miércoles, 18 de marzo de 2015
CAPITULO 52
Paula se despertó y se encontró a sí misma envuelta fuertemente junto a Pedro. Sus brazos estaban alrededor de ella y ambos estaban acostados, con una cobija sobre ellos, en el sofá de gran tamaño.
—¿Dónde está Joaquin? —preguntó presa del pánico.
—Tina se lo llevó hace un rato —respondió Pedro adormilado.
Sus rostros estaban a pocos centímetros y sin decir otra palabra él cortó la distancia entre ambos y la besó demostrando toda su necesidad. Le respondió sin dudarlo. Él movió sus cuerpos hasta quedar sobre ella,presionándola contra el sofá. Sus manos se movían sobre ella, y su boca hacia magia en su cuerpo. Él abrió su boca con la lengua provocando que un gemido escapara de sus labios.
Cuando su mano subió de su cadera para agarrar su pecho, ella se removió con placer. Lo deseaba tanto y su cuerpo respondía a cada movimiento que él hacía. Comenzó a desabotonarle la blusa y a recorrer su cuello con los labios hasta sus pechos poco cubiertos. Ella tomó su cabeza y lo jaló hacia sus labios, necesitaba sentir su boca presionada contra la suya.
Ella presionó sus labios contra su garganta, provocando que él gimiera con placer. Él unió sus labios con los de ella y estuvo a punto de tomarla en la sala donde cualquiera los podría encontrar en cualquier momento.
Finalmente ella recobró la razón y lo apartó.
—Pedro, alguien podría entrar —dijo, respirando agitadamente.
Él quería ignorar sus palabras y continuar con la seducción, pero tenía razón. Había muchas personas en la casa y él quería tener su tiempo para amar a su esposa sin interrupciones. Ella sería suya de nuevo esa noche.
Él se sentó, y ella se levantó rápidamente. Pedro caminó hacia el bar y se sirvió un poco de bourbon, el cual acabó de un solo trago, decidió que no era suficiente y se tomó otro. El líquido bajando ardientemente por su garganta hizo su trabajo y calmó un poco sus hormonas. Su excitación se había calmado, pero su deseo seguía vivo. Su cuerpo no se iba a calmar hasta que la tuviera de nuevo. Finalmente no sería en un elevador o en un sofá, sería en su cama donde podría amarla toda la noche.
—¿Te gustaría una copa de vino? —preguntó finalmente.
—Sí, por favor, pero solamente la mitad. Todavía estoy amamantando y no puedo consumir más que eso —replicó.
Ella normalmente no bebía tanto, pero sus nervios estaban afectados.
Él le sirvió medio vaso, luego se acercó a la chimenea para atizar el fuego y agregar algo de madera. Él le estaba proporcionando a ambos el tiempo que necesitaban para calmarse. Estaban listos para explotar la pasión que esperaba ser quemada del todo y luego saciada.
—Algunas niñeras vendrán hoy para entrevistarlas —dijo Pedro después de que ella bebiera un poco. De inmediato Paula se volvió a tensar—. Ya te he dicho que si no te gusta ninguna de las candidatas no las contrataremos —agregó defensivamente.
—Bien —respondió y luego dejó la habitación para ver a su hijo. Él estaba bien, por supuesto, por lo que almorzó algo y fue a la piscina para disfrutar de un poco de sol.
Casi pasó una hora antes de que Tina saliera.
—Señora Alfonso, hay un invitado en la sala esperándola —dijo.
—Gracias, Tina. Ya voy.
Paula se obligó a entrar a la casa y encontró a Pedro sentado en la sala de estar con una mujer de aspecto plácido.
Ella no quería admitir la necesidad por una niñera.
—Usted debe de ser la señora Alfonso. Soy Julia Scott. Espero poder ayudar a cuidar a su precioso hijo. —La mujer se levantó y tomó la mano de Paula.
