Una hora después Paula estaba sorprendida por el gran número de personas que seguían llegando a la casa y fuera del patio trasero. Tenía que haber más de un centenar de ellos dando vueltas. Todo el mundo estaba sonriendo y las risas podían ser escuchadas por encima del sonido de la música country tocando en el fondo.
Las parrillas se encendieron y el dulce aroma de la carne siendo hecha barbacoa hacía su boca agua. Había estado tan ocupada preparando comida todo el día que había olvidado comer algo. NO había estado segura si debería unirse a la fiesta, pero Eduardo le había dicho que el personal siempre era invitado.
—Tú debes ser Paula, ¿la nueva cocinera? —preguntó un hombre sexy de cabello oscuro. Paula había estado observando toda la gente a su alrededor y no había notado a la pareja que caminaba hacia ella. Podían haber aparecido en la portada de la revista GQ. Ella estaba un poco intimidada por ellos.
—Sí, lo soy —finalmente se las arregló para responder.
—Es genial conocerte Paula. Soy Juana y este odioso hombre de aquí es Federico, el hermano mayor de Pedro —dijo ella amablemente.
—No dejes que esta gente te abrume demasiado, son todos gente increíble. MI primera vez en torno a ellos casi me mata de un susto y ahora no pudo imaginar cuán miserable sería mi vida sin cada miembro de esta familia —dijo ella. Mientras Juana hablaba, levantó la mirada hacia su esposo y le dio una tierna mirada de amor. Paula estaba insegura de si
habían terminado de hablar y debería alejarse y dejarlos solos.
—Oh, quisieran parar con la cosa de la mirada, obviamente están poniendo incómoda a la pobre Paula aquí —otro hombre extremadamente sexy se metió en la conversación, salvando a Paula.
—Lo que sea Hernan, puede apenas estar a diez pies de distancia de la pobre Malena —bromeó Federico a su hermano.
—Bueno, cuando tienes razón, supongo que tienes razón —dijo Hernan—. Hola, soy el hermano de en medio, Hernan, y mi increíblemente sexy esposa está instalando a los niños, pero entrará en un par de minutos.
Tengo que decirte Paula, eres mucho más caliente que el cocinero anterior —añadió con un guiño.
Paula podía sentir su rostro volverse una profunda sombra roja.
Odiaba cómo sus emociones eran tan fáciles de leer. No sabía cómo responder a los comentarios de Hernan, así que decidió no decir nada.
—¿Ustedes chicos nunca van a crecer, no? —dijo otra voz, lo que tuvo a Paula volviéndose a la otra muy atractiva mujer, que estaba envolviendo su brazo en el de Hernan—. No te preocupes por ellos; aman obtener una reacción de una mujer bonita. Cuando conocieron a la pobre Juana por primera vez, ella recibió propuestas de los tres hermanos —dijo, con un brillo en los ojos.
—Por cierto, soy Malena y obviamente casada con este pícaro de aquí —dijo, indicando a Hernan—. Son pura palabrería y nada de acción, sin embargo —bromeó hacia su marido.
—Oh de verdad, me lo tomo como un reto —dijo Hernan y luego procedió a bajar a Malena al suelo. Ella soltó una risita, sonando como una adolescente, hasta que sus labios encontraron los suyos y entonces era obvio que ella había olvidado a cualquier alrededor.
—Um… ¿ustedes quieres ir arriba o quieren seguir avergonzando a mi nueva cocinera? —preguntó Pedro, mientras se paseaba hacia el grupo cada vez mayor.
Hernan levantó lentamente la cabeza, solo para mirar a Pedro.
—Preferiría patear la mierda fuera de ti, pero eso puede esperar hasta después —dijo finalmente, y golpeó a su hermano en el brazo. Para Paula el puñetazo pareció lo suficientemente fuerte para derribar a un hombre normal hacia el suelo, pero Pedro solo se rió y le preguntó a su
hermano si era todo lo que tenía.
—Ustedes vayan a ayudar con la parrilla. Vamos a colarnos en la sobremesa —dijo Juana y luego puso un brazo a través de Paula y el otro a través de Malena, y las arrastró en dirección a la mesa de postres.
Paula tuvo que contener las lágrimas. Estaba abrumada por haber sido incluida con tanta facilidad en el evidente amor familiar. Realmente nunca había tenido amigas antes y esperaba estar ahí por el tiempo suficiente para volverse grandes amigas con las dos mujeres, ya que parecían personas que ella definitivamente querría conocer.
***
Podía imaginar sus manos escabulléndose bajo el vestido para descubrir lo que estaba usando debajo de la impresión floral.
