sábado, 21 de marzo de 2015
CAPITULO 62
Cuando entraron, ambos fueron a la habitación de Joaquin para revisarlo. Era pasada la media noche y Julia se había retirado hace mucho.
Paula deseaba que todavía estuviera levantada para que le dijera cómo había sido el día de Joaquin.
—Creo que ha vuelto a la normalidad —murmuró Paula.
—Estaba mucho mejor para el momento en que nos fuimos. Solo no quería exponerlo al agua tan pronto después de su resfriado —dijo Pedro.
—Estoy de acuerdo —dijo ella.
—Eres una gran madre, nunca dudes eso —dijo Pedro con ternura—. No te sientas culpable por tomarte un día sin él. Es bueno para ti y para él. Mis padres tuvieron muchas vacaciones solos, y mis hermanos y yo estamos bien. Ellos estuvieron más que lejos de nosotros y siempre supimos cuánto nos amaban —concluyó.
—Era lo mismo en mi casa. Sabía que mis padres siempre me habían amado. Habría cambiado un poco de eso para tener un hermano, sin embargo. Estaba realmente sola algunas veces —admitió.
Sabía que ella estaba dando a entender que le gustaría tener otro hijo.
Por mucho que a él le encantaría tener otro, ellos no tenían ese tipo de matrimonio.
—Debo trabajar un poco —dijo, decidiendo evitar el tema—. Me voy a cambiar —añadió, antes de caminar a su habitación.
Paula normalmente le habría dejado irse, pero decidió darle a su matrimonio todo lo que tenía. Mientras él se estaba cambiando en el baño, se quitó la ropa y se acostó en su cama, con la suave luz mostrándolo todo.
Pedro salió del baño, planeando salir directamente de la habitación, pero una mirada de su esposa y sus planes cambiaron. Él caminó hacia la cama, como si fuera una mascota con una soga. Se despojó de la ropa que se acababa de poner y se subió en la cama junto a ella sin una sola palabra.
Ella envolvió sus brazos alrededor de él y cuando sus labios se encontraron, un fuego explotó en todo su cuerpo. Cuando la rozó del pecho a la cadera y a la espalda de nuevo, fue como si un reguero de lava estuviera abrasándola. No pudo detener los sonidos de placer que escapaban de sus labios.
Tomó el control sobre él nuevamente antes de que fuera incapaz de pensar. Lo empujó sobre su espalda y se subió encima de él, continuando el beso apasionado. Finalmente, ella liberó sus labios y perdió los suyos por un lado de su cuello.
Se sintió alentada por los escalofríos atormentado el cuerpo de él, y el jadeo que escapó de sus labios mientras sus manos se perdían más y más en su cuerpo.
Ella continuó besándolo en la columna de su garganta, sobre su suave beso y más abajo, hacia sus abdominales duros como la roca. Pasó la lengua en remolinos sobre el pequeño sendero de vello hacia su hinchada virilidad.
Intentó tirarla de espaldas a él.
—No, es mi turno —se limitó a decir, y él se tumbó y dejó que lo complaciera. Tomó toda su fuerza de voluntad el no darle la vuelta y hundirse en el interior de su cuerpo tembloroso.
—Paula —gimió en voz alta, cuando ella lamió la parte superior de su muslo. Realmente no podía aguantar por mucho más tiempo.
Tomó un segundo para mirarlo seductoramente, antes de que finalmente pasara la lengua de arriba hacia debajo en la longitud completa de él. Su cuerpo entero se estremeció del placer que ella le estaba dando.
—Por favor —rogó. Él no sabía si estaba rogándole que continuara o se detuviera.
Ella no dijo ni una palabra cuando finalmente lo llevó al fondo de su boca y el cuerpo entero de él se arqueó en la cama.
Movió su cabeza hacia arriba y abajo de su eje, mientras lo apretaba e imitaba el movimiento con la mano.
Agitó su lengua alrededor de su cabeza y él se irguió.
—Suficiente —gruñó mientras la agarró en un relampagueante y rápido movimiento, y la deslizó debajo de él.
—Terminaré dentro de ti, contigo estremeciéndote junto a mí de placer —dijo entre dientes apretados.
