándole en su cabeza. Sin importar lo mucho que quería evitar reaccionar ante ella, instantáneamente tuvo una erección; todo en él quería levantarla sobre su hombro y llevarla a la cama más cercana.
Había pensado que en una noche la sacaría de su sistema.
Había estado muy equivocado. Sentía que un mes completo no sería suficiente.
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