miércoles, 11 de marzo de 2015
CAPITULO 24
Pedro estaba en su oficina, con las puertas conectadas entreabiertas, y oyó el intercambio entre Paula y Tomas. Se sorprendió por los celos que corrían a través de él. No le gustaba cómo se reía fácilmente con Tomas, y estaba seguro como el infierno que no le gustaba la idea de que ella ligara con otros hombres.
Nunca había sentido celos antes de conocer a Paula, y estaba sorprendido por el tirón en sus entrañas. Ya se había convencido a sí mismo de que no había forma de que pudieran ser una pareja, así que por qué le importaba con quién salía. No debería sentir nada hacia ella, pero incluso después de meses, no podía dejar de pensar en ella, sin parar, al parecer.
Se sentó un poco más erguido en su silla. Estaba completamente fuera de sí, lo cual divertiría a sus hermanos sin fin. Puso su cabeza entre las manos y esperó a que ella se fuera. No tenía la menor queja respecto a su labor. Había aprendido más cada día y estaba haciendo un trabajo
excelente.
Había considerado la idea de despedirla, pero había descartado la idea de inmediato. No podía dejarla ir, no todavía. Tal vez sería capaz de hacerlo eventualmente.
Superaría la extraña crisis que su cuerpo estaba pasando,
y después sería capaz de trabajar con ella muy bien. Si no lo hacía pronto, no tendría más remedio que trasladarla a otra división de la empresa.
Incluso la idea de que ella fuera a trasladarse a otra parte del edificio hizo que sus músculos se tensaran.
Pedro se levantó y decidió salir a tomar algo. Encontraría una distracción agradable para pasar la noche. Cualquier mujer estaría feliz de ir a casa con él. Era Pedro Alfonso, después de todo. Había varios mensajes para él ya. Sólo que no tenía ningún deseo de llamar a cualquiera de las mujeres que normalmente hacía cuando su cuerpo le estaba alertando que había dejado de lado al placer por demasiado tiempo.
A pesar de que la idea de una mujer diferente a Paula ni siquiera era un poco atractiva, tendría que esforzarse en eso. Sabía que una vez que saliera, él comenzaría a sentirse mejor, y estaba seguro de que algo atraería bastante su atención, al menos lo suficiente por una noche.
Pedro fue a un club en el cual no había estado hace mucho tiempo y se sentó. Él pidió una bebida y no habían pasado más de cinco minutos, cuando una pelirroja excepcionalmente atractiva se sentó junto a él. Ella le dio la mirada que decía: Cómprame una bebida, y puedes llevarme a casa.
Él echó hacia atrás la bebida antes de darle toda su atención.
—¿Puedo comprarte algo? —Puso todo el encanto a su disposición en su voz.
Ella acarició con el dedo su mano.
—Quiero un Martini sucio, con azúcar.
Él le compró varias bebidas y la escuchó mientras ella trataba de seducirlo durante más de una hora que parecía no tener fin.
Él sabía que todo lo que tenía que hacer era tronar un dedo y ella estaría en su auto, iría casa con él. Estaba tratando de obligarse para hacer justamente eso, pero sabía que no iba a suceder.
Pedro no sintió deseo alguno por las curvas de la mujer que se encontraban en exhibición a cualquiera que quisiera una visión clara.
—Gracias por tu compañía esta noche —dijo mientras lanzaba varios billetes sobre la mesa—. Buenas noches.
—En caso de que no lo hayas notado las señales, nene, estoy ofreciéndote ir contigo. Confía en mí, no te arrepentirás de una noche o más, conmigo —ronroneó ella.
Pedro la miró por un momento, y luego se volvió y se alejó.
No había sentido nada. Normalmente, él la habría llevado a su casa y aceptaría lo que le estaba ofreciendo. Una noche sin ataduras y sólo con buen sexo.
Él hubiera querido hacer eso, excepto por el hecho de que durante todo el tiempo que había estado sentado allí, en la única mujer que había sido capaz de pensar era Paula. Ella era suave y femenina, no era promiscua y temeraria.
También fue la mayor experiencia sexual que jamás había
tenido. Él no estaba sobre ella.
Salió del club y estuvo de pie al lado del auto, respirando el aire casi helado. Cuando su cuerpo seguía ardiendo varios minutos más tarde, él sabía que nada iba a saciarlo, nada más que una rubia curvilínea, que de alguna manera había vuelto su mundo al revés desde que la conoció.
Rápidamente se alejó del club y llegó a casa en tiempo récord. Aparcó y se percató inmediatamente del auto de Paula. Se sorprendió por la sensación de alivio corriendo a través de él al saber que ella estaba en casa. Por supuesto, eso no duró mucho cuando empezó a pensar que podría estar un hombre con ella. Ella había ido a buscar a alguien.
De repente, tenía que saber si estaba con alguien, o sólo ella. Sabía que si estaba con ella una noche más, él saldría de su extraña atracción por ella.
Tenía que tomarla otra vez, y entonces tal vez se daría cuenta de que no era tan grande como lo recordaba.
Pedro tenía prisa para llegar a su apartamento. Ella todavía no había descubierto que la otra unidad en su piso era de él.
Había sido muy cuidadoso cuando él iba y venía. Él no quería que ella supiera que estaba tan cerca.
Las puertas se abrieron, y Alfredo levantó la vista del papel.
—Hola, Sr. Alfonso. ¿Cómo fue su día, señor?
—Ha sido fantástico, Alfredo. ¿Sabe si la señora Chaves está en su apartamento?
—La señorita Chaves se encuentra actualmente en la piscina, señor.
—Gracias, Alfredo. Que tenga una buena noche. —— cambió rápidamente de dirección.
Si ya estaba nadando, ella debe de haber estado fuera durante sólo media hora. Esta fue una noche rápida. Tal vez los ligues habían sido escasos por ser un día de semana.
Era eso, o tal vez ella tenía la intención salir cuando la vida nocturna realmente comenzara. Bueno, podría poner esos pensamientos en espera, porque había decidido que ella iba a pasar la noche con él.
Se metió en el vestuario de los hombres y se cambió.
— salió de los vestuarios y se quedó desapercibido durante varios minutos mientras Paula nadaba sola en la piscina. Se veía espectacular en su traje de baño. Mostraba sus curvas a la perfección. Él quería poseerla, pero la anticipación era parte de la diversión. Mientras ella estaba nadando lejos de él, se zambulló en la piscina sin esfuerzo.
Hizo el menor ruido, y Paula no notó su entrada. Se dio la vuelta y estaba haciendo su camino de regreso a él. Se metió en el agua, asegurándose de que estaba en su línea directa. Esperó el impacto.
Ella no reaccionó cuando su cuerpo golpeó contra el suyo.
Bajó por un segundo, y rápidamente llegó el agua de pulverización.
—Oh, perdón —dijo ella mientras empezaba a mirar hacia arriba. Cuando lo reconoció, se congeló—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo pensé que era un buen momento para darme un baño —contestó y se fue a un ritmo más rápido a través de la piscina, con el cuerpo energizado.
Él se sentía mejor en ese momento que en meses. Sonrió durante todo el camino hasta el otro lado de la piscina, esperando que ella aceptara su desafío. Vería si ella se escaparía, quedaría o discutiría.
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