jueves, 19 de marzo de 2015

CAPITULO 55




—Me sorprende que pudieras salir de la cama de recién casados el tiempo suficiente para unírtenos. —Marcos le tomó una foto a su hermano mientras golpeaba su brazo—. Diablos, no vimos a Federico por lo menos por seis meses —continuó.


—Tienes suerte de que me estás viendo ahora. Juana está a punto de tener al bebé —dijo Federico, mientras miraba a su teléfono por enésima vez.


—Confía en mí, el timbre de tu teléfono está funcionando muy bien. Si algo sucede, serás el primero en enterarte de eso. —Se rió Marcos.


—Lo sé. Lo sé. Me preocupo mucho por ella al estar embarazada. Sé que está con mamá y papá, pero hombre, es difícil estar lejos de ella ahora. —Sonrió tímidamente.


—Gracias a Dios que todavía estoy solo. Ustedes dos son un poco demasiado efusivos para mi gusto. —Suspiró Marcos antes de saltar la valla.


Federico y Pedro estaban justo detrás de él.


—Vas a ser el próximo, lo sabes. Los dos pensamos que íbamos a aguantar y míranos. No solo estamos casados, sino que también somos padres. Tu día está llegando. —Sonrió Pedro a su hermano menor.


—De ninguna manera hombre, soy un soltero empedernido y así es como me gustaría mantenerlo. Yo tengo mis manos ocupadas con todos estos animales. No tengo ningún tiempo para las mujeres o bebés en mi vida —agregó.


Federico y Pedro apenas se miraron y sonrieron. Sabían que su hermano menor caería y sería un placer ver cuando sucediera.


—Pensé que habías dicho que había un poco de trabajo por hacer —le incitó Pedro.


—Me mendigarás que pare para el final del día. Apuesto a que caerás y te avergonzarás en frente de tu novia —dijo con un guiño de esperanza.


—¡Venga, pequeño hermano! —respondió Pedro, aceptando el reto.


Si un tercero estuviera mirando al trío de hombres pensarían que pertenecían al rancho. Nadie sería capaz de pensar que Federico y Pedro trabajaban en oficinas y volaban alrededor del mundo en Jets. Marcos, por supuesto, era un ranchero a tiempo completo, pero fue por decisión propia.


Había decidido desde el principio de su vida que el trabajo de oficina no era lo que quería hacer.


Su padre, Horacio, amaba a sus hijos intensamente y apoyaba sus decisiones. Cuando Marcos decidió el rancho, lo apoyaba al cien por ciento.


Federico, Pedro y Marcos lucían guapos corriendo en sus desgastados sombreros Stetson y botas y pintorescos tejanos. Cabalgaron los caballos como campeones de rodeo y literalmente dejaron a mujeres rendidas a sus pies en sus pistas cuando ellos pasaron.


Los hermanos pasaron la tarde arriando el ganado y marcándolo. A media tarde se detuvieron junto al lago para almorzar y deleitarse del calor del verano.


—Cada vez que ustedes estén listos para cambiar sus trajes y manejar el rancho conmigo, saben que son bienvenidos —dijo Marcos con una sonrisa pícara.


—Tú sabes que me encanta la tierra y ayudarte en esta pequeña porción del cielo, pero no tardaría mucho antes de que el atractivo de los viajes y un traje bonito y limpio estarían llamándome —dijo Pedro.


—Tú sabes que papá me cogería con el lazo si intentó tomar distancia de la oficina. Está retirado y no quiere volver —añadió Federico.


—Sólo estoy diciendo... —Marcos dejó la frase sin terminar.
Federico y Pedro suspiraron al unísono.


—Ok, el último tiene que hacer un asado —dijo Marcos mientras se despojaba de sus bóxer en un tiempo récord y se metía en el lago.


—¡Ah mierda! —gritó Pedro mientras se sacaba de un tirón sus botas.


Miró y vio que Federico ya había comenzado.


Federico se sumergió un par de segundos antes que él.


—Creo que ustedes me han engañado otra vez. —Se rió Pedro—. Saben que sólo quieren que haga el asado porque soy el mejor en eso. Ustedes siempre queman esa hermosa carne Angus —agregó.


—Oye, cuando tienes razón, tienes razón —dijo Marcos antes de enviar una gran cantidad de agua directamente a la cara de Pedro.


—Ahora la guerra comenzó —dijo Pedro antes de una pelea masiva de agua entrara en acción. Cuando los hermanos se juntaban, era como si fueran adolescentes una vez más. Ellos tenían un vínculo más fuerte que la mayoría de los hermanos y los tres recibirían una bala por el otro. 


