—Creo que estás lista para pasar unos pocos días por tu
cuenta. Solo lláma por teléfono por si me necesitas. Pero
creo que te voy a ayudar en las playas al sur de California
—dijo Esther mientras recogía su chaqueta y su bolso.
Era la segunda semana de Paula y lo estaba haciendo mucho mejor, pero el pánico la consumía ante la idea de que Esther la dejaría sola. Bueno, no exactamente sola por su cuenta, Pedro no era más que un pedazo de madera a la distancia.
No podía decir que era grosero, pero tampoco era amable.
Sus azules ojos la mantenían cautiva mientras ella y Esther se sentaron delante de él en su escritorio, con su tono de mando, pero siempre profesional. Ella todavía lo veía sonriéndole.
—Voy a estar bien Esther pero te voy a extrañar —Paula finalmente le aseguró.
—Te voy a extrañar demasiado querida, pero no te preocupes por nada. Voy a estar de vuelta el lunes para comenzar con tu horario de entrenamiento final. Estás entendiendo todo esto de forma mucho más rápida de lo que yo hice, y no era tan técnico cuando estaba empezando.
Creo que eres una gran adición para el equipo.
—Eres demasiado buena para mí. Asegúrate de llenarme una botella con arena, así al menos puedo fingir que de vez en cuando voy a una playa cálida —dijo Paula con una sonrisa.
—No pasará mucho tiempo antes de que estés volando por todo el mundo.
Parte de tu trabajo es viajar a las diferentes divisiones de la corporación con Pedro. Algunos de esos lugares son increíbles. Es muy difícil trabajar en una suite cuando puedes ver el sol brillando sobre una hermosa playa blanca. Horacio siempre fue bueno en asegurarse de que tuviera un poco de diversión. Sin embargo, estoy segura de que Pedro lo hará de la misma manera —le aseguró Esther.
Paula tenía serias dudas al respecto, Pedro no parecía estar familiarizado con cualquier cosa que tuviera que ver con diversión. La idea de verlo en un traje de baño, inmediatamente envió mariposas a su estómago.
—Sí, probablemente tengas razón —respondió Paula por fin, dándose cuenta de que Esther la miraba de manera extraña.
No ayudaba que su respuesta fuera un poco sin aliento.
Deja de soñar despierta acerca de tu Jefe. El hombre que te odia tal como eres. Tú de ninguna manera, necesitas cambiar esta situación que empeora por desearlo a él —se reprendió Paula.
—Muy bien entonces, ahora me voy. Que tengas un gran día —dijo Esther antes de salir de la oficina.
Paula se sentó en su escritorio, un poco perdida. Ella tenía sus asignaciones, pero su primer día sola...
Después de un par de minutos ella se fue. No era como si pudiera estropearlo todo.
Un par de horas más tarde, se sorprendió cuando su intercomunicador zumbó.
—Paula, te necesito en mi oficina.
Pedro fue breve y al grano, nunca agregó más palabras de las que necesitaba. Era un poco desconcertante. Ella tomó su libreta y rápidamente se dirigió a la puerta. Antes de girar el pomo, tomó un aliento fortificante y luego entró.
—Buenas tardes, Sr. Alfonso.
—Necesito que tomes unos memos para mí, luego escribes las cartas. Los necesito de vuelta en una hora. Me han llamado para una emergencia y no sé cuánto tiempo estaré fuera. Normalmente, vendrías conmigo, pero como estás en formación todavía, quedas fuera del asunto —dijo él con tono cortante.
Ella se movió sobre sus pies sintiendo como si acabase de recibir un regaño por ser nueva. Ella sabía que no debía decir nada a cambio, pero se sentía como pidiendo disculpas, sin saber por qué.
—Sí señor —respondió ella mientras se sentaba frente a él.
******
Sabía que había estado trabajando por muchas horas, pero obviamente, era hora de que llamara a una de sus amigas.
Necesitaba encontrar alivio antes de que él terminara haciendo algo estúpido como lanzando a su nueva asistente sobre su escritorio.
No era que él fuera un adolescente lleno de hormonas. No podía entender por qué diablos estaba reaccionando tan fuertemente por ella. Sí, ella era atractiva, pero había visto mejores mujeres, que eran mucho más pulidas, y aun más, que conocían las puntuaciones.
Él tenía cero dudas de que su ayudante no era el tipo de mujer de una sola noche... Y ese era el único tipo de mujeres con las que él salía. No tenía tiempo ni deseo para una relación seria.
Pedro se recompuso, entonces dictaba las notas que quería a máquina. Si, esto era lo que hacía bien... Los negocios. La mayoría de las personas dejan que sus trabajos los gobiernen, causándoles estrés, pero eso no le pasaba a Pedro. Él prosperaba en el mundo de las altas finanzas.
Finalmente alzó la vista. Se le cerró la garganta por un momento mientras la miraba con furia, al tiempo que ella escribía para mantenerse al corriente con él. El mismo pedazo de pelo obstinado que siempre estaba escapando de su moño, estaba ahora acariciando su mejilla, al final haciendo cosquillas en la comisura de su boca, prácticamente enmarcando sus deliciosos labios rosados.
Su entrepierna estaba apretada mientras pensaba en esos labios deslizándose por su piel, sacando su lengua y enfriando su cuerpo acalorado.
Cuando ella alzó la mirada, sus ojos se abrieron, las emociones intermitentes a través de su cara expresiva. El hecho de que no podía ocultar nada no le servía de mucho.
Él sabía que su empleada estaba tan atraída por él como él de ella.
Su entrepierna palpitaba mientras sus miradas se encontraron, ninguno de ellos parecía capaz de alejarse.
Sus hermanos tendrían un momento divertido si vieran lo que su diminuta asistente estaba haciendo con él. Siempre les gustaba burlarse de él por ser siempre de acero, por ser siempre el que está en control, incluso desde que eran adolescentes.
Conseguiría una verdadera patada por su falta de control debido a una pequeña mujer.
—Eso es todo —dijo finalmente, sabiendo que su voz era dura, pero no era capaz de detenerlo. Vio como ella saltó de su silla y luego como sus mejillas se ruborizaron con una sombra roja tentadora que le hacía querer decir “al diablo con todo” y solo tirar de su regazo.
—Uhm… está bien. Yo… uhm… voy a tener esto a tiempo —tartamudeó con voz temblorosa antes de colocarse de pie.
Vio como poco a poco se abrió paso de su oficina con inestabilidad en sus pies. El suave balanceo de sus caderas no ayudaba en la situación, no en todo.
Finalmente, él se colocó de pie necesitando salir de su oficina. Tomó su maletín de deporte y salió por su entrada privada. Se sintió aliviado por dejar la oficina a tiempo. Para cuando regresara, él sabía que tendría sus hormonas bajo control.
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