lunes, 16 de marzo de 2015

CAPITULO 46







Ella vivía en un complejo seguro. Sin embargo, no le tomó mucho tiempo obtener autorización para dirigirse a su puerta. Cuando eras tan conocido como tu familia, la cual conocía casi todo el mundo. Él respiró profundamente varias veces para calmarse. Luego llamó a su puerta y esperó a que los segundos pasaran, los cuales parecían más como horas. Finalmente estuvo de pie delante de él, con los ojos muy abiertos por la sorpresa y el miedo.


—¿Dónde está mi hijo? —Pedro había perdido ya mucho tiempo y no tenía pelos en la lengua.


No había hola, hace tanto tiempo. ¿Cómo estás? No estaba dándole vueltas al asunto. Estaba cansado y enojado. No podía creer que ella se atreviera a ocultarle a su hijo


Claro, él no se había molestado en llamarla, pero tenía razones para ello.


Le había afectado a diferencia de cualquier otra mujer antes que ella, y él no se había confiado a su alrededor. Incluso con ira corriendo a través de él, ella era la cosa más hermosa que jamás había visto. Su pelo era más largo y echado en un moño desordenado con varias piezas en cascada por la cara y el cuello. No tenía un solo rastro de maquillaje y había manchas bajo los ojos por la falta de sueño. También tenía un resplandor alrededor de ella que era hermoso.


Paula estaba petrificada. ¿Cómo se había enterado?


Ella había estado aterrorizada la otra noche cuando vio a Horacio y Ana, pero no parecían saber que el bebé era su nieto.


No podía entender cómo Pedro sabía.


Lucía más increíble que nunca. Parecía cansado y su cabello oscuro estaba revuelto.


Parecía como si hubiera corrido sus manos a través de él una docena de veces. Su rostro tenía una sexy barba de días, lo que le parecía más tangible.


Su olor la invadía y se dio cuenta de que lo había echado de menos mucho más de lo que debería. Pensaba en él a menudo. Por supuesto, ¿cómo podría no hacerlo cuando miraba a su hijo todos los días? Él se parecía tanto a su padre, sobre todo en los ojos.


Pedro, ¿qué estás haciendo aquí? —finalmente preguntó, tratando de sonar neutral.


Él optó por ignorar la pregunta y reiteró:
—Te pregunté, ¿dónde está mi hijo?


Él no era conocido por tener una gran dosis de paciencia. No iba a estar de pie en la puerta y perder otro momento de la vida de su hijo.


Antes de que ella fuera capaz de decir algo más, se oyó un llanto desde el interior del apartamento. Sus ojos redondos de asombro ante el primer sonido que escuchó de su hijo. Él se puso de pie en el umbral. Agarró a Paula por la cintura y físicamente la sacó de su camino.


Paula dejó escapar un jadeo sorprendido y luego fue tras él mientras seguía el sonido del llanto de su hijo.


Pedro, si tengo un hijo, pero no es el tuyo —trató de mentir. Él había llegado al columpio donde su hijo estaba en ese momento y miró con fascinación al ser humano diminuto.


El bebé estaba despierto y mirando a su padre, momentáneamente distraído de sus aullidos furiosos por haber sido dejado solo. Ante sus palabras, Pedro giró la cabeza para mirarla. Ella dio un paso hacia atrás por la violencia en su expresión.


—No me mientas por un segundo más. Ya me has robado tres meses de vida de mi hijo. No vas a engañarme nunca más —espetó.


Sabía que tratar de negarlo de nuevo sólo desataría más de su enojo por lo que se hundió en el sofá ya que sus rodillas no la sostenían. No dijo nada más, solo miró mientras él observaba a su hijo. El bebé finalmente se cansó del juego de miradas y dejó escapar un grito de disgusto. Quería ser recogido.


Paula empezó a levantarse, pero Pedro ya estaba ocupándose de él.


—Hola hombrecito, ¿quieres que tu papá te levante? —habló
amorosamente a su hijo. La adoración en la voz de Pedro trajo lágrimas a sus ojos. Abrió la correa de seguridad y sacó suavemente a Joaquin desde el asiento.


Pedro acurrucó a Joaquin cerca de su pecho, mirándolo fijamente a la cara. Se sorprendió al ver el amor que fluía a través de él. ¿Cómo es posible que algo tan pequeño reclamara plenamente su alma en el espacio de un latido del corazón? No tenía dudas de que se trataba de su hijo. 


Parecía un Alfonso. Paula tenía mucho qué responder.