Ella sacudió sus caderas hacia arriba, hacia él. Podía sentirlo allí mismo, en su entrada, pero él no iba a empujar dentro de ella.
Ahora era ella la que rogaba.
—Por favor, Pedro —gimió.
—Solo un minuto. No quiero que esto termine antes que siquiera comience. —Él gruñó mientras ella se frotaba contra él.
Le tomó las manos y las puso sobre su cabeza y entonces acercó sus labios a los de ella otra vez. La besó con toda la pasión reprimida de un hombre ahogándose. Se estaba ahogando en ella.
—Por favor,Pedro —le rogó de nuevo.
No pudo soportarlo más y con un empuje estuvo enterrado
profundamente dentro de ella. Ambos gimieron de placer en el cumplimiento de sus cuerpos unidos.
Empezó a moverse y la espera terminó. Se metía rápidamente dentro y fuera de ella, mientras sus jadeos se intensificaban.
—Pedro —gritó ella mientras su cuerpo comenzaba a convulsionarse a su alrededor. Se enterró dentro de ella y gimió en voz alta en su propia liberación.
Ambos se quedaron allí, inmóviles. Sus manos estaban frotando de arriba hacia abajo, desde sus omóplatos a su espalda baja y entonces arriba de nuevo. Finalmente se bajó de ella, y ella gimió de descontento por la separación.
—Shh, soy muy pesado para ti —dijo. Ella pensó que se levantaría y se iría, pero la sostuvo cerca de él y después de que los cubrió, le rozó la espalda hasta que el sueño los alcanzó.
Pedro se quedó allí por mucho tiempo, todavía sin dejar de acariciar su espalda y pensando en que hacer el amor era mucho más que el sexo. Sabía que debería haberse ido y haberlos dejado pensar claramente, pero no había forma de que pudiera haberlo hecho. Cuando había salido del baño y visto su hermoso cuerpo brillando bajo la suave luz de la lámpara, se sintió atraído por ella.
Finalmente salió de la cama, cuando sabía que estaba profundamente dormida. Ella gimió y se estiró hacia él.
Cuando encontró solo espacio vacío, frunció el ceño, pero no se despertó.
Pedro se dirigió al baño y tomó una larga ducha. Dejó que la espuma tratara de quitar la tensión que parecía estar siempre presente en sus hombros. No sirvió de nada.
Finalmente se rindió y decidió regresar a la cama. Intentaría dormir un poco y pensar las cosas después.
Tan pronto como subió de nuevo a la cama, ella se arrimó
inmediatamente a él. Incluso en sus sueños se sentía atraída hacia él. Se entregó a la noche intentando crear distancia y la abrazó, cayendo rápidamente en un profundo sueño. Un terremoto no podría haberlo despertado.
La siguiente mañana, se despertó antes que Paula, se levantó y se fue. La evitó el resto de la tarde y a pesar de que la atrapó lanzándole miradas tristes cada vez que se cruzaban, él sabía que era mejor crear cierta distancia.
Pedro se sentó en su oficina y se frotó las sienes palpitantes.
Sabía que había estado evitando a Paula demasiado y quería solo regresar a la manera en que las cosas habían estado.
Todo lo que había pasado en los últimos meses parecía seguir separándolos más y más. Estaba tratando de mantener distancia entre ellos para prevenir los mismos problemas que él parecía haber creado.
Esa noche en la cena, apenas había tocado su comida y parecía tener demasiada tristeza en ella y él sabía que podía arreglarlo. No sabía cómo hacer que sus problemas se desvanecieran sin darle su corazón.
Ella era una persona razonable. Si le explicaba que estaba haciendo lo que era mejor para su hijo, entendería que un matrimonio no tenía que estar lleno de romance y amor.
Tenía que ser llenado con un entendimiento de que las dos personas hicieron lo mejor que pudieron con el fin de ser buenos padres.
Incluso cuando sabía que los pensamientos que revoloteaban por su mente sonaban mal, estaba convenciéndose a sí mismo que todo estaba bien. Una vez más, se quedó en la oficina hasta muy tarde, asegurándose de que ella estuviera dormida antes de entrar a su habitación
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