Sabían que eran tan cercanos, debido a que fueron criados por padres fenomenales.


—Ok, ok, yo llamo a una tregua —dijo Federico, mientras se arrastraba fuera del agua. Marcos y Pedro lo siguieron. Los tres fueron a la hierba suave y disfrutaron de los sonidos de la naturaleza a su alrededor.


—Entonces, ¿cómo van las cosas con tu esposa y tu maravilloso hijo? —preguntó Federico a Pedro.


—Las cosas están muy bien. Joaquin está creciendo rapidísimo. No puedo creer lo importante que es para mí. Incluso puedo imaginarlo con unos diez años más corriendo alrededor —dijo Pedro con cariño verdadero por su hijo.


—¿Y qué pasa con Paula? —preguntó Marcos.


Pedro vaciló por un momento. En realidad no sabía cómo describir su relación con su esposa. Sabía que si él les decía a sus hermanos que no era de su incumbencia, ellos desistirían y lo dejarían solo, pero se sentía bien hablar de sus emociones en conflicto.


—Honestamente, es muy complicado. Nos casamos porque en el fondo yo no le di ninguna opción. Tenía a mi hijo, al cual quería alejar de mí —dijo con un filo en su voz. Todavía estaba infeliz porque no le hubiera dicho del embarazo—. En algún momento, sin embargo, en los últimos meses, me he dado cuenta de que estoy entusiasmado por verla. Estoy deseando volver a casa, sabiendo que va a estar allí. —No añadió nada más. No quería mencionar siquiera la palabra amor.


Ninguno de los hermanos habló durante unos momentos. 


Parecían entender que estaba tratando de resolver las cosas en su propia cabeza.


—Sabes que las cosas no empezaron tan bien para mí y Juana tampoco, hermanito —dijo Federico finalmente—. Luché mucho contra mi atracción por ella. De ninguna manera quería estar en una relación. Por otra parte, yo nunca había querido a una mujer como la quería a ella. Ella entraba en la habitación y yo estaba en alerta instantánea. Traté de decirme a mí mismo que era sólo un poco desequilibrio hormonal, pero a pesar de que estaba luchando sabía que era una batalla perdida —concluyó.


—Todo el mundo puede ver que tú y Juana estaban destinados a estar juntos. Las cosas pueden haber comenzado inestables para ti, pero están asquerosamente enamorados ahora. No hay mujer alguna que podría
amarte como ella. Es la única razón por la que ella no ha mandado a pasear a tu feo trasero —finalizó Pedro y le golpeó el brazo a Federico.


—Sí, me suena a que los dos están enfermamente enamorados.Gracias a Dios nunca me va a pasar —añadió Marcos con una sonrisa arrogante.


Federico y Pedro se miraron y sonrieron. Sabían que su hermano bajaría pateando y gritando, pero sabían que caería. Sería inmensamente placentero para los dos verlo.


—No puedo estar enamorado como Federico, pero es bueno tener algo para llegar a tu casa —dijo Pedro. Sintió una punzada de dolor mientras decía las palabras. Él se imaginó que estaba mintiéndose a sí mismo, diciendo que él no estaba enamorado, pero era mejor que la alternativa de ser vulnerable.


—Sí, creo que te estás engañando a ti mismo hermanito. He visto la forma en que miras a Paula. Es algo más que lujuria. La miras de la manera en que veo a Juana. Cuanto más pronto aceptes este hecho y disfrutes estar casado, más pronto podrás dejar de sufrir todo el tiempo. Hombre, cuando finalmente acepté mis sentimientos, todo mi mundo cambió.
En serio, si algo llegara a sucederle alguna vez a Juana, no podría sobrevivir —concluyó Federico.


A continuación, sacó el teléfono por millonésima vez para ver si se había perdido una llamada de su esposa embarazada.


—Date un descanso hermano, tu esposa te informará si se pone de parto. El teléfono milagrosamente no se perderá una llamada y si una o cualquier de estas cosas sucedieran, alguien vendría corriendo a buscarte y llevarte de prisa al hospital —dijo Marcos.


—Lo sé, lo sé, pero espera a que estés en mi posición. No hay nada más grande que tu mujer dando a luz. Es increíble, hermoso y aterrador al mismo tiempo. Con mucho gusto tomaría cada dolor si pudiera. Me mata estar solamente sosteniendo su mano. Pero luego está este hermoso niño descansando en sus brazos y ella le sonríe con esa alegría radiante en su rostro. No hay nada igual en el mundo —finalizó Federico.


Pedro se sentó en silencio, escuchando a Federico hablar. 