Se sentó en el otro extremo del sofá y en voz baja le habló a su hijo. El niño lo miró y susurró por un tiempo, antes de que su rostro se arrugara y soltara otro rugido de desagrado. 


Pedro se volvió hacia Paula con una mirada de preocupación en su rostro.


—¿Qué es? —preguntó con inquietud.


—Él tiene hambre. Dámelo y yo me encargo de su cena —dijo ella, acercándose a sus brazos. Podía sentir la leche cayendo en sus pechos y necesitaba darle de comer tanto como él quería comida. Se iba a avergonzar a sí misma en cualquier momento por fugas a través de su camisa delgada.


—Voy a darle de comer. Sólo dame una botella —dijo Pedro, ya que no quería soltar a su hijo.


Paula parecía incómoda y Pedro notó la humedad en su camisa. Su ingle se apretó mientras la fina tela no ocultaba nada de su vista. Sus pezones húmedos se mostraban claramente a través. No dijo una palabra más. Le entregó el bebé, luego se levantó y salió de la habitación dándole
privacidad.


Paula se sintió aliviada cuando se fue. Rápidamente tranquilizó al bebé y trajo una sonrisa a su cara. Su hijo no tomó tiempo para animarse y siempre dejaba escapar un pequeño gruñido que parecía decir: Por fin mamá, estaba tan hambriento. Joaquin se parecía tanto a su padre.


Tenía poca paciencia cuando quería algo.


Ella disfrutaba esos momentos, rozando la cabeza de su precioso hijo mientras se llenaba. Él cerró los ojos para concentrarse y hacer pequeños ruidos tragando. Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y suspiró. Trató de convencerse a sí misma de que había imaginado esa mirada de lujuria por un instante en los ojos de Pedro, pero ella había sentido la misma sensación.


Incluso en su ira hacia ella, sabía que él estaba sintiendo. 


Todavía había sentido deseo y eso le recordaba lo sola que había estado. Por mucho que amaba a su hijo, hubiera sido bueno tener alguien con quien compartir momentos memorables. Ella apartó ese tipo de pensamientos y se centró en Joaquin.


Pedro deambulaba en el cuarto de su hijo. Ella había hecho un hermoso trabajo de decoración. Había plantillas pintadas a mano en las paredes de varios ositos en todo tipo de colores pastel. Él caminó hacia la cuna y arrastró su mano a lo largo del edredón, donde su hijo dormía cada noche. Miró hacia la pared y el aliento salió de sus pulmones.


Allí en la pared, vio que su hijo tenía un cuadro con varias fotografías de él. Sabía que el bebé era demasiado joven para reconocer a la personas, pero llenó su corazón con alegría al pensar que ella le dejó saber a su hijo quién era él. 


Algo de su ira se disipó.


No podía mantenerse alejado por más tiempo. 


Tranquilamente caminó fuera del cuarto del bebé. Dio un paso en la sala de estar a tiempo para oír a Joaquin soltar un eructo, el cual Paula alababa. Luego ella lo acunó en sus brazos de nuevo y él vio como él se aferraba a su pecho.


Pedro se sintió como un intruso, espiando un momento íntimo entre madre e hijo, pero no pudo apartarse. Era obvio que ellos tenían un vínculo fuerte. Él estaba sintiendo un poco de celos ya que no podía ser parte del ritual. Le encantaría ser capaz de acunarla en sus brazos mientras ella acunaba a su hijo.


Una vez que el bebé se aferró, ella apoyó su cabeza contra el sofá y cerró sus ojos. Él finalmente caminó dentro del cuarto y se sentó al lado de ellos. Ella alzó su cabeza y lo miró. Joaquin, pareciendo sentir su tensión, dejó salir una pequeña protesta.


Ella se obligó a sí misma a relajarse, lo cual no era fácil, considerando que Pedro estaba allí junto a ella con su cuerpo expuesto.


―¿Puedes por favor pasarme esa manta? ―preguntó ella, tratando de no sonar tan nerviosa como se sentía.


Él se lo pasó y ella se cubrió. Se decepcionó al perder de vista a su hijo, pero se sintió aliviado al ver a Paula cubierta. 


Ella había desarrollado más curvas desde que habían estado juntos. Sonrió para sus adentros, pensando que eran positivos los embarazos. Le sorprendió poder pensar tal pensamiento después de lo que ella le hizo pasar.


Joaquin aparentemente tenía suficiente. Ella empezó a hurgar debajo de la manta, luego lo movió hacia su hombro y comenzó a darle palmaditas en la espalda. Después de unos minutos él soltó otro eructó y se arrulló en su madre.


