De repente, Paula era el objeto de su mirada intensa. En el momento en que él puso de nuevo sus helados ojos azules en ella, sintió que su estómago se derretía. El hombre tenía el suficiente calor, un calor que llenaba sus ojos, para que fueran considerados como un incendio peligroso. Ella nunca había reaccionado tan fuertemente a nadie antes y no estaba contenta con los sentimientos desconocidos que la inundaban.
Ella trató de enderezar sus hombros y poner una expresión de indiferencia, pero estaba segura de que no lo estaba consiguiendo.
—Voy a hablar con mi padre acerca de esto, pero debería haber sido informado de las entrevistas. No se sienta demasiado cómoda en su nueva posición, señorita Chaves —habló con la máxima autoridad, a continuación, pasó por la puerta, cerrándola un poco más fuerte de lo necesario.
—Pensé que sabía que me habían contratado. Él ni siquiera sabía que te estás yendo —dijo Paula con aprehensión en su voz. Ella podría estar perdiendo su trabajo soñado antes de incluso de empezar.
—Ahora, no te preocupes por nada, Paula. Todo va a estar bien.
—Sé que has trabajado aquí durante mucho tiempo, Esther, pero la expresión en su rostro no era la de un hombre feliz. Yo no me adelantaría tan pronto a una jubilación si fuera tú —dijo Paula, tratando de hacer una broma, aunque sonó seria.
—Te darás cuentas de que Pedro no es tan desagradable como parece.
Está irritado en este momento, pero se le pasara pronto. Vamos a terminar nuestro trabajo para el día de hoy. Para mañana este asunto se aclarará y será olvidado —prometió Esther.
Paula tenía sus dudas, pero no tenía sentido preocuparse por ello. Daría lo mejor de sí misma, y así tal vez su posición estaría a salvo.
Ellas se absorbieron en su trabajo, y el incidente fue puesto en un segundo plano… aunque seguía ahí, pero lo dejarían pasar por el momento.
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—Bueno, hijo. Cuando me fui, te dije que Esther se retiraría una vez que te hubieras establecido. También dije que me encargaría de su reemplazo. No es mi culpa que lo olvidaras. Y no es culpa de Esther que no tomaras en serio su renuncia
—Me tomo todo en serio. Por lo menos, podrías haberme dicho de las entrevistas, así hubiera participado en ellas. Tendrías que haberme dejado encargarme de esto.
—Sé que tú estás más que capacitado para hacer tu trabajo. Sin embargo, cuando te hiciste cargo, prometí dejar todo resuelto antes de mi partida.
Éste fue el último punto que tuve que resolver —dijo Horacio, dejando a Pedro sin argumento alguno.
—Papá, sé que estás tramando algo. Aún no puedo averiguar lo qué es esta vez, pero soy capaz de contratar a mi propio personal —dijo él con frustración. Era mucho más difícil discutir con el hombre cuando él estaba siendo razonable—. No se ve exactamente bien cuando el presidente de la compañía no sabe lo que está pasando en sus propias oficinas —concluyó él.
—Hijo, entrevisté a una treintena de personas, y la señorita Chaves era, por lejos, la candidata más calificada. Créeme, no tendrás ningún problema con ella. La he verificado exhaustivamente antes de enviarla a ti. —Su hijo no tenia la menor idea de que en realidad él estaba verificándola como su futura nuera y lo que menos le importaba eran sus capacidades como asistente ejecutiva, a pesar de que ella lo había hecho muy bien en la universidad y lo más probable es que hiciera un trabajo extraordinario en la oficina. Horacio sintió que Paula era la candidata perfecta para Pedro.
Ella era inteligente, fuerte, y había pasado por mucho en su corta vida.
Ella necesitaba una familia, y Hoarcio necesitaba una nuera. Eran la pareja perfecta. Pedro no tardaría en darse cuenta de eso.
—Me has dejado con pocas opciones. No creo que haya forma de hacer cambiar de opinión a Esther, ahora que ya ha tomado una decisión. Está bien. Veré cómo ella funciona, pero si no trabaja sólidamente conmigo, entonces la despediré y la siguiente persona será alguien que yo encuentre, no tú —dijo él.
—Por supuesto, Pedro —accedió rápidamente su papá, queriendo cambiar de tema—. Ahora, sigamos con otro negocio —Pedro sabía que no podía darle demasiado tiempo a Pedro para pensar en el asunto de la familia.
Era un chico inteligente, y Horacio no quería que él averiguara lo que estaba haciendo. Si Pedro tenía idea de cuánto Horacio quería que sus hijos se casaran, Pedro saldría corriendo por las colinas antes de que tuviera la oportunidad de enamorarse de Paula. Y eso no estaría bien para los planes de Horacio. Él quería esos nietos, y cuanto antes, mejor.
Los dos pasaron el resto de la tarde repasando el nuevo paquete de beneficios que Horacio había modificado.
Horacio se había retirado de los negocios, pero a él le gustaba seguir participando. Iba a volverse loco si dejaba la empresa por completo. Le había prometido a su esposa Ana que no trabajaría setenta horas a la semana nunca más, pero él nunca accedió a olvidarse de la corporación que su abuelo había comenzado. Ella lo entendió y apoyó su decisión de ser un miembro activo en el departamento de recursos humanos. Después de todo, ella tenía un corazón enorme. Fue por eso que la quería mucho, incluso después de treinta y cinco años de matrimonio.
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Sabía que su padre se enfadaría, pero tendría que
apoyarlo.
Mientras estaba de pie en el umbral de las puertas que conectaban sus oficinas, luchó consigo mismo al recordar su expresión inocente, tan abierta y legible.
Con una firme resolución, él se irguió y dio la espalda a la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él.
Estaba en control de sus emociones, y no había forma de que una extraña se metiera bajo su piel.
Las mujeres iban y venían en su vida, sirviendo a un propósito esencial, y saliendo sin hacer ruido. Su nueva empleada no iba a conseguir la ventaja y el control de cualquier parte de él, ciertamente no de sus emociones.
Con esa determinante resolución, se acercó a su escritorio y cogió un archivo. Tenía mucho trabajo para terminar esa noche. Él se recostó en su sillón y comenzó a leer un archivo, quedándose dormido antes de que se diera cuenta.
Eso no era inusual. Él dormía en la oficina tanto como lo
hacía en su propia casa.
Pedro pasaba a menudo las noches en la oficina después de quemarse las pestañas. Siempre había puesto al trabajo por delante de cualquier placer.
Él había sabido desde muy joven que iba a hacerse cargo de la empresa familiar. Estaba en su sangre.
El último pensamiento de Pedro, antes de sucumbir al sueño, fue el de unos vivos ojos verdes llenos de hambre.
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