Paula se derrumbó en el sofá y lloró un buen rato. ¿Cómo había podido dejarse engañar pensando que le haría creer que el hijo no era suyo? ¿Por qué no se había librado de esa prueba? Si ella hubiera vaciado la basura, podría haber guardado el secreto durante unos preciosos meses más, tal vez incluso más, si es que hubiese encontrado la ropa adecuada.
Sólo había confirmado el embarazo recientemente. Ella comenzó a sentirse mal y se topó con el baño de invitados, el cual era el más cercano. Rara vez lo utilizaba a menos que ella se enfermara. Ella vomitó mientras todo el estrés de la jornada caía sobre ella y luego se sentó sobre la baldosa fría por un momento.
Cuando ella se levantó para lavarse la cara, miró hacia abajo y gimió.
Estúpida, estúpida, estúpida, se reprendió ella cuando vio la prueba en cuestión.
Ella no podía creer que hubiese dejado prueba donde él pudiera verla.
Sintiéndose derrotada, Paula se arrastró de vuelta a su habitación y lloró hasta quedarse dormida. Ella sólo quería que el día acabara de una vez.
A la mañana siguiente, Paula se despertó, sintiéndose miserable. Corrió al baño y vació su estómago entero y algo más. Se duchó y vomitó de nuevo.
Ella acababa de empezar su segundo trimestre. La enfermedad de la mañana5 debería haber estado disminuyendo.
Sabía que estaba perdiendo peso, ya que su ropa le estaba quedando suelta, lo que debería haber sido todo lo contrario.
No se había preocupado demasiado por eso, como todo lo que había leído hasta ahora había mostrado que la enfermedad de la mañana era una parte normal del primer trimestre
Ella débilmente se sentó en el suelo de la bañera mientras el agua humeante caía sobre ella. Ella vomitó de nuevo, y cuando ya no quedaba nada, continuó con arcadas, Paula cerró el agua mientras el último de los líquidos de su estómago era llevado por el desagüe.
Se sentó en la bañera, temblando, pero estaba demasiado cansada como para salir. Estaba asustada por la debilidad de su cuerpo.
—Por favor, Dios. No dejes que nada le suceda a mi bebé. Soportaré esta extraña enfermedad durante nueve meses, si salvas a mi hijo —murmuró en voz baja.
Dado que no podía encontrar la energía para salir de la bañera, cogió las toallas cercanas y las arrojó sobre ella en un esfuerzo para mantenerse tibia.
Ni siquiera podía levantarse para llamar a su trabajo. Sería despedida, sin duda, ya que Pedro asumiría que ella no llamaba o se presentaba en un intento de evitarlo.
Ella se quedó dormida del puro agotamiento que había envuelto a todo su cuerpo. Dio las gracias a la oscuridad, ya que no tendría que sentir el frío abrumador y dolores musculares consumiéndola.
* * * *
No había dormido bien y estaba de mal humor. Cuando empezó el horario del trabajo, y ella todavía no había salido del edificio, se puso furioso. Así que, ella pensó que ahora que estaba embarazada, podía faltar al trabajo.
¡Por encima de su cadáver! Ella no lo iba a evitar para tratar de llegar con más mentiras.
Marchó a su apartamento y entró. Ella no estaba en la sala de estar o la cocina.
Estaba aun más furioso. No se había molestado en levantarse de la cama.
Bueno, había conseguido un marido, así que él se imaginó que ella no quería trabajar por más tiempo. ¿Por qué trabajar cuando se podía conseguir todo lo que quería de forma gratuita?
Se dirigió a su habitación y abrió la puerta, listo para tirar de las mantas de encima y tener una pelea salvaje. Necesitaba dar rienda suelta a su ira, y ella era el objetivo previsto.
Estaba enfadado por todo, y necesitaba desesperadamente algo para sacar sus frustraciones.
Cuando abrió la puerta y la cama estaba vacía, empezó a sentirse inquieto.
¿Se había ido sin que él lo supiera? Eso no era posible.
Tenía un edificio seguro. Ella no era una prisionera, pero su personal le habría dicho si ella se hubiera ido. El comprobó su teléfono para asegurarse de que no había perdido de alguna manera una llamada.
Volvió a entrar en la sala cuando se dio cuenta que la puerta del baño estaba cerrada. Se acercó y escuchó un momento.
No había ningún sonido desde el interior. Sin pensar en su vida privada, abrió la puerta y entró.
Pedro estaba aterrorizado cuando vio que su pequeño cuerpo yacía allí, apenas cubierto en la bañera. ¿Se había quitado la vida? ¡No! Corrió hacia ella y cayó al suelo. Luego, dio un suspiro de alivio al ver que su pecho subía y bajaba.
Ella estaba temblando, incluso en sueños, y tenía
manchas moradas oscuras bajo los ojos.
Tomó un buen vistazo de su aspecto y lo pequeña que parecía. Había bajado de peso significativamente.
¿No era que las mujeres embarazadas aumentaban de peso? ¿Cómo no había notado los cambios en su cuerpo?
Esa era una pregunta fácil de responder. No se había dado cuenta porque él había hecho todo lo posible por evitar mirarla muy de cerca. La había evitado tanto como fue posible para no tomarla en su escritorio. Había esperado superarla esta vez, ya que nunca había estado tan enganchado a otra mujer.
Sabía que nadie podía falsificar este tipo de enfermedad. De inmediato se sintió culpable por lo que le había hecho pasar la última noche. Mirando hacia atrás, podía ver lo agotada que lucía, y que a él no le había importado. A él sólo le había importado que ella estuviera tratando de engañarlo.
Pedro la envolvió en sus brazos y se puso de pie, sacándola de la bañera.
Ella inmediatamente se acurrucó en sus manos, en busca de calor, incluso en sueños. Las toallas cayeron de su cuerpo, y su estomago se apretó por el shock.
Había perdido peso, incluso más de lo que primeramente había pensado.
Ella no estaba teniendo un buen embarazo. Él debería haber estado prestando atención. La puso en la cama y la tapó, mientras su cuerpo se hacía un ovillo apretado. Ella dejó escapar un suave gemido de dolor, sin despertarse. Notó el ligero golpe en el estómago por primera vez.
Vaya, pensó, ese bulto es mi hijo. Eso significaba que él realmente iba a ser padre en seis meses. Ahora que su ira había disipado, la idea de un hijo era increíble. En seis meses, estaría sosteniendo a su bebé. Estaría saltando sobre sus rodillas y luego jugaría a la pelota con él en un par de años.
Él se sorprendió al descubrir que ya amaba a su hijo por nacer. Le encantaba el precioso bebé que crecía dentro de ella. No dejaría que nada le sucediera a él, ni a su madre.
Pedro llamó al médico de la familia, y luego subió a la cama y acercó a Paula junto a él. Él simplemente quería que ella entrara en calor.
Necesitaba protegerlos. Nunca había sentido tanto terror como cuando la vio acostada en esa bañera vacía.
Se acurrucó a su alrededor y dejó escapar un suspiro.
Después de unos minutos, su temblor disminuyó. La sostuvo y le frotó la espalda, deseando que ella y su hijo estuvieran bien.
Cuando Pedro oyó el timbre de la puerta, el dejó que el doctor entrara, estaba asustado con la idea de que algo malo estuviera pasando.
5 Enfermedad de la mañana: hace referencia a los mareos y nauseas del embarazo
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