—Es un placer conocerla, Julia. Estoy segura que Pedro le dijo que todavía no estoy segura de querer contratar una niñera. —Se sintió obligada a ser completamente honesta con la mujer.
—Entiendo que asusta dejar un niño al cuidado de un extraño. ¿Por qué no nos llegamos a conocer un poco y luego se decide? —replicó la mujer gentilmente.
Los tres hablaron por un rato, hasta que Joaquin despertó de su siesta.
Paula lo alimentó antes de dárselo a Julia. Julia había trabajado para la misma familia por quince años hasta que todos los niños crecieron. Paula no pudo encontrar nada malo en ella y la idea de tener a alguien ayudándola con el bebé le empezaba a sonar atractiva.
—Su hijo es muy hermoso —dijo Julia después de un rato.
Joaquin estaba sentado en su regazo jugando con uno de sus anillos para morder.
—De verdad lo creemos —dijo Pedro orgulloso.
—Creo que todos los niños son un regalos y preciosos, por supuesto, pero Joaquin es muy tranquilo. ¿Es esto inusual o es un bebé feliz la mayor parte del tiempo? —cuestionó Julia.
—Es un bebé excepcionalmente bueno. He escuchado horribles historias de bebés que pasan despiertos toda la noche y tienen cólicos, que lloran por horas y horas. No he tenido ninguno de estos problemas hasta ahora con Joaquin. Se despierta cada pocas horas, lo que es normal, pero
nunca ha tenido ningún problema. Los únicos momentos en que molesta es cuando tiene hambre —dijo cariñosamente Paula.
—De ninguna forma me molesta —dijo Julia—. Si un bebé llora es por algún motivo. Tiene hambre, necesita que le cambien el pañal, necesita un poco más de amor o le duele algo e intenta decirlo. Uno de los niños que solía cuidar tenía muchos cólicos. Caminaba por todo el piso por horas. Eso era solo una excusa para que me quedara con él por más rato —rememoró tiernamente.
Paula sabía que estaba diciendo la verdad.
La mujer parecía tener una paciencia inagotable, lo que era necesario para una niñera. Estaba sorprendida de descubrir que sí le agradaba la mujer
—Por mucho que odie dejar a esta hermosa criatura, debo irme y dejar que ambos sigan con su día —dijo Julia y le devolvió a Joaquin a Paula.
—Discutiremos algunas cosas y la llamaremos en los próximos días.
Tengo toda su información. Apreciamos que haya venido y pasara tanto tiempo con nosotros hoy —dijo Pedro mientras acompañaba a Julia fuera de la habitación.
—Gracias a ambos. Tienen una hermosa familia y me encantaría ser parte de ella —replicó Julia y luego se fue.
—¿Qué piensas? —preguntó Pedro.
—Pienso que ella parecía bastante buena. Creo que la idea de una niñera no sería tan mala después de todo. Fue agradable poder tomar una siesta hoy —admitió Paula. Se sonrojó al recordar cómo se había despertado de su segunda siesta esa tarde.
Los ojos de Pedro se oscurecieron, también recordó la placentera forma en que habían despertado. Sus manos ansiaban agarrarla y acercarla.
—Ya he revisado sus referencias. Su última familia no podría elogiarla más. Todos los chicos se mantienen en contacto con ella y la consideran una tía. La adoran y la familia le rogó que se quedara con ellos, a pesar de que todos los niños habían crecido, pero ella les dijo que necesitaba seguir siendo una niñera. Ama a los pequeños demasiado como para renunciar.
—Supongo que no hay nada malo con intentarlo —admitió Paula—. Solo asegúrate de decirle que no estamos seguros de que sea permanente — agregó, no estaba segura de querer una niñera a largo plazo.
—La llamaré. Me dijo que puede empezar mañana. —Él salió de la habitación, Paula estaba un poco nerviosa con lo rápido que se movían las cosas.
