sábado, 28 de marzo de 2015
CAPITULO 87
Paula se despertó en los brazos de Pedro y por un momento se olvidó de la carta y la devastación. Ella estaba apegada a su espalda, y su deseo por ella era evidente. Se frotó contra él, automáticamente estirándose y presionando su trasero más cerca de su dureza.
—En serio, mujer, estás tratando de matarme —murmuró Pedro en su cabello, mientras le besaba el cuello y pasaba la mano suavemente por su costado a sus grandes pechos. Los pezones se endurecieron al instante con su toque y ella se movió, tratando de acercarse lo más posible a él.
—Ése es el plan —ronroneó.
Él la volteó y le hizo el amor con una dulzura que estaba más allá de cualquier cosa que jamás había sentido antes.
Estaba empezando a sentirse amada por el maravilloso hombre que todavía no podía creer que era parte de su vida.
—Preferiría quedarme aquí contigo en la cama todo el día, pero tenemos invitados —le dijo él mientras mordisqueaba su cuello un poco más.
De pronto, las horas que pasaron antes de que se durmiera volvieron y el cuerpo de Paula se puso rígido. Ella se entristeció al ser devuelta tan pronto a la realidad.
—Está bien, bebé, llamé a mi familia y ellos están aquí para que todos podamos pensar en un plan de acción. Somos una familia y nos protegemos unos a otros.
—No deberías haberlos molestado con esto. —dijo perpleja.
Pedro la miró como si hubiera perdido el juicio.
—¿De verdad crees que tú o Diego son menos importantes que yo?—preguntó con incredulidad.
—Sólo quería decir que tu familia no tenía que dejar todo y venir porque tengo una carta algo espeluznante —intentó explicar.
—Esa carta debe ser tomada en serio y vamos a asegurarnos de que estén a salvo —le dijo con firmeza. Era demasiado consciente de que las cartas podrían dar lugar a un grave peligro. Cuando se crecía con tanto dinero como él lo había hecho, las cosas siempre se tomaban en serio y no
quería que ella supiera lo asustado que realmente estaba.
Paula se encogió de hombros, cediendo a sus demandas.
—Me daré una ducha rápida antes de irnos.
—¿Necesitas que alguien frote tu espalda? —preguntó con un guiño.
—Y ninguno de nosotros saldría de allí —dijo. Ella le dio un beso rápido y cerró la puerta del baño detrás de ella.
Pedro se recostó en la cama pensando en cada momento que pasó con ella. Le encantaba su fuerza de voluntad y amaba su bondad. Estaba enamorándose de ella. Eso lo asustó demasiado, pero al mismo tiempo se sintió bien.
Él finalmente bajó por las escaleras y se sorprendió al ver a su familia entera. No sólo había llegado su papá con sus hermanos, sino sus esposas e hijos también.
—¡El tío Pedro! —gritó Olivia y puso los brazos alrededor de sus piernas—. Tardaste siglos en bajar. Papá dijo que estabas consolando a la tía Paula —dijo ella, e hizo comillas al decir consolando, al igual que su padre había hecho. No tenía idea de lo que estaba diciendo, pero Pedro miró a su hermano de todos modos.
—¿No es mi sobrina un poco joven para que les estés enseñando malos hábitos? —preguntó Pedro a Federico.
—Hey, yo estaba diciéndole lo bueno que eres consolando —le incitó a Federico.
—Dejen de pelear, tenemos cosas que discutir y personas que cagar a palos —dijo Hernan.
—Ese lenguaje, Hernan —le regañó Malena.
—Lo siento, cariño —dijo Hernan tímidamente.
—Llamé a Chad. Estará aquí en un par de días. No estoy seguro desde dónde está volando, pero debe de estar muy lejos —informó Pedro.
—Me alegra saber que está ayudando —agregó Horacio, con evidente alivio.
—Yo también —dijo Pedro. Él ya se sentía mejor por la seguridad de Paula sólo por tener a su familia en la sala. No había manera de que alguien pudiera llegar a ella con sus hermanos allí.
—Nos vamos a quedar aquí hasta que esto se resuelva —dijo Federico.
El resto de las personas en la habitación asintió con la cabeza en acuerdo.
—Ya he preparado las habitaciones —añadió Eduardo, mientras ofrecía algunas bebidas y aperitivos.
Pedro parpadeó varias veces mientras sus ojos comenzaban a arder.
No podía imaginar la vida sin su familia. Realmente sintió lástima por esos millones de personas que no tenían el mismo apoyo que él.
Estaba agradecido por tener más dinero del alguna vez pudiera gastar, pero nunca le abandonaría hasta el último centavo antes de que él renunciara a un miembro de su familia. Se dio cuenta de que eso incluía a Paula y Diego también.
Pedro se sirvió un trago doble de whisky y disfrutó de la sensación de ardor que deslizó por su garganta y quemó su camino hacia el estómago.
—Gracias chicos, vamos a resolver esto inmediatamente —le dijo a todo el mundo.
Paula entró en la habitación en ese momento y sus ojos se abrieron ante la gran multitud que tenía delante. No tuvo tiempo de decir nada, ya que Malena y Juana corrieron hacia ella y la envolvieron en un abrazo grupal.
—Sentimos tanto que alguien esté tratando de asustarte —dijo Juana.
—Nunca dejaré que te pase nada —añadió Malena.
Las tres mujeres permanecieron juntas. Se enjugaron algunas lágrimas y luego rápidamente se echaron a reír, sintiéndose seguras como una unidad. Ya habían formado un vínculo más fuerte que la mayoría de las hermanas. Los chicos se alejaron de ellas como si fueran contagiosas.
No sabían cómo lidiar con las emociones de las mujeres.
—Mujeres —susurró Hernan.
—Sí, lo sé —dijo Federico.
—No las entiendo —añadió Pedro.
—En serio, los chicos ponen fin al problema mientras que las chicas siempre están llorando, pero es por eso que tenemos que estar ahí para protegerlas —dijo despacio Horacio.
Los cuatro hombres menearon la cabeza al unísono mientras se dirigían al establo para comenzar a discutir las medidas de seguridad en la propiedad. Ellos no tenían una sola pista sobre la persona que estaba observándolos todo el tiempo.
Una persona que nunca siquiera hubieran sospechado
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