Estaba celoso de su hermano, lo cual era muy inusual. 


Deseaba tanto haber estado allí para el nacimiento de su hijo. Todavía estaba enojado con Paula por haberle
arrebatado ese momento. Debería haber estado allí durante el primer llanto de su hijo. Debería haber estado allí para ser capaz de protegerlos a los dos.


—Eso suena como dolores de cabeza que no quiero tratar. —Se rió Marcos. La broma trajo a Pedro de vuelta al presente. Él se rió, pero fue forzado.


Afortunadamente sus hermanos lo ignoraron.


—Bueno, será mejor volver al trabajo. Todo el mundo debería estar aquí en un par de horas. No queremos que se den cuenta de que jugamos aquí más de lo que trabajamos —dijo Federico. Se levantó y se dirigió de vuelta a su caballo.


Ellos terminaron con las vacas y se dirigieron al establo a cepillar a los caballos


—Es hora de que los chicos dejen de tontear y vuelvan aquí —dijo la resonante voz de su padre, Horacio.


—Hola papá —dijeron los tres chicos al unísono y luego fueron y le dieron a su padre un fuerte abrazo.


—Tienen una casa llena de gente esperando por ustedes tres —afirmó de buen humor.


—Bueno, eso es porque todos saben que haré el asado. —Sonrió Pedro.


—Creo que es porque saben que su mamá y sus novias hermosas han estado ocupadas haciendo todo lo demás —respondió Horacio de vuelta.


—Mmm, espero que mamá hiciera la famosa ensalada de pollo —dijo Federico.


—Bueno, deberían saber que su mamá todavía los mima a ustedes echándolos a perder. Trato de decirle que ya están todos crecidos y no es necesario que los mime, pero ella no me escucha —dijo Horacio. Los tres chicos se miraron entre sí y rodaron los ojos. Ellos sabían que su padre era el mayor blando de todos ellos.


—Claro papá, mamá es la única que nos malcría —dijo Marcos, mientras golpeaba a su padre en la espalda—. Vamos primero para que podemos conseguir un poco de ensalada de mamá y Pedro pueda poner los filetes en la parrilla —continuó.


Su boca estaba empezando a volverse agua solo de pensarlo.


—¿Perdiste otra vez? —Horacio volvió su atención hacia Pedro.


—¡Ah papá! Sabes que me engañaron porque soy el único que puede cocinar algo digno para comer —dijo Pedro.


Ellos se rieron y se dirigieron cómodamente hacia la casa. 


Se oía a la gente riendo y hablando, incluso desde el granero. A Marcos le encantaba tener a su familia y amigos en el rancho. Él era un hombre afortunado.


No había necesidad de una mujer en su vida, pensó. Se sorprendió por la leve punzada que sacudió sus entrañas. 


Decidió apartar esos pensamientos de su mente.


—Así que, Marcos, ¿cuándo vas a establecerte como tus hermanos y darle a tu pobre mamá algunos nietos? Sabes que ella no se está haciendo más joven y llora en la noche de la angustia de tener un hijo viviendo solo — dijo Horacio.


Marcos suspiró antes de hablar.


—Sabes que nada de eso es cierto, papá. Tú eres el que quiere nietos corriendo alrededor. Creo que Federico y Pedro están haciéndolo muy bien dándote un montón de pequeños Alfonso —dijo—. Y si mamá te oye decir que está vieja, estarías en graves problemas —añadió con una sonrisa maliciosa.


—Ahora, no contestaré eso. Por supuesto que es tu mamá la que se preocupa por ti —repitió—. Y si te atreves a decirle a tu mamá lo que dije, serás tú el que está en graves problemas —amenazó.


—Está bien papá, puedes hacerle saber que me quedaré como un solterón empedernido. Hay demasiados corazones que se romperían si decido atarme en matrimonio. Yo no quiero ser responsable de toda esa angustia —dijo con una sonrisa.


—Tú sabes que vas a caer igual que nosotros lo hicimos —añadió Federico su granito de arena.


—No te metas en esto, Federico —dijo Marcos, con un tono de queja.


—No te preocupes hermano, la vida matrimonial no es tan mala y es muy bueno ser padre. Hablando de la paternidad, ¿dónde está mi hijo? — preguntó Pedro a su padre.


—Él estaba jugando con su prima cuando me fui de aquí. —Sonrió con cariño Horacio, al hablar de sus nietos.


Pedro y Federico aumentaron su ritmo para poder ver a sus hijos. Marcos negó con la cabeza, pensando que sus hermanos estaban muy mal. Por lo menos le agradaban sus esposas y los niños eran bastantes agradables





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