El resto de la tarde y la noche volaron. Pedro pasó la mayor parte del tiempo en su oficina y Joaquin estaba quisquilloso y requería de toda la atención de Paula. Estaba agradecida de haber podido dormir, porque tenía un sentimiento de que sería una noche realmente larga.
Pedro la ayudó a darle un paseo a Joaquin durante la noche. Intentaba permanecer distante, pero él lo hacía bastante difícil.
Alrededor de las nueve, Joaquin se calmó y se durmió.
Ambos, Paula y Pedro, estaban felices, él estaba mejor y suspiraba aliviado mientras observaban a su hijo dormir.
El llanto no molestó a ninguno de los dos. Sólo se sintieron impotentes porque su hijo no se sintiera bien y por no poder hacer más que caminar con él.
—Le está creciendo su primer diente y es duro para él. Creo que lo peor ya ha pasado —dijo ella, en explicación para la enfermedad de Joaquin.
—Desearía poder hacer algo más —replicó Pedro.
—Lo sé, pero lo mejor es abrazarlo y pasearlo. Disfruta de eso y pienso que observando todo lo ayuda a no sentir el dolor.
—Vamos a la cama, estoy cansado —dijo Pedro, mientras se dirigía a su cuarto.
Paula dudó, Pedro dijo que no la presionaría a hacer nada, pero sabía que él no necesitaba presionar. No estaba segura de estar lista para compartir la cama con él.
Ella ya había involucrado mucho sus sentimientos en el matrimonio y temía entregar totalmente su corazón.
—Paula, no vamos a hacer nada que no quieras. Sólo vamos a la cama —repitió Pedro. Podía ver la irritación en sus ojos y escucharla en su voz. Sabía que a él no le gustaba tener que presionar a su esposa para que durmiera con él.
—Bien, Pedro, acepté este matrimonio así que compartiré la cama. Lamento si te di a entender algo erróneo hoy en el sofá, pero no quiero tener sexo. —Terminó de hablar y caminó frente a él hacia la habitación. Tomó su pijama favorito y se fue a cambiar al baño.
—Puedes intentar huir, pero quieres esto tanto como yo —susurró Pedro, muy suave como para que Paula lo pudiera escuchar. Él sabía que iba a ser una larga noche. Y estaba determinado a que ella fuera a él esa noche.
Sabía que no tardaría mucho.
Pedro se subió a la cama, vistiendo solo el bóxer, el cual usaba por deferencia hacia ella. Él prefería dormir desnudo.
Estaba acostado sobre su espalda, con las manos bajo su cabeza y el cobertor hasta la cintura.
Paula respiró hondo al verlo en cuanto salió del baño. Él era
increíblemente sexy. Tenía la cantidad perfecta de músculos, que se tensaban con cada movimiento que hacía. Su estómago era duro y definido, el camino de vellos en su bajo estómago bajaba hasta desaparecer bajo la manta, haciéndole agua la boca. Quería pasar sus dedos sobre él, encontrando sus puntos favoritos. Incluso con lo exhausta que se sentía, sabía que sería afortunada si conseguía dormir algo junto a él.
Él no le dijo nada, pero siguió cada uno de sus movimientos mientras caminaba lentamente hacia su lado de la cama.
Ella saltó rápidamente bajo el cobertor, dándole la espalda, abrazando el borde de la cama como si fuera un salvavidas.
Levantó el cobertor hasta su barbilla y empezó a contar
ovejas. Él apagó la lámpara que estaba junto a la cama y antes de que ella lo notara, el cansancio la llevó hacia la nada.
Pedro se quedó ahí, duro y adolorido. Sabía que si la sostenía y se acercaba, ella sucumbiría fácilmente, pero él no quería obligarla. Quería que ella fuera a él completamente dispuesta. Si eso significaba que debía tomar varias duchas frías mientras esperaba, entonces eso es lo que haría.
Finalmente cayó en un sueño intranquilo.
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