Mientras estaba allí, una briza de viento levantó el dobladillo del vestido, mostrándole más de sus increíbles muslos bien formados. Él contuvo el aliento, mientras deseaba una ráfaga más grande que levantara el vestido un poco más alto. Sentía sus pantalones volverse más apretados e hizo una mueca. No notó la mirada que intercambiaron sus dos
hermanos. Si lo hubiera visto, quizás habría estado más preparado.
—Tu nueva cocinera de seguro es caliente —dijo Federico casualmente.
—Sí, si estuviera soltero, la habría contratado en un instante, tanto si pudiera cocinar o no —añadió Hernan.
—Realmente no lo había notado —mintió Pedro a los dos.
—Así que, ¿no estás interesado en ella? —le preguntó Federico.
—Claro que no lo estoy. Ella es una empleada y lo mantendremos profesionalmente —dijo. Estaba inseguro de si estaba tratando de mentirles a ellos o a él mismo. Ya no era un adolescente cachondo y podía controlarse.
—Bueno, en ese caso, yo vi a Dom por allí mirándola. Creo que intentaré algo de casamentero —dijo Federico con picardía.
—Como el infierno que lo harás —exclamó Pedro. Luego pareció controlarse un poco y añadió—: No quiero empleados que tengan romances, porque cuando las cosas van mal, luego hace la vida que los rodea miserable y uno de ambos renunciará. Tendría que hacer todas las contrataciones de nuevo. —Sentía que había hecho una excusa bastante buena de su arrebato.
—Veo tu punto Pedro, pero conozco a este chico soltero genial de la oficina. Justo el otro día me estaba preguntado si conocía a alguna mujer soltera. Creo que harían una buena pareja —dijo Hernan y guiño un ojo a Federico.
Ambos hermanos casi podían ver el vapor saliendo de los oídos de Pedro. Realmente estaban disfrutando mucho a expensas de su hermano, lo que era una cosa normal.
—¿Por favor pueden dejar a mi cocinera en paz? —casi gritó Pedro.
Varias cabezas se volvieron hacia los hermanos. Ninguno de ellos vio la mirada maliciosa en el rostro de Horacio, a poca distancia de pie en la audiencia, junto a Eduardo.
—Así que parece que tu casamentero están funcionando de nuevo, viejo astuto —dijo Eduardo.
—Por qué Eduardo, no tengo idea de lo que estás hablando —dijo Horacio con una cara seria.
—Te olvidas lo bien que te conozco, señor. He trabajado para ti durante muchos años antes de ir a trabajar para tu hijo, para no saber cuándo estás tramando algo. Además, ¿desde cuándo la cocinera tiene el dormitorio justo al lado de Pedro? —preguntó Eduardo, llamando la fanfarronería de Horacio.
—Bueno, hablaremos un poco más tranquilos. Si ese chico sabe que estoy haciendo de casamentero, correrá hacia el otro camino e incluso peor, si Ana escucha sobre eso, nunca escucharé el final de ello — dijo Horacio, mirando a su alrededor con culpabilidad.
—Si no estuvieras tan ocupado metiéndote, no tendrías nada de lo qué preocuparte —dijo Eduardo—. Tengo que felicitarte por tu gusto, sin embargo. Paula es un soplo de aire fresco y el pequeño Diego está lleno de energía. Es agradable ver a una señorita bonita y un muchacho joven en la casa.
Horacio hinchó su pecho un poco por la alabanza. Él tenía buen gusto, si se lo decía a él mismo. Miró a Juana y a Malena, como para probar su punto. Había hecho de casamentero con sus primeros dos muchachos y mira cuán bien había resultado.
—Abuelo, abuelo, tengo un nuevo amigo —dijo la voz insistente de su nieta mayor Olivia. Ella estaba tirando de la pernera de su pantalón, intentando llamar su atención.
—Puedo ver eso. ¿Estás jugando bien? —preguntó a su nieta traviesa.
—Lo adoro, abuelo. Nos vamos a casar —dijo ella con la mayor seriedad.
Horacio se echó a reír al ver la expresión en el rostro de Diego.
Incluso a los cinco años de edad la palabra matrimonio asustaba a un varón.
—¿Por qué no reúnes a tus primos y vamos a cenar para que después podamos hacer s’mores? —le preguntó a ella.
Olivia se desvió inmediatamente y tomó la mano de Diego
mientras corría a buscar a sus hermanos y primos. Horacio tenía tan orgullo cuando miró hacia el patio lleno de amigos y familiares.
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