domingo, 15 de marzo de 2015

CAPITULO 41





—Pedro, me alegro de verte —dijo Horacio. Envolvió su
brazo alrededor de los hombros de su hijo mientras lo conducía hacia el estudio.


—Hola papá, siento no haber llegado a casa en un tiempo. El contrato en España tomó mucho más tiempo de lo que pensaba. Claro, no estoy quejándome porque esas playas sean calientes y las mujeres sean incluso más calientes —dijo él con una risa.


—Ahora hijo, hay más en la vida que salir todo el tiempo y recoger hermosas señoritas que no tienen una pizca de cerebro o una onza de corazón —advirtió Horacio.


Pedro soltó una risa calurosa. Sabía que su padre quería que él y sus hermanos se casaran, todos. Era más que un poco sospechoso que Horacio tuviera algo que ver con el reciente matrimonio de Federico. Sin embargo, Federico no se quejaba. Su esposa Juana era una verdadera joya y su preciosa hija era la criatura más linda que haya existido jamás.


—Papá, sabes que soy demasiado joven para atarme el nudo. No necesito alguna mujer en mi vida diciéndome qué hacer. Me gusta tener muchas señoritas para comer y beber. No quieres romper los corazones de todas las señoritas solteras en Seattle, y ahora lo haces —preguntó Pedro con
demasiada confianza, ¿en la opinión de su padre?


Horacio sabía que se necesitaría una mujer muy fuerte para poner a su segundo hijo de rodillas. Afortunadamente, pensó, la mujer ideal no estaba muy lejos.


—Bien, entiendo, te gusta la vida de soltero, pero deberías saber que estás rompiendo el corazón de tu madre. Ella quiere muchos nietos corriendo por estos fríos pasillos, pero los hijos nunca piensan en sus pobres padres. Después de todo, los padres sólo sacrifican todo para criar a sus hijos, vendar sus heridas y amarlos incondicionalmente. No habría razón alguna para querer devolvérselo, supongo —dijo Horacio con un suspiro dramático.


Pedro sonrió a las payasadas de su padre. Él y sus hermanos estaban acostumbrados a toda la exageración falsa de culpa desde que Horacio lo había perfeccionado.


—Sabes que aprecio todo lo que tú y mamá hacen por mí. Eso no significa que voy a dejar que me hagas sentir culpable para casarme. Soy más inteligente que Federico —dijo con un guiño.


Horacio se rió para sus adentros. Mientras más duro peleaban, más satisfactorio era cuando caían, pensó.


—Muy bien entonces, suficiente de esta conversación de matrimonio —concedió Horacio—. Tenemos ese banquete de recaudación de fondos este fin de semana y necesito que asistas. Tus dos hermanos no pueden debido a sus compromisos previos y luciría realmente mal para la compañía si al menos uno de mis hijos no se presentara a nuestra propia recaudación de fondos —dijo Horacio, mientras actuaba como un mártir.


Pedro odiaba ir a esas cosas. La gente era aburrida con una A mayúscula y todo el punto era ser visto. Deseaba que pudieran sólo donar el dinero sin tener que pasar a través de todas las mociones de un recaudador de fondos.


Pero también sabía que millones de dólares podrían ser erigidos en una noche porque a los ricos les gustaba ser vistos donando su dinero. Los hacía sentir presumidos, suponía.


—Solo avísame cuándo y dónde. Sabes que iré. —Sonó más como si estuviera dirigiéndose a la guillotina, en lugar de a una noche con comida grandiosa y baile. En una observación positiva, lo más probable es que llevaría una señorita a casa para una noche tórrida para hacer el amor. 


Eso era algo por lo que esperar también.


—Estará siendo celebrada en el Hotel Fairmont Olympic el viernes por la noche, a partir de las nueve —le dijo Horacio.


—Bueno, al menos si tengo que salir y actuar como que en realidad me preocupara por las más nuevas y geniales modas, voy a estar en un gran lugar —dijo Pedro.


El Fairmont era espectacular por dentro y por fuera. Estaba enlistado en el Registro Nacional de Lugares Históricos y habían hecho un trabajo fantástico en traer los nuevos diseños sin quitar nada de la historia antigua.


Pedro disfrutaba hacer negocios allí y sabía que la comida iba a ser de primera calidad. Su boca comenzó a hacerse agua un poco ante la idea de tener algo de Tablón de cerdo con salmón ahumado, una de sus especialidades.


—Oh, y mantén un ojo en Paula Chaves. Es la hija de mi querido socio de negocios Juan Chaves y va a estar allí sola ya que su padre está fuera la ciudad.


—Papá, ¿qué te he dicho acerca de hacer de casamentero? Puedo elegir mis propias citas —dijo Pedro, perdiendo algo de su paciencia. No quería ser mandado. El matrimonio simplemente no estaba en las cartas para él y de ninguna manera quería niños. Adoraba a su preciosa sobrina, pero la cosa de la familia era para Federico, no para él. Aún era un joven de treinta y dos años, y no estaba dispuesto a negociar el Lamborgini por una mini-van. Se estremeció ante la idea.


—No estoy tratando de ser un casamentero. No te pedí que la llevaras a la recaudación de fondos. Simplemente te pedí que mantuvieras un ojo sobre ella y dijeras hola; tal vez pedirle un baile. No es de por aquí, y su padre dijo que no está acostumbrada a los grandes eventos. Normalmente los evita a toda costa, pero esta recaudación de fondos es algo muy importante para ella. Siempre quiso pasar una noche en el Fairmont. Aquí están unas fotos, así puedes reconocerla —dijo Horacio mientras las sostenía.


Pedro tomó las fotos, sólo por el bien de la curiosidad. Bajó la vista y se sorprendió de cuán atractiva era. No era la típica socialité a la que estaba acostumbrado. Sus rasgos parecían más suaves y atractivos. Una de las fotos era de ella y su padre. Tenía la cabeza echada hacia atrás de la risa, mientras sus ojos estaban redondeados, provocando una chispa que brillaba a través de la captura fija.


Pedro podría cambiar de pensamiento y al menos encontrarse con la mujer, pero estaba seguro que resultaría ser tan falsa como el resto de ellas.


Una foto podía ser capaz de capturar un momento incauto, pero de su experiencia, todas las mujeres tenían una agenda. No vio cómo podía ella ser diferente al resto.





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