―Ése es mi gran chico. Buen trabajo ―alabó a Joaquin. Él la recompensó, hablando más algarabías.


―¿Puedo sostenerlo de nuevo? ―preguntó Pedro.


Paula de mala gana entregó a su hijo otra vez. Ella no solía tener a nadie que interrumpiera su normal rutina. Era un momento tenso observar a padre e hijo juntos. Le hacía sentir que de alguna manera no era necesaria en la perfecta imagen que ellos hacían.


—¿Por qué colocaste fotos de mí cerca de la cuna?


―Quería que él conociera a su padre.


―Él podría haber conocido a su padre en persona si sólo me hubieras contado que iba a ser uno.


Pedro, ambos sabemos que tú no eres el tipo de hombre que sienta cabeza. No iba a obligarte en una instantánea paternidad porque tuvimos una noche en un oscuro elevador. Eventualmente te hubiera hablado sobre Joaquin, pero no sentía que era el momento correcto. ―Ella aún seguía firme en su decisión.


―Nos casaremos en tres días. Mi padre está haciendo todo los arreglos. Hablé con tu padre en el camino hacia aquí y él está de acuerdo conmigo. No voy a perderme la vida de mi hijo.


Él dijo las palabras de verdad. Habló de ellos como si el acuerdo estuviera hecho y ella no tuviera opinión en ello.


―No me casaré contigo, Pedro. Mi hijo no será criado en un hogar con padres atrapados en un casamiento. He visto demasiadas vidas destruidas por hacer decisiones como ésas. Si realmente quieres ser parte de la vida de Joaquin entonces vamos a establecer arreglos de visitas.


Pedro simplemente le sonrió. Había tomado una decisión y en cuanto a él concernía no había necesidad de discutir el asunto.


―¿Realmente quieres tener a nuestro hijo etiquetado de bastardo?


Ella estaba hirviendo de rabia.


―¿Cómo te atreves? ―le espetó―. No trates de utilizar a mi hijo para conseguir lo que quieres ―terminó.


―Paula, nos casaremos. Mi hijo tendrá mi nombre. Tengo el total apoyo de nuestras familias. Ambos perderíamos todo su respeto si hiciéramos otra cosa que casarnos. Quiero a mi hijo en mi vida todo el tiempo. No seré un padre de fin de semana. Me lo debes por apartarme de él, y tus padres aceptaron completamente que deberíamos casarnos de
inmediato. Tú estás deshonrando a ambas familias por no hacer lo correcto ―terminó. Su voz era mucho más espantosa para ella porque él no estaba enojado o amenazante. Estaba hablando como si estuviera simplemente indicando los hechos.


Paula se sentó en su agitación por unos momentos, mirándolo. Ella finalmente se levantó y abandonó la habitación. Caminó hacia su oficina para hacer una llamada a su padre.


Juan respondió en el segundo timbre.


―Hola.


―Papá, ¿sobre qué hablaron tú y Pedro? ―preguntó, sin molestarse con las amabilidades.


―¿Cómo has estado? ―preguntó, ignorando su pregunta
completamente.


―Papá, te hice una pregunta ―dijo, sin humor para juegos.


―Hablamos sobre tus próximas nupcias. Cuando él averiguó que era padre, me dijo que quería hacer lo correcto. Quiso casarse contigo y ser un padre a tiempo completo de su hijo. Lo apoyo, Paula. Sé que tuviste tus razones para no contarle, pero no mantendrás a un padre alejado de su hijo.
Cometiste un error por no decirle ―le dijo con desaprobación en su voz.


Paula bajó su cabeza, no le gustaba decepcionar a su padre, pero no estaba dispuesta a renunciar a la lucha.


―Papá, tengo mis razones. No me casaré porque todo el mundo me está diciendo que lo debería hacer ―dijo, rogándole a que entendiera.


―Paula, Pedro quiere casarse contigo y hacer lo correcto por tu hijo. Él es un buen hombre. ¿Estarás dispuesta a traer vergüenza para Horacio por las personas que piensen que su hijo te dejó embarazada y luego se alejó? ―preguntó, sabiendo por su silencio que ella estaba admitiendo la derrota.


Amaba su familia y tenía mucho respeto por Horacio y Ana. Ella jamás querría traer vergüenza a su familia.


Ellos hablaron unos minutos más, y luego Paula bajó el teléfono lentamente, sintiéndose como si su mundo se hubiera puesto patas arriba.


Se tomó su tiempo caminando de vuelta hacia la sala de estar. Mientras entraba sintió una lágrima deslizarse en su cara al ver a Pedro durmiendo en el sofá con Joaquin, sosteniéndolo firmemente en sus brazos.


Ella tomó al bebé mientras Pedro se despertaba sobresaltado.


―Yo lo tengo… ―empezó a decir.


―Él está listo para la cama ―declaró ella suavemente, luego giró y caminó hacia el cuarto del bebé. Sintió a Pedro justo detrás de ella mientras gentilmente metía a su hijo debajo de su manta. No dijo nada más mientras se dirigía a la cocina con él siguiéndola muy de cerca.


Ella preparó dos tazas de café y luego se sentó a la mesa.


Ambos sentados en silencio por unos momentos, sorbiendo de las tazas humeantes.


―Paula, no tuvimos un buen comienzo, pero espero que ahora comprendas lo que necesitamos hacer ―dijo Pedro en lo que él esperaba que fuera su más razonable tono.


Ella mantuvo su cabeza en alto, y él sabía que había ganado la batalla.


Tenía desafío en sus ojos con un indicio de derrota. Él estaba abrumado de gratitud. No quería estar lejos de su hijo por mucho tiempo.


―Está bien Pedro, parece que has ganado esta ronda. Voy a seguir adelante con esta farsa de matrimonio, pero te digo que no es uno de verdad. Dejaré que protejas tu apellido y cuando el tiempo sea apropiado presentaré el divorcio ―dijo ella con una fuerza que lo impresionó.


―No habrá ningún divorcio ―declaró―. Nosotros haremos que funcione porque no quiero estar lejos de mi hijo. Nunca planeé casarme de todos modos, así que no es como si estoy perdiendo algo más por estar contigo ―agregó.


Sus palabras la hicieron contraerse de dolor. Él estaba básicamente diciéndole que podría seguir casado con ella porque el matrimonio no significa nada para él. Ella no lo sentía de la misma manera. Siempre había querido casarse, pero se había rendido gracias a que todos los hombres con los que salió estaban dispuestos a casarse solo para tener acceso a su dinero.


Sabía que Pedro de ninguna manera necesitaba su dinero. 


Sin embargo, aún la necesitaba por algo más que a ella misma. Supuso que estaba obligada a terminar en una unión sin amor. Aparte la destrozaría, pero como una madre los sacrificios eran aceptables.


No había nada que no haría por su hijo. Sólo se lamentaría de que su unión no sería real y no le daría a Joaquin algún hermano. Ella había sido hija única y siempre quiso tener muchos niños cuando tuviera su propia relación.


Amaba a su hijo tanto y el pensamiento de nunca tener esa sensación de llevar a un niño dentro de ella otra vez y de ver a su recién nacido por primera vez, era casi suficiente para ponerla de rodillas con el dolor cursando a través del cuerpo.


Pedro, estoy cansada. ¿Puedes regresar mañana y discutimos todos los detalles mañana? Joaquin sigue despertándose un par de veces cada noche y no fui capaz de tomar una siesta esta tarde.


―Dormiré en la habitación de invitados. Quiero estar aquí cuando Joaquin se despierte ―dijo él, otra vez con esa voz de autoridad.


Paula estaba demasiado cansada para argumentarle. El pensamiento de él durmiendo solo una pared lejos de ella era suficiente para causar que su estómago se apretara. Se imaginó que tendría que acostumbrarse a él ya que pronto residirían en la misma casa. Sabía que no iría por ella
permaneciendo donde ahora estaba. La única razón por la que él quería su matrimonio era para así poder estar con su hijo y proteger su apellido.


―Iré a la cama. ―Fue todo lo que ella dijo mientras dejaba la mesa.


Pedro se quedó donde estaba durante varios minutos después de que ella se fue. Apenas era capaz de permanecer despierto, pero el pensamiento de ella en la cama al final del pasillo estaba haciendo estragos con sus
sentidos. Su único tiempo juntos había sido en un elevador escuro y demasiado rápido. Él sería capaz de darles a los dos mucho más placer en una cómoda cama.


Su ingle se tensó contra la cremallera de su vaquero. Él gimió en voz alta y luego se dirigió hacia el cuarto de baño para una ducha fría. No se las estaría tomado todas las noches. Una vez que ellos estuvieran casados, no estarían durmiendo en cuartos separados. Éste era el único pensamiento manteniéndolo alejado de entrar al cuarto de ella.





3 comentarios: