miércoles, 4 de marzo de 2015

PROLOGO






 ¡Esto no está bien, Ana! —Horacio golpeó su puño
contra la mesa, haciendo temblar la vajilla—. Estos chicos
simplemente no nos escuchan, ninguno de ellos. ¿No
pueden darse cuenta de que no estamos haciéndonos más jóvenes?
Debería haber tenido nietos dando brincos en mis rodillas hace años.


Ana sonrió mientras escuchaba a su esposo quejarse de sus hijos desobedientes. Sabía que lo que decía no era nada más que palabras vacías. Él adoraba a sus hijos tanto como ella lo hacía.


Ella tenía que estar de acuerdo con él, además, el hecho de tener a unas hermosas mujeres embarazadas sería un excelente complemento a la casa.


Siempre había soñado con mecer a sus nietos bebés en medio de una mesa rodeada por la gente que amaba.


—Ahora Horacio, sabes que si te entrometes de nuevo, los muchachos van a desconocerte —advirtió Ana a su marido.


—Si ellos no hacen algo acerca de esta situación de darnos nietos, voy a desheredarlos —gruñó él, aunque sin convicción.


—Desde que te retiraste el año pasado, has tenido demasiado tiempo libre, Horacio Alfonso. Los chicos ya han asumido muchas responsabilidades. ¿Estás seguro de que quieres poner más en sus manos? —finalizó, sabiendo ya la respuesta.


—Los muchachos están listos para el amor y el matrimonio. Sólo necesita un pequeño empujón para avanzar.


La decisión había sido tomada. Tendría por lo menos un nieto en su casa vacía antes de Navidad.


Ana suprimió un suspiro, sabiendo que no había nada que pudiera decir para cambiar la mente de su caprichoso esposo. ¿De dónde cree él que sus hijos adquirieron ese rasgo particular? A pesar de sus defectos, ella no podría amar a cualquiera de ellos, incluyendo a su esposo, más de
lo que ya lo hacía.


—Pedro será el primero —dijo Horacio con su voz estruendosa, sacando inesperadamente a Ana de su ensueño—. Ya le he encontrado la novia perfecta.


Horacio se reclinó hacia atrás en su silla con una expresión de satisfacción en su rostro. Finalmente, tenía un proyecto para mantenerse ocupado, con el premio de sus nietos como recompensa. Pedro tendría que prepararse para algunas aventuras salvajes cuando llegara la mañana del lunes.


Ana observó la expresión de satisfacción en la cara de Horacio, y pensó en advertirles a sus hijos acerca de lo que estaba por venir. Pero decidió no hacerlo, ya que si bien no estaba de acuerdo con la intromisión de Horacio, ella realmente deseaba esos